Cien años de Truman Capote: ¿qué opinaba de Elizabeth Taylor, Tennessee Williams, Humphrey Bogart y Jane Bowles?

En 2024 el 40° aniversario de la muerte del escritor estadounidense Truman Capote, a los 59 años, coincide hoy con la celebración del centenario del nacimiento del autor de Otras voces, otros ámbitos (1948), Desayuno en Tiffany´s (1958) y A sangre fría (1966). Esta investigación del asesinato de la familia Clutter, que Richard Brooks adaptó al cine, lo convirtió en una celebridad de la literatura internacional (se vendieron millones de ejemplares). Capote quiso emular al Marcel Proust de En busca del tiempo perdido con Plegarias atendidas, en el que intentó retratar las costumbres sexuales y sociales de la elite neoyorquina; se publicó en forma póstuma (e inacabada) en 1986.

Tras publicar en la revista Esquire, en 1975 y 1976, tres capítulos Plegarias atendidas, la mayoría de sus amistades le dio la espalda, acusándolo de “traición”. Este episodio -que Ryan Murphy cuenta en la serie Feud: Capote vs. The Swans- afectó seriamente a Capote, que no llegó a concluir la obra por la que sus editores en Penguin Random House le habían pagado cientos de miles de dólares a modo de anticipo (y que le reclamaban periódicamente). Su alcoholismo y la adicción a los fármacos se agravaron hasta su muerte en 1984, en Los Ángeles.

“Capote, como Andy Warhol, entendió las claves de su tiempo, aplicó a su literatura las nuevas técnicas narrativas que aprendía del cine y del periodismo, y usó a su favor a los medios para ganar atención sobre su obra -dice el escritor chileno Óscar Contardo a LA NACION-. Su literatura es un viaje desde la ficción inspirada en su biografía hacia la no ficción transformada en arte. Capote supo ser leal a sí mismo hasta el final, aunque eso le costará el exilio de la elite neoyorquina”.

Se lo considera uno de los referentes del “nuevo periodismo”, aunque su proyecto literario era más exigente, con sus expresivos cambio de plano, de foco y tono, pasando del chisme a la cita culta, del diálogo chispeante a la madurez reflexiva. “La mayoría de los escritores, incluso los mejores, escribe de forma excesivamente elaborada -se lee en el prefacio de Música para camaleones, de 1980-. Yo prefiero quedarme corto. La sencillez y la claridad de un riachuelo de campo. Sin embargo, mi impresión era que mi estilo se estaba haciendo demasiado denso, que necesitaba tres páginas para lograr efectos que debería ser capaz de conseguir en un solo párrafo”.

“El último Capote es interesante -dice a LA NACION el escritor y profesor Hernán Vera Álvarez-. Cuando muchos lo daban por terminado, luego de un paréntesis editorial de catorce años, publica Música para camaleones, un libro con características muy particulares. Es una obra híbrida que incluye relatos de ficción, crónicas de costumbres, entrevistas a mitos de la cultura pop como Marilyn Monroe, y una novela corta que es una falsa investigación periodística, ‘Ataúdes tallados a mano’. Capote nunca dijo que parte de las declaraciones y datos de esta novela eran inventados. Recién después de muerto todo salió a la luz. El prefacio guarda una inquietante máxima para quien intente alguna tarea artística: ‘Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse’. Música para camaleones es un libro que no tiene tanta publicidad y prestigio, pero ha cosechado admiradores aquí y allá. Hasta le inspiró a Fito Páez una horrible canción que lleva el mismo título”.

Para Vera Álvarez, profesor de literatura en Florida International University, Capote “escribía usando todo el diccionario, con un estilo por momentos cristalino que no olvida la profundidad y la riqueza de la prosa”. “Truman Capote se codeó con la alta sociedad norteamericana pero siempre supo que era un outsider, un muchacho de la América profunda -señala-. Era escéptico de la condición humana. Como Carson McCullers, Eudora Welty o William Faulkner, venía de un Sur pobre, religioso y conservador. Tal vez por eso, sus ansias de éxito fueron desmedidas”.

