¿Qué hacemos con los recuerdos?

Ya lo sabemos, una mudanza, más tarde o más temprano, nos obliga a una revisión, recuperación de objetos y de la memoria y descarte de lo que no queremos llevar. Pero ¿qué hacemos con las fotografías? ¿Y los negativos? Hace más de 40 años que hago fotos, con mayor o menor intensidad, distancia que nos lleva a entender que el mundo digital solo me llegó en los últimos minutos, como diría Carl Sagan al relatar nuestra presencia en el universo. Están las familiares, de cuando era niño, pero dejemos esas de lado por hoy.

No me griten, ya entendí y lo estoy haciendo gracias al aporte de un amigo profesional: todo ese material se puede digitalizar, incluso el celuloide se convierte directamente a imagen positiva, en un trabajo que es tedioso, pero gratificante a la vez y con mínima tecnología.

El punto es: ¿se tiran los restos? Casualidad (o no), llegó a mis manos este fin de semana un libro que hace tiempo quería leer y descubrí que estaba en casa, prestado por una amiga entrañable: en Las fotos, Inés Ulanovsky hace un trabajo casi arqueológico con imágenes “encontradas” en los archivos o incluso en las calles, dado que mucha gente, vaya uno a saber por qué, no se plantea estas dudas: a la basura y ya está.

Pero Inés no guarda porque sí, busca y reconstruye las historias de las personas que aparecen allí, y el resultado, les aseguro, es asombroso y emocionante hasta las lágrimas. Se podría hacer un capítulo de una docuserie con cada una de ellas, si alguna plataforma mirara más allá del mainstream del entretenimiento.

Un hijo de desaparecido que ve “su” foto en un diario, pero es su padre, de quien, como le cuenta a la autora, nunca había visto una foto de adulto. El parecido físico es lo que provoca el equívoco.

Oscar Ojeda vive a la intemperie en la bonaerense Chivilcoy y el fotógrafo local Daniel Muchiut decide retratarlo en distintas situaciones y épocas porque él, cuenta Ulanovsky, “registró el paso del tiempo”. El trabajo lo conmueve al punto de que produce un documental, cuyo afiche de promoción llama la atención de una asociación que busca gente. Se contactan con el fotógrafo porque habían recibido el encargo de los hermanos menores de Oscar, a quien le habían perdido el rastro 58 años atrás. Con Oscar viviendo en un geriátrico de Chivilcoy, Daniel hizo que los tres hermanos volvieran a unir sus vidas después de más de medio siglo.

Durante varios años revelaba mis propias fotos en riguroso blanco y negro. La vida profesional, el crecimiento de la familia y varias mudanzas fueron replegando ese material al olvido en forma de carpetas. Hasta ahora, que volvió a abrirse la caja de Pandora.

Tratando de ordenar cosas antes de que llegue el momento de una nueva mudanza, encontré una serie de negativos, con especial interés en el registro de un paseo por el Tigre, circa 1986. Lugares y personas que vuelven a hacerse presentes como si volviéramos a estar allí, y ellos delante de mí. Pero no.

“¡Mirá! Está Chuchi, mi compañera de coro, arquitecta”, exclama mi gran amigo Claudio Larrea, hoy fotógrafo destacado y director de la Fotogalería del Teatro San Martín, que había sido parte de aquella expedición. Yo no la recordaba hasta que volví a ver su foto, y estaba ahí, en el jardín de la casa que nos había albergado hace casi 40 años. Pero ella ya no está entre nosotros: decidió partir de este mundo no mucho después de aquel paseo.

Hay otras gentes, a quienes dejamos de ver hace mucho, pero sabemos que están. Y hay muchísimas más imágenes guardadas: mi búsqueda expresiva, coberturas de marchas políticas cuando aún no sabía si iba a ser fotoperiodista o cronista, mis amigos, mis novias, mis hijos y los hijos de mis amigos, hoy todos adultos y siguiendo sus propias vidas. De las que seguiremos y seguirán dando testimonio con más fotos, ahora guardadas y eternizadas en redes sociales.

