En un rincón de la biología moderna en donde la ciencia, la mente y el espíritu se encuentran y se genera una intersección entre lo inevitablemente predeterminado y lo potencialmente reprogramable, Bruce Harold Lipton se convirtió en una voz revolucionaria, y en un referente para aquellos que buscan una alternativa a su llamado “destino”.
Oriundo de Mount Kisco, un pueblito en el estado de Nueva York, Estados Unidos, comenzó su carrera como biólogo celular especializado en células madre y, luego de obtener su doctorado, empezó un camino como profesor universitario que, de distintas maneras y con diferentes approaches, seguiría hasta el día de hoy. Su momento bisagra, relata, fue a fines de los 80 cuando, profundizando en el concepto de la epigenética, se percató de que gran parte de lo que había estudiado y enseñado a lo largo de casi 20 años, estaba mal.
Autor de La biología de la creencia, nombrado una de las 100 mentes brillantes de la ciencia y la espiritualidad del siglo 21 y ganador del Premio Goi de la Paz en 2009, el doctor dará una conferencia en Buenos Aires el próximo 30 de noviembre, en un evento producido por Jorge Patrono y con el apoyo de la Fundación Columbia. En la previa a su visita al país, LA NACION pudo entrevistarlo y dialogar con él sobre cómo los pensamientos, actos y creencias afectan el ADN, la salud y nuestra experiencia de vida. El disparador que usa para invitar a su audiencia a pensar es: “¿Cómo sería tu vida si aprendieras que sos más poderoso de lo que alguna vez te enseñaron?”
–¿Cuándo y cómo empezaste a interesarte en la epigenética?
–Todo empezó en la década de los 80. Enseñaba biología celular en una escuela de medicina y, como la mayoría de los biólogos, creía que los genes controlaban la vida. Sin embargo, una investigación destruyó esa creencia. Puse células madre clonadas -óseas, musculares y grasas- en distintos entornos y, para mi asombro, se desarrollaron en tipos de células completamente diferentes, todo lo cual indicaba que no eran los genes los que controlaban las células, sino el entorno en el que se encontraban. Esto marcó el comienzo de mi viaje hacia la epigenética: el estudio de cómo las señales ambientales regulan la actividad genética. La implicancia de este descubrimiento fue lo que más me llamó la atención: si las células responden a su entorno, entonces la biología humana no está predeterminada por la genética o, dicho de otra manera, no somos víctimas de nuestros genes, podemos cambiar el curso de nuestras vidas cambiando nuestras percepciones y nuestro entorno. Fue una realización liberadora que me llevó a explorar cómo los pensamientos y creencias influyen en nuestra biología.
–La epigenética plantea que el entorno, no solo los genes, determina el destino de una célula. ¿Cuál es el mejor entorno para el desarrollo genético?
–El mejor entorno es el que provee equilibrio, armonía y señales de seguridad y crecimiento. Esto no incluye solo el entorno físico, -nutrición adecuada, aire limpio y ejercicio-, sino también el entorno emocional y psicológico. Emociones positivas como el amor, la alegría, la gratitud y un sentido de propósito crean un entorno bioquímico que fomenta el crecimiento celular, la reparación y la salud; mientras que el estrés, el miedo y la ansiedad liberan hormonas de estrés (como el cortisol) que ponen al cuerpo en “modo de protección”, suprimiendo el crecimiento y debilitando el sistema inmunológico.
–¿El “mejor” entorno varía para cada individuo?
Sí, puede variar de una persona a otra, dependiendo de sus necesidades y circunstancias. Aunque los principios básicos de un entorno de apoyo son los mismos -alimentos saludables, equilibrio emocional y relaciones de apoyo-, cada individuo puede tener distintas preferencias y factores estresantes específicos que abordar. La clave es crear un entorno, tanto interno como externo, que fomente la sanación, el equilibrio y la vitalidad.
El grano antienvejecimiento que repara los tejidos y contiene los nueve aminoácidos esenciales
–¿Cómo influyen nuestras creencias y pensamientos en el comportamiento celular?
