PARÍS.– Las imágenes que inmortalizaron el momento son aterradoras. El miércoles por la noche, Rusia bombardeó la ciudad ucraniana de Dnipro con lo que todos creyeron ser un misil balístico intercontinental (ICBM), antes de que Vladimir Putin reivindicara la utilización de “un nuevo misil balístico de alcance intermedio”: un mensaje político del autócrata del Kremlin, que representa un paso más en su peligrosa gesticulación guerrera contra Occidente.
Una tremenda explosión despertó al millón de habitantes de la ciudad industrial de Dnipro, en el centro-este de Ucrania, en la noche del miércoles al jueves. El meteoro caído del cielo no solo dilató el aire, sino que provocó una gigantesca nube en forma de hongo, horrendo recordatorio de lo sucedido en las ciudades japonesas en 1945.
Ataque de Rusia
Algo espantoso se había producido. Un hecho único en Ucrania desde que comenzó la guerra el 24 de febrero de 2022. La única certeza en ese momento fue que el Ejército ruso había lanzado contra Dnipro un proyectil de potencia desconocida.
Pocas horas después, fue el mismo Putin quien, en una alocución destinada a intensificar su confrontación con Occidente, afirmó entre otras amenazas, que Moscú había lanzado “un nuevo misil balístico de alcance intermedio (IRBM) en Ucrania”, sin carga nuclear, “en respuesta a la reciente utilización por ese país de armas norteamericanas y británicas para atacar más en profundidad” el territorio ruso.
“Nuestros ingenieros lo llamaron Orechnik (”avellano” en español)”, explicó.
Misil balístico intercontinental o misil balístico de alcance intermedio… las diferencias semánticas están lejos de ser anecdóticas entre Occidente y Rusia, sobre todo en el actual contexto de escalada, y después que norteamericanos y británicos autorizaron esta semana a los ucranianos a lanzar misiles Atacms y Strom Shadow contra territorio ruso. Moscú prometió una “respuesta apropiada”: eso fue el ataque contra Dnipro.
En todo caso, no es para nada lo mismo un misil “intercontinental” y otro de “alcance intermedio”. Durante la Guerra Fría, los Estados dotados del arma nuclear tuvieron que desarrollar armas capaces de alcanzar el territorio del adversario, y los misiles intercontinentales —de un alcance de más de 5500 kilómetros— fueron los que consiguieron asegurar esa misión tanto para Estados Unidos como para la ex URSS. Pero, desde entonces, ningún misil intercontinental fue utilizado en combate, porque ese vector, lanzado desde submarinos o bombarderos estratégicos, representa la piedra angular de la disuasión nuclear.
El misil IRBM —de un alcance de hasta 5000 kilómetros— lanzado contra Dnipro también es una première, que puede ser interpretada como una anteúltima etapa hasta alcanzar los 5500 kilómetros y porque jamás un misil de alcance intermedio había sido utilizado en el campo de batalla. Sutil mensaje implícito por parte del Kremlin: si bien en este caso el misil no llevaba ninguna carga, bien podría haber estado dotado de una cabeza nuclear.
En la misma intervención televisada, Putin lanzó una nueva e inquietante amenaza contra los aliados occidentales de Ucrania, al afirmar que “el conflicto provocado por Occidente en Ucrania presenta los elementos de un [conflicto] de carácter mundial” y reiterar que, “en caso de escalada de las acciones agresivas”, Moscú respondería “de la misma forma”.
Para los expertos, si bien la situación actual no puede ser tomada a la ligera, nada indica que Moscú esté dispuesto a dar el paso fatal que todos temen: un ataque nuclear.
“Como es habitual en él, y tratándose de una nueva operación de propaganda a menos de 60 días de la asunción del futuro presidente de Estados Unidos [Donald Trump], Putin fingió ignorar que el mundo ya está sumergido en una guerra global que él mismo provocó. Rusia ataca a Ucrania con la participación de China, de Irán y de Corea del Norte, cuyas tropas se encuentran ya en territorio europeo. Sin contar con la intensa guerra cibernética que libra Moscú contra todos los países occidentales desde la invasión de Ucrania”, analiza el coronel de reserva Pierre Servent, experto en estrategia militar.
