Empezó a diseñar por disconformidad, estuvo en el Fashion Week de NY, vistió a la prima del rey Carlos y dice “Nada me quedaba bien”

Sus diseños tenían que estar en los grandes museos contemporáneos, como el MoMa. Eso dijo décadas atrás The New York Times sobre las creaciones de la diseñadora Jazmín “Min” Agostini (53), que venía de causar sensación en los Fashion Week de Nueva York y de México. Al poco tiempo, algunas de sus piezas únicas se exhibieron en la vidriera de Harrod’s de Londres. Arquitecta de profesión y especializada en indumentaria en el Instituto Marangoni de Milán y en el Instituto Europeo de Diseño, esta entrerriana –nació en la ciudad de Colón– se hizo un lugar entre los 100 mejores diseñadores de moda contemporánea del mundo, un título que diarios como el inglés The Independent y la revista Forbes, entre otras publicaciones, confirmaban cuando veían sus creaciones volumétricas, teatrales y escultóricas. “Desde hace años, trabajo sin parar en el desarrollo de técnicas y de procesos constructivos. Todo es el resultado de experimentación sobre experimentación. Soy como un laboratorio andante”, dice Min a ¡HOLA Argentina! rescatando el “Min Agostini en Obra”, que fue el nombre de la exhibición que presentó en la 25a edición del Designers BA, en el Museo MACBA. En la retrospectiva, se mostraron veinte piezas: algunas de archivo, otras inéditas, pero todas definidas por su característico cruce con el arte.

–Hay artistas que sólo se visten con tus diseños. ¿Cómo surge tu vinculación con la gente del arte?

–Marta Minujín fue una de las primeras. En 2006, la encontré en un café y le dije que me encantaría vestirla. “¿Vos hacés eso?”, me dijo señalando el saco plisado que yo llevaba. “Quiero. Anotá mi teléfono”. A partir de entonces construimos una gran amistad. Para ella diseñé overalls y vestidos, como los Antibeso y Antiabrazo que llevó a varios eventos. Cuando Victoria Noorthoorn [directora del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires] viaja al exterior le armamos equipos con géneros que no se arruguen en la valija y que puedan usarse hasta de ocho maneras distintas. Mis prendas son versátiles y perdurables en el tiempo: se las pasan de madres a sus hijas. Fomento el consumo lento y consciente. Mis prendas Con Mari Carmen Ramírez [curadora del Museo de Arte de Houston, Texas], hacemos zoom: me pruebo yo las prendas y le voy mostrando a través de la cámara qué podemos hacer. Siempre trabajé sin moldería, haciendo construcciones al cuerpo: me envuelvo en la tela y dejo que el material –con su textura, brillo, color y peso– me vaya guiando.

–Además de cantantes líricas internacionales, como Nadine Sierra, vestís a royals, como la británica Gabriella Windsor, prima segunda del rey Carlos III.

-Ella [así llaman a Gabriella de Windsor] además de ser mi clienta es mi amiga. La conocí a través de la baronesa alemana Gudrum “Dudú” von Thielmann. Una de las veces que Ella estuvo de visita en Buenos Aires, le propusieron hacer una nota para la edición francesa de Vogue y me pidió que la vistiera con mis piezas. Nos frecuentamos desde entonces. La última vez que vino, en 2023, hicimos un montón de planes juntas y me pidió que la acompañara a San Antonio de Areco, donde grabó un disco. Nos divertimos muchísimo.

–Tener ese target de clientas, ¿te pone en un lugar de diseñadora cara e inalcanzable?

–Ni mis piezas son económicamente inalcanzables ni están pensadas para un cuerpo determinado. Diseño para mujeres de todas las edades, desde los 15 hasta los 80, y mis creaciones –con cortes simples, cómodos y que no están atadas a la moda- son muy sentadoras. Yo empecé a diseñar para mí porque me sentía disconforme con mi propio cuerpo: desde los 14 años, comencé a subir y bajar de peso; sentía que todo me quedaba mal. Muchas mujeres creen que soy extremadamente alta y flaca y no es así. Desde que soy chica vengo haciendo una profunda interpretación de los cuerpos. Sé cómo destacar la figura desde un lugar amable.

–Tu hija, Cayetana [tiene 8 años y es fruto su relación con su exmarido, el empresario Francisco Lynch, con quien estuvo nueve años], ¿se viste con tu onda?

–Cuando era más chica, sí. Pero ahora, que es más grande, usa sólo jeans y remeras. Obvio que la dejo: sería tremendo para ella que yo le dijera qué tiene que ponerse. Además, lo tomo como una manera natural de separarse de mí: con Cay [así le dice] somos muy unidas, todo el tiempo abrazadas, pegoteadas.

–¿Cómo cambió tu vida la maternidad?