–Un ejemplo clásico es el efecto placebo: cuando una persona cree que está recibiendo un tratamiento poderoso -aunque sea solo una píldora de azúcar-, su mente genera una respuesta curativa en el cuerpo. Esta creencia provoca cambios bioquímicos que imitan los efectos de una medicación real. Hay muchos estudios de casos en donde no es la píldora la que desencadena la sanación, sino la creencia del paciente en el poder de la píldora. Cuando alguien cree que está en peligro constantemente, su cuerpo activa su sistema de respuesta al estrés, liberando cortisol y adrenalina y, con el tiempo, estas hormonas suprimen el sistema inmunológico, dañan los tejidos e interfieren con la digestión y el sueño, conduciendo a enfermedades. Por el contrario, alguien que cree que está seguro, amado y apoyado, genera una cascada de señales bioquímicas positivas como la oxitocina, la serotonina y las hormonas del crecimiento, que promueven la sanación, la reparación y el buen funcionamiento del sistema inmune.
Un caso famoso es el de Norman Cousins: un hombre que, diagnosticado con espondilitis anquilosante (una enfermedad degenerativa), se negó a aceptar el pronóstico, se centró en el humor y empezó a ver comedias todos los días, creyendo que la risa podía ayudar a su cuerpo a sanar. Su salud mejoró y se recuperó por completo.
–¿Experimentaste en primera persona el poder de la auto-sanación?
–Sí. Al principio de mi carrera vivía con una profunda sensación de impotencia y estrés, atrapado en la creencia de que la vida era difícil y de que era víctima de fuerzas fuera de mi control. Esta mentalidad afectaba mi salud, mis relaciones y mi felicidad en general. Después de mis descubrimientos en biología celular y epigenética me di cuenta de que podía cambiar mi vida al cambiar mis creencias y, al pasar del miedo a practicar la atención plena y enfocarme en el amor y la gratitud, experimenté una transformación profunda. Pasé de sentirme desamparado y estresado a sentir que tenía control sobre mi vida, a ser más feliz y a tener una mejor salud física.
–¿Creés que todas las enfermedades se originan en el plano emocional?
–Si bien creo que las emociones juegan un papel significativo en el desarrollo de enfermedades, estas son el resultado de una combinación de factores que no incluyen solo emociones, sino también influencias físicas, ambientales e incluso genéticas. Sí puedo afirmar que emociones como el estrés crónico, el miedo o los traumas no resueltos, son factores clave en la aparición de una enfermedad, porque alteran el entorno interno del cuerpo, debilitando el sistema inmunológico y afectando el funcionamiento celular.
–¿Cómo se explican los casos en los que personas felices se enferman?
A menudo hay creencias subconscientes subyacentes, o problemas emocionales no resueltos, que pueden no ser evidentes. Alguien puede parecer feliz externamente, pero su programación subconsciente (formada en los primeros años de vida) puede estar reproduciendo patrones de miedo, culpa o dudas que se manifiestan en el cuerpo como enfermedad. Además, factores externos como toxinas, una dieta deficiente o infecciones, también pueden desencadenar enfermedades, independientemente del estado emocional.
¿Cuáles son los dos tipos de magnesio que eliminan el cansancio y reparan los tejidos?
–¿Cómo se explican las enfermedades en los niños? ¿Creés que algunas enfermedades provienen de “vidas pasadas” o traumas familiares no resueltos, o cada persona nace como una hoja en blanco?
–Las enfermedades en los niños pueden surgir de una variedad de factores, incluidos la genética, las toxinas ambientales, la nutrición y el entorno emocional en el que son criados. Desde la perspectiva de la epigenética, sabemos que el entorno temprano de un niño, incluido el estado emocional de sus padres, puede influir en la expresión de sus genes. En algunos casos, los traumas familiares no resueltos o los problemas emocionales pueden transmitirse a través de generaciones, no mediante las secuencias de ADN, sino por marcadores epigenéticos que influyen en la actividad genética. A esto se le llama “estrés heredado” y puede predisponer a los niños a enfermedades. Los niños son una combinación de potencial genético e influencia de su entorno: no nacen como una hoja en blanco, pero sí tienen un inmenso potencial para la sanación y la transformación, siempre y cuando tengan un entorno de apoyo adecuado, tanto a nivel físico como emocional y psicológico.
–¿Es posible sanar una enfermedad sin alopatía, a través del trabajo emocional?
