Hoy y siempre, en lucha por la existencia

“Para las personas que vivimos con VIH, el 1º de diciembre son los 365 días del año”, escribe Gustavo Pecoraro, activista argentino radicado en España, en su ensayo Alguien tendrá que serlo, recién publicado acá. Hoy se celebra la lucha contra el sida porque este mismo día pero de 1981 se realizó el primer diagnóstico de la enfermedad que se llevó a millones de personas en todo el mundo. Si la historia del sida está llena de silencios esta reflexión sobre la vida con la enfermedad es bien sonora. “Quienes decidimos ser visibles no somos mejores o peores que quienes decidieron no serlo”, dice Pecoraro: “Pero nuestra visibilidad aporta algo inmenso”.

La memoria transporta al autor a la tarde en que conoció su diagnóstico, cuando tuvo la reacción inesperada de posponer sus emociones: salió del pequeño laboratorio de la Fundación Huésped, caminó por la calle Catamarca y llegó hasta el cine porno de la plaza Miserere. Entró. Era febrero de 1993 y la noticia no fue un shock o una alarma (“por extraño que parezca, era algo que esperaba que sucediera”) ni lo desmoronó. Su grupo de amigos y conocidos ya había sufrido muchas pérdidas en una época en que el diagnóstico era sinónimo de muerte segura y la visibilidad, un anhelo: apenas unos meses antes, la primera Marcha del Orgullo porteña había reunido a menos de trescientas personas, muchas con las caras cubiertas por temor al rechazo y la violencia. Sin embargo, Pecoraro eligió mostrarse al pensar qué habría pasado si todos si hubieran callado: “Desde ese día comprendí que mi activismo por los derechos del colectivo LGBTI+ se le anexaba algo muy personal: la lucha por mi existencia”.

Treinta años después, la elipsis es agridulce. La enfermedad ya puede ser indetectable e intransmisible, pero este diario publicó hace unos días que la Fundación Huésped está en crisis y que debe duplicar sus donantes para mantenerse: nunca recibió dinero del Estado y ofrece ayuda gratuita sobre salud sexual, incluyendo los testeos, la asistencia psicológica y legal o la gestión de los medicamentos.

En Alguien tendrá que serlo, el doctor Pedro Cahn recuerda el día de 1982 en que él era el único infectólogo del hospital Fernández y tuvo que atender el caso de un argentino que se había contagiado en los Estados Unidos de una enfermedad que después los medios bautizarían como “cáncer gay” o “peste rosa”. Mientras los derechos de las minorías vuelven a estar en discusión, y algunos miembros de las mayorías denuncian una disparatada “ideología de género” con el mismo fervor con el que defienden la planitud de la Tierra, Cahn se lamenta desde la trinchera: “Hoy, a cuarenta años de que se aislara el virus, estos debates vuelven a tomar el centro de la escena”, dice y el archivo llega hasta los gobiernos que se negaban a mencionar las cuatro letras en público y la consigna de los activistas gritaba, en voz alta: “silencio = muerte”.

“No debemos ser noticia solo los 1º de diciembre, cuando se multiplican los lazos rojos en las solapas de quienes durante todo el año nos niegan”, concluye Pecoraro en su libro. Aquí se confirma la importancia de la lucha (“por los otros que lo hicieron y también por los que nunca lo harán”) y cómo este compromiso puede volverse un manifiesto vitalista: “Acá estamos, ¡con todo lo que teníamos en contra!”.

ABC

A.

El 1º de diciembre de 1981 se diagnosticó por primera vez el VIH y desde 1988 éste es el día mundial de la lucha contra la enfermedad.

B.

En 1982 se detectaron los dos primeros casos argentinos: un hombre que se contagió en los Estados Unidos y otro que llegó enfermo desde Brasil.

C.

Según los cálculos de ONUSIDA, unas 40 millones de personas viven con VIH en todo el mundo; entre ellas, 1.300.000 se contagiaron el último año.