A su juicio, la coincidencia entre el ataque contra Dnipro con el nuevo misil Orechnik —cuya fabricación masiva ordenó Putin este viernes—, su declaración sobre la “guerra mundial” y la firma, el martes, de la entrada en vigor de la nueva doctrina nuclear rusa, representan una “formidable campaña de propaganda destinada a las opiniones públicas mundiales y a su propia población a menos de 60 días de la llegada del nuevo presidente norteamericano a la Casa Blanca”.
En todo caso, la lectura de esa nueva doctrina alcanza para provocar escalofríos.
“La reforma de la nueva doctrina nuclear de Rusia excluye la posibilidad de que su Ejército pueda ser derrotado en el campo de batalla”, afirma el documento. El propósito no puede ser anodino, porque el autor no es otro que el director de los servicios de inteligencia exterior rusos (SVR), Serguei Narichkine. En claro, según esa declaración que se dirige a los occidentales, sería inútil tratar de vencer a las Fuerzas Armadas rusas en el terreno, pues la opción nuclear es realista. Y ese es parte del mensaje que quiso pasar este jueves Putin al firmar el decreto de reactualización de la doctrina nuclear rusa, adoptada en 2020.
Efecto esperado
Los estrategas en geopolítica lo saben bien: la disuasión es a la vez una cuestión de ambigüedad (sobre la activación del fuego nuclear) y de comunicación. Cada uno de esos expertos, civiles y militares, nunca olvidan señalar la alarma planetaria provocada cada vez que se pronuncia la palabra “nuclear”. Y Putin no duda un segundo en evocarla regularmente, obteniendo cada vez el efecto esperado. El martes pasado, tras la firma del decreto presidencial, la onda de choque se extendió de la cumbre del G-20 en Río de Janeiro hasta Pekín, donde el régimen chino, siempre sensible a las iniciativas de su vecino en materia nuclear, exhortó a la “calma” y la mesura.
“El efecto de deflagración buscado por Rusia responde menos al fondo, ya que la nueva doctrina nuclear rusa no es revolucionaria con respecto a la precedente, sino al momento escogido”, analiza Sergueï Jirnov, exoficial de la KGB que pasó al Oeste, especialista de Rusia.
Al tratar de reinstalar la ambigüedad en la disuasión, Putin estaría buscando desalentar los esfuerzos occidentales de apoyo a Ucrania. Aprovechando su avance militar —extremadamente caro— en el terreno, el jefe del Kremlin querría aprovechar el “entre-dos estratégico” entre la administración de Joe Biden que deja la escena y la llegada de Trump, presuntamente más comprensible.
“Putin anticipa eventuales iniciativas de paz por parte de Trump […] y busca colocar a Occidente ante decisiones radicales: ‘si quieren una guerra nuclear, la tendrán’ o ‘pongamos fin a esta guerra en las condiciones que Rusia establece’”, estima Tatiana Stanovaä, investigadora de la Fundación Carnegie.
En la red social X, el ex general mayor del Ejército estadounidense e investigador en el Lowy Institute, Mick Ryan, coincide con Pierre Servent en que la suma de episodios protagonizados por Putin en menos de 24 horas —la advertencia de que la guerra se ha convertido en “mundial”, la firma de la nueva doctrina nuclear rusa y el disparo de misil contra Dnipro— puede ser calificada de “nueva gesticulación política”.
“Se trata de un ataque político y no militar”, afirma Ryan. A su juicio, con sus amenazas y gesticulaciones “Putin no se dirige solo a Washington”.
“Utilizó un arma de unos 5000 kilómetros de alcance, que podría ser utilizada contra cualquier blanco en Europa y el Reino Unido. Se trata de un mensaje para Europa, no solo por su apoyo a Ucrania, sino de la capacidad y la voluntad de Rusia de influenciar la política de defensa y seguridad mucho más allá de Ucrania”, explica.