–Nuestros estados emocionales y mentales juegan un rol clave en la configuración del entorno interno del cuerpo, que influye directamente en el comportamiento celular y la expresión genética. Sin embargo, cada individuo es único y no se trata de seguir un enfoque, sino de lograr un enfoque integrativo. Creo que es posible sanar de enfermedades graves como el cáncer o el Parkinson a través del trabajo emocional -de hecho, hay casos documentados-, pero, a menudo, depende de una variedad de factores, y es un esfuerzo combinado que involucra también el abordaje de factores físicos como la nutrición y la desintoxicación. A veces las intervenciones físicas, sea a través de medios alopáticos o alternativos, son necesarias para apoyar los procesos de sanación del cuerpo.
–¿Cómo te posicionás en la comunidad científica frente a aquellos que dicen que tus teorías carecen de suficiente evidencia?
–Me reconozco como alguien que desafía el status quo, y esto naturalmente invita a la crítica. Históricamente, las ideas innovadoras fueron recibidas con escepticismo, especialmente cuando cuestionan creencias profundamente arraigadas. A medida que surja más investigación, la comunidad científica va a seguir evolucionando en su comprensión de la conexión mente-cuerpo. La ciencia es un proceso de descubrimiento y las ideas nuevas requieren tiempo para ser aceptadas.
–¿Cuál fue el mayor desafío que enfrentaste a lo largo de tu carrera y vida personal?
–El darme cuenta de que gran parte de lo que había estado enseñando estaba equivocado, de que estaba viviendo en conflicto con mis propias creencias. Me encontré atrapado en patrones negativos de pensamiento y estrés. Tuve que cambiar por completo mi cosmovisión, alejarme de la aceptación científica convencional y desafiar los principios en los que me había basado toda mi vida. Fue un despertar personal, liberador y desconcertante, que me hizo más resiliente y determinado a continuar con mi trabajo para ayudar a otros a darse cuenta del poder que tienen para moldear su propia biología y, en definitiva, forjar su propio destino.
En un rincón de la biología moderna en donde la ciencia, la mente y el espíritu se encuentran y se genera una intersección entre lo inevitablemente predeterminado y lo potencialmente reprogramable, Bruce Harold Lipton se convirtió en una voz revolucionaria, y en un referente para aquellos que buscan una alternativa a su llamado “destino”.
Oriundo de Mount Kisco, un pueblito en el estado de Nueva York, Estados Unidos, comenzó su carrera como biólogo celular especializado en células madre y, luego de obtener su doctorado, empezó un camino como profesor universitario que, de distintas maneras y con diferentes approaches, seguiría hasta el día de hoy. Su momento bisagra, relata, fue a fines de los 80 cuando, profundizando en el concepto de la epigenética, se percató de que gran parte de lo que había estudiado y enseñado a lo largo de casi 20 años, estaba mal.
Autor de La biología de la creencia, nombrado una de las 100 mentes brillantes de la ciencia y la espiritualidad del siglo 21 y ganador del Premio Goi de la Paz en 2009, el doctor dará una conferencia en Buenos Aires el próximo 30 de noviembre, en un evento producido por Jorge Patrono y con el apoyo de la Fundación Columbia. En la previa a su visita al país, LA NACION pudo entrevistarlo y dialogar con él sobre cómo los pensamientos, actos y creencias afectan el ADN, la salud y nuestra experiencia de vida. El disparador que usa para invitar a su audiencia a pensar es: “¿Cómo sería tu vida si aprendieras que sos más poderoso de lo que alguna vez te enseñaron?”
–¿Cuándo y cómo empezaste a interesarte en la epigenética?
–Todo empezó en la década de los 80. Enseñaba biología celular en una escuela de medicina y, como la mayoría de los biólogos, creía que los genes controlaban la vida. Sin embargo, una investigación destruyó esa creencia. Puse células madre clonadas -óseas, musculares y grasas- en distintos entornos y, para mi asombro, se desarrollaron en tipos de células completamente diferentes, todo lo cual indicaba que no eran los genes los que controlaban las células, sino el entorno en el que se encontraban. Esto marcó el comienzo de mi viaje hacia la epigenética: el estudio de cómo las señales ambientales regulan la actividad genética. La implicancia de este descubrimiento fue lo que más me llamó la atención: si las células responden a su entorno, entonces la biología humana no está predeterminada por la genética o, dicho de otra manera, no somos víctimas de nuestros genes, podemos cambiar el curso de nuestras vidas cambiando nuestras percepciones y nuestro entorno. Fue una realización liberadora que me llevó a explorar cómo los pensamientos y creencias influyen en nuestra biología.