Ya lo sabemos, una mudanza, más tarde o más temprano, nos obliga a una revisión, recuperación de objetos y de la memoria y descarte de lo que no queremos llevar. Pero ¿qué hacemos con las fotografías? ¿Y los negativos? Hace más de 40 años que hago fotos, con mayor o menor intensidad, distancia que nos lleva a entender que el mundo digital solo me llegó en los últimos minutos, como diría Carl Sagan al relatar nuestra presencia en el universo. Están las familiares, de cuando era niño, pero dejemos esas de lado por hoy.

No me griten, ya entendí y lo estoy haciendo gracias al aporte de un amigo profesional: todo ese material se puede digitalizar, incluso el celuloide se convierte directamente a imagen positiva, en un trabajo que es tedioso, pero gratificante a la vez y con mínima tecnología.

El punto es: ¿se tiran los restos? Casualidad (o no), llegó a mis manos este fin de semana un libro que hace tiempo quería leer y descubrí que estaba en casa, prestado por una amiga entrañable: en Las fotos, Inés Ulanovsky hace un trabajo casi arqueológico con imágenes “encontradas” en los archivos o incluso en las calles, dado que mucha gente, vaya uno a saber por qué, no se plantea estas dudas: a la basura y ya está.

Pero Inés no guarda porque sí, busca y reconstruye las historias de las personas que aparecen allí, y el resultado, les aseguro, es asombroso y emocionante hasta las lágrimas. Se podría hacer un capítulo de una docuserie con cada una de ellas, si alguna plataforma mirara más allá del mainstream del entretenimiento.

Un hijo de desaparecido que ve “su” foto en un diario, pero es su padre, de quien, como le cuenta a la autora, nunca había visto una foto de adulto. El parecido físico es lo que provoca el equívoco.

Oscar Ojeda vive a la intemperie en la bonaerense Chivilcoy y el fotógrafo local Daniel Muchiut decide retratarlo en distintas situaciones y épocas porque él, cuenta Ulanovsky, “registró el paso del tiempo”. El trabajo lo conmueve al punto de que produce un documental, cuyo afiche de promoción llama la atención de una asociación que busca gente. Se contactan con el fotógrafo porque habían recibido el encargo de los hermanos menores de Oscar, a quien le habían perdido el rastro 58 años atrás. Con Oscar viviendo en un geriátrico de Chivilcoy, Daniel hizo que los tres hermanos volvieran a unir sus vidas después de más de medio siglo.

Durante varios años revelaba mis propias fotos en riguroso blanco y negro. La vida profesional, el crecimiento de la familia y varias mudanzas fueron replegando ese material al olvido en forma de carpetas. Hasta ahora, que volvió a abrirse la caja de Pandora.

Tratando de ordenar cosas antes de que llegue el momento de una nueva mudanza, encontré una serie de negativos, con especial interés en el registro de un paseo por el Tigre, circa 1986. Lugares y personas que vuelven a hacerse presentes como si volviéramos a estar allí, y ellos delante de mí. Pero no.

“¡Mirá! Está Chuchi, mi compañera de coro, arquitecta”, exclama mi gran amigo Claudio Larrea, hoy fotógrafo destacado y director de la Fotogalería del Teatro San Martín, que había sido parte de aquella expedición. Yo no la recordaba hasta que volví a ver su foto, y estaba ahí, en el jardín de la casa que nos había albergado hace casi 40 años. Pero ella ya no está entre nosotros: decidió partir de este mundo no mucho después de aquel paseo.

Hay otras gentes, a quienes dejamos de ver hace mucho, pero sabemos que están. Y hay muchísimas más imágenes guardadas: mi búsqueda expresiva, coberturas de marchas políticas cuando aún no sabía si iba a ser fotoperiodista o cronista, mis amigos, mis novias, mis hijos y los hijos de mis amigos, hoy todos adultos y siguiendo sus propias vidas. De las que seguiremos y seguirán dando testimonio con más fotos, ahora guardadas y eternizadas en redes sociales.