PARÍS.– Las imágenes que inmortalizaron el momento son aterradoras. El miércoles por la noche, Rusia bombardeó la ciudad ucraniana de Dnipro con lo que todos creyeron ser un misil balístico intercontinental (ICBM), antes de que Vladimir Putin reivindicara la utilización de “un nuevo misil balístico de alcance intermedio”: un mensaje político del autócrata del Kremlin, que representa un paso más en su peligrosa gesticulación guerrera contra Occidente.
Una tremenda explosión despertó al millón de habitantes de la ciudad industrial de Dnipro, en el centro-este de Ucrania, en la noche del miércoles al jueves. El meteoro caído del cielo no solo dilató el aire, sino que provocó una gigantesca nube en forma de hongo, horrendo recordatorio de lo sucedido en las ciudades japonesas en 1945.
Ataque de Rusia
Algo espantoso se había producido. Un hecho único en Ucrania desde que comenzó la guerra el 24 de febrero de 2022. La única certeza en ese momento fue que el Ejército ruso había lanzado contra Dnipro un proyectil de potencia desconocida.
Pocas horas después, fue el mismo Putin quien, en una alocución destinada a intensificar su confrontación con Occidente, afirmó entre otras amenazas, que Moscú había lanzado “un nuevo misil balístico de alcance intermedio (IRBM) en Ucrania”, sin carga nuclear, “en respuesta a la reciente utilización por ese país de armas norteamericanas y británicas para atacar más en profundidad” el territorio ruso.
“Nuestros ingenieros lo llamaron Orechnik (”avellano” en español)”, explicó.
Misil balístico intercontinental o misil balístico de alcance intermedio… las diferencias semánticas están lejos de ser anecdóticas entre Occidente y Rusia, sobre todo en el actual contexto de escalada, y después que norteamericanos y británicos autorizaron esta semana a los ucranianos a lanzar misiles Atacms y Strom Shadow contra territorio ruso. Moscú prometió una “respuesta apropiada”: eso fue el ataque contra Dnipro.
En todo caso, no es para nada lo mismo un misil “intercontinental” y otro de “alcance intermedio”. Durante la Guerra Fría, los Estados dotados del arma nuclear tuvieron que desarrollar armas capaces de alcanzar el territorio del adversario, y los misiles intercontinentales —de un alcance de más de 5500 kilómetros— fueron los que consiguieron asegurar esa misión tanto para Estados Unidos como para la ex URSS. Pero, desde entonces, ningún misil intercontinental fue utilizado en combate, porque ese vector, lanzado desde submarinos o bombarderos estratégicos, representa la piedra angular de la disuasión nuclear.
El misil IRBM —de un alcance de hasta 5000 kilómetros— lanzado contra Dnipro también es una première, que puede ser interpretada como una anteúltima etapa hasta alcanzar los 5500 kilómetros y porque jamás un misil de alcance intermedio había sido utilizado en el campo de batalla. Sutil mensaje implícito por parte del Kremlin: si bien en este caso el misil no llevaba ninguna carga, bien podría haber estado dotado de una cabeza nuclear.
En la misma intervención televisada, Putin lanzó una nueva e inquietante amenaza contra los aliados occidentales de Ucrania, al afirmar que “el conflicto provocado por Occidente en Ucrania presenta los elementos de un [conflicto] de carácter mundial” y reiterar que, “en caso de escalada de las acciones agresivas”, Moscú respondería “de la misma forma”.
Para los expertos, si bien la situación actual no puede ser tomada a la ligera, nada indica que Moscú esté dispuesto a dar el paso fatal que todos temen: un ataque nuclear.
“Como es habitual en él, y tratándose de una nueva operación de propaganda a menos de 60 días de la asunción del futuro presidente de Estados Unidos [Donald Trump], Putin fingió ignorar que el mundo ya está sumergido en una guerra global que él mismo provocó. Rusia ataca a Ucrania con la participación de China, de Irán y de Corea del Norte, cuyas tropas se encuentran ya en territorio europeo. Sin contar con la intensa guerra cibernética que libra Moscú contra todos los países occidentales desde la invasión de Ucrania”, analiza el coronel de reserva Pierre Servent, experto en estrategia militar.
