“Ha muerto una forma de entender la prensa como pilar de la democracia”

Aquel periodismo diseñado para ser el contrapeso de las democracias liberales, aquella labor que servía para contrarrestar los abusos del poder político, económico y financiero, hoy no existe más. Quien lo afirma es Teodoro León Gross (Málaga, 1966) en La muerte del periodismo. Cómo una política sin contrapoder degrada la democracia (Deusto), un ensayo que se ha convertido en materia de debate, como ocurrió en el reciente Hay Festival Segovia, donde el profesor, escritor y periodista español moderó un encuentro con grandes nombres de la profesión. Gross ha escrito en los tres diarios más importantes de su país: El País, El Mundo y ABC, donde hoy publica.

Doctor en Periodismo y profesor en la Universidad de Málaga, ganó además un espacio como comentarista político en la radio española: primero en la Cadena SER y, hoy, en el programa de Carlos Herrera, en la cadena COPE. Ha publicado, entre otros libros, El artículo de opinión (Ariel, 1996) y El periodismo débil (Almuzara, 2006). A pesar del título apocalíptico de su reciente estudio, considera que la inteligencia artificial ofrece oportunidades para repensar el periodismo, una institución cuyo declive se profundiza desde 2016, estima. ¿Qué ocurrió entonces? Un Donald Trump en campaña se manifestó inmune a las críticas de la prensa e inició una lucha frontal contra los grandes medios que, en tiempos de ideas extremas y fanatismos, fue minando la credibilidad del “cuarto poder”.

Sin conocer de cerca la realidad argentina, puedo decir que el decreto de Milei que restringe el acceso a la información pública será muy lesivo

Para León Gross, el periodismo ha perdido la capacidad de marcar la agenda y establecer las prioridades de la opinión pública. La idea de que representa uno de los pilares de las democracias modernas se ha eclipsado, y esto abre un interrogante de cara al futuro: ¿podrá recuperar aquel rol tal como lo ejercía o ya nada será como antes? “Especular sobre el futuro siempre es arriesgado –dice Gross–. Vivimos un proceso de transformación que, con la inteligencia artificial, no sabemos a dónde nos lleva. Hemos visto en el debate de Donald Trump y Kamala Harris que los periodistas intervenían para decir que alguna declaración era falsa. El problema hoy no son los periodistas, sino el periodismo como institución. Lo que ha muerto es una forma de entender la prensa como pilar básico de la democracia liberal, que forma parte del sistema de checks and balances, de contrapesos del sistema. Era un elemento fundamental. Quizá lo de “cuarto poder” puede sonar retórico, pero era un instrumento con mucha influencia en el sistema. Los periódicos eran los tótems del sistema de medios. Pero en 2016 percibimos con toda claridad su muerte, con la aparición de Trump en la escena.

—¿Cuál es la secuencia? ¿El periodismo muere porque las democracias se debilitan? ¿O se debilitan las democracias porque muere el periodismo?

— Es paralelo. La democracia y el periodismo han estado siempre amenazados y siempre sufriendo erosiones. También han experimentado momentos de revitalización, pero esas sacudidas han sido constantes. Se suele cometer el error de identificar el momento en que el periodismo perdió pie con la llegada de internet. Es un error. En toda la historia, seguramente los dos momentos más extraordinarios que han cambiado el mundo han sido la imprenta e internet. Quizá podamos decir, en una lectura optimista de la historia, que a la llegada de la imprenta le siguieron las guerras de religión y una conflictividad de siglos, y que a la llegada de internet le están siguiendo unos años de convulsión.

—Entonces, ¿cuándo comienza a debilitarse el periodismo?

