Alguien tiene que decírselo

Puede que la existencia virtual a la que insensiblemente nos llevan los Musk, Zuckerberg y compañía esté sembrada de futuras maravillas, pero no hay duda de que ya está mostrando fenómenos de lo más extraños. Por ejemplo, este chico Ape, que subió un video en el que, con el torso desnudo, descarga su ira contra Javier Milei y todos los que están detrás del affaire $LIBRA, la criptomoneda que el Presidente empujó con un tuit y que, al desmoronarse tras un breve pico, dejó un tendal de heridos y más de 100 millones de dólares en muy pocas manos. Echando espuma por la boca, Ape hace estallar un objeto de vidrio contra la pared y amenaza con perseguir a todos los culpables de la estafa. Es la furia encarnada reclamando viralidad. Después explicaría que, así como había ganado “mucho dinero” con meme coins de Cuba y África, quería ganar “mucho dinero” con la Argentina. Claro, como aquí nos sobra… Con una mezcla aterradora de candor y cinismo, declaró que le fe en nuestro presidente le hizo perder un millón de dólares.

Podemos inferir que Ape es un timbero virtual, como muchos de los que entraron a hacer plata fácil con esta evanescente moneda acuñada por un grupo variopinto de aventureros digitales y avalada a plazo fijo por el presidente argentino. Ape ha de vivir sumergido en la virtualidad, pero los efectos de su mala decisión se verifican en el mundo real. Esto es lo que olvidan estos muchachos. Los clics lanzados al ciberespacio repercuten en la relegada dimensión física. Es allí donde se pagan los errores. La vida no es un videojuego indoloro, como sugieren la levedad de las redes y la droga adictiva del flujo online.

¿Estará pensando en estas cosas el Presidente, ahora que se multiplican, aquí y afuera, las consecuencias políticas y judiciales de su trasnochado tuit? Tengo mis dudas, porque presumo que Milei pertenece más al mundo de Ape que al mío. Posiblemente su aval a $LIBRA haya sido producto de un entusiasmo insensato despertado por su fe en la tecnología y, sobre todo, en monedas digitales que dependen de la oferta y la demanda libre de la web y no de un respaldo del Estado, su gran enemigo.

La estafa de $LIBRA ocurre en una dimensión desconocida para mí, acaso el anticipo de un mundo en ciernes que ya está entre nosotros, poblado por una fauna que replica la del pesado mundo analógico –hay allí, como se ve, desde especuladores hasta líderes mundiales– pero que actúa de una forma extraña, por momentos inescrutable, como si fueran la avanzada de una mutación que está transformando a la especie.

Si no bajan a Milei del pedestal en el que lo han puesto y no se atreven a enfrentarlo cuando su autopercibida infalibilidad lo hace morder la banquina, habrá nuevos despistes

Milei dijo que el escándalo derivado de su tuit fue “un cachetazo” para él. Es curioso que haya apelado a una imagen tan física, el golpe seco de la mano abierta sobre la mejilla expuesta. Con un cachetazo –leve, convengamos– se despierta a quienes están dormidos o a punto de perder la conciencia. ¿Será el caso? Sería importante que Milei tomara conciencia de la magnitud de su error. Pero, más todavía, debería tomar conciencia de su falibilidad. La pregunta clave del criptogate no es cómo su entorno permitió que llegaran hasta su despacho estos lúmpenes de la virtualidad, sino cómo nadie es capaz de señalarle al Presidente los errores antes de que los cometa.

El Presidente vive en la fantasía de la infalibilidad. Es una característica defensiva de su personalidad, que se traduce en un dispositivo de conducta. Al creerse dueño de la verdad, al sentirse inmune a las equivocaciones, renuncia a la autocrítica y juzga toda crítica u observación externa como un ataque conspirativo contra su persona. Ante el error cometido o por cometer, entonces, carece de mecanismos de corrección. Así las cosas, la próxima piña puede estar a la vuelta de la esquina. Y él conduce, pero todos vamos a bordo.

Una vez más, es la psicología. Por eso se me ocurrió compartir mi impresión con José Abadi. “Sí, en ciertas personas la crítica puede ser vivida como un ataque, como un flagelo que desarticula su pretensión de invulnerabilidad –me señaló–. Esta pretensión exige una armadura prepotente que por lo general esconde un miedo. Y como el error se vive como una humillación, se evita también la autocrítica. Esto es bravo, porque la autocrítica es una ventana a la esperanza. Permite aprender y corregir”.

