No amaba cocinar desde niña. Tampoco deseaba la fama y en nada se parecía a las estrellas que imponían distancia a fuerza de frialdad. Antes de convertirse en la cocinera más importante de la Argentina, Petrona C. de Gandulfo, o simplemente “Doña Petrona”, tuvo que aprender a combinar los condimentos que le presentó la vida y lo hizo con la misma pericia con la que luego transmitió sus recetas.
Desde sus comienzos, en los años 30, sus preparaciones se convirtieron en clásicos de los hogares argentinos y su primera recopilación de preparaciones y consejos, El libro de Doña Petrona, 1000 recetas culinarias, sigue siendo uno de los más vendidos, con más de 120 ediciones. Pero detrás de aquella figura emblemática que acompañó a las amas de casa desde el televisor durante 35 años había una mujer valiente, vanguardista y, sobre todo, emprendedora.
Nació en La Banda, provincia de Santiago del Estero, el 29 de junio de 1896. Tras la prematura pérdida de su padre, Manuel Carrizo, su madre, Clementina, se encargó de llevar adelante el hogar y, a pesar de que los usos y costumbres de aquellos tiempos indicaban que las niñas debían ayudar en los quehaceres domésticos, Petrona encontró la manera de hacerle una zancadilla a los mandatos. “Ella contaba que su mamá la llamaba para que la ayudara acerar empanadas, pero ella le decía siempre que tenía que estudiar. Entonces, se sentaba con un libro o una carpeta del colegio, y escondido detrás de la tapa, tenía otro libro. Porque lo que ella realmente amaba era leer novelas. Durante toda su niñez, intentó huir de la cocina, pero el destino ya estaba escrito”, reveló alguna vez Marcela Massut, una de sus nietas, en una entrevista.
Su madre pensó que en Santiago, la capital provincial, quizá tendrían mejores posibilidades de progresar, y hacia allá se encaminó con sus siete hijos para abrir una pensión. Allí, a Petrona no le quedó otra alternativa que colaborar, pero lo hacía a regañadientes y siempre que fuera estrictamente necesario. “Preparaba pastelitos de dulce, empanadas y otras comidas, pero solo para ayudar a mi mamá”, recordaba ella, mucho después.
A los 15 años, un cimbronazo sacudió su apacible existencia. Su madre quiso casarla con un militar hacendado de la zona. Entonces, una vez más, decidió huir de ese destino trazado por otros. Sin decir nada, abandonó el hogar familiar y consiguió trabajo en la cocina de la estancia Quebrachitos, en el departamento santiagueño de Aguirre.
En aquel paraje, su vida cambió para siempre, Y no porque allí haya surgido su pasión por las artes culinarias, sino porque conoció a su gran amor: Oscar Gandulfo, 30 años mayor y administrador de la finca.
Un año después, cuando ella tenía apenas 16, se casaron y al tiempo decidieron iniciar una vida juntos en Buenos Aires. A esa altura, él ya había desarrollado una grave enfermedad, pero eso no le impidió conseguir un puesto en el Correo Central.
Mientras Gandulfo trabajaba, ella se dedicaba al tejido y a la costura, pero no tardó en sentirse asfixiada entre esas cuatro paredes. Un poco por eso y otro poco por la necesidad de comenzar a aportar dinero al hogar, Petrona prestó especial atención a un anuncio que vio justo enfrente de su casa. Es que, esta vez, el universo había conspirado a su favor: por casualidad, Petrona y su marido se habían instalado junto enfrente de la Compañía Primitiva de Gas, en la calle Alsina. En aquel aviso, impreso en letras de molde, leyó que buscaban 18 mujeres para dar clases de cocina con gas, con la intención de publicitar el uso de aquel novedoso método por sobre otros que se venían utilizando hasta el momento, como la leña, el carbón y el kerosene.
Una vez más, aquella joven ama de casa santiagueña decidió seguir su propio instinto, aun desoyendo las recomendaciones de su propio esposo, y se anotó incluso a sabiendas de que no sabía cocinar. Aquel “detalle” no la frenó. Luego de quedar elegida, se enteró de que ella y 17 compañeras participarían de un curso dictado por el prestigioso chef Ángel Baldi. Allí, aprendió las exclusivas técnicas y recetas de la compañía francesa Le Cordon Bleu.