—Philip Meyer dice, en su libro The Vanishing Newspaper. Saving Journalism in the Information Age, que los periódicos venían, desde antes de internet, debilitados por la codicia de los editores. En los años ochenta y noventa, los editores habían sido seducidos por la industria del espectáculo, por un sector en el que ellos eran parte débil. Es el momento en el que ese sistema tradicional de periódicos, normalmente de empresas familiares atomizadas, con una identidad potente, empiezan a ser adquiridos por los grandes grupos de la comunicación. Se empiezan a detectar mecanismos propios de la industria del entretenimiento, la espectacularización, el sensacionalismo. Luego viene internet y de ahí vamos al clickbaiet, que será un fenómeno posterior también muy asociado a las redes sociales, que cambia por completo la manera de informarse en el valor de la verdad. Estos tres momentos, muy seguidos, matan al periodismo tradicional o lo dejan en un estado maltrecho. Esto se produce con las democracias sacudidas y muy violentadas tras la crisis económica de 2008, que deja muy poca confianza en el sistema. Todo esto provoca que en la segunda década del siglo XXI aparezcan con mucha fuerza los populismos, que se realimentan con esta debilidad del periodismo.

— En la Argentina, el presidente Javier Milei limitó vía decreto la ley de acceso a la información pública por la cual el Estado no está obligado a dar información del ámbito de la vida privada de los funcionarios públicos ni de todo aquello que sea preparatorio de una decisión estatal. ¿Cómo evalúa esta decisión?

—Sin conocer de cerca la realidad argentina, puedo decir que esto es una catástrofe que traerá consecuencias muy lesivas. En España tenemos algún problema semejante, aunque distinto. Siempre hemos mirado hacia los países nórdicos, donde la transparencia informativa es absoluta. Hasta el último gasto que haga un concejal, ya sea que vaya a comer con alguien o haga un regalo o emprenda un viaje, eso tiene que ser transparente. Es evidente que el dinero público debe estar sometido a un escrutinio absoluto por parte de la sociedad y que el periodismo, un instrumento fundamental para la buena salud de la democracia, tiene que ejercer esa función notarial, verificadora. Crear zonas de sombra, espacios opacos, eso es siempre una garantía inequívoca de corrupción y de degradación. Allí la tentación para la deshonestidad es evidente.

Tendemos a mirar Twitter, ahora X, Facebook o Instagram como si fueran una proyección de la realidad, y no lo son

— En su libro señala que Trump es un héroe silencioso a los ojos de la clase política, aunque muchos no se atrevan a admitirlo, porque nadie avanzó tanto como él sobre los medios informativos. Uno de sus admiradores, destaca, es Milei. Lo llamativo es que hay una demonización de la casta y del periodismo, pero ¿no es una especie de trampa debilitar al periodismo? ¿No es ese un modo de darle más poder a la casta?

— Absolutamente. Lo que Trump representa es algo que estábamos intuyendo desde hacía años y que ahora vemos con mucha claridad. Pero en 2016 la campaña de Trump es la primera que constata perfectamente que los medios de comunicación ya no le van a hacer mella, no lo van a dañar. De hecho, lo benefician. “Los medios son el enemigo del pueblo”, les dice a los ciudadanos. Quiere transmitir que los medios son parte del establishment de Washington y engañan al ciudadano porque están al servicio de esa casta. Trump plantea una campaña, bien asesorado por Steve Bannon, en la que asume perfectamente que la verdad no es tan importante. Fíjate que la noticia más importante de la campaña electoral fue que el Papa apoyaba a Trump. Aunque era una noticia falsa, funcionó muy bien. ¿Por qué? Porque los periódicos, los grandes medios, ya no marcan la agenda.

—¿De qué modo las redes sociales debilitan la vida democrática?

— Muchas veces tendemos a mirar Twitter, ahora X, Facebook o Instagram como si fueran una proyección de la realidad. Y no lo son. Allí hay un algoritmo que va determinando comunidades identitarias, que van favoreciendo que tú sigas a determinadas personas y que te sigan determinadas personas. Va creando comunidades eficiente los titulares negativos funcionan mejor que los positivos, que la ira y el miedo son grandes motores. Son comunidades en las que es muy fácil que se introduzca un ítem informativo y se repita, se repita, se repita. Es la cámara de eco. Una de las grandes catástrofes para nuestras sociedades y para nuestras democracias es que no haya un relato informativo para toda la sociedad, totalizador, sino que funcione mediante burbujas aisladas. Así se produce el sesgo de confirmación que constantemente te está diciendo “Nosotros somos los buenos y tenemos razón; ellos son los malos y no tienen razón”. Entonces se va alimentando una sospecha y una animadversión extraordinaria hacia el otro y generándose esa polarización que está envenenando las democracias.