A su juicio, la coincidencia entre el ataque contra Dnipro con el nuevo misil Orechnik —cuya fabricación masiva ordenó Putin este viernes—, su declaración sobre la “guerra mundial” y la firma, el martes, de la entrada en vigor de la nueva doctrina nuclear rusa, representan una “formidable campaña de propaganda destinada a las opiniones públicas mundiales y a su propia población a menos de 60 días de la llegada del nuevo presidente norteamericano a la Casa Blanca”.
En todo caso, la lectura de esa nueva doctrina alcanza para provocar escalofríos.
“La reforma de la nueva doctrina nuclear de Rusia excluye la posibilidad de que su Ejército pueda ser derrotado en el campo de batalla”, afirma el documento. El propósito no puede ser anodino, porque el autor no es otro que el director de los servicios de inteligencia exterior rusos (SVR), Serguei Narichkine. En claro, según esa declaración que se dirige a los occidentales, sería inútil tratar de vencer a las Fuerzas Armadas rusas en el terreno, pues la opción nuclear es realista. Y ese es parte del mensaje que quiso pasar este jueves Putin al firmar el decreto de reactualización de la doctrina nuclear rusa, adoptada en 2020.
Efecto esperado
Los estrategas en geopolítica lo saben bien: la disuasión es a la vez una cuestión de ambigüedad (sobre la activación del fuego nuclear) y de comunicación. Cada uno de esos expertos, civiles y militares, nunca olvidan señalar la alarma planetaria provocada cada vez que se pronuncia la palabra “nuclear”. Y Putin no duda un segundo en evocarla regularmente, obteniendo cada vez el efecto esperado. El martes pasado, tras la firma del decreto presidencial, la onda de choque se extendió de la cumbre del G-20 en Río de Janeiro hasta Pekín, donde el régimen chino, siempre sensible a las iniciativas de su vecino en materia nuclear, exhortó a la “calma” y la mesura.
“El efecto de deflagración buscado por Rusia responde menos al fondo, ya que la nueva doctrina nuclear rusa no es revolucionaria con respecto a la precedente, sino al momento escogido”, analiza Sergueï Jirnov, exoficial de la KGB que pasó al Oeste, especialista de Rusia.
Al tratar de reinstalar la ambigüedad en la disuasión, Putin estaría buscando desalentar los esfuerzos occidentales de apoyo a Ucrania. Aprovechando su avance militar —extremadamente caro— en el terreno, el jefe del Kremlin querría aprovechar el “entre-dos estratégico” entre la administración de Joe Biden que deja la escena y la llegada de Trump, presuntamente más comprensible.
“Putin anticipa eventuales iniciativas de paz por parte de Trump […] y busca colocar a Occidente ante decisiones radicales: ‘si quieren una guerra nuclear, la tendrán’ o ‘pongamos fin a esta guerra en las condiciones que Rusia establece’”, estima Tatiana Stanovaä, investigadora de la Fundación Carnegie.
En la red social X, el ex general mayor del Ejército estadounidense e investigador en el Lowy Institute, Mick Ryan, coincide con Pierre Servent en que la suma de episodios protagonizados por Putin en menos de 24 horas —la advertencia de que la guerra se ha convertido en “mundial”, la firma de la nueva doctrina nuclear rusa y el disparo de misil contra Dnipro— puede ser calificada de “nueva gesticulación política”.
“Se trata de un ataque político y no militar”, afirma Ryan. A su juicio, con sus amenazas y gesticulaciones “Putin no se dirige solo a Washington”.
“Utilizó un arma de unos 5000 kilómetros de alcance, que podría ser utilizada contra cualquier blanco en Europa y el Reino Unido. Se trata de un mensaje para Europa, no solo por su apoyo a Ucrania, sino de la capacidad y la voluntad de Rusia de influenciar la política de defensa y seguridad mucho más allá de Ucrania”, explica.
Según expertos, sus últimas acciones obedecen más a un objetivo político que militar, en momentos en que la transición de poder en EE.UU. puede alterar los equilibrios Read More