Las elecciones de los Estados Unidos dejaron un efecto colateral impensado. Ciertos periodistas y un par de medios anunciaron su decisión de irse de X (exTwitter) alegando razones ideológicas de esa plataforma y un entorno hostil. El anuncio tiene varias aristas, unas técnicas y otras políticas.
Es inevitable no espejar esta salida airada con la que en su momento propuso Donald Trump cuando su cuenta fue bloqueada. Entonces inventó otra red que se llamaba Truth Social porque, como ahora, decía que se iba de un lugar que mentía. También se invitó a la gente a mudarse a Mastodon, como hoy se invita a Bluesky. Pero dio igual.
Las plataformas necesitan masa crítica de redes que las utilicen. Sin comunidades activas las plataformas desaparecen tan rápido como se inventan. De nada sirve organizar una fiesta si mis contactos siguen en otra romería. Pero si el anfitrión invita, por lo menos tiene que estar dispuesto a recibir visitas. El problema de los periodistas que dejan X es que los contertulios ya saben que quienes se van nunca estuvieron del todo. Y aquí las razones técnicas.
Una red de personas usa una plataforma tecnológica para conectarse. Una misma persona puede cultivar varias redes: aficiones, aspiraciones, amores, familia, que pueden no tocarse entre sí, aunque comparten la misma plataforma.
En las plataformas publicar no tiene nada que ver con ser visto, como saben las cuentas de los medios que anunciaron que dejarán X. The Guardian o La Vanguardia tienen muchísimos seguidores, pero los niveles de lectura de sus publicaciones son bajísimos. Y más baja aún es la interacción
Los 95 millones que siguen a Donald Trump no son los mismos 95 millones de fans de Taylor Swift. Claro que, siendo plataformas abiertas, potencialmente podrían ver a los dos. Pero eso no ocurre, porque no hay dos cuentas que vean lo mismo al mismo tiempo. Ni siquiera el dueño del algoritmo, Elon Musk, logra que lo sigan los más de quinientos millones de usuarios de X.
En las plataformas publicar no tiene nada que ver con ser visto, como saben las cuentas de los medios que anunciaron que dejarán X. The Guardian o La Vanguardia tienen muchísimos seguidores, pero los niveles de lectura de sus publicaciones son bajísimos. Y más baja aún es la interacción.
La semana previa a la defección, la publicación con más vistas de La Vanguardia se relacionaba con la tragedia meteorológica de Valencia, pero no llegaba a cinco comentarios y siete republicaciones. Nada para 1.4 millones de seguidores del medio y la gravedad del asunto.
Si las noticias son de política o publicitarias, ni los 10 millones de seguidores de The Guardian alcanzan para llegar a un millar de lecturas y un par de republicaciones. La medida de la atención que reciben es demasiado modesta para los promedios que obtienen usuarios particulares, no por celebridad sino por estar activos en su comunidad.
Los periodistas que se despiden diciendo que seguirán publicando pero que prescindirán de interactuar solo confirman que siguen sin comprender el espíritu de la red y que usan la plataforma como un megáfono. Y nadie se queda demasiado tiempo escuchando una bocina.
Los medios entienden de espectadores y de ser vistos y no comprenden que los usuarios de las plataformas opinen y publiquen sin su permiso. Es cierto que algunos grupos lo hacen de manera agresiva, pero los barrabravas no definen a toda la hinchada de un club. Para ver el partido tranquilo hay que elegir bien la tribuna.
El mismo anuncio que justifica la retirada en hostilidad y fanatismo confirma que apenas estuvieron en una burbuja que no define lo que hacen otras comunidades. Pero aun siendo el caso, solía ser una misión del periodismo entender los climas de opinión de su época.
Hoy avisan que, ante la imposibilidad de bajar la fiebre que deja un proceso político, dejarán de medir la temperatura. Este “me voy de las redes” de hoy recuerda mucho al “no veo televisión” del siglo pasado. Igual de inútil. Igual de esnob.