—Percibo que hay sectores de la población a la que no le importa nada lo que ocurre en la política. ¿Cree que el periodismo es cada vez menos fuente de información y resulta suplantado por TikTok u otros refritos informativos?

—Indudablemente el periodismo ha perdido conexión con la sociedad. Creo que hay un cierto hastío, una cierta fatiga democrática, porque cuando tú ves que el sistema no funciona de acuerdo a tus valores, te rebelas y tiendes a desdeñarlo, a despreciarlo. Este es un fenómeno que los propios líderes, como pueden ser Trump o Milei, seguramente persiguen. La demonización del otro es un problema. La democracia funciona sostenida en la tolerancia, en la aceptación del rival, en que tú no tienes toda la razón. En el momento en que se produce la negación del otro, en el momento en que se fomenta y se juega con el odio (haces un meme, caricaturizas al contrario en un video, por ejemplo), eso que un día puede ser anecdótico, en un proceso de flujo amplio pues evidentemente revienta.

Hay una fatiga democrática. Cuando ves que el sistema no funciona de acuerdo a tus valores, te rebelas y tiendes a despreciarlo

—A veces es un político que ataca a un rival, pero otras, como ocurre en la Argentina, es la voz de un miembro del gobierno contra algún periodista determinado, en una gran asimetría de poder. Si los medios de prensa están dejando de ser considerados poderosos, ¿por qué aún existen líderes que siguen obsesionados con el periodismo?

—Trump nos lo mostró muy bien. En el momento en que tú te das cuenta que el periodismo no te hace daño, le pierdes el respeto. Y una vez que le pierdes el respeto lo que haces es utilizar el propio periodismo como un adversario, que es un enemigo ya debilitado, porque no te puede hacer daño, pero tú los conviertes en un enemigo para realimentar tus posiciones. Con Trump vemos por primera vez que el hecho de tener a toda la prensa diciendo que es un peligro no tiene efecto negativo o tiene un efecto muy limitado. Empezamos a ver el efecto práctico de lo que ya intuíamos: que realmente el periódico ha perdido la capacidad de marcar la agenda y establecer las prioridades de la opinión pública.

—Quizá me equivoque, pero usted no es apocalíptico con el despliegue de la inteligencia artificial (IA) en el periodismo, incluso parece encontrar oportunidades en este escenario. ¿Por qué?

—No soy apocalíptico. Hay dos razones: una deductiva y otra estrictamente científica. La primera: porque estamos mal y por tanto hay que buscar oportunidades. El periodismo está en una posición débil y consiguientemente cualquier cosa que pueda convertirse en un instrumento que nos permita potencia de fuego, pues hay que verla con interés. No podemos estar peor, por tanto, probemos suerte. Ten en cuenta que la IA está determinada por lo ocurrido en los últimos meses con el éxito de ChatGPT, que da el salto e irrumpe en los teléfonos móviles. Los estudiantes lo empiezan a utilizar y aparece una visión apocalíptica, pero la IA lleva varias décadas en desarrollo. Lo que ocurre ahora es que la IA empieza a llegar verdaderamente a los ciudadanos. No es que hayan impuesto un monstruo en circulación. La otra razón es tecnológica: ya se está utilizando mucha IA en el periodismo. En algunos casos para bien y en otros para no tan bien.

—¿Cuáles? ¿Cuáles son las ventajas y las desventajas del uso de la IA en el periodismo?

—Una de las ventajas es el modo en el que se reproducen las grabaciones de voz con una precisión extraordinaria. Otra es que permite reconocer fácilmente si una fotografía está manipulada, si un video ha sido generado con IA, dónde y en qué momento se ha hecho una fotografía. Creo que hoy, cuando los periodistas estamos sometidos a fake news y a engaños, con la IA artificial vamos a poder ser mucho más eficientes. Desde hace un tiempo las pequeñas crónicas de los eventos deportivos se hacen con IA. ¿Para qué queremos dedicar recursos humanos para eso? Algunas personas van a perder el empleo, pero habrá muchas más oportunidades de empleo para quienes se preparen en esa nueva tecnología. Los empleos aburridos y tediosos van a desaparecer; los empleos creativos y de ingenio van a proliferar y van a tener en la IA un aliado y no un rival. En el último Festival de Periodismo de Perugia, una editora dijo que la IA no ha venido a salvar a los periodistas; en todo caso, a salvar el periodismo. Y en esta línea está Mattia Peretti, el director del probablemente mejor centro de estudios de IA, en la London School of Economics,

—¿Puede la IA entonces salvar el periodismo?