Compartimos algunos fragmentos de Retratos y Plegarias atendidas, de Truman Capote.

Elizabeth Taylor

“Mi primer descubrimiento sobre ella fue que, a pesar de una graciosa abundancia de palabrotas, resultó ser, en diversos ámbitos, una moralista, bastante estricta, casi calvinista. Por ejemplo, la perturbaba la idea de interpretar a la malhadada y hedonista heroína de Una mujer marcada de John O’Hara; tenía un contrato inquebrantable que la obligaba a hacer el papel (por el que ganaría un Oscar), pero le hubiera encantado haber podido evitarlo, porque: ‘No me gusta esa chica. No me gusta lo que representa. Su sórdida vacuidad. Los hombres. El acostarse con todo el mundo’”.

Tennessee Williams

“Por lo que se refiere a su sentido del humor, en general era bastante estridente. Pero cuando se encolerizaba, parecía oscilar entre dos cosas: un humor muy negro -riendo sin parar durante sus típicas comidas con cinco martinis- o una profunda amargura respecto de sí mismo, su padre y su familia. Su padre nunca lo comprendió, su familia parecía culparlo de la locura de su hermana, y el propio Tennessee…, bueno, creo que pensaba que no estaba del todo en su sano juicio. Sus ojos, siempre cambiantes, como una noria de alborozo y amargura, mostraban todo esto”.

Lesbianas intelectuales

Ha habido varias lesbianas intelectuales que se distinguieron por su físico: Colette, Gertrude Stein, Willa Cather, Ivy Compton-Burnett, Carson McCullers, Jane Bowles y, en una categoría sencillamente adorable: Eleanor Clark y Katherine Anne Porter. Ambas merecieron la reputación que tenían”.

En París

“Por aquella época, el Pont Royal tenía un barcito en los sótanos que era el bebedero de los culos gordos de la haute Bohéme. Sartre, el estrábico y pálido fumador de pipa, así como su amante solterona De Beauvoir, se quedaban apuntalados en una esquina como dos muñecos de ventrílocuo abandonados. Con frecuencia veía por allí, nunca sobrio, a Koestler, un enano agresivo con los puños muy sueltos. Y a Camus, delgado como una caña, cortado y cortante, un hombre de pelo crespo castaño, los ojos húmedos de vida y una expresión inquieta y constantemente atenta: una persona abordable”.

Jane Bowles

“En realidad, escribir nunca es fácil: en caso de que alguien no lo sepa, es lo más difícil que existe, y para Jane creo que es doloroso, de tan difícil. Y por qué no, si tanto su idioma como sus temas son buscados recorriendo senderos tortuosos y pétreas canteras: las relaciones, entre sus personajes, que nunca acaban de cuajar, y las aflicciones mentales y físicas con las que los rodea y los satura; en su obra cada habitación es un lugar atroz y cada paisaje urbano es una creación de las hoscas luces de neón. Y, sin embargo, aunque la visión trágica es fundamental en ella, y Jane Bowles es una escritora muy cómica, una especie de humorista, no se la puede adscribir al denominado humor negro, porque este, no obstante ser un encantador artificio, carece por completo de compasión. La comprensión sutil que tiene Jane Bowles de la excentricidad y la soledad humanas, tal como lo manifiesta su obra, exige que tengamos su arte en alta estima”.

Humphrey Bogart

“No importa que jugara al póquer hasta el amanecer y tomara coñac como desayuno: siempre llegaba a la hora al estudio, arreglado y sabiéndose a la perfección el papel que interpretaba (que era siempre el mismo, por supuesto, aunque no hay nada más difícil que seguir despertando interés a pesar de repetirse). No, Bogart nunca tuvo ni un ápice de inepto. Fue un actor sin teorías (bueno, tenía una: que debía cobrar mucho) y sin mal genio, aunque no desprovisto de temperamento, y como comprendía que la supervivencia artística depende de la disciplina, permanece, ha dejado la huella de su paso”.