“Para las personas que vivimos con VIH, el 1º de diciembre son los 365 días del año”, escribe Gustavo Pecoraro, activista argentino radicado en España, en su ensayo Alguien tendrá que serlo, recién publicado acá. Hoy se celebra la lucha contra el sida porque este mismo día pero de 1981 se realizó el primer diagnóstico de la enfermedad que se llevó a millones de personas en todo el mundo. Si la historia del sida está llena de silencios esta reflexión sobre la vida con la enfermedad es bien sonora. “Quienes decidimos ser visibles no somos mejores o peores que quienes decidieron no serlo”, dice Pecoraro: “Pero nuestra visibilidad aporta algo inmenso”.

La memoria transporta al autor a la tarde en que conoció su diagnóstico, cuando tuvo la reacción inesperada de posponer sus emociones: salió del pequeño laboratorio de la Fundación Huésped, caminó por la calle Catamarca y llegó hasta el cine porno de la plaza Miserere. Entró. Era febrero de 1993 y la noticia no fue un shock o una alarma (“por extraño que parezca, era algo que esperaba que sucediera”) ni lo desmoronó. Su grupo de amigos y conocidos ya había sufrido muchas pérdidas en una época en que el diagnóstico era sinónimo de muerte segura y la visibilidad, un anhelo: apenas unos meses antes, la primera Marcha del Orgullo porteña había reunido a menos de trescientas personas, muchas con las caras cubiertas por temor al rechazo y la violencia. Sin embargo, Pecoraro eligió mostrarse al pensar qué habría pasado si todos si hubieran callado: “Desde ese día comprendí que mi activismo por los derechos del colectivo LGBTI+ se le anexaba algo muy personal: la lucha por mi existencia”.

Treinta años después, la elipsis es agridulce. La enfermedad ya puede ser indetectable e intransmisible, pero este diario publicó hace unos días que la Fundación Huésped está en crisis y que debe duplicar sus donantes para mantenerse: nunca recibió dinero del Estado y ofrece ayuda gratuita sobre salud sexual, incluyendo los testeos, la asistencia psicológica y legal o la gestión de los medicamentos.

En Alguien tendrá que serlo, el doctor Pedro Cahn recuerda el día de 1982 en que él era el único infectólogo del hospital Fernández y tuvo que atender el caso de un argentino que se había contagiado en los Estados Unidos de una enfermedad que después los medios bautizarían como “cáncer gay” o “peste rosa”. Mientras los derechos de las minorías vuelven a estar en discusión, y algunos miembros de las mayorías denuncian una disparatada “ideología de género” con el mismo fervor con el que defienden la planitud de la Tierra, Cahn se lamenta desde la trinchera: “Hoy, a cuarenta años de que se aislara el virus, estos debates vuelven a tomar el centro de la escena”, dice y el archivo llega hasta los gobiernos que se negaban a mencionar las cuatro letras en público y la consigna de los activistas gritaba, en voz alta: “silencio = muerte”.

“No debemos ser noticia solo los 1º de diciembre, cuando se multiplican los lazos rojos en las solapas de quienes durante todo el año nos niegan”, concluye Pecoraro en su libro. Aquí se confirma la importancia de la lucha (“por los otros que lo hicieron y también por los que nunca lo harán”) y cómo este compromiso puede volverse un manifiesto vitalista: “Acá estamos, ¡con todo lo que teníamos en contra!”.

ABC

A.

El 1º de diciembre de 1981 se diagnosticó por primera vez el VIH y desde 1988 éste es el día mundial de la lucha contra la enfermedad.

B.

En 1982 se detectaron los dos primeros casos argentinos: un hombre que se contagió en los Estados Unidos y otro que llegó enfermo desde Brasil.

C.

Según los cálculos de ONUSIDA, unas 40 millones de personas viven con VIH en todo el mundo; entre ellas, 1.300.000 se contagiaron el último año.

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