La niña no quería bajarse del pony. Detrás, su madre repetía sin éxito: “¡Dale, bajate ya, hay más cosas para ver!”. Ese tipo de escenas se vio, este sábado, en pleno comienzo de las vacaciones de invierno, en la 137° edición de la Exposición Rural de Palermo. Una muestra que fue invadida por familias con chicos.
Antes del mediodía, la fila para ingresar sobre la avenida Sarmiento 2704 ya doblaba la esquina, al igual que la de autos: todo estaba lleno.
Adentro, los caminos de tierra húmeda enlazaban pabellones, corrales y puestos de comida. Una pareja con dos hijos caminaba mirando para todos lados. Un chico de unos siete años se apuraba para llegar primero al corral de los terneros, donde otros niños ya se agachaban para tocarlos a través de la reja. La madre lo llamó sin levantar la voz. El padre sacaba fotos con el celular en una mano y con la otra sostenía el mate.
Una niña de cuatro años acariciaba un conejo blanco, mientras le preguntaba a una cuidadora del stand si “ese dormía en su casa o en una jaula”. La mujer le respondió: “Tiene su casita”. Más allá, un grupo de chicos hacían fila para ingresar al sector de los bovinos. Un adolescente se detuvo frente a un cartel que explicaba las distintas razas. Leía en voz alta, mientras su hermana lo filmaba con el celular.
Frente a la pista central, un presentador anunciaba el inicio de un desfile de caballos. En las gradas, familias enteras observaban. Una mujer acomodaba a su bebé dormido sobre un fardo de paja. Tenía un chupete, una boina, bombacha de campo y una camisa diminuta con botones: “Soy del campo, nací con todo esto. Vine con él porque me parecía una linda forma de empezar a mostrarle algo que es parte de mí. Es chiquito, pero algo le va a quedar. Miralo, es todo un gaucho”.
Al mediodía, el predio ya estaba lleno. Las familias avanzaban lento por los pasillos. La zona gastronómica, en torno al Restaurante Central y los food trucks laterales, era el epicentro. Una humareda blanquecina subía entre la gente.
Las filas para comprar comida crecían minuto a minuto. Choripanes, bondiola al pan, vacío, hamburguesas, empanadas regionales y pastelitos de batata era la oferta. Algunos se acercaban, elegían, pagaban y se alejaban con una bandeja. Otros se quedaban en la zona, comiendo parados, con los pies separados y el cuerpo encorvado. No quedaba ningún espacio libre. Los bancos de madera, los bordes de los canteros y los fardos estaban ocupados.
Un paseo clásico
“Siempre hacemos esto en vacaciones. Es nuestro paseo clásico. No nos vamos a ningún lado, pero venimos acá, comemos, caminamos y los chicos se van contentos”, señaló Analía Urquiza, de José C. Paz, mientras su esposo buscaba dónde apoyar una bandeja con dos sándwiches. “A veces comemos en el piso, a veces conseguimos un rincón. Hoy está a full”.
“Mis hijos aman este tipo de eventos. Somos de Núñez. Durante el año están muy pendientes de la tecnología, así que es raro que tengan contacto con animales. Esta es la oportunidad de traerlos un poco al campo, sin salir de la ciudad. Venimos todos los años, siempre en vacaciones”, contó Diego Mercado.
El ruido era constante: los pasos, las conversaciones, las bandejas chocando, los nombres gritados y las órdenes dichas en voz alta.
Pasado el mediodía, en el pabellón donde estaban los caballos, las selfies eran parte del recorrido. Visitantes de todas las edades alzaban los celulares entre los barrotes. Algunos se inclinaban hacia los animales para entrar en el encuadre. Otros sostenían a sus hijos en brazos para acercarlos apenas. La mayoría solo buscaba una imagen.