Isak Dinesen

“El tiempo la ha reducido a una esencia, igual que una uva se convierte en pasa o una rosa en perfume. Inmediatamente, aun en el caso de que uno no conozca su pasado, se da cuenta de que es la vraie chose, todo un personaje. Un rostro tan facetado, cuyos prismas desprenden un orgulloso centelleo de inteligencia y educada compasión, es decir, de sabiduría, no puede ser una ocurrencia accidental. Tampoco esos ojos, con kohl en los párpados, profundos, como animales de terciopelo acurrucados en una cueva, son posesión de mujeres comunes”.

Richard Avedon

“De todos modos, Avedon parece sentirse atraído una y otra vez por el mero estado de un rostro. Se notará, ya que es inevitable, su tendencia a resaltar la vejez; e incluso entre los retratados de mediana edad, rastrea sin piedad cada pata de gallo duramente ganada. En consecuencia, ha sido objeto de ocasionales acusaciones de malevolencia. Pero ‘la juventud no me conmueve’, explica Avedon”.

Cecil Beaton

“Aunque aparentemente siempre trabaja presionado por un horario descorazonador, sería imposible suponer que no es un caballero de ocio casi tropical: si tiene diez minutos para tomar un avión y está hablando por teléfono con alguien, no hace nada para acortar la llamada, sino que continúa desplegando sus maravillosos modales. Sin embargo, uno puede estar completamente seguro de que no va a perder el avión. Lo mismo sucede con sus modelos: la persona que posa para Beaton tiene la sensación de estar flotando ligeramente en el espacio, le parece que no le están fotografiando sino pintando, y quien lo hace es una presencia casual y apenas visible. Pero Beaton está allí, sin duda. A pesar de su paso imperceptible, es una de las personas más ‘presentes’ que existen: su inteligencia visual es genial, nunca se podrá inventar una cámara que pueda cubrir o captar todo lo que él ve”.

En 2024 el 40° aniversario de la muerte del escritor estadounidense Truman Capote, a los 59 años, coincide hoy con la celebración del centenario del nacimiento del autor de Otras voces, otros ámbitos (1948), Desayuno en Tiffany´s (1958) y A sangre fría (1966). Esta investigación del asesinato de la familia Clutter, que Richard Brooks adaptó al cine, lo convirtió en una celebridad de la literatura internacional (se vendieron millones de ejemplares). Capote quiso emular al Marcel Proust de En busca del tiempo perdido con Plegarias atendidas, en el que intentó retratar las costumbres sexuales y sociales de la elite neoyorquina; se publicó en forma póstuma (e inacabada) en 1986.

Tras publicar en la revista Esquire, en 1975 y 1976, tres capítulos Plegarias atendidas, la mayoría de sus amistades le dio la espalda, acusándolo de “traición”. Este episodio -que Ryan Murphy cuenta en la serie Feud: Capote vs. The Swans- afectó seriamente a Capote, que no llegó a concluir la obra por la que sus editores en Penguin Random House le habían pagado cientos de miles de dólares a modo de anticipo (y que le reclamaban periódicamente). Su alcoholismo y la adicción a los fármacos se agravaron hasta su muerte en 1984, en Los Ángeles.

“Capote, como Andy Warhol, entendió las claves de su tiempo, aplicó a su literatura las nuevas técnicas narrativas que aprendía del cine y del periodismo, y usó a su favor a los medios para ganar atención sobre su obra -dice el escritor chileno Óscar Contardo a LA NACION-. Su literatura es un viaje desde la ficción inspirada en su biografía hacia la no ficción transformada en arte. Capote supo ser leal a sí mismo hasta el final, aunque eso le costará el exilio de la elite neoyorquina”.