Las elecciones de los Estados Unidos dejaron un efecto colateral impensado. Ciertos periodistas y un par de medios anunciaron su decisión de irse de X (exTwitter) alegando razones ideológicas de esa plataforma y un entorno hostil. El anuncio tiene varias aristas, unas técnicas y otras políticas.
Es inevitable no espejar esta salida airada con la que en su momento propuso Donald Trump cuando su cuenta fue bloqueada. Entonces inventó otra red que se llamaba Truth Social porque, como ahora, decía que se iba de un lugar que mentía. También se invitó a la gente a mudarse a Mastodon, como hoy se invita a Bluesky. Pero dio igual.
Las plataformas necesitan masa crítica de redes que las utilicen. Sin comunidades activas las plataformas desaparecen tan rápido como se inventan. De nada sirve organizar una fiesta si mis contactos siguen en otra romería. Pero si el anfitrión invita, por lo menos tiene que estar dispuesto a recibir visitas. El problema de los periodistas que dejan X es que los contertulios ya saben que quienes se van nunca estuvieron del todo. Y aquí las razones técnicas.
Una red de personas usa una plataforma tecnológica para conectarse. Una misma persona puede cultivar varias redes: aficiones, aspiraciones, amores, familia, que pueden no tocarse entre sí, aunque comparten la misma plataforma.
En las plataformas publicar no tiene nada que ver con ser visto, como saben las cuentas de los medios que anunciaron que dejarán X. The Guardian o La Vanguardia tienen muchísimos seguidores, pero los niveles de lectura de sus publicaciones son bajísimos. Y más baja aún es la interacción
Los 95 millones que siguen a Donald Trump no son los mismos 95 millones de fans de Taylor Swift. Claro que, siendo plataformas abiertas, potencialmente podrían ver a los dos. Pero eso no ocurre, porque no hay dos cuentas que vean lo mismo al mismo tiempo. Ni siquiera el dueño del algoritmo, Elon Musk, logra que lo sigan los más de quinientos millones de usuarios de X.
En las plataformas publicar no tiene nada que ver con ser visto, como saben las cuentas de los medios que anunciaron que dejarán X. The Guardian o La Vanguardia tienen muchísimos seguidores, pero los niveles de lectura de sus publicaciones son bajísimos. Y más baja aún es la interacción.
La semana previa a la defección, la publicación con más vistas de La Vanguardia se relacionaba con la tragedia meteorológica de Valencia, pero no llegaba a cinco comentarios y siete republicaciones. Nada para 1.4 millones de seguidores del medio y la gravedad del asunto.
Si las noticias son de política o publicitarias, ni los 10 millones de seguidores de The Guardian alcanzan para llegar a un millar de lecturas y un par de republicaciones. La medida de la atención que reciben es demasiado modesta para los promedios que obtienen usuarios particulares, no por celebridad sino por estar activos en su comunidad.
Los periodistas que se despiden diciendo que seguirán publicando pero que prescindirán de interactuar solo confirman que siguen sin comprender el espíritu de la red y que usan la plataforma como un megáfono. Y nadie se queda demasiado tiempo escuchando una bocina.
Los medios entienden de espectadores y de ser vistos y no comprenden que los usuarios de las plataformas opinen y publiquen sin su permiso. Es cierto que algunos grupos lo hacen de manera agresiva, pero los barrabravas no definen a toda la hinchada de un club. Para ver el partido tranquilo hay que elegir bien la tribuna.
El mismo anuncio que justifica la retirada en hostilidad y fanatismo confirma que apenas estuvieron en una burbuja que no define lo que hacen otras comunidades. Pero aun siendo el caso, solía ser una misión del periodismo entender los climas de opinión de su época.
Hoy avisan que, ante la imposibilidad de bajar la fiebre que deja un proceso político, dejarán de medir la temperatura. Este “me voy de las redes” de hoy recuerda mucho al “no veo televisión” del siglo pasado. Igual de inútil. Igual de esnob.
El “me voy de las redes” que, con su retirada de X, pusieron en marcha The Guardian y La Vanguardia, recuerda mucho al “no veo televisión” del siglo pasado Read More