Una niña de dos años, subida a upa, estiró la mano. Al principio no se animaba a tocar a un caballo, pero al final, sí. Una caricia corta, con la palma abierta. El animal no se movió. Su madre, Florencia Serbini, que había venido desde Temperley con sus dos hijas, le explicó que no pasaba nada, que estaban ahí para eso: “Cuando era chica tenía un caballo. Mis hijas no conocen nada de ese mundo. No sabíamos qué hacer en vacaciones y dije: ‘vamos, que les van a gustar’. Así también ven un poco de lo que fue mi infancia”.
En uno de los corrales de las vacas, un cartel escrito con marcador negro avisaba que esa mañana había nacido una ternerita. No se veía, pero varios visitantes se detenían a leer la hoja, pegada con cinta al costado del alambrado. Algunos comentaban en voz baja. Una mujer le explicaba a su hija que las vacas también paren. Un hombre murmuraba que nunca había sabido que eso podía pasar en plena exposición. Un chico preguntaba si podía ver dónde dormía la cría.
En el sector de actividades lúdicas, las marcas también tenían su espacio. Entre puestos de comida, automotrices e indumentaria, se abrían pequeñas zonas para jugar. A pocos metros, un espacio servía como circuito para camionetas de juguete. Una pista hecha con troncos y miniarcos tenía dos vehículos con control remoto que cruzaban obstáculos, pasaban por puentes y sorteaban banderines. Un chico de tres años caminaba entre ellos con pasos cortos, guiado por su madre. El padre lo esperaba del otro lado. “¡Pará, que te estoy filmando!”, le decía mientras sostenía el celular a la altura del pecho. “Nosotros venimos de La Plata y esto es genial”, comentó.
Maquinarias
En la pista de maquinaria, las demostraciones siguieron durante la tarde. Tractores con ruedas cubiertas de barro giraban por el terreno delimitado con banderines. Retroexcavadoras avanzaban y retrocedían. Algunos chicos las seguían con la mirada desde el alambrado. Una pareja se subió a una de ellas. Él dijo: “Tenía prejuicios sobre esta feria. Es la primera vez que vengo. Vinimos con mi mujer, nunca habíamos venido, y yo le dije: ‘¿te parece? Debe ser para chicos’. Y me encontré subiendo a una máquina gigante. Soy como un nene”, se río, mientras lo contaba.
Dentro de los pabellones, además de los animales y los puestos de venta, también había camiones. Estaban con las puertas abiertas para que los visitantes pudieran subir. Algunos tenían escalones. Otros, rampas. En uno de ellos, un niño de seis años trepó de la mano de su padre. Apenas pisó la cabina, miró a su alrededor y exclamó: “¡Es un monstruo!”. El papá sonrió sin decir nada. El chico giró hacia él y, todavía agitado, agregó: “Nunca vi uno así. Es como un camión de película, ¿lo podemos comprar?”. El padre se rió y explicó: “El plan ideal para los chicos. Nosotros venimos de La Plata, y esto es genial para mantenerlos ocupados”.
En otro sector del predio, La Huerta de La Rural, ofrecía algo distinto: cajones con tierra suelta, semillas, compost, lombrices, regaderas y maderas con nombres de verduras escritos a mano. A diferencia de otras zonas colmadas de movimiento, allí el ambiente era más calmo. Algunos chicos usaban guantes para tocar la tierra; otros, simplemente metían las manos sin dudar.
La 137° edición de la Exposición Rural de Palermo se extenderá hasta el 27 próximo. Funciona todos los días de 9 a 20 y reúne a más de 400 expositores, 4000 animales, maquinaria, productos regionales, espacios de recreación, gastronomía y espectáculos diarios en la pista. Un plan que, para muchas familias, se repite cada invierno. “Siempre digo que acá los chicos de ciudad pueden tocar el campo”, resumió un abuelo, mientras caminaba con su nieto por los pasillos.