–La epigenética plantea que el entorno, no solo los genes, determina el destino de una célula. ¿Cuál es el mejor entorno para el desarrollo genético?
–El mejor entorno es el que provee equilibrio, armonía y señales de seguridad y crecimiento. Esto no incluye solo el entorno físico, -nutrición adecuada, aire limpio y ejercicio-, sino también el entorno emocional y psicológico. Emociones positivas como el amor, la alegría, la gratitud y un sentido de propósito crean un entorno bioquímico que fomenta el crecimiento celular, la reparación y la salud; mientras que el estrés, el miedo y la ansiedad liberan hormonas de estrés (como el cortisol) que ponen al cuerpo en “modo de protección”, suprimiendo el crecimiento y debilitando el sistema inmunológico.
–¿El “mejor” entorno varía para cada individuo?
Sí, puede variar de una persona a otra, dependiendo de sus necesidades y circunstancias. Aunque los principios básicos de un entorno de apoyo son los mismos -alimentos saludables, equilibrio emocional y relaciones de apoyo-, cada individuo puede tener distintas preferencias y factores estresantes específicos que abordar. La clave es crear un entorno, tanto interno como externo, que fomente la sanación, el equilibrio y la vitalidad.
El grano antienvejecimiento que repara los tejidos y contiene los nueve aminoácidos esenciales
–¿Cómo influyen nuestras creencias y pensamientos en el comportamiento celular?
–Un ejemplo clásico es el efecto placebo: cuando una persona cree que está recibiendo un tratamiento poderoso -aunque sea solo una píldora de azúcar-, su mente genera una respuesta curativa en el cuerpo. Esta creencia provoca cambios bioquímicos que imitan los efectos de una medicación real. Hay muchos estudios de casos en donde no es la píldora la que desencadena la sanación, sino la creencia del paciente en el poder de la píldora. Cuando alguien cree que está en peligro constantemente, su cuerpo activa su sistema de respuesta al estrés, liberando cortisol y adrenalina y, con el tiempo, estas hormonas suprimen el sistema inmunológico, dañan los tejidos e interfieren con la digestión y el sueño, conduciendo a enfermedades. Por el contrario, alguien que cree que está seguro, amado y apoyado, genera una cascada de señales bioquímicas positivas como la oxitocina, la serotonina y las hormonas del crecimiento, que promueven la sanación, la reparación y el buen funcionamiento del sistema inmune.
Un caso famoso es el de Norman Cousins: un hombre que, diagnosticado con espondilitis anquilosante (una enfermedad degenerativa), se negó a aceptar el pronóstico, se centró en el humor y empezó a ver comedias todos los días, creyendo que la risa podía ayudar a su cuerpo a sanar. Su salud mejoró y se recuperó por completo.
–¿Experimentaste en primera persona el poder de la auto-sanación?
–Sí. Al principio de mi carrera vivía con una profunda sensación de impotencia y estrés, atrapado en la creencia de que la vida era difícil y de que era víctima de fuerzas fuera de mi control. Esta mentalidad afectaba mi salud, mis relaciones y mi felicidad en general. Después de mis descubrimientos en biología celular y epigenética me di cuenta de que podía cambiar mi vida al cambiar mis creencias y, al pasar del miedo a practicar la atención plena y enfocarme en el amor y la gratitud, experimenté una transformación profunda. Pasé de sentirme desamparado y estresado a sentir que tenía control sobre mi vida, a ser más feliz y a tener una mejor salud física.
–¿Creés que todas las enfermedades se originan en el plano emocional?
–Si bien creo que las emociones juegan un papel significativo en el desarrollo de enfermedades, estas son el resultado de una combinación de factores que no incluyen solo emociones, sino también influencias físicas, ambientales e incluso genéticas. Sí puedo afirmar que emociones como el estrés crónico, el miedo o los traumas no resueltos, son factores clave en la aparición de una enfermedad, porque alteran el entorno interno del cuerpo, debilitando el sistema inmunológico y afectando el funcionamiento celular.