–Creo que un joven en formación al que le interesa el periodismo y que pensaba que iba camino de un negocio en proceso de destrucción, ahora tiene una ventana de oportunidad en la IA. Lo que es evidente es que el periodismo del futuro no va a ser el del pasado, así que más vale que dejemos de añorar lo que fue y empecemos a pensar y a buscar el buen periodismo del futuro.

PERIODISTA Y ACADÉMICO

PERFIL: Teodoro León Gross

Profesor, escritor y periodista, Teodoro León Gross es licenciado en Filología Hispánica y doctor en Periodismo. Nació en Málaga, España, en 1966.

Ha sido columnista en los diarios españoles El País y El Mundo; hoy publica en el ABC.

A lo largo de su trayectoria profesional, iniciada en Diario 16 y continuada en el grupo Vocento y en The Objective, ha sido comentarista político en los espacios líderes de la radio española: Hoy por Hoy, de la Cadena SER y, actualmente, en el programa Herrera en COPE.

Ha publicado, entre otros libros, El artículo de opinión (Ariel, 1996) y El periodismo débil (Almuzara, 2006). Es coautor de La prensa diaria en la UE (Asociación de Periodistas Europeos, 2003). Tiene una antología de columnas publicadas en el diario Sur; El camino del Sur (Comunicación y turismo S.L., 2006). Es autor, además, de numerosos trabajos académicos.

Es profesor titular de Periodismo en la Universidad de Málaga.

Acaba de publicar el libro La muerte del periodismo. Cómo una política sin contrapoder degrada la democracia (Deusto), en el que aborda la crisis que atraviesa la prensa en las democracias liberales, al perder potencia como contrapeso real de los gobiernos.

Aquel periodismo diseñado para ser el contrapeso de las democracias liberales, aquella labor que servía para contrarrestar los abusos del poder político, económico y financiero, hoy no existe más. Quien lo afirma es Teodoro León Gross (Málaga, 1966) en La muerte del periodismo. Cómo una política sin contrapoder degrada la democracia (Deusto), un ensayo que se ha convertido en materia de debate, como ocurrió en el reciente Hay Festival Segovia, donde el profesor, escritor y periodista español moderó un encuentro con grandes nombres de la profesión. Gross ha escrito en los tres diarios más importantes de su país: El País, El Mundo y ABC, donde hoy publica.

Doctor en Periodismo y profesor en la Universidad de Málaga, ganó además un espacio como comentarista político en la radio española: primero en la Cadena SER y, hoy, en el programa de Carlos Herrera, en la cadena COPE. Ha publicado, entre otros libros, El artículo de opinión (Ariel, 1996) y El periodismo débil (Almuzara, 2006). A pesar del título apocalíptico de su reciente estudio, considera que la inteligencia artificial ofrece oportunidades para repensar el periodismo, una institución cuyo declive se profundiza desde 2016, estima. ¿Qué ocurrió entonces? Un Donald Trump en campaña se manifestó inmune a las críticas de la prensa e inició una lucha frontal contra los grandes medios que, en tiempos de ideas extremas y fanatismos, fue minando la credibilidad del “cuarto poder”.