 Ya lo sabemos, una mudanza, más tarde o más temprano, nos obliga a una revisión, recuperación de objetos y de la memoria y descarte de lo que no queremos llevar. Pero ¿qué hacemos con las fotografías? ¿Y los negativos? Hace más de 40 años que hago fotos, con mayor o menor intensidad, distancia que nos lleva a entender que el mundo digital solo me llegó en los últimos minutos, como diría Carl Sagan al relatar nuestra presencia en el universo. Están las familiares, de cuando era niño, pero dejemos esas de lado por hoy.No me griten, ya entendí y lo estoy haciendo gracias al aporte de un amigo profesional: todo ese material se puede digitalizar, incluso el celuloide se convierte directamente a imagen positiva, en un trabajo que es tedioso, pero gratificante a la vez y con mínima tecnología.El punto es: ¿se tiran los restos? Casualidad (o no), llegó a mis manos este fin de semana un libro que hace tiempo quería leer y descubrí que estaba en casa, prestado por una amiga entrañable: en Las fotos, Inés Ulanovsky hace un trabajo casi arqueológico con imágenes “encontradas” en los archivos o incluso en las calles, dado que mucha gente, vaya uno a saber por qué, no se plantea estas dudas: a la basura y ya está.Pero Inés no guarda porque sí, busca y reconstruye las historias de las personas que aparecen allí, y el resultado, les aseguro, es asombroso y emocionante hasta las lágrimas. Se podría hacer un capítulo de una docuserie con cada una de ellas, si alguna plataforma mirara más allá del mainstream del entretenimiento.Un hijo de desaparecido que ve “su” foto en un diario, pero es su padre, de quien, como le cuenta a la autora, nunca había visto una foto de adulto. El parecido físico es lo que provoca el equívoco.Oscar Ojeda vive a la intemperie en la bonaerense Chivilcoy y el fotógrafo local Daniel Muchiut decide retratarlo en distintas situaciones y épocas porque él, cuenta Ulanovsky, “registró el paso del tiempo”. El trabajo lo conmueve al punto de que produce un documental, cuyo afiche de promoción llama la atención de una asociación que busca gente. Se contactan con el fotógrafo porque habían recibido el encargo de los hermanos menores de Oscar, a quien le habían perdido el rastro 58 años atrás. Con Oscar viviendo en un geriátrico de Chivilcoy, Daniel hizo que los tres hermanos volvieran a unir sus vidas después de más de medio siglo.Durante varios años revelaba mis propias fotos en riguroso blanco y negro. La vida profesional, el crecimiento de la familia y varias mudanzas fueron replegando ese material al olvido en forma de carpetas. Hasta ahora, que volvió a abrirse la caja de Pandora.Tratando de ordenar cosas antes de que llegue el momento de una nueva mudanza, encontré una serie de negativos, con especial interés en el registro de un paseo por el Tigre, circa 1986. Lugares y personas que vuelven a hacerse presentes como si volviéramos a estar allí, y ellos delante de mí. Pero no.“¡Mirá! Está Chuchi, mi compañera de coro, arquitecta”, exclama mi gran amigo Claudio Larrea, hoy fotógrafo destacado y director de la Fotogalería del Teatro San Martín, que había sido parte de aquella expedición. Yo no la recordaba hasta que volví a ver su foto, y estaba ahí, en el jardín de la casa que nos había albergado hace casi 40 años. Pero ella ya no está entre nosotros: decidió partir de este mundo no mucho después de aquel paseo.Hay otras gentes, a quienes dejamos de ver hace mucho, pero sabemos que están. Y hay muchísimas más imágenes guardadas: mi búsqueda expresiva, coberturas de marchas políticas cuando aún no sabía si iba a ser fotoperiodista o cronista, mis amigos, mis novias, mis hijos y los hijos de mis amigos, hoy todos adultos y siguiendo sus propias vidas. De las que seguiremos y seguirán dando testimonio con más fotos, ahora guardadas y eternizadas en redes sociales.  Read More

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