–¿Cómo se explican los casos en los que personas felices se enferman?
A menudo hay creencias subconscientes subyacentes, o problemas emocionales no resueltos, que pueden no ser evidentes. Alguien puede parecer feliz externamente, pero su programación subconsciente (formada en los primeros años de vida) puede estar reproduciendo patrones de miedo, culpa o dudas que se manifiestan en el cuerpo como enfermedad. Además, factores externos como toxinas, una dieta deficiente o infecciones, también pueden desencadenar enfermedades, independientemente del estado emocional.
¿Cuáles son los dos tipos de magnesio que eliminan el cansancio y reparan los tejidos?
–¿Cómo se explican las enfermedades en los niños? ¿Creés que algunas enfermedades provienen de “vidas pasadas” o traumas familiares no resueltos, o cada persona nace como una hoja en blanco?
–Las enfermedades en los niños pueden surgir de una variedad de factores, incluidos la genética, las toxinas ambientales, la nutrición y el entorno emocional en el que son criados. Desde la perspectiva de la epigenética, sabemos que el entorno temprano de un niño, incluido el estado emocional de sus padres, puede influir en la expresión de sus genes. En algunos casos, los traumas familiares no resueltos o los problemas emocionales pueden transmitirse a través de generaciones, no mediante las secuencias de ADN, sino por marcadores epigenéticos que influyen en la actividad genética. A esto se le llama “estrés heredado” y puede predisponer a los niños a enfermedades. Los niños son una combinación de potencial genético e influencia de su entorno: no nacen como una hoja en blanco, pero sí tienen un inmenso potencial para la sanación y la transformación, siempre y cuando tengan un entorno de apoyo adecuado, tanto a nivel físico como emocional y psicológico.
–¿Es posible sanar una enfermedad sin alopatía, a través del trabajo emocional?
–Nuestros estados emocionales y mentales juegan un rol clave en la configuración del entorno interno del cuerpo, que influye directamente en el comportamiento celular y la expresión genética. Sin embargo, cada individuo es único y no se trata de seguir un enfoque, sino de lograr un enfoque integrativo. Creo que es posible sanar de enfermedades graves como el cáncer o el Parkinson a través del trabajo emocional -de hecho, hay casos documentados-, pero, a menudo, depende de una variedad de factores, y es un esfuerzo combinado que involucra también el abordaje de factores físicos como la nutrición y la desintoxicación. A veces las intervenciones físicas, sea a través de medios alopáticos o alternativos, son necesarias para apoyar los procesos de sanación del cuerpo.
–¿Cómo te posicionás en la comunidad científica frente a aquellos que dicen que tus teorías carecen de suficiente evidencia?
–Me reconozco como alguien que desafía el status quo, y esto naturalmente invita a la crítica. Históricamente, las ideas innovadoras fueron recibidas con escepticismo, especialmente cuando cuestionan creencias profundamente arraigadas. A medida que surja más investigación, la comunidad científica va a seguir evolucionando en su comprensión de la conexión mente-cuerpo. La ciencia es un proceso de descubrimiento y las ideas nuevas requieren tiempo para ser aceptadas.
–¿Cuál fue el mayor desafío que enfrentaste a lo largo de tu carrera y vida personal?
–El darme cuenta de que gran parte de lo que había estado enseñando estaba equivocado, de que estaba viviendo en conflicto con mis propias creencias. Me encontré atrapado en patrones negativos de pensamiento y estrés. Tuve que cambiar por completo mi cosmovisión, alejarme de la aceptación científica convencional y desafiar los principios en los que me había basado toda mi vida. Fue un despertar personal, liberador y desconcertante, que me hizo más resiliente y determinado a continuar con mi trabajo para ayudar a otros a darse cuenta del poder que tienen para moldear su propia biología y, en definitiva, forjar su propio destino.
Nombrado como una de las 100 mentes más brillantes de la ciencia y la espiritualidad del siglo 21, el reconocido biólogo dará una conferencia el 30 de noviembre en el Auditorio Belgrano donde compartirá su visión revolucionaria sobre el poder del entorno físico, la mente y las emociones en la biología humana y el bienestar Read More