Sin conocer de cerca la realidad argentina, puedo decir que el decreto de Milei que restringe el acceso a la información pública será muy lesivo

Para León Gross, el periodismo ha perdido la capacidad de marcar la agenda y establecer las prioridades de la opinión pública. La idea de que representa uno de los pilares de las democracias modernas se ha eclipsado, y esto abre un interrogante de cara al futuro: ¿podrá recuperar aquel rol tal como lo ejercía o ya nada será como antes? “Especular sobre el futuro siempre es arriesgado –dice Gross–. Vivimos un proceso de transformación que, con la inteligencia artificial, no sabemos a dónde nos lleva. Hemos visto en el debate de Donald Trump y Kamala Harris que los periodistas intervenían para decir que alguna declaración era falsa. El problema hoy no son los periodistas, sino el periodismo como institución. Lo que ha muerto es una forma de entender la prensa como pilar básico de la democracia liberal, que forma parte del sistema de checks and balances, de contrapesos del sistema. Era un elemento fundamental. Quizá lo de “cuarto poder” puede sonar retórico, pero era un instrumento con mucha influencia en el sistema. Los periódicos eran los tótems del sistema de medios. Pero en 2016 percibimos con toda claridad su muerte, con la aparición de Trump en la escena.

—¿Cuál es la secuencia? ¿El periodismo muere porque las democracias se debilitan? ¿O se debilitan las democracias porque muere el periodismo?

— Es paralelo. La democracia y el periodismo han estado siempre amenazados y siempre sufriendo erosiones. También han experimentado momentos de revitalización, pero esas sacudidas han sido constantes. Se suele cometer el error de identificar el momento en que el periodismo perdió pie con la llegada de internet. Es un error. En toda la historia, seguramente los dos momentos más extraordinarios que han cambiado el mundo han sido la imprenta e internet. Quizá podamos decir, en una lectura optimista de la historia, que a la llegada de la imprenta le siguieron las guerras de religión y una conflictividad de siglos, y que a la llegada de internet le están siguiendo unos años de convulsión.

—Entonces, ¿cuándo comienza a debilitarse el periodismo?

—Philip Meyer dice, en su libro The Vanishing Newspaper. Saving Journalism in the Information Age, que los periódicos venían, desde antes de internet, debilitados por la codicia de los editores. En los años ochenta y noventa, los editores habían sido seducidos por la industria del espectáculo, por un sector en el que ellos eran parte débil. Es el momento en el que ese sistema tradicional de periódicos, normalmente de empresas familiares atomizadas, con una identidad potente, empiezan a ser adquiridos por los grandes grupos de la comunicación. Se empiezan a detectar mecanismos propios de la industria del entretenimiento, la espectacularización, el sensacionalismo. Luego viene internet y de ahí vamos al clickbaiet, que será un fenómeno posterior también muy asociado a las redes sociales, que cambia por completo la manera de informarse en el valor de la verdad. Estos tres momentos, muy seguidos, matan al periodismo tradicional o lo dejan en un estado maltrecho. Esto se produce con las democracias sacudidas y muy violentadas tras la crisis económica de 2008, que deja muy poca confianza en el sistema. Todo esto provoca que en la segunda década del siglo XXI aparezcan con mucha fuerza los populismos, que se realimentan con esta debilidad del periodismo.

— En la Argentina, el presidente Javier Milei limitó vía decreto la ley de acceso a la información pública por la cual el Estado no está obligado a dar información del ámbito de la vida privada de los funcionarios públicos ni de todo aquello que sea preparatorio de una decisión estatal. ¿Cómo evalúa esta decisión?

—Sin conocer de cerca la realidad argentina, puedo decir que esto es una catástrofe que traerá consecuencias muy lesivas. En España tenemos algún problema semejante, aunque distinto. Siempre hemos mirado hacia los países nórdicos, donde la transparencia informativa es absoluta. Hasta el último gasto que haga un concejal, ya sea que vaya a comer con alguien o haga un regalo o emprenda un viaje, eso tiene que ser transparente. Es evidente que el dinero público debe estar sometido a un escrutinio absoluto por parte de la sociedad y que el periodismo, un instrumento fundamental para la buena salud de la democracia, tiene que ejercer esa función notarial, verificadora. Crear zonas de sombra, espacios opacos, eso es siempre una garantía inequívoca de corrupción y de degradación. Allí la tentación para la deshonestidad es evidente.

Tendemos a mirar Twitter, ahora X, Facebook o Instagram como si fueran una proyección de la realidad, y no lo son

— En su libro señala que Trump es un héroe silencioso a los ojos de la clase política, aunque muchos no se atrevan a admitirlo, porque nadie avanzó tanto como él sobre los medios informativos. Uno de sus admiradores, destaca, es Milei. Lo llamativo es que hay una demonización de la casta y del periodismo, pero ¿no es una especie de trampa debilitar al periodismo? ¿No es ese un modo de darle más poder a la casta?