La niña no quería bajarse del pony. Detrás, su madre repetía sin éxito: “¡Dale, bajate ya, hay más cosas para ver!”. Ese tipo de escenas se vio, este sábado, en pleno comienzo de las vacaciones de invierno, en la 137° edición de la Exposición Rural de Palermo. Una muestra que fue invadida por familias con chicos.
Antes del mediodía, la fila para ingresar sobre la avenida Sarmiento 2704 ya doblaba la esquina, al igual que la de autos: todo estaba lleno.
Adentro, los caminos de tierra húmeda enlazaban pabellones, corrales y puestos de comida. Una pareja con dos hijos caminaba mirando para todos lados. Un chico de unos siete años se apuraba para llegar primero al corral de los terneros, donde otros niños ya se agachaban para tocarlos a través de la reja. La madre lo llamó sin levantar la voz. El padre sacaba fotos con el celular en una mano y con la otra sostenía el mate.
Una niña de cuatro años acariciaba un conejo blanco, mientras le preguntaba a una cuidadora del stand si “ese dormía en su casa o en una jaula”. La mujer le respondió: “Tiene su casita”. Más allá, un grupo de chicos hacían fila para ingresar al sector de los bovinos. Un adolescente se detuvo frente a un cartel que explicaba las distintas razas. Leía en voz alta, mientras su hermana lo filmaba con el celular.
Frente a la pista central, un presentador anunciaba el inicio de un desfile de caballos. En las gradas, familias enteras observaban. Una mujer acomodaba a su bebé dormido sobre un fardo de paja. Tenía un chupete, una boina, bombacha de campo y una camisa diminuta con botones: “Soy del campo, nací con todo esto. Vine con él porque me parecía una linda forma de empezar a mostrarle algo que es parte de mí. Es chiquito, pero algo le va a quedar. Miralo, es todo un gaucho”.
Al mediodía, el predio ya estaba lleno. Las familias avanzaban lento por los pasillos. La zona gastronómica, en torno al Restaurante Central y los food trucks laterales, era el epicentro. Una humareda blanquecina subía entre la gente.
Las filas para comprar comida crecían minuto a minuto. Choripanes, bondiola al pan, vacío, hamburguesas, empanadas regionales y pastelitos de batata era la oferta. Algunos se acercaban, elegían, pagaban y se alejaban con una bandeja. Otros se quedaban en la zona, comiendo parados, con los pies separados y el cuerpo encorvado. No quedaba ningún espacio libre. Los bancos de madera, los bordes de los canteros y los fardos estaban ocupados.
Un paseo clásico
“Siempre hacemos esto en vacaciones. Es nuestro paseo clásico. No nos vamos a ningún lado, pero venimos acá, comemos, caminamos y los chicos se van contentos”, señaló Analía Urquiza, de José C. Paz, mientras su esposo buscaba dónde apoyar una bandeja con dos sándwiches. “A veces comemos en el piso, a veces conseguimos un rincón. Hoy está a full”.
“Mis hijos aman este tipo de eventos. Somos de Núñez. Durante el año están muy pendientes de la tecnología, así que es raro que tengan contacto con animales. Esta es la oportunidad de traerlos un poco al campo, sin salir de la ciudad. Venimos todos los años, siempre en vacaciones”, contó Diego Mercado.
El ruido era constante: los pasos, las conversaciones, las bandejas chocando, los nombres gritados y las órdenes dichas en voz alta.
Pasado el mediodía, en el pabellón donde estaban los caballos, las selfies eran parte del recorrido. Visitantes de todas las edades alzaban los celulares entre los barrotes. Algunos se inclinaban hacia los animales para entrar en el encuadre. Otros sostenían a sus hijos en brazos para acercarlos apenas. La mayoría solo buscaba una imagen.