Tras el escándalo $LIBRA, la tarea de su entorno no es blindar a Milei o volverlo inaccesible. Al contrario. Si no lo bajan del pedestal en el que lo han puesto y no se atreven a enfrentarlo cuando su apego al dogma o su autopercibida infalibilidad lo hace morder la banquina, llegarán nuevos despistes. Y el precipicio puede estar cerca.

No es tarea sencilla. Como antes con Cristina, contradecir o desautorizar al Presidente tiene sus costos. El precio de cuestionar sus ideas o alguna de sus decisiones es salir eyectado. Muchos pueden atestiguarlo. Como sea, hacen falta en su entorno mentes racionales que, ante las primeras señales del derrape y la piña, adviertan el peligro y repitan en los pasillos oficiales: “Alguien tiene que decírselo”. A partir de ahí, a juntar coraje o a agarrarse fuerte.

Puede que la existencia virtual a la que insensiblemente nos llevan los Musk, Zuckerberg y compañía esté sembrada de futuras maravillas, pero no hay duda de que ya está mostrando fenómenos de lo más extraños. Por ejemplo, este chico Ape, que subió un video en el que, con el torso desnudo, descarga su ira contra Javier Milei y todos los que están detrás del affaire $LIBRA, la criptomoneda que el Presidente empujó con un tuit y que, al desmoronarse tras un breve pico, dejó un tendal de heridos y más de 100 millones de dólares en muy pocas manos. Echando espuma por la boca, Ape hace estallar un objeto de vidrio contra la pared y amenaza con perseguir a todos los culpables de la estafa. Es la furia encarnada reclamando viralidad. Después explicaría que, así como había ganado “mucho dinero” con meme coins de Cuba y África, quería ganar “mucho dinero” con la Argentina. Claro, como aquí nos sobra… Con una mezcla aterradora de candor y cinismo, declaró que le fe en nuestro presidente le hizo perder un millón de dólares.

Podemos inferir que Ape es un timbero virtual, como muchos de los que entraron a hacer plata fácil con esta evanescente moneda acuñada por un grupo variopinto de aventureros digitales y avalada a plazo fijo por el presidente argentino. Ape ha de vivir sumergido en la virtualidad, pero los efectos de su mala decisión se verifican en el mundo real. Esto es lo que olvidan estos muchachos. Los clics lanzados al ciberespacio repercuten en la relegada dimensión física. Es allí donde se pagan los errores. La vida no es un videojuego indoloro, como sugieren la levedad de las redes y la droga adictiva del flujo online.

¿Estará pensando en estas cosas el Presidente, ahora que se multiplican, aquí y afuera, las consecuencias políticas y judiciales de su trasnochado tuit? Tengo mis dudas, porque presumo que Milei pertenece más al mundo de Ape que al mío. Posiblemente su aval a $LIBRA haya sido producto de un entusiasmo insensato despertado por su fe en la tecnología y, sobre todo, en monedas digitales que dependen de la oferta y la demanda libre de la web y no de un respaldo del Estado, su gran enemigo.

La estafa de $LIBRA ocurre en una dimensión desconocida para mí, acaso el anticipo de un mundo en ciernes que ya está entre nosotros, poblado por una fauna que replica la del pesado mundo analógico –hay allí, como se ve, desde especuladores hasta líderes mundiales– pero que actúa de una forma extraña, por momentos inescrutable, como si fueran la avanzada de una mutación que está transformando a la especie.

Si no bajan a Milei del pedestal en el que lo han puesto y no se atreven a enfrentarlo cuando su autopercibida infalibilidad lo hace morder la banquina, habrá nuevos despistes

Milei dijo que el escándalo derivado de su tuit fue “un cachetazo” para él. Es curioso que haya apelado a una imagen tan física, el golpe seco de la mano abierta sobre la mejilla expuesta. Con un cachetazo –leve, convengamos– se despierta a quienes están dormidos o a punto de perder la conciencia. ¿Será el caso? Sería importante que Milei tomara conciencia de la magnitud de su error. Pero, más todavía, debería tomar conciencia de su falibilidad. La pregunta clave del criptogate no es cómo su entorno permitió que llegaran hasta su despacho estos lúmpenes de la virtualidad, sino cómo nadie es capaz de señalarle al Presidente los errores antes de que los cometa.

El Presidente vive en la fantasía de la infalibilidad. Es una característica defensiva de