— Absolutamente. Lo que Trump representa es algo que estábamos intuyendo desde hacía años y que ahora vemos con mucha claridad. Pero en 2016 la campaña de Trump es la primera que constata perfectamente que los medios de comunicación ya no le van a hacer mella, no lo van a dañar. De hecho, lo benefician. “Los medios son el enemigo del pueblo”, les dice a los ciudadanos. Quiere transmitir que los medios son parte del establishment de Washington y engañan al ciudadano porque están al servicio de esa casta. Trump plantea una campaña, bien asesorado por Steve Bannon, en la que asume perfectamente que la verdad no es tan importante. Fíjate que la noticia más importante de la campaña electoral fue que el Papa apoyaba a Trump. Aunque era una noticia falsa, funcionó muy bien. ¿Por qué? Porque los periódicos, los grandes medios, ya no marcan la agenda.

—¿De qué modo las redes sociales debilitan la vida democrática?

— Muchas veces tendemos a mirar Twitter, ahora X, Facebook o Instagram como si fueran una proyección de la realidad. Y no lo son. Allí hay un algoritmo que va determinando comunidades identitarias, que van favoreciendo que tú sigas a determinadas personas y que te sigan determinadas personas. Va creando comunidades eficiente los titulares negativos funcionan mejor que los positivos, que la ira y el miedo son grandes motores. Son comunidades en las que es muy fácil que se introduzca un ítem informativo y se repita, se repita, se repita. Es la cámara de eco. Una de las grandes catástrofes para nuestras sociedades y para nuestras democracias es que no haya un relato informativo para toda la sociedad, totalizador, sino que funcione mediante burbujas aisladas. Así se produce el sesgo de confirmación que constantemente te está diciendo “Nosotros somos los buenos y tenemos razón; ellos son los malos y no tienen razón”. Entonces se va alimentando una sospecha y una animadversión extraordinaria hacia el otro y generándose esa polarización que está envenenando las democracias.

—Percibo que hay sectores de la población a la que no le importa nada lo que ocurre en la política. ¿Cree que el periodismo es cada vez menos fuente de información y resulta suplantado por TikTok u otros refritos informativos?

—Indudablemente el periodismo ha perdido conexión con la sociedad. Creo que hay un cierto hastío, una cierta fatiga democrática, porque cuando tú ves que el sistema no funciona de acuerdo a tus valores, te rebelas y tiendes a desdeñarlo, a despreciarlo. Este es un fenómeno que los propios líderes, como pueden ser Trump o Milei, seguramente persiguen. La demonización del otro es un problema. La democracia funciona sostenida en la tolerancia, en la aceptación del rival, en que tú no tienes toda la razón. En el momento en que se produce la negación del otro, en el momento en que se fomenta y se juega con el odio (haces un meme, caricaturizas al contrario en un video, por ejemplo), eso que un día puede ser anecdótico, en un proceso de flujo amplio pues evidentemente revienta.

Hay una fatiga democrática. Cuando ves que el sistema no funciona de acuerdo a tus valores, te rebelas y tiendes a despreciarlo

—A veces es un político que ataca a un rival, pero otras, como ocurre en la Argentina, es la voz de un miembro del gobierno contra algún periodista determinado, en una gran asimetría de poder. Si los medios de prensa están dejando de ser considerados poderosos, ¿por qué aún existen líderes que siguen obsesionados con el periodismo?

—Trump nos lo mostró muy bien. En el momento en que tú te das cuenta que el periodismo no te hace daño, le pierdes el respeto. Y una vez que le pierdes el respeto lo que haces es utilizar el propio periodismo como un adversario, que es un enemigo ya debilitado, porque no te puede hacer daño, pero tú los conviertes en un enemigo para realimentar tus posiciones. Con Trump vemos por primera vez que el hecho de tener a toda la prensa diciendo que es un peligro no tiene efecto negativo o tiene un efecto muy limitado. Empezamos a ver el efecto práctico de lo que ya intuíamos: que realmente el periódico ha perdido la capacidad de marcar la agenda y establecer las prioridades de la opinión pública.