–¡180 grados! Antes de ser madre, diseñar era toda mi felicidad. Marta [Minujín] vivía diciéndome que yo tenía que ser madre. Pero yo tenía miedo. Cuando me casé con Francisco [desde hace 4 años ya no están más juntos], todo cambió, pero lo que sucedió fue que no podía quedar embarazada. Durante cinco años, hice tratamientos y, a la par, bajé mi ritmo de trabajo. “Si no frenás, no vas a quedar embarazada”, me decía él. Tenía razón: yo era muy workaholic. Mis prioridades se modificaron por completo cuando nació Cay. La tuve a los 44 años. No imagino mi vida sin ella.

–Contaste que, de chica, la pasaste mal con el tema de la ropa. ¿Cómo lo manejás con tu hija?

–Sé cómo se siente la presión de los estereotipos de belleza y de los ideales vinculados a la delgadez. Cuando yo era chica, los comentarios y las miradas de los otros te condenaban aun si tenías dos kilos de más. Eso todavía persiste en la sociedad. Soy exigente con el trabajo y, al mismo tiempo, trato de ser muy cuidadosa con Cay. Cuando la ropa comercial te queda mal, como me pasaba a mí, vivís insatisfecha y ¡hasta la postura del cuerpo lo refleja! Llevo más de cuarenta años diseñando para cuerpos reales; y, aunque hoy esa frase ya suene trillada, creo en eso.

–¿Qué proyectos tenés?

–Muchísimos, pero enfocarme ha sido uno de mis grandes desafíos. Tengo trastorno por déficit de atención (TDAH), un diagnóstico que me dieron en 2000 después de mucho deambular por diferentes consultorios, cuando todavía no había tanta información disponible con internet, como existe en la actualidad. Contar con esa información fue un alivio para mí: me permitió conocerme mejor, tenerme más paciencia –¡era demasiado exigente!– y adquirir todas las herramientas a mi alcance para aprovechar de manera positiva mi forma de pensar y de crear. A veces, la gente deja de hacer cosas por un diagnóstico: se instala un “no vas a poder” que paraliza. En cambio, a mí, tener ese diagnóstico me potenció: en todos estos años, mi lenguaje visual y técnico ha ido evolucionando, como lo ha hecho mi marca. Mi presente es muy prometedor. Ahora estoy muy entusiasmada con el lanzamiento de la edición Hits en la tienda virtual que acabamos de crear: que hoy mis piezas lleguen a un público más amplio me da mucha felicidad.

Sus diseños tenían que estar en los grandes museos contemporáneos, como el MoMa. Eso dijo décadas atrás The New York Times sobre las creaciones de la diseñadora Jazmín “Min” Agostini (53), que venía de causar sensación en los Fashion Week de Nueva York y de México. Al poco tiempo, algunas de sus piezas únicas se exhibieron en la vidriera de Harrod’s de Londres. Arquitecta de profesión y especializada en indumentaria en el Instituto Marangoni de Milán y en el Instituto Europeo de Diseño, esta entrerriana –nació en la ciudad de Colón– se hizo un lugar entre los 100 mejores diseñadores de moda contemporánea del mundo, un título que diarios como el inglés The Independent y la revista Forbes, entre otras publicaciones, confirmaban cuando veían sus creaciones volumétricas, teatrales y escultóricas. “Desde hace años, trabajo sin parar en el desarrollo de técnicas y de procesos constructivos. Todo es el resultado de experimentación sobre experimentación. Soy como un laboratorio andante”, dice Min a ¡HOLA Argentina! rescatando el “Min Agostini en Obra”, que fue el nombre de la exhibición que presentó en la 25a edición del Designers BA, en el Museo MACBA. En la retrospectiva, se mostraron veinte piezas: algunas de archivo, otras inéditas, pero todas definidas por su característico cruce con el arte.

–Hay artistas que sólo se visten con tus diseños. ¿Cómo surge tu vinculación con la gente del arte?

–Marta Minujín fue una de las primeras. En 2006, la encontré en un café y le dije que me encantaría vestirla. “¿Vos hacés eso?”, me dijo señalando el saco plisado que yo llevaba. “Quiero. Anotá mi teléfono”. A partir de entonces construimos una gran amistad. Para ella diseñé overalls y vestidos, como los Antibeso y Antiabrazo que llevó a varios eventos. Cuando Victoria Noorthoorn [directora del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires] viaja al exterior le armamos equipos con géneros que no se arruguen en la valija y que puedan usarse hasta de ocho maneras distintas. Mis prendas son versátiles y perdurables en el tiempo: se las pasan de madres a sus hijas. Fomento el consumo lento y consciente. Mis prendas Con Mari Carmen Ramírez [curadora del Museo de Arte de Houston, Texas], hacemos zoom: me pruebo yo las prendas y le voy mostrando a través de la cámara qué podemos hacer. Siempre trabajé sin moldería, haciendo construcciones al cuerpo: me envuelvo en la tela y dejo que el material –con su textura, brillo, color y peso– me vaya guiando.