Se lo considera uno de los referentes del “nuevo periodismo”, aunque su proyecto literario era más exigente, con sus expresivos cambio de plano, de foco y tono, pasando del chisme a la cita culta, del diálogo chispeante a la madurez reflexiva. “La mayoría de los escritores, incluso los mejores, escribe de forma excesivamente elaborada -se lee en el prefacio de Música para camaleones, de 1980-. Yo prefiero quedarme corto. La sencillez y la claridad de un riachuelo de campo. Sin embargo, mi impresión era que mi estilo se estaba haciendo demasiado denso, que necesitaba tres páginas para lograr efectos que debería ser capaz de conseguir en un solo párrafo”.

“El último Capote es interesante -dice a LA NACION el escritor y profesor Hernán Vera Álvarez-. Cuando muchos lo daban por terminado, luego de un paréntesis editorial de catorce años, publica Música para camaleones, un libro con características muy particulares. Es una obra híbrida que incluye relatos de ficción, crónicas de costumbres, entrevistas a mitos de la cultura pop como Marilyn Monroe, y una novela corta que es una falsa investigación periodística, ‘Ataúdes tallados a mano’. Capote nunca dijo que parte de las declaraciones y datos de esta novela eran inventados. Recién después de muerto todo salió a la luz. El prefacio guarda una inquietante máxima para quien intente alguna tarea artística: ‘Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse’. Música para camaleones es un libro que no tiene tanta publicidad y prestigio, pero ha cosechado admiradores aquí y allá. Hasta le inspiró a Fito Páez una horrible canción que lleva el mismo título”.

Para Vera Álvarez, profesor de literatura en Florida International University, Capote “escribía usando todo el diccionario, con un estilo por momentos cristalino que no olvida la profundidad y la riqueza de la prosa”. “Truman Capote se codeó con la alta sociedad norteamericana pero siempre supo que era un outsider, un muchacho de la América profunda -señala-. Era escéptico de la condición humana. Como Carson McCullers, Eudora Welty o William Faulkner, venía de un Sur pobre, religioso y conservador. Tal vez por eso, sus ansias de éxito fueron desmedidas”.

Compartimos algunos fragmentos de Retratos y Plegarias atendidas, de Truman Capote.

Elizabeth Taylor

“Mi primer descubrimiento sobre ella fue que, a pesar de una graciosa abundancia de palabrotas, resultó ser, en diversos ámbitos, una moralista, bastante estricta, casi calvinista. Por ejemplo, la perturbaba la idea de interpretar a la malhadada y hedonista heroína de Una mujer marcada de John O’Hara; tenía un contrato inquebrantable que la obligaba a hacer el papel (por el que ganaría un Oscar), pero le hubiera encantado haber podido evitarlo, porque: ‘No me gusta esa chica. No me gusta lo que representa. Su sórdida vacuidad. Los hombres. El acostarse con todo el mundo’”.

Tennessee Williams

“Por lo que se refiere a su sentido del humor, en general era bastante estridente. Pero cuando se encolerizaba, parecía oscilar entre dos cosas: un humor muy negro -riendo sin parar durante sus típicas comidas con cinco martinis- o una profunda amargura respecto de sí mismo, su padre y su familia. Su padre nunca lo comprendió, su familia parecía culparlo de la locura de su hermana, y el propio Tennessee…, bueno, creo que pensaba que no estaba del todo en su sano juicio. Sus ojos, siempre cambiantes, como una noria de alborozo y amargura, mostraban todo esto”.

Lesbianas intelectuales

Ha habido varias lesbianas intelectuales que se distinguieron por su físico: Colette, Gertrude Stein, Willa Cather, Ivy Compton-Burnett, Carson McCullers, Jane Bowles y, en una categoría sencillamente adorable: Eleanor Clark y Katherine Anne Porter. Ambas merecieron la reputación que tenían”.

