Nació en Mar del Plata: es la nieta de una leyenda de la Fórmula 1 y asegura: “Pintar a mi abuelo fue desafiante”

En otra vida, se habría puesto el traje, los guantes y el casco y habría acelerado a toda velocidad por las pistas del Turismo Carretera (TC). Por suerte, en esta vida, Romina Fangio (53) logró canalizar a través del arte la pasión por los fierros que lleva en su ADN. Nacida en Mar del Plata y graduada de diseñadora gráfica, Romina ha vivido bien de cerca los éxitos de Oscar, su padre, un corredor reconocido en el ambiente automovilístico. Con Trueno Dorado y a fines de los sesenta, “Cacho”, tal como lo llaman, su padre se hizo conocido en los circuitos en el TC, la misma categoría a la que, casi veinte años atrás, su propio padre, Juan Manuel Fangio, le dio el puntapié para correr en las mejores escuderías de Fórmula Uno en Europa. “Pintar a mi abuelo fue desafiante. Por un lado, quería que mis obras tuvieran una mirada de nieta y, por el otro, mantener viva su leyenda desde lo artístico”, cuenta a ¡HOLA! Argentina Romina, cuyos rasgos físicos y de personalidad son parecidos a los del “Chueco”, como llamaban al piloto oriundo de Balcarce. Medida con sus palabras, admite: “Cuando la gente me ve, me dice que soy igual a mi papá, en especial, de la nariz hacia arriba; y, cuando lo ven a papá, todos dicen que él es parecido al abuelo Juan. Mis sobrinos también tienen muchos rasgos del abuelo, en especial, la mirada… Es que los genes no se pueden negar”.

–Realizaste ya varias obras con tu abuelo como protagonista, una de ellas está colgada –desde 2018– en el Museo Juan Manuel Fangio de Balcarce, otras aparecerán en el libro del danés Peter Nygaard, el conocido fotógrafo de F1 y fan de tu abuelo, y tenés una lista de interesados en Europa, donde lo tienen muy presente a Fangio. ¿Cómo empezaste?

–Al principio, fue una actividad terapéutica. Soy diseñadora gráfica y, cuando Carolina, mi hermana menor, se enfermó [tuvo un cáncer y murió en 2011, a los 35 años], necesité canalizar mi tristeza a través del arte: buscaba fotos y, con pinceles digitales, las intervenía. Un día, para un evento que tenía, papá me dijo: “¿Te animás a hacer una obra con tu abuelo?”. Eché mano a los álbumes que tiene en su casa… Papá tiene un minimuseo con fotos inéditas. Ahora me está pidiendo que haga una obra con los Torinos de Alemania, la famosa carrera de las 84 horas de Nürburgring, en 1969, que promovió mi abuelo y en la que mi papá participó al volante del Torino 1.

–Hasta el 16 de diciembre de 2015, cuando la Justicia de Mar del Plata estableció que podía usar de manera formal el apellido “Fangio”, tu papá usaba “Espinoza”, el apellido del primer marido de tu abuela, Andrea “Beba” Berruet. Hasta ese momento, mucha gente ignoraba que Fangio tenía un heredero. Y, después, aparecieron Rubén Vázquez (81) y Juan Carlos Rodríguez (79), a quienes la Justicia –prueba de ADN mediante– reconoció también como hijos del piloto en 2016 y en 2021, respectivamente. Ninguno de los hijos parecía haber tenido contacto con él. ¿Cómo es que tu papá tiene tantas fotos de Fangio?

–Son tres casos distintos. A diferencia de Rubén y de Juan Carlos, que no estaban enterados [de que eran hijos del piloto], mi papá siempre supo que era su hijo. En Mar del Plata, donde vivió cuando “Beba” [Berruet] se mudó después de separarse de su primer marido, mi papá pudo compartir cosas con ellos. Es cierto que mis abuelos viajaban mucho y mi papá se crio en hoteles o con mis tías, las hermanas de mi abuela “Beba”. Papá tuvo esa relación; se acostumbró a ella; pero cada hijo suyo ha llevado su proceso de forma diferente. Lo del apellido no le molestaba tanto a papá: al principio, tenía sólo Espinoza; y después, sumó el Fangio [en 1966, cuando tuvo la oportunidad de correr en Fórmula 3 en Alemania, Cacho le pidió a Juan Manuel que le diera el apellido; el piloto sólo accedió a que se lo adicionara]. De no haber sido por Carolina, mi hermana, él habría seguido como estaba. Pero Carolina era insistente: quería que acomodara los papeles; no entendía por qué teníamos que tener doble apellido paterno. “Somos Fangio”, decía ella.