Por supuesto que nadie quedó sorprendido por su destreza, pero su tesón y la rapidez con la que incorporaba conocimientos la convirtieron, en poco tiempo, en la jefa de las demás. Y entonces, llegó el momento de enseñar lo aprendido, primero en las sedes de la compañía y luego en las grandes tiendas y salas de todo el país.
“A esas clases iban las mujeres de muy buen poder adquisitivo, que eran las que podían acceder a comprar una cocina de gas, e iban acompañadas de sus cocineras, que eran a las que mi abuela les daba finalmente las clases de cocina. Después, esas mismas señoras, las cocineras, la fueron llevando a donde llegó”, explica su nieta Marcela.
La emprendedora incansable
En 1943 ocurrió lo inevitable: su esposo falleció y Petrona no solo se convirtió en el único sostén de su hogar, sino que desarrolló su incipiente perfil de emprendedora incansable. A esa altura, sus clases de cocina, en las que combinaba con maestría los sabores de sus raíces criollas, italianas y españolas con las más exquisitas recetas francesas, eran un éxito y ya publicaba sus recetas en las revistas El Hogar y Caras y Caretas. Algunas de ellas formaron parte de su primer libro, con el que alcanzó una popularidad sin precedentes.
El volumen no solo incluía preparaciones, sino también consejos para la organización de la economía familiar, reflejando la visión integral de Petrona sobre el arte de llevar adelante un hogar. “Creo que a quienes se ocupó de educar fue a esas señoras que no sabían de protocolo ni de ahorro, ni tenían en cuenta los beneficios de usar los productos de temporada. Por eso, ella siempre estuvo muy agradecida con ellas e iba a verlas a dónde podía. En 1982 la acompañé cerca de San Miguel a dar una clase en un colegio, para juntar plata que necesitaba la comunidad educativa de una de sus lectoras. Siempre fue muy agradecida de todas esas señoras”, indica su nieta.
Lo cierto es que su creciente popularidad, su locuacidad y su estilo didáctico pronto la llevaron a la radio y, con el tiempo, a ese medio moderno del que se convertiría una de las figuras más importantes: la televisión. Se incorporó al flamante medio un año después de su lanzamiento en el país, en 1952, con un programa propio, Variedades hogareñas, que se emitía por Canal 7, la única señal existente por ese entonces.
Años atrás, se había casado en segundas nupcias con Atilio Massut, con quien adoptó a su único hijo, Marcelo; pero para no marear a sus seguidoras, decidió seguir usando el apellido de su primer esposo.
En 1960, se incorporó al que sería su programa televisivo más exitoso: Buenas tardes, mucho gusto. Allí se mantuvo durante más de veinte años, junto a su célebre asistente, Juanita Bordoy. Para ese entonces, la servicial pampeana ya llevaba 15 años al lado de la ecónoma y además de acompañarla ante las cámaras, cumplía la función de ama de llaves del hogar familiar.
En el pico de su popularidad, llegó a recibir unas 400 cartas diarias de televidentes pidiéndole consejos culinarios y tuvo que contratar a una empresa de mensajería para que llevaran puerta a puerta sus respuestas. En su casa, además, llegó a tener un registro con fichas bien detalladas de unas 600 mil amas de casa con las que se contactaba por escrito o telefónicamente.
“Nadie se podía sentar en el sillón que estaba al lado de su teléfono rojo. Su número figuraba en la guía telefónica y eran constantes los llamados de señoras. Los días previos a la Pascua o a la Navidad, o incluso los Días del Padre o de la Madre, ella atendía y siempre era por alguna consulta. Y las cartas llegaban de todo el país”, rememora su nieta.
Petrona se retiró de la televisión en 1983, pero se mantuvo siempre activa. Desde su hogar, seguía en contacto directo con las mujeres de varias generaciones que habían aprendido a cocinar con sus recetas. A los 90 años, cuando ya le costaba movilizarse hasta aquel teléfono rojo, hizo instalar otras dos líneas en su cuarto, para seguir atendiendo los requerimientos de sus miles de amigas virtuales.
Murió el 6 de febrero de 1992, a los 93 años. Junto a ella se encontraba la leal Juanita. Su legado, sin embargo, perdura en el tiempo.
