Al oeste: capítulos I y II: la obra soy yo, una construcción a cielo abierto

Autoría y Dirección: Martín Flores Cárdenas. Intérpretes: M. Flores Cárdenas y Pablo Ragoni. Vestuario: Lara Sol Gaudini. Escenografía: Ruslan Alastair Silva. Iluminación: Matías Sendón. Música original y Sonido: Diego Vainer. Video: Pablo Camaití. Sala: Teatro Sarmiento (Av. Sarmiento 2715). Funciones: jueves a domingos, a las 20. Duración: 60 minutos. Nuestra opinión: buena.

Fue en el ciclo “El borde de sí mismo”, realizada en el Museo de Arte Moderno y con curaduría de Alejandro Tantanian, que en abril se presentó una primera aproximación -con el título Capítulo I- a la última creación del autor y director Martín Flores Cárdenas. Ahora es en la sala Sarmiento del Complejo Teatral de Buenos Aires (CTBA) donde puede verse Al oeste: capítulo I y II, una versión extendida y siempre en construcción de la anterior.

Es distinta la expectativa cuando una obra se presenta en un museo de artes visuales que auspicia la experimentación, el ensayo, la prueba, que sí sucede en un teatro público. Al oeste se hace cargo de esa presión: en la introducción, el autor escribe/dice al público (pronto explicaremos esto) que ninguna de sus últimas obras estrenadas en su Casa Teatro Estudio (Love me -escrita y dirigida con Marina Otero-, No hay banda y La fuerza de gravedad) podría hacerse en el CTBA. Pero ante la promesa de total libertad, asumida la paradoja, aceptó. “Soy libre de decir lo que quiera pero no lo digo: lo escribo”, tipea “Tato” Flores Cárdenas.

El escenario podría ser un set de filmación: gran pantalla blanca y focos sobre soportes. Al costado, una mesa con una notebook donde se ubica el autor y director después de subir desde el lado de la platea. Entonces, ya sentado como un pianista que da inicio a su ejecución, comienza a escribir la obra que leemos en la pantalla. La “obra” (entrecomillado porque el autor no dejará de preguntarse sobre esta condición) se construye de modo performativo: el autor, director y (también) actor plantea ante el público lector su búsqueda en presente absoluto. Por lo tanto, el texto puede cambiar un poco de una función a otra (no lo sustancial), cambios necesarios para mantener algo de la frescura de la improvisación que el actor Pablo Ragoni (pronto explicaremos esto) asume en escena.

Autobiográfico y ficción

Podría decirse que Al oeste es Flores Cárdenas en tanto desde el comienzo el autor nos hace saber que todo lo nombrado “soy yo”. Pero, aun así, lo autobiográfico también es ficción por lo que este autor-escribiente no deja de ser, también, un personaje, “Tato”. Esa doble faz atraviesa la obra que siempre está mirándose a sí misma, del mismo modo que el autor intenta encontrarse en trazos de su pasado. En ese sentido van sus últimas creaciones, que indagan sobre el yo poniendo en tensión el relato entre lo real y lo ficcional. Sin embargo, en cualquier caso y sea cual fuere el “cuento”, lo que importa es el procedimiento que despliega para organizarlo.

El actor Pablo Ragoni es Pablo, el actor de la obra, obediente al mandato del texto. Mira la pantalla porque es ahí donde sabrá qué tiene Tato pensado para él. Su vestuario lo acerca a un personaje del western cinematográfico, en especial del “spaghetti western”, género que hizo famoso al director italiano Sergio Leone y al músico Ennio Morricone. El tema que aparece en la obra, compuesto por Diego Vainer, suena como uno del compositor de El bueno, el malo y el feo. Las películas de vaqueros y sus bandas sonoras son un legado paterno para Flores Cárdenas y han calado hondo en su poética.

No siempre está sentado el autor. Dos instrumentos de percusión aparecen invocados: el bombo, que toca Tato, y el tambor o redoblante, en manos de Pablo. Es bella y divertida la escena en que ambos, armados con bombo y tambor, se enfrentan en duelo, con una luz roja que tiñe la pantalla donde se recortan sus sombras.

Hay un ex de Tato adolescente que reaparece en sueños bajo la forma de Pablo, hay una historia en el impenetrable chaqueño, hay qoms, represión policial; después el padre, su pasión por los western y la nunca aclarada muerte de los abuelos: un devenir entrelazado entre lo que se ignora y lo que se busca, en estos dos capítulos y el adelanto de un tercero (el tema de la escena final es de Ramiro Vergara).

Al oeste en el CTBA es una nueva cita para quienes se han acercado antes a la sala y hogar del autor en el Abasto. Pero también es una oportunidad para quienes tengan curiosidad por adentrarse en el túnel de un proceso creativo plagado de asociaciones, referencias y, sobre todo, interrogaciones. La única condición es no olvidarse los anteojos para leer de lejos. Todo lo demás es confiar en el viaje al mando de un conductor que, como los vaqueros de las películas, no se negó a explorar un territorio desconocido.