–Vos y tus hermanas, ¿cómo vivieron el tema del apellido?

–Antes de que papá lo arreglara, teníamos los dos. Yo no lo viví de manera traumática: todos sabíamos que Cacho era su hijo y nosotras, sus nietas. Después, tuvimos uno solo, el que corresponde: Fangio. Más allá de eso, nunca necesité usar el apellido de mi abuelo para que me abrieran puertas: todo lo que hice lo logré sin recurrir al “Fangio”. Ni siquiera lo uso cuando mis amigas me piden que las acompañe a comprar un auto: suelo pedir que me abran el capó para escuchar el sonido del motor, de los pistones, cosas que aprendí al lado de mi papá. Me encanta la velocidad: soy pistera, pero prudente. Si bien nunca anduve con mi abuelo, sí lo hice con mi papá, en las competencias de TC. Yo quería correr, pero mis padres consideraron que era peligroso.

–Y ustedes, como nietas, ¿tuvieron relación con Fangio?

–Sí; pero éramos chicas. Imaginate: mi abuelo estaba todo el tiempo de viaje. Cuando iba a Mar del Plata, estaba dos segundos, se ponía a charlar con papá y a nosotras nos mandaban a jugar a otra parte. No es que él nos ignorara; es que ¡antes era así! Recuerdo una charla con él cuando yo tenía 18 años: “¿Qué hacés?”, “¿dónde estudiás?”… Cosas así me preguntó… ¡Era un corredor tan excepcional que pretender que se quedara en su casa hubiera sido una locura! También es tonto pensar que era [Juan Manuel Fangio] perfecto. No lo era; nadie lo es. Todos cometen errores. Yo no le debo nada y él, tampoco a mí.

-Tu papá ha admitido que estuvo a punto de cometer el mismo error que tu abuelo: dejar de lado la familia por el automovilismo…

–Mi mamá [Norma Húngaro, su amor desde los 13 años; eran vecinos] lo apuró: “O los autos o la familia. Las dos cosas no podés”, le dijo. Papá se dio cuenta de que, cada vez que volvía de correr, alguna de nosotras ya había dado sus primeros pasos o había dicho sus primeras palabras. Él eligió y está orgulloso de su gran familia: somos muy unidos. Cuando termino una obra, por ejemplo, todos opinan [se ríe], desde mi hermana Daniela hasta mis sobrinos, a quienes amo como si fueran mis hijos [Romina no tuvo hijos, pero sí sus hermanas]. Mientras papá aporta sugerencias desde lo técnico y de lo histórico –”Ese auto no corrió con ese equipo”, “Fijate que en esta carrera el abuelo usaba casco”… –, mamá me dice: “Listo, está perfecta, no la toques más”.

–Los herederos de Juan Manuel Fangio quedaron a cargo de su marca. ¿Vos participás de las decisiones?

–Participan todos los Fangio: Rubén, Juan Carlos y papá. Y, por parte de papá, nosotras, sus hijas. Para la nueva línea de calzados que lanzaremos en un megaevento en Marbella junto con Ferrari, Julio Vulcano –CEO internacional– me consultó porque sabe que entiendo de diseño. Todos queremos que la marca esté bien, pero, principalmente, deseamos mantener vivo su legado. En muchos lugares la gente joven sólo conoce a Hamilton, Verstappen o Alonso y no sabe quién fue Fangio.

–¿Se viene la serie?

–[Se ríe]. Quizás.