En París

“Por aquella época, el Pont Royal tenía un barcito en los sótanos que era el bebedero de los culos gordos de la haute Bohéme. Sartre, el estrábico y pálido fumador de pipa, así como su amante solterona De Beauvoir, se quedaban apuntalados en una esquina como dos muñecos de ventrílocuo abandonados. Con frecuencia veía por allí, nunca sobrio, a Koestler, un enano agresivo con los puños muy sueltos. Y a Camus, delgado como una caña, cortado y cortante, un hombre de pelo crespo castaño, los ojos húmedos de vida y una expresión inquieta y constantemente atenta: una persona abordable”.

Jane Bowles

“En realidad, escribir nunca es fácil: en caso de que alguien no lo sepa, es lo más difícil que existe, y para Jane creo que es doloroso, de tan difícil. Y por qué no, si tanto su idioma como sus temas son buscados recorriendo senderos tortuosos y pétreas canteras: las relaciones, entre sus personajes, que nunca acaban de cuajar, y las aflicciones mentales y físicas con las que los rodea y los satura; en su obra cada habitación es un lugar atroz y cada paisaje urbano es una creación de las hoscas luces de neón. Y, sin embargo, aunque la visión trágica es fundamental en ella, y Jane Bowles es una escritora muy cómica, una especie de humorista, no se la puede adscribir al denominado humor negro, porque este, no obstante ser un encantador artificio, carece por completo de compasión. La comprensión sutil que tiene Jane Bowles de la excentricidad y la soledad humanas, tal como lo manifiesta su obra, exige que tengamos su arte en alta estima”.

Humphrey Bogart

“No importa que jugara al póquer hasta el amanecer y tomara coñac como desayuno: siempre llegaba a la hora al estudio, arreglado y sabiéndose a la perfección el papel que interpretaba (que era siempre el mismo, por supuesto, aunque no hay nada más difícil que seguir despertando interés a pesar de repetirse). No, Bogart nunca tuvo ni un ápice de inepto. Fue un actor sin teorías (bueno, tenía una: que debía cobrar mucho) y sin mal genio, aunque no desprovisto de temperamento, y como comprendía que la supervivencia artística depende de la disciplina, permanece, ha dejado la huella de su paso”.

Isak Dinesen

“El tiempo la ha reducido a una esencia, igual que una uva se convierte en pasa o una rosa en perfume. Inmediatamente, aun en el caso de que uno no conozca su pasado, se da cuenta de que es la vraie chose, todo un personaje. Un rostro tan facetado, cuyos prismas desprenden un orgulloso centelleo de inteligencia y educada compasión, es decir, de sabiduría, no puede ser una ocurrencia accidental. Tampoco esos ojos, con kohl en los párpados, profundos, como animales de terciopelo acurrucados en una cueva, son posesión de mujeres comunes”.

Richard Avedon

“De todos modos, Avedon parece sentirse atraído una y otra vez por el mero estado de un rostro. Se notará, ya que es inevitable, su tendencia a resaltar la vejez; e incluso entre los retratados de mediana edad, rastrea sin piedad cada pata de gallo duramente ganada. En consecuencia, ha sido objeto de ocasionales acusaciones de malevolencia. Pero ‘la juventud no me conmueve’, explica Avedon”.

Cecil Beaton

“Aunque aparentemente siempre trabaja presionado por un horario descorazonador, sería imposible suponer que no es un caballero de ocio casi tropical: si tiene diez minutos para tomar un avión y está hablando por teléfono con alguien, no hace nada para acortar la llamada, sino que continúa desplegando sus maravillosos modales. Sin embargo, uno puede estar completamente seguro de que no va a perder el avión. Lo mismo sucede con sus modelos: la persona que posa para Beaton tiene la sensación de estar flotando ligeramente en el espacio, le parece que no le están fotografiando sino pintando, y quien lo hace es una presencia casual y apenas visible. Pero Beaton está allí, sin duda. A pesar de su paso imperceptible, es una de las personas más ‘presentes’ que existen: su inteligencia visual es genial, nunca se podrá inventar una cámara que pueda cubrir o captar todo lo que él ve”.

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