—Quizá me equivoque, pero usted no es apocalíptico con el despliegue de la inteligencia artificial (IA) en el periodismo, incluso parece encontrar oportunidades en este escenario. ¿Por qué?

—No soy apocalíptico. Hay dos razones: una deductiva y otra estrictamente científica. La primera: porque estamos mal y por tanto hay que buscar oportunidades. El periodismo está en una posición débil y consiguientemente cualquier cosa que pueda convertirse en un instrumento que nos permita potencia de fuego, pues hay que verla con interés. No podemos estar peor, por tanto, probemos suerte. Ten en cuenta que la IA está determinada por lo ocurrido en los últimos meses con el éxito de ChatGPT, que da el salto e irrumpe en los teléfonos móviles. Los estudiantes lo empiezan a utilizar y aparece una visión apocalíptica, pero la IA lleva varias décadas en desarrollo. Lo que ocurre ahora es que la IA empieza a llegar verdaderamente a los ciudadanos. No es que hayan impuesto un monstruo en circulación. La otra razón es tecnológica: ya se está utilizando mucha IA en el periodismo. En algunos casos para bien y en otros para no tan bien.

—¿Cuáles? ¿Cuáles son las ventajas y las desventajas del uso de la IA en el periodismo?

—Una de las ventajas es el modo en el que se reproducen las grabaciones de voz con una precisión extraordinaria. Otra es que permite reconocer fácilmente si una fotografía está manipulada, si un video ha sido generado con IA, dónde y en qué momento se ha hecho una fotografía. Creo que hoy, cuando los periodistas estamos sometidos a fake news y a engaños, con la IA artificial vamos a poder ser mucho más eficientes. Desde hace un tiempo las pequeñas crónicas de los eventos deportivos se hacen con IA. ¿Para qué queremos dedicar recursos humanos para eso? Algunas personas van a perder el empleo, pero habrá muchas más oportunidades de empleo para quienes se preparen en esa nueva tecnología. Los empleos aburridos y tediosos van a desaparecer; los empleos creativos y de ingenio van a proliferar y van a tener en la IA un aliado y no un rival. En el último Festival de Periodismo de Perugia, una editora dijo que la IA no ha venido a salvar a los periodistas; en todo caso, a salvar el periodismo. Y en esta línea está Mattia Peretti, el director del probablemente mejor centro de estudios de IA, en la London School of Economics,

—¿Puede la IA entonces salvar el periodismo?

–Creo que un joven en formación al que le interesa el periodismo y que pensaba que iba camino de un negocio en proceso de destrucción, ahora tiene una ventana de oportunidad en la IA. Lo que es evidente es que el periodismo del futuro no va a ser el del pasado, así que más vale que dejemos de añorar lo que fue y empecemos a pensar y a buscar el buen periodismo del futuro.

PERIODISTA Y ACADÉMICO

PERFIL: Teodoro León Gross

Profesor, escritor y periodista, Teodoro León Gross es licenciado en Filología Hispánica y doctor en Periodismo. Nació en Málaga, España, en 1966.

Ha sido columnista en los diarios españoles El País y El Mundo; hoy publica en el ABC.

A lo largo de su trayectoria profesional, iniciada en Diario 16 y continuada en el grupo Vocento y en The Objective, ha sido comentarista político en los espacios líderes de la radio española: Hoy por Hoy, de la Cadena SER y, actualmente, en el programa Herrera en COPE.

Ha publicado, entre otros libros, El artículo de opinión (Ariel, 1996) y El periodismo débil (Almuzara, 2006). Es coautor de La prensa diaria en la UE (Asociación de Periodistas Europeos, 2003). Tiene una antología de columnas publicadas en el diario Sur; El camino del Sur (Comunicación y turismo S.L., 2006). Es autor, además, de numerosos trabajos académicos.

Es profesor titular de Periodismo en la Universidad de Málaga.

Acaba de publicar el libro La muerte del periodismo. Cómo una política sin contrapoder degrada la democracia (Deusto), en el que aborda la crisis que atraviesa la prensa en las democracias liberales, al perder potencia como contrapeso real de los gobiernos.

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