Autoría y Dirección: Martín Flores Cárdenas. Intérpretes: M. Flores Cárdenas y Pablo Ragoni. Vestuario: Lara Sol Gaudini. Escenografía: Ruslan Alastair Silva. Iluminación: Matías Sendón. Música original y Sonido: Diego Vainer. Video: Pablo Camaití. Sala: Teatro Sarmiento (Av. Sarmiento 2715). Funciones: jueves a domingos, a las 20. Duración: 60 minutos. Nuestra opinión: buena.

Fue en el ciclo “El borde de sí mismo”, realizada en el Museo de Arte Moderno y con curaduría de Alejandro Tantanian, que en abril se presentó una primera aproximación -con el título Capítulo I- a la última creación del autor y director Martín Flores Cárdenas. Ahora es en la sala Sarmiento del Complejo Teatral de Buenos Aires (CTBA) donde puede verse Al oeste: capítulo I y II, una versión extendida y siempre en construcción de la anterior.

Es distinta la expectativa cuando una obra se presenta en un museo de artes visuales que auspicia la experimentación, el ensayo, la prueba, que sí sucede en un teatro público. Al oeste se hace cargo de esa presión: en la introducción, el autor escribe/dice al público (pronto explicaremos esto) que ninguna de sus últimas obras estrenadas en su Casa Teatro Estudio (Love me -escrita y dirigida con Marina Otero-, No hay banda y La fuerza de gravedad) podría hacerse en el CTBA. Pero ante la promesa de total libertad, asumida la paradoja, aceptó. “Soy libre de decir lo que quiera pero no lo digo: lo escribo”, tipea “Tato” Flores Cárdenas.

El escenario podría ser un set de filmación: gran pantalla blanca y focos sobre soportes. Al costado, una mesa con una notebook donde se ubica el autor y director después de subir desde el lado de la platea. Entonces, ya sentado como un pianista que da inicio a su ejecución, comienza a escribir la obra que leemos en la pantalla. La “obra” (entrecomillado porque el autor no dejará de preguntarse sobre esta condición) se construye de modo performativo: el autor, director y (también) actor plantea ante el público lector su búsqueda en presente absoluto. Por lo tanto, el texto puede cambiar un poco de una función a otra (no lo sustancial), cambios necesarios para mantener algo de la frescura de la improvisación que el actor Pablo Ragoni (pronto explicaremos esto) asume en escena.

Autobiográfico y ficción

Podría decirse que Al oeste es Flores Cárdenas en tanto desde el comienzo el autor nos hace saber que todo lo nombrado “soy yo”. Pero, aun así, lo autobiográfico también es ficción por lo que este autor-escribiente no deja de ser, también, un personaje, “Tato”. Esa doble faz atraviesa la obra que siempre está mirándose a sí misma, del mismo modo que el autor intenta encontrarse en trazos de su pasado. En ese sentido van sus últimas creaciones, que indagan sobre el yo poniendo en tensión el relato entre lo real y lo ficcional. Sin embargo, en cualquier caso y sea cual fuere el “cuento”, lo que importa es el procedimiento que despliega para organizarlo.

El actor Pablo Ragoni es Pablo, el actor de la obra, obediente al mandato del texto. Mira la pantalla porque es ahí donde sabrá qué tiene Tato pensado para él. Su vestuario lo acerca a un personaje del western cinematográfico, en especial del “spaghetti western”, género que hizo famoso al director italiano Sergio Leone y al músico Ennio Morricone. El tema que aparece en la obra, compuesto por Diego Vainer, suena como uno del compositor de El bueno, el malo y el feo. Las películas de vaqueros y sus bandas sonoras son un legado paterno para Flores Cárdenas y han calado hondo en su poética.

No siempre está sentado el autor. Dos instrumentos de percusión aparecen invocados: el bombo, que toca Tato, y el tambor o redoblante, en manos de Pablo. Es bella y divertida la escena en que ambos, armados con bombo y tambor, se enfrentan en duelo, con una luz roja que tiñe la pantalla donde se recortan sus sombras.

Hay un ex de Tato adolescente que reaparece en sueños bajo la forma de Pablo, hay una historia en el impenetrable chaqueño, hay qoms, represión policial; después el padre, su pasión por los western y la nunca aclarada muerte de los abuelos: un devenir entrelazado entre lo que se ignora y lo que se busca, en estos dos capítulos y el adelanto de un tercero (el tema de la escena final es de Ramiro Vergara).

Al oeste en el CTBA es una nueva cita para quienes se han acercado antes a la sala y hogar del autor en el Abasto. Pero también es una oportunidad para quienes tengan curiosidad por adentrarse en el túnel de un proceso creativo plagado de asociaciones, referencias y, sobre todo, interrogaciones. La única condición es no olvidarse los anteojos para leer de lejos. Todo lo demás es confiar en el viaje al mando de un conductor que, como los vaqueros de las películas, no se negó a explorar un territorio desconocido.

 Crítica de Al oeste, de MArtín Flores Cárdenas.  Read More