Producción: Paola Reyes

Maquillaje y peinado: Natalí para Sebastián Correa Estudio

Agradecemos a Mirta Armesto y Oggi Zapatos; Verdot Wine Bar y Mio Hotel

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En otra vida, se habría puesto el traje, los guantes y el casco y habría acelerado a toda velocidad por las pistas del Turismo Carretera (TC). Por suerte, en esta vida, Romina Fangio (53) logró canalizar a través del arte la pasión por los fierros que lleva en su ADN. Nacida en Mar del Plata y graduada de diseñadora gráfica, Romina ha vivido bien de cerca los éxitos de Oscar, su padre, un corredor reconocido en el ambiente automovilístico. Con Trueno Dorado y a fines de los sesenta, “Cacho”, tal como lo llaman, su padre se hizo conocido en los circuitos en el TC, la misma categoría a la que, casi veinte años atrás, su propio padre, Juan Manuel Fangio, le dio el puntapié para correr en las mejores escuderías de Fórmula Uno en Europa. “Pintar a mi abuelo fue desafiante. Por un lado, quería que mis obras tuvieran una mirada de nieta y, por el otro, mantener viva su leyenda desde lo artístico”, cuenta a ¡HOLA! Argentina Romina, cuyos rasgos físicos y de personalidad son parecidos a los del “Chueco”, como llamaban al piloto oriundo de Balcarce. Medida con sus palabras, admite: “Cuando la gente me ve, me dice que soy igual a mi papá, en especial, de la nariz hacia arriba; y, cuando lo ven a papá, todos dicen que él es parecido al abuelo Juan. Mis sobrinos también tienen muchos rasgos del abuelo, en especial, la mirada… Es que los genes no se pueden negar”.

–Realizaste ya varias obras con tu abuelo como protagonista, una de ellas está colgada –desde 2018– en el Museo Juan Manuel Fangio de Balcarce, otras aparecerán en el libro del danés Peter Nygaard, el conocido fotógrafo de F1 y fan de tu abuelo, y tenés una lista de interesados en Europa, donde lo tienen muy presente a Fangio. ¿Cómo empezaste?

–Al principio, fue una actividad terapéutica. Soy diseñadora gráfica y, cuando Carolina, mi hermana menor, se enfermó [tuvo un cáncer y murió en 2011, a los 35 años], necesité canalizar mi tristeza a través del arte: buscaba fotos y, con pinceles digitales, las intervenía. Un día, para un evento que tenía, papá me dijo: “¿Te animás a hacer una obra con tu abuelo?”. Eché mano a los álbumes que tiene en su casa… Papá tiene un minimuseo con fotos inéditas. Ahora me está pidiendo que haga una obra con los Torinos de Alemania, la famosa carrera de las 84 horas de Nürburgring, en 1969, que promovió mi abuelo y en la que mi papá participó al volante del Torino 1.

–Hasta el 16 de diciembre de 2015, cuando la Justicia de Mar del Plata estableció que podía usar de manera formal el apellido “Fangio”, tu papá usaba “Espinoza”, el apellido del primer marido de tu abuela, Andrea “Beba” Berruet. Hasta ese momento, mucha gente ignoraba que Fangio tenía un heredero. Y, después, aparecieron Rubén Vázquez (81) y Juan Carlos Rodríguez (79), a quienes la Justicia –prueba de ADN mediante– reconoció también como hijos del piloto en 2016 y en 2021, respectivamente. Ninguno de los hijos parecía haber tenido contacto con él. ¿Cómo es que tu papá tiene tantas fotos de Fangio?

–Son tres casos distintos. A diferencia de Rubén y de Juan Carlos, que no estaban enterados [de que eran hijos del piloto], mi papá siempre supo que era su hijo. En Mar del Plata, donde vivió cuando “Beba” [Berruet] se mudó después de separarse de su primer marido, mi papá pudo compartir cosas con ellos. Es cierto que mis abuelos viajaban mucho y mi papá se crio en hoteles o con mis tías, las hermanas de mi abuela “Beba”. Papá tuvo esa relación; se acostumbró a ella; pero cada hijo suyo ha llevado su proceso de forma diferente. Lo del apellido no le molestaba tanto a papá: al principio, tenía sólo Espinoza; y después, sumó el Fangio [en 1966, cuando tuvo la oportunidad de correr en Fórmula 3 en Alemania, Cacho le pidió a Juan Manuel que le diera el apellido; el piloto sólo accedió a que se lo adicionara]. De no haber sido por Carolina, mi hermana, él habría seguido como estaba. Pero Carolina era insistente: quería que acomodara los papeles; no entendía por qué teníamos que tener doble apellido paterno. “Somos Fangio”, decía ella.