No amaba cocinar desde niña. Tampoco deseaba la fama y en nada se parecía a las estrellas que imponían distancia a fuerza de frialdad. Antes de convertirse en la cocinera más importante de la Argentina, Petrona C. de Gandulfo, o simplemente “Doña Petrona”, tuvo que aprender a combinar los condimentos que le presentó la vida y lo hizo con la misma pericia con la que luego transmitió sus recetas.
Desde sus comienzos, en los años 30, sus preparaciones se convirtieron en clásicos de los hogares argentinos y su primera recopilación de preparaciones y consejos, El libro de Doña Petrona, 1000 recetas culinarias, sigue siendo uno de los más vendidos, con más de 120 ediciones. Pero detrás de aquella figura emblemática que acompañó a las amas de casa desde el televisor durante 35 años había una mujer valiente, vanguardista y, sobre todo, emprendedora.
Nació en La Banda, provincia de Santiago del Estero, el 29 de junio de 1896. Tras la prematura pérdida de su padre, Manuel Carrizo, su madre, Clementina, se encargó de llevar adelante el hogar y, a pesar de que los usos y costumbres de aquellos tiempos indicaban que las niñas debían ayudar en los quehaceres domésticos, Petrona encontró la manera de hacerle una zancadilla a los mandatos. “Ella contaba que su mamá la llamaba para que la ayudara acerar empanadas, pero ella le decía siempre que tenía que estudiar. Entonces, se sentaba con un libro o una carpeta del colegio, y escondido detrás de la tapa, tenía otro libro. Porque lo que ella realmente amaba era leer novelas. Durante toda su niñez, intentó huir de la cocina, pero el destino ya estaba escrito”, reveló alguna vez Marcela Massut, una de sus nietas, en una entrevista.
Su madre pensó que en Santiago, la capital provincial, quizá tendrían mejores posibilidades de progresar, y hacia allá se encaminó con sus siete hijos para abrir una pensión. Allí, a Petrona no le quedó otra alternativa que colaborar, pero lo hacía a regañadientes y siempre que fuera estrictamente necesario. “Preparaba pastelitos de dulce, empanadas y otras comidas, pero solo para ayudar a mi mamá”, recordaba ella, mucho después.
A los 15 años, un cimbronazo sacudió su apacible existencia. Su madre quiso casarla con un militar hacendado de la zona. Entonces, una vez más, decidió huir de ese destino trazado por otros. Sin decir nada, abandonó el hogar familiar y consiguió trabajo en la cocina de la estancia Quebrachitos, en el departamento santiagueño de Aguirre.
En aquel paraje, su vida cambió para siempre, Y no porque allí haya surgido su pasión por las artes culinarias, sino porque conoció a su gran amor: Oscar Gandulfo, 30 años mayor y administrador de la finca.
Un año después, cuando ella tenía apenas 16, se casaron y al tiempo decidieron iniciar una vida juntos en Buenos Aires. A esa altura, él ya había desarrollado una grave enfermedad, pero eso no le impidió conseguir un puesto en el Correo Central.
Mientras Gandulfo trabajaba, ella se dedicaba al tejido y a la costura, pero no tardó en sentirse asfixiada entre esas cuatro paredes. Un poco por eso y otro poco por la necesidad de comenzar a aportar dinero al hogar, Petrona prestó especial atención a un anuncio que vio justo enfrente de su casa. Es que, esta vez, el universo había conspirado a su favor: por casualidad, Petrona y su marido se habían instalado junto enfrente de la Compañía Primitiva de Gas, en la calle Alsina. En aquel aviso, impreso en letras de molde, leyó que buscaban 18 mujeres para dar clases de cocina con gas, con la intención de publicitar el uso de aquel novedoso método por sobre otros que se venían utilizando hasta el momento, como la leña, el carbón y el kerosene.
Una vez más, aquella joven ama de casa santiagueña decidió seguir su propio instinto, aun desoyendo las recomendaciones de su propio esposo, y se anotó incluso a sabiendas de que no sabía cocinar. Aquel “detalle” no la frenó. Luego de quedar elegida, se enteró de que ella y 17 compañeras participarían de un curso dictado por el prestigioso chef Ángel Baldi. Allí, aprendió las exclusivas técnicas y recetas de la compañía francesa Le Cordon Bleu.