Una niña de dos años, subida a upa, estiró la mano. Al principio no se animaba a tocar a un caballo, pero al final, sí. Una caricia corta, con la palma abierta. El animal no se movió. Su madre, Florencia Serbini, que había venido desde Temperley con sus dos hijas, le explicó que no pasaba nada, que estaban ahí para eso: “Cuando era chica tenía un caballo. Mis hijas no conocen nada de ese mundo. No sabíamos qué hacer en vacaciones y dije: ‘vamos, que les van a gustar’. Así también ven un poco de lo que fue mi infancia”.
En uno de los corrales de las vacas, un cartel escrito con marcador negro avisaba que esa mañana había nacido una ternerita. No se veía, pero varios visitantes se detenían a leer la hoja, pegada con cinta al costado del alambrado. Algunos comentaban en voz baja. Una mujer le explicaba a su hija que las vacas también paren. Un hombre murmuraba que nunca había sabido que eso podía pasar en plena exposición. Un chico preguntaba si podía ver dónde dormía la cría.
En el sector de actividades lúdicas, las marcas también tenían su espacio. Entre puestos de comida, automotrices e indumentaria, se abrían pequeñas zonas para jugar. A pocos metros, un espacio servía como circuito para camionetas de juguete. Una pista hecha con troncos y miniarcos tenía dos vehículos con control remoto que cruzaban obstáculos, pasaban por puentes y sorteaban banderines. Un chico de tres años caminaba entre ellos con pasos cortos, guiado por su madre. El padre lo esperaba del otro lado. “¡Pará, que te estoy filmando!”, le decía mientras sostenía el celular a la altura del pecho. “Nosotros venimos de La Plata y esto es genial”, comentó.
Maquinarias
En la pista de maquinaria, las demostraciones siguieron durante la tarde. Tractores con ruedas cubiertas de barro giraban por el terreno delimitado con banderines. Retroexcavadoras avanzaban y retrocedían. Algunos chicos las seguían con la mirada desde el alambrado. Una pareja se subió a una de ellas. Él dijo: “Tenía prejuicios sobre esta feria. Es la primera vez que vengo. Vinimos con mi mujer, nunca habíamos venido, y yo le dije: ‘¿te parece? Debe ser para chicos’. Y me encontré subiendo a una máquina gigante. Soy como un nene”, se río, mientras lo contaba.
Dentro de los pabellones, además de los animales y los puestos de venta, también había camiones. Estaban con las puertas abiertas para que los visitantes pudieran subir. Algunos tenían escalones. Otros, rampas. En uno de ellos, un niño de seis años trepó de la mano de su padre. Apenas pisó la cabina, miró a su alrededor y exclamó: “¡Es un monstruo!”. El papá sonrió sin decir nada. El chico giró hacia él y, todavía agitado, agregó: “Nunca vi uno así. Es como un camión de película, ¿lo podemos comprar?”. El padre se rió y explicó: “El plan ideal para los chicos. Nosotros venimos de La Plata, y esto es genial para mantenerlos ocupados”.
En otro sector del predio, La Huerta de La Rural, ofrecía algo distinto: cajones con tierra suelta, semillas, compost, lombrices, regaderas y maderas con nombres de verduras escritos a mano. A diferencia de otras zonas colmadas de movimiento, allí el ambiente era más calmo. Algunos chicos usaban guantes para tocar la tierra; otros, simplemente metían las manos sin dudar.
La 137° edición de la Exposición Rural de Palermo se extenderá hasta el 27 próximo. Funciona todos los días de 9 a 20 y reúne a más de 400 expositores, 4000 animales, maquinaria, productos regionales, espacios de recreación, gastronomía y espectáculos diarios en la pista. Un plan que, para muchas familias, se repite cada invierno. “Siempre digo que acá los chicos de ciudad pueden tocar el campo”, resumió un abuelo, mientras caminaba con su nieto por los pasillos.
El predio estuvo repleto de niños y adolescentes que disfrutaron desde los stands de las provincias hasta de la zona gastronómica; las maquinarias, uno de los atractivos Read More