–Vos y tus hermanas, ¿cómo vivieron el tema del apellido?

–Antes de que papá lo arreglara, teníamos los dos. Yo no lo viví de manera traumática: todos sabíamos que Cacho era su hijo y nosotras, sus nietas. Después, tuvimos uno solo, el que corresponde: Fangio. Más allá de eso, nunca necesité usar el apellido de mi abuelo para que me abrieran puertas: todo lo que hice lo logré sin recurrir al “Fangio”. Ni siquiera lo uso cuando mis amigas me piden que las acompañe a comprar un auto: suelo pedir que me abran el capó para escuchar el sonido del motor, de los pistones, cosas que aprendí al lado de mi papá. Me encanta la velocidad: soy pistera, pero prudente. Si bien nunca anduve con mi abuelo, sí lo hice con mi papá, en las competencias de TC. Yo quería correr, pero mis padres consideraron que era peligroso.

–Y ustedes, como nietas, ¿tuvieron relación con Fangio?

–Sí; pero éramos chicas. Imaginate: mi abuelo estaba todo el tiempo de viaje. Cuando iba a Mar del Plata, estaba dos segundos, se ponía a charlar con papá y a nosotras nos mandaban a jugar a otra parte. No es que él nos ignorara; es que ¡antes era así! Recuerdo una charla con él cuando yo tenía 18 años: “¿Qué hacés?”, “¿dónde estudiás?”… Cosas así me preguntó… ¡Era un corredor tan excepcional que pretender que se quedara en su casa hubiera sido una locura! También es tonto pensar que era [Juan Manuel Fangio] perfecto. No lo era; nadie lo es. Todos cometen errores. Yo no le debo nada y él, tampoco a mí.

-Tu papá ha admitido que estuvo a punto de cometer el mismo error que tu abuelo: dejar de lado la familia por el automovilismo…

–Mi mamá [Norma Húngaro, su amor desde los 13 años; eran vecinos] lo apuró: “O los autos o la familia. Las dos cosas no podés”, le dijo. Papá se dio cuenta de que, cada vez que volvía de correr, alguna de nosotras ya había dado sus primeros pasos o había dicho sus primeras palabras. Él eligió y está orgulloso de su gran familia: somos muy unidos. Cuando termino una obra, por ejemplo, todos opinan [se ríe], desde mi hermana Daniela hasta mis sobrinos, a quienes amo como si fueran mis hijos [Romina no tuvo hijos, pero sí sus hermanas]. Mientras papá aporta sugerencias desde lo técnico y de lo histórico –”Ese auto no corrió con ese equipo”, “Fijate que en esta carrera el abuelo usaba casco”… –, mamá me dice: “Listo, está perfecta, no la toques más”.

–Los herederos de Juan Manuel Fangio quedaron a cargo de su marca. ¿Vos participás de las decisiones?

–Participan todos los Fangio: Rubén, Juan Carlos y papá. Y, por parte de papá, nosotras, sus hijas. Para la nueva línea de calzados que lanzaremos en un megaevento en Marbella junto con Ferrari, Julio Vulcano –CEO internacional– me consultó porque sabe que entiendo de diseño. Todos queremos que la marca esté bien, pero, principalmente, deseamos mantener vivo su legado. En muchos lugares la gente joven sólo conoce a Hamilton, Verstappen o Alonso y no sabe quién fue Fangio.

–¿Se viene la serie?

–[Se ríe]. Quizás.

Producción: Paola Reyes

Maquillaje y peinado: Natalí para Sebastián Correa Estudio

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