Por supuesto que nadie quedó sorprendido por su destreza, pero su tesón y la rapidez con la que incorporaba conocimientos la convirtieron, en poco tiempo, en la jefa de las demás. Y entonces, llegó el momento de enseñar lo aprendido, primero en las sedes de la compañía y luego en las grandes tiendas y salas de todo el país.
“A esas clases iban las mujeres de muy buen poder adquisitivo, que eran las que podían acceder a comprar una cocina de gas, e iban acompañadas de sus cocineras, que eran a las que mi abuela les daba finalmente las clases de cocina. Después, esas mismas señoras, las cocineras, la fueron llevando a donde llegó”, explica su nieta Marcela.
La emprendedora incansable
En 1943 ocurrió lo inevitable: su esposo falleció y Petrona no solo se convirtió en el único sostén de su hogar, sino que desarrolló su incipiente perfil de emprendedora incansable. A esa altura, sus clases de cocina, en las que combinaba con maestría los sabores de sus raíces criollas, italianas y españolas con las más exquisitas recetas francesas, eran un éxito y ya publicaba sus recetas en las revistas El Hogar y Caras y Caretas. Algunas de ellas formaron parte de su primer libro, con el que alcanzó una popularidad sin precedentes.
El volumen no solo incluía preparaciones, sino también consejos para la organización de la economía familiar, reflejando la visión integral de Petrona sobre el arte de llevar adelante un hogar. “Creo que a quienes se ocupó de educar fue a esas señoras que no sabían de protocolo ni de ahorro, ni tenían en cuenta los beneficios de usar los productos de temporada. Por eso, ella siempre estuvo muy agradecida con ellas e iba a verlas a dónde podía. En 1982 la acompañé cerca de San Miguel a dar una clase en un colegio, para juntar plata que necesitaba la comunidad educativa de una de sus lectoras. Siempre fue muy agradecida de todas esas señoras”, indica su nieta.
Lo cierto es que su creciente popularidad, su locuacidad y su estilo didáctico pronto la llevaron a la radio y, con el tiempo, a ese medio moderno del que se convertiría una de las figuras más importantes: la televisión. Se incorporó al flamante medio un año después de su lanzamiento en el país, en 1952, con un programa propio, Variedades hogareñas, que se emitía por Canal 7, la única señal existente por ese entonces.
Años atrás, se había casado en segundas nupcias con Atilio Massut, con quien adoptó a su único hijo, Marcelo; pero para no marear a sus seguidoras, decidió seguir usando el apellido de su primer esposo.
En 1960, se incorporó al que sería su programa televisivo más exitoso: Buenas tardes, mucho gusto. Allí se mantuvo durante más de veinte años, junto a su célebre asistente, Juanita Bordoy. Para ese entonces, la servicial pampeana ya llevaba 15 años al lado de la ecónoma y además de acompañarla ante las cámaras, cumplía la función de ama de llaves del hogar familiar.
En el pico de su popularidad, llegó a recibir unas 400 cartas diarias de televidentes pidiéndole consejos culinarios y tuvo que contratar a una empresa de mensajería para que llevaran puerta a puerta sus respuestas. En su casa, además, llegó a tener un registro con fichas bien detalladas de unas 600 mil amas de casa con las que se contactaba por escrito o telefónicamente.
“Nadie se podía sentar en el sillón que estaba al lado de su teléfono rojo. Su número figuraba en la guía telefónica y eran constantes los llamados de señoras. Los días previos a la Pascua o a la Navidad, o incluso los Días del Padre o de la Madre, ella atendía y siempre era por alguna consulta. Y las cartas llegaban de todo el país”, rememora su nieta.
Petrona se retiró de la televisión en 1983, pero se mantuvo siempre activa. Desde su hogar, seguía en contacto directo con las mujeres de varias generaciones que habían aprendido a cocinar con sus recetas. A los 90 años, cuando ya le costaba movilizarse hasta aquel teléfono rojo, hizo instalar otras dos líneas en su cuarto, para seguir atendiendo los requerimientos de sus miles de amigas virtuales.
Murió el 6 de febrero de 1992, a los 93 años. Junto a ella se encontraba la leal Juanita. Su legado, sin embargo, perdura en el tiempo.
Durante 20 años acompañó a las amas de casa con su ciclo Buenas tardes, mucho gusto; en el pico de su popularidad, contrató una línea telefónica especial para sus seguidoras y debió contratar a una empresa de mensajería para que llevaran puerta a puerta sus respuestas Read More