El “triángulo de hierro” se deforma al calor electoral

Caía sobre Buenos Aires una garúa tan ingrata que ni siquiera tenía el mérito de merecer un paraguas. En un café ubicado en diagonal con la Casa Rosada un funcionario del Gobierno reflexionaba sobre la curiosa paradoja que afecta a la gestión libertaria. “En general los mercados se vuelven cautelosos ante las elecciones de medio término porque no saben quién va a ganar y porque dudan sobre el rumbo que tomará el Presidente. Pero ahora todos dicen que La Libertad Avanza se encamina hacia un triunfo y no tienen dudas de los objetivos económicos que persigue Milei. Entonces, ¿por qué siguen tan temerosos?”.

En el cierre de la semana esa inquietud cobró más vigor, entre el dólar en alza, las tasas de interés volando y el riesgo país al nivel de la época del cepo. Hay razones económicas que podrían explicar esos indicadores. La salida caótica de las LEFI, la escasa acumulación de reservas, el déficit de la cuenta corriente. Pero fundamentalmente incide un factor político que está en el fondo de la incertidumbre que expresaba el funcionario: ¿tendrá Milei en la segunda mitad de su mandato la musculatura política para avanzar en su programa económico y hacer las reformas que el plan está necesitando?

Y esta parece ser la variable que el establishment económico todavía no ve despejada hacia el futuro. Aunque descuente su triunfo en las urnas, sabe que el oficialismo no tendrá mayorías propias en el Congreso y que requerirá de algún esquema consensual. Y en este sentido todas las últimas señales fueron adversas: agrietó el vínculo con los gobernadores aliados, no pudo retener a los legisladores que lo habían apoyado, mantiene una relación ambigua con Mauricio Macri y el Pro, se peleó con la vicepresidenta Victoria Villarruel, está en pie de guerra contra los gremios y desconfía de ciertos sectores empresarios.

El Presidente apuesta a un “efecto alineamiento” por el cual la mayoría de esos actores tenderían a apoyar al Gobierno una vez que obtenga lo que él imagina como un gran triunfo electoral en octubre. La prepotencia de los votos. Pero no todos en la Casa Rosada están seguros de que se avecine una victoria tan holgada como para disciplinar automáticamente al sistema político. Incluso manejan números más bien mezquinos. La última encuesta que analizaron le da a LLA 38 puntos a nivel nacional. “Si eso es así, estamos perdidos”, admitía uno de los referentes que accedió a esos datos.

Esta discusión es la que está de fondo en la agria relación que vienen sosteniendo Karina Milei, a través de los primos Menem, y Santiago Caputo, un vínculo que se agravó visiblemente en las últimas semanas. Es cierto que en la superficie el debate es por la estrategia electoral, con los primeros promoviendo la expansión libertaria en todos los distritos y el segundo planteando no competir donde se puede acordar con posibles aliados. Pero esta discusión tiene un trasfondo conceptual más profundo y que apunta a la pregunta que se hacen los mercados sobre la segunda mitad del mandato de Milei.

Caputo parte de un planteo básico según el cual al oficialismo le conviene no tensar hoy la relación con los aliados, para garantizarse su apoyo en los próximos dos años, hacer las reformas estructurales y, basados en el supuesto éxito de ese proceso, en 2027 lanzarse con todo a competir en las provincias.

Esta idea contrasta con la postura de Karina Milei y los Menem de plantearles ahora una competencia electoral a los gobernadores, bajo el presupuesto de que es el momento oportuno para la consolidación del violeta puro, lo que les permitirá después de las elecciones negociar con el resto de los actores desde una posición de mayor fortaleza.

Desde el “caputismo” se preguntan: “¿Por qué nos ayudarían los gobernadores si ya les estamos mostrando que queremos disputarles su territorio? ¿Qué incentivos tendrían? La ambición de colonizar el país en el 2025 puede hacer que resignemos el 2027, excepto que tengamos un triunfo arrollador”. El “karinismo” hace una lectura totalmente opuesta cuando señala que “el objetivo principal hoy es superar nuestra debilidad de origen y colocar incondicionales en el Congreso. No podemos acordar con radicales o macristas que después se desmarquen a la hora de votar leyes sensibles”.

Esta discrepancia conceptual es sustancial para determinar el volumen y la configuración del futuro oficialismo. La actual LLA fue el resultado de una construcción aluvional en 2023, destinada a darle sustento a la postulación de Milei.

Ahora el desafío es superior y pasa por constituir una fuerza de Gobierno capaz de avanzar con reformas profundas (laboral e impositiva, la previsional quedaría para un eventual segundo mandato), atender nuevas demandas sociales (ya no sólo inflación, sino también empleo y poder adquisitivo) y dar respuesta a viejos reclamos que quedaron obturados bajo la lógica del ajuste y que empiezan a emerger cada vez con más frecuencia (hospitales, jubilados, rutas).

Por eso el principal enemigo de Milei puede ser la inercia, esa fuerza misteriosa que afecta a muchos gobiernos que creen haber obtenido ciertos éxitos y que no identifican la necesidad de replanteos ante los cambios de demandas y desafíos.

La economía va a llegar al momento de la votación sin el impulso que en algún momento imaginó el Gobierno. Es cierto que la tendencia a la baja de la inflación parece consolidada, como quedó demostrado esta semana con un nuevo mes debajo del 2%. Pero al mismo tiempo hay síntomas de enfriamiento.

Los salarios completaron un trimestre por debajo de la inflación, con una caída del 5,4% respecto de los precios. El empleo está en retroceso, con casi 50.000 puestos menos desde que se inició el año, según datos elaborados por CEPA en base a información oficial. La mora en los préstamos familiares empezó a crecer en los últimos meses, para pasar del 3,7% al 4,5% en solo un mes, tal como consta en el último informe del Banco Central.

Un banquero de una entidad importante agrega que se incrementó fuerte la mora en tarjetas de crédito, que pasó del 1% a principios de año a más del 5% ahora. Esto, sumado al tema de las tasas de interés, hace prever una restricción en el otorgamiento de préstamos, especialmente los hipotecarios. Un anticipo de este movimiento se empezó a sentir en algunos rubros vinculados al crédito y que venían con buenas ventas pero se desplomaron en junio, como el de las motos.

Sin embargo, los estrategas del Gobierno dicen tener medido que el principal impulsor del voto a LLA “no es el resultado actual de la economía, sino el rumbo, hacia dónde vamos. Nuestro driver es el futuro, no el presente. Esa es la razón por la que es clave no obturar la posibilidad de reformas, mantener vigente las expectativas”.

La disputa metodológica entre Karina Milei y Caputo, que puede lucir etérea, tuvo en las últimas semanas traducciones muy concretas que llevaron a una deformación del “triángulo de hierro”, que hoy parece incapaz de resistir el fragor del proceso electoral.

Probablemente se trate del peor momento en la dinámica que rige en la cúpula del poder libertario, con Santiago Caputo muy enfrentado con los Menem, con Karina Milei que ya marcó con una X al influyente asesor y con el Presidente prescindente. Por primera vez empieza a hablarse en despachos lindantes al del jefe del Ejecutivo de los posibles desenlaces de estas tensiones.

En el entorno de la hermana no ocultaron su certeza de que Caputo estuvo detrás de la difusión del negocio de una empresa de los Menem con el Banco Nación, y de que es un vuelto por el escándalo del misterioso avión del empresario Leonardo Scatturice, cercano al asesor.

En el rincón de Caputo están convencidos de que Lule y Martín Menem tienen una estrategia de acumulación política destinada a quedarse con el control de LLA, aprovechando la falta de estructura propia de Karina. Las operaciones cruzadas de los últimos días no tienen antecedentes y han empezado a bordear la peligrosa línea de las acusaciones de irregularidades.

El corrimiento de Caputo de ciertos circuitos es palpable y tiene implicancias claras. Por un lado, externas. Los gobernadores y legisladores que lo tenían como interlocutor privilegiado, se dan cuenta de que ya no puede garantizar el cumplimiento de su palabra. A algunos les transmitió sus actuales limitaciones para dar curso a sus planteos.

Por otro lado, los efectos internos. Las Fuerzas del Cielo que él comanda se quedaron sin su intervención en la negociación de las listas bonaerenses (dicen que fue Ritondo quien lo mantuvo informado). Caputo se corrió y dejó que “los chicos” hablen con Milei directamente y el Gordo Dan asumió la representación. El Presidente les pidió que armen una lista de posibles postulantes, pero al final no los defendió frente a la avanzada de Parejas.

“Es una mala señal que nos dejen afuera. Nosotros fuimos los primeros militantes libertarios. Somos los que aportamos novedad al espacio con las redes sociales y la movida joven”, se reivindican. Nadie sabe cómo reaccionarán ante la frustración de haber sido los principales perdedores del armado de las listas.

No está claro todavía si la deformación del “triángulo de hierro” es definitivo o si el proceso se normalizará después de las elecciones. El consenso generalizado es que todo dependerá del resultado de octubre. Si “La Libertad arrasa”, como dice Milei, es probable que se inicie una nueva etapa en la distribución del poder, con Karina y los Menem con más atribuciones. Pero si el triunfo no es tan holgado, el Presidente volverá a requerir de las habilidades del asesor para reconstruir lazos y rearmar un esquema de gobernabilidad que le dé sustento.

Guillermo Francos y Patricia Bullrich, dos viejos lobos de la política, preocupados por estas distorsiones, empezaron a alzar la voz para hacerse escuchar internamente. Practican un delicado equilibrio porque no quieren involucrarse en la disputa superior, pero ven que el Gobierno atraviesa un momento de fragilidad. “En ambas posiciones hay un vacío de pensamiento, un punto ciego. Debemos salir de la dinámica ‘acuerdo sí, acuerdo no’”, plantean desde ese sector, donde aún lamentan la eliminación de la “mesa de los martes” que debatía las estrategias políticas. Claro, hoy sería imposible que se junten a charlar como entonces Karina, los Menem, Caputo, Francos, Bullrich y Manuel Adorni, con la presencia de Milei. Al menos sin temer daños y perjuicios.

El festival del aparato

Anoche cerraban con enorme dificultad las listas para la elección bonaerense del 7 de septiembre. Sin las PASO, la definición de las candidaturas se volvió un proceso más tortuoso de lo habitual. Pero aun así, quedaron algunos datos para resaltar.

El primero, es que la provincia de Buenos Aires se encamina hacia la elección más territorial de su historia, en la que prevalecerán los aparatos locales. El diseño de estos comicios desdoblados les otorgan un protagonismo decisivo a los intendentes, al punto de que la mayoría de los candidatos serán precisamente jefes comunales, aunque después no asuman sus bancas.

Por esa razón, la dinámica la impusieron los intendentes, los peronistas que presionaron a Axel Kicillof para desdoblar la fecha; los macristas que se abrieron de la negociación de Ritondo con Parejas; los “independientes” que decidieron hacer su juego (desde Julio Zamora y Fernando Gray, hasta los hermanos Passaglia).

En este contexto no sería extraño que los armados alternativos licúen el desempeño de los dos principales frentes electorales. Los nombres propios de los postulantes y las marcas de los partidos, esta vez pesarán menos. Las agendas de campaña estarán divididas: en el interior, girarán en torno de los temas locales; en el conurbano, se seguirán las problemáticas nacionales. No existe una realidad bonaerense.

El segundo dato es que tanta casta en acción espanta a los electores, que manifiestan un absoluto desinterés en esta convocatoria. En la Casa Rosada estiman una participación que con suerte alcance el 50% del padrón, lo cual será determinante porque aumenta el peso de los aparatos. Sería una buena noticia para el peronismo. Las noticias de estas elecciones no generan ningún interés, ni en la televisión ni en la web.

El tercer aspecto es la interna del peronismo, que está en juego de modo especial. Kicillof está conforme con haber sostenido el desdoblamiento electoral pese a las presiones y por haberle quitado la hegemonía de la lapicera a La Cámpora. El hecho de que las negociaciones se hayan hecho en La Plata es para él un triunfo simbólico. Sin embargo, es también el que más arriesga. Una derrota arruinaría su proyecto político indefectiblemente.

El kirchnerismo aceptó compartir las listas después de una orden directa de Cristina Kirchner en ese sentido. Si bien en las tratativas estuvo representada por Máximo, siguió el proceso de cerca y habló con todos los sectores. Ella se siente tributaria de la forzada confluencia, porque intuye que tampoco saldría indemne de una derrota.

A pesar de estos esfuerzos, el peronismo sigue desmembrado y los negociadores admiten que no veían la hora de que se termine el tema de las listas que los fuerza a una convivencia indeseada. “No hay que engañarse, se toleran por pragmatismo, pero sigue todo roto internamente”, admiten cerca de la mesa tripartita que comparten con el massismo.

Anoche coquetearon con una ruptura y desde el bunker de Kicillof amenazaron con apelar a listas propias si sus demandas no eran atendidas por el kirchnerismo. Así resulta difícil imaginar cómo se cohesionarán todas las partes para hacer campaña juntos. Otro desafío para el frágil esquema peronista.

El último plano a observar es la convergencia libertaria-macrista, bajo las condiciones de la Casa Rosada. Un dato es que el amarillo desapareció del mapa, no sólo porque se sometió mayoritariamente al violeta, sino porque los que no aceptaron los términos del trato se sumaron a otros emprendimientos electorales. Hay una pérdida de sentido simbólico muy nítida.

La otra consecuencia es que va a dejar muchos heridos porque las Fuerzas del Cielo quedaron relegadas y el macrismo se atomizó en un sálvese quien pueda. En definitiva, las listas no funcionaron como construcción política, que permita intuir una fuerza consolidada que en dos años desafíe al peronismo. Fueron apenas un recurso minimalista para resolver la urgencia electoral.

Caía sobre Buenos Aires una garúa tan ingrata que ni siquiera tenía el mérito de merecer un paraguas. En un café ubicado en diagonal con la Casa Rosada un funcionario del Gobierno reflexionaba sobre la curiosa paradoja que afecta a la gestión libertaria. “En general los mercados se vuelven cautelosos ante las elecciones de medio término porque no saben quién va a ganar y porque dudan sobre el rumbo que tomará el Presidente. Pero ahora todos dicen que La Libertad Avanza se encamina hacia un triunfo y no tienen dudas de los objetivos económicos que persigue Milei. Entonces, ¿por qué siguen tan temerosos?”.

En el cierre de la semana esa inquietud cobró más vigor, entre el dólar en alza, las tasas de interés volando y el riesgo país al nivel de la época del cepo. Hay razones económicas que podrían explicar esos indicadores. La salida caótica de las LEFI, la escasa acumulación de reservas, el déficit de la cuenta corriente. Pero fundamentalmente incide un factor político que está en el fondo de la incertidumbre que expresaba el funcionario: ¿tendrá Milei en la segunda mitad de su mandato la musculatura política para avanzar en su programa económico y hacer las reformas que el plan está necesitando?

Y esta parece ser la variable que el establishment económico todavía no ve despejada hacia el futuro. Aunque descuente su triunfo en las urnas, sabe que el oficialismo no tendrá mayorías propias en el Congreso y que requerirá de algún esquema consensual. Y en este sentido todas las últimas señales fueron adversas: agrietó el vínculo con los gobernadores aliados, no pudo retener a los legisladores que lo habían apoyado, mantiene una relación ambigua con Mauricio Macri y el Pro, se peleó con la vicepresidenta Victoria Villarruel, está en pie de guerra contra los gremios y desconfía de ciertos sectores empresarios.

El Presidente apuesta a un “efecto alineamiento” por el cual la mayoría de esos actores tenderían a apoyar al Gobierno una vez que obtenga lo que él imagina como un gran triunfo electoral en octubre. La prepotencia de los votos. Pero no todos en la Casa Rosada están seguros de que se avecine una victoria tan holgada como para disciplinar automáticamente al sistema político. Incluso manejan números más bien mezquinos. La última encuesta que analizaron le da a LLA 38 puntos a nivel nacional. “Si eso es así, estamos perdidos”, admitía uno de los referentes que accedió a esos datos.

Esta discusión es la que está de fondo en la agria relación que vienen sosteniendo Karina Milei, a través de los primos Menem, y Santiago Caputo, un vínculo que se agravó visiblemente en las últimas semanas. Es cierto que en la superficie el debate es por la estrategia electoral, con los primeros promoviendo la expansión libertaria en todos los distritos y el segundo planteando no competir donde se puede acordar con posibles aliados. Pero esta discusión tiene un trasfondo conceptual más profundo y que apunta a la pregunta que se hacen los mercados sobre la segunda mitad del mandato de Milei.

Caputo parte de un planteo básico según el cual al oficialismo le conviene no tensar hoy la relación con los aliados, para garantizarse su apoyo en los próximos dos años, hacer las reformas estructurales y, basados en el supuesto éxito de ese proceso, en 2027 lanzarse con todo a competir en las provincias.

Esta idea contrasta con la postura de Karina Milei y los Menem de plantearles ahora una competencia electoral a los gobernadores, bajo el presupuesto de que es el momento oportuno para la consolidación del violeta puro, lo que les permitirá después de las elecciones negociar con el resto de los actores desde una posición de mayor fortaleza.

Desde el “caputismo” se preguntan: “¿Por qué nos ayudarían los gobernadores si ya les estamos mostrando que queremos disputarles su territorio? ¿Qué incentivos tendrían? La ambición de colonizar el país en el 2025 puede hacer que resignemos el 2027, excepto que tengamos un triunfo arrollador”. El “karinismo” hace una lectura totalmente opuesta cuando señala que “el objetivo principal hoy es superar nuestra debilidad de origen y colocar incondicionales en el Congreso. No podemos acordar con radicales o macristas que después se desmarquen a la hora de votar leyes sensibles”.

Esta discrepancia conceptual es sustancial para determinar el volumen y la configuración del futuro oficialismo. La actual LLA fue el resultado de una construcción aluvional en 2023, destinada a darle sustento a la postulación de Milei.

Ahora el desafío es superior y pasa por constituir una fuerza de Gobierno capaz de avanzar con reformas profundas (laboral e impositiva, la previsional quedaría para un eventual segundo mandato), atender nuevas demandas sociales (ya no sólo inflación, sino también empleo y poder adquisitivo) y dar respuesta a viejos reclamos que quedaron obturados bajo la lógica del ajuste y que empiezan a emerger cada vez con más frecuencia (hospitales, jubilados, rutas).

Por eso el principal enemigo de Milei puede ser la inercia, esa fuerza misteriosa que afecta a muchos gobiernos que creen haber obtenido ciertos éxitos y que no identifican la necesidad de replanteos ante los cambios de demandas y desafíos.

La economía va a llegar al momento de la votación sin el impulso que en algún momento imaginó el Gobierno. Es cierto que la tendencia a la baja de la inflación parece consolidada, como quedó demostrado esta semana con un nuevo mes debajo del 2%. Pero al mismo tiempo hay síntomas de enfriamiento.

Los salarios completaron un trimestre por debajo de la inflación, con una caída del 5,4% respecto de los precios. El empleo está en retroceso, con casi 50.000 puestos menos desde que se inició el año, según datos elaborados por CEPA en base a información oficial. La mora en los préstamos familiares empezó a crecer en los últimos meses, para pasar del 3,7% al 4,5% en solo un mes, tal como consta en el último informe del Banco Central.

Un banquero de una entidad importante agrega que se incrementó fuerte la mora en tarjetas de crédito, que pasó del 1% a principios de año a más del 5% ahora. Esto, sumado al tema de las tasas de interés, hace prever una restricción en el otorgamiento de préstamos, especialmente los hipotecarios. Un anticipo de este movimiento se empezó a sentir en algunos rubros vinculados al crédito y que venían con buenas ventas pero se desplomaron en junio, como el de las motos.

Sin embargo, los estrategas del Gobierno dicen tener medido que el principal impulsor del voto a LLA “no es el resultado actual de la economía, sino el rumbo, hacia dónde vamos. Nuestro driver es el futuro, no el presente. Esa es la razón por la que es clave no obturar la posibilidad de reformas, mantener vigente las expectativas”.

La disputa metodológica entre Karina Milei y Caputo, que puede lucir etérea, tuvo en las últimas semanas traducciones muy concretas que llevaron a una deformación del “triángulo de hierro”, que hoy parece incapaz de resistir el fragor del proceso electoral.

Probablemente se trate del peor momento en la dinámica que rige en la cúpula del poder libertario, con Santiago Caputo muy enfrentado con los Menem, con Karina Milei que ya marcó con una X al influyente asesor y con el Presidente prescindente. Por primera vez empieza a hablarse en despachos lindantes al del jefe del Ejecutivo de los posibles desenlaces de estas tensiones.

En el entorno de la hermana no ocultaron su certeza de que Caputo estuvo detrás de la difusión del negocio de una empresa de los Menem con el Banco Nación, y de que es un vuelto por el escándalo del misterioso avión del empresario Leonardo Scatturice, cercano al asesor.

En el rincón de Caputo están convencidos de que Lule y Martín Menem tienen una estrategia de acumulación política destinada a quedarse con el control de LLA, aprovechando la falta de estructura propia de Karina. Las operaciones cruzadas de los últimos días no tienen antecedentes y han empezado a bordear la peligrosa línea de las acusaciones de irregularidades.

El corrimiento de Caputo de ciertos circuitos es palpable y tiene implicancias claras. Por un lado, externas. Los gobernadores y legisladores que lo tenían como interlocutor privilegiado, se dan cuenta de que ya no puede garantizar el cumplimiento de su palabra. A algunos les transmitió sus actuales limitaciones para dar curso a sus planteos.

Por otro lado, los efectos internos. Las Fuerzas del Cielo que él comanda se quedaron sin su intervención en la negociación de las listas bonaerenses (dicen que fue Ritondo quien lo mantuvo informado). Caputo se corrió y dejó que “los chicos” hablen con Milei directamente y el Gordo Dan asumió la representación. El Presidente les pidió que armen una lista de posibles postulantes, pero al final no los defendió frente a la avanzada de Parejas.

“Es una mala señal que nos dejen afuera. Nosotros fuimos los primeros militantes libertarios. Somos los que aportamos novedad al espacio con las redes sociales y la movida joven”, se reivindican. Nadie sabe cómo reaccionarán ante la frustración de haber sido los principales perdedores del armado de las listas.

No está claro todavía si la deformación del “triángulo de hierro” es definitivo o si el proceso se normalizará después de las elecciones. El consenso generalizado es que todo dependerá del resultado de octubre. Si “La Libertad arrasa”, como dice Milei, es probable que se inicie una nueva etapa en la distribución del poder, con Karina y los Menem con más atribuciones. Pero si el triunfo no es tan holgado, el Presidente volverá a requerir de las habilidades del asesor para reconstruir lazos y rearmar un esquema de gobernabilidad que le dé sustento.

Guillermo Francos y Patricia Bullrich, dos viejos lobos de la política, preocupados por estas distorsiones, empezaron a alzar la voz para hacerse escuchar internamente. Practican un delicado equilibrio porque no quieren involucrarse en la disputa superior, pero ven que el Gobierno atraviesa un momento de fragilidad. “En ambas posiciones hay un vacío de pensamiento, un punto ciego. Debemos salir de la dinámica ‘acuerdo sí, acuerdo no’”, plantean desde ese sector, donde aún lamentan la eliminación de la “mesa de los martes” que debatía las estrategias políticas. Claro, hoy sería imposible que se junten a charlar como entonces Karina, los Menem, Caputo, Francos, Bullrich y Manuel Adorni, con la presencia de Milei. Al menos sin temer daños y perjuicios.

El festival del aparato

Anoche cerraban con enorme dificultad las listas para la elección bonaerense del 7 de septiembre. Sin las PASO, la definición de las candidaturas se volvió un proceso más tortuoso de lo habitual. Pero aun así, quedaron algunos datos para resaltar.

El primero, es que la provincia de Buenos Aires se encamina hacia la elección más territorial de su historia, en la que prevalecerán los aparatos locales. El diseño de estos comicios desdoblados les otorgan un protagonismo decisivo a los intendentes, al punto de que la mayoría de los candidatos serán precisamente jefes comunales, aunque después no asuman sus bancas.

Por esa razón, la dinámica la impusieron los intendentes, los peronistas que presionaron a Axel Kicillof para desdoblar la fecha; los macristas que se abrieron de la negociación de Ritondo con Parejas; los “independientes” que decidieron hacer su juego (desde Julio Zamora y Fernando Gray, hasta los hermanos Passaglia).

En este contexto no sería extraño que los armados alternativos licúen el desempeño de los dos principales frentes electorales. Los nombres propios de los postulantes y las marcas de los partidos, esta vez pesarán menos. Las agendas de campaña estarán divididas: en el interior, girarán en torno de los temas locales; en el conurbano, se seguirán las problemáticas nacionales. No existe una realidad bonaerense.

El segundo dato es que tanta casta en acción espanta a los electores, que manifiestan un absoluto desinterés en esta convocatoria. En la Casa Rosada estiman una participación que con suerte alcance el 50% del padrón, lo cual será determinante porque aumenta el peso de los aparatos. Sería una buena noticia para el peronismo. Las noticias de estas elecciones no generan ningún interés, ni en la televisión ni en la web.

El tercer aspecto es la interna del peronismo, que está en juego de modo especial. Kicillof está conforme con haber sostenido el desdoblamiento electoral pese a las presiones y por haberle quitado la hegemonía de la lapicera a La Cámpora. El hecho de que las negociaciones se hayan hecho en La Plata es para él un triunfo simbólico. Sin embargo, es también el que más arriesga. Una derrota arruinaría su proyecto político indefectiblemente.

El kirchnerismo aceptó compartir las listas después de una orden directa de Cristina Kirchner en ese sentido. Si bien en las tratativas estuvo representada por Máximo, siguió el proceso de cerca y habló con todos los sectores. Ella se siente tributaria de la forzada confluencia, porque intuye que tampoco saldría indemne de una derrota.

A pesar de estos esfuerzos, el peronismo sigue desmembrado y los negociadores admiten que no veían la hora de que se termine el tema de las listas que los fuerza a una convivencia indeseada. “No hay que engañarse, se toleran por pragmatismo, pero sigue todo roto internamente”, admiten cerca de la mesa tripartita que comparten con el massismo.

Anoche coquetearon con una ruptura y desde el bunker de Kicillof amenazaron con apelar a listas propias si sus demandas no eran atendidas por el kirchnerismo. Así resulta difícil imaginar cómo se cohesionarán todas las partes para hacer campaña juntos. Otro desafío para el frágil esquema peronista.

El último plano a observar es la convergencia libertaria-macrista, bajo las condiciones de la Casa Rosada. Un dato es que el amarillo desapareció del mapa, no sólo porque se sometió mayoritariamente al violeta, sino porque los que no aceptaron los términos del trato se sumaron a otros emprendimientos electorales. Hay una pérdida de sentido simbólico muy nítida.

La otra consecuencia es que va a dejar muchos heridos porque las Fuerzas del Cielo quedaron relegadas y el macrismo se atomizó en un sálvese quien pueda. En definitiva, las listas no funcionaron como construcción política, que permita intuir una fuerza consolidada que en dos años desafíe al peronismo. Fueron apenas un recurso minimalista para resolver la urgencia electoral.

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