–Además de cantantes líricas internacionales, como Nadine Sierra, vestís a royals, como la británica Gabriella Windsor, prima segunda del rey Carlos III.

-Ella [así llaman a Gabriella de Windsor] además de ser mi clienta es mi amiga. La conocí a través de la baronesa alemana Gudrum “Dudú” von Thielmann. Una de las veces que Ella estuvo de visita en Buenos Aires, le propusieron hacer una nota para la edición francesa de Vogue y me pidió que la vistiera con mis piezas. Nos frecuentamos desde entonces. La última vez que vino, en 2023, hicimos un montón de planes juntas y me pidió que la acompañara a San Antonio de Areco, donde grabó un disco. Nos divertimos muchísimo.

–Tener ese target de clientas, ¿te pone en un lugar de diseñadora cara e inalcanzable?

–Ni mis piezas son económicamente inalcanzables ni están pensadas para un cuerpo determinado. Diseño para mujeres de todas las edades, desde los 15 hasta los 80, y mis creaciones –con cortes simples, cómodos y que no están atadas a la moda- son muy sentadoras. Yo empecé a diseñar para mí porque me sentía disconforme con mi propio cuerpo: desde los 14 años, comencé a subir y bajar de peso; sentía que todo me quedaba mal. Muchas mujeres creen que soy extremadamente alta y flaca y no es así. Desde que soy chica vengo haciendo una profunda interpretación de los cuerpos. Sé cómo destacar la figura desde un lugar amable.

–Tu hija, Cayetana [tiene 8 años y es fruto su relación con su exmarido, el empresario Francisco Lynch, con quien estuvo nueve años], ¿se viste con tu onda?

–Cuando era más chica, sí. Pero ahora, que es más grande, usa sólo jeans y remeras. Obvio que la dejo: sería tremendo para ella que yo le dijera qué tiene que ponerse. Además, lo tomo como una manera natural de separarse de mí: con Cay [así le dice] somos muy unidas, todo el tiempo abrazadas, pegoteadas.

–¿Cómo cambió tu vida la maternidad?

–¡180 grados! Antes de ser madre, diseñar era toda mi felicidad. Marta [Minujín] vivía diciéndome que yo tenía que ser madre. Pero yo tenía miedo. Cuando me casé con Francisco [desde hace 4 años ya no están más juntos], todo cambió, pero lo que sucedió fue que no podía quedar embarazada. Durante cinco años, hice tratamientos y, a la par, bajé mi ritmo de trabajo. “Si no frenás, no vas a quedar embarazada”, me decía él. Tenía razón: yo era muy workaholic. Mis prioridades se modificaron por completo cuando nació Cay. La tuve a los 44 años. No imagino mi vida sin ella.

–Contaste que, de chica, la pasaste mal con el tema de la ropa. ¿Cómo lo manejás con tu hija?

–Sé cómo se siente la presión de los estereotipos de belleza y de los ideales vinculados a la delgadez. Cuando yo era chica, los comentarios y las miradas de los otros te condenaban aun si tenías dos kilos de más. Eso todavía persiste en la sociedad. Soy exigente con el trabajo y, al mismo tiempo, trato de ser muy cuidadosa con Cay. Cuando la ropa comercial te queda mal, como me pasaba a mí, vivís insatisfecha y ¡hasta la postura del cuerpo lo refleja! Llevo más de cuarenta años diseñando para cuerpos reales; y, aunque hoy esa frase ya suene trillada, creo en eso.

–¿Qué proyectos tenés?

–Muchísimos, pero enfocarme ha sido uno de mis grandes desafíos. Tengo trastorno por déficit de atención (TDAH), un diagnóstico que me dieron en 2000 después de mucho deambular por diferentes consultorios, cuando todavía no había tanta información disponible con internet, como existe en la actualidad. Contar con esa información fue un alivio para mí: me permitió conocerme mejor, tenerme más paciencia –¡era demasiado exigente!– y adquirir todas las herramientas a mi alcance para aprovechar de manera positiva mi forma de pensar y de crear. A veces, la gente deja de hacer cosas por un diagnóstico: se instala un “no vas a poder” que paraliza. En cambio, a mí, tener ese diagnóstico me potenció: en todos estos años, mi lenguaje visual y técnico ha ido evolucionando, como lo ha hecho mi marca. Mi presente es muy prometedor. Ahora estoy muy entusiasmada con el lanzamiento de la edición Hits en la tienda virtual que acabamos de crear: que hoy mis piezas lleguen a un público más amplio me da mucha felicidad.

 La arquitecta y reconocida diseñadora de indumentaria Min Agostini nos abre las puertas de su casa de San Telmo, habla de Cayetana, su hija, y de sus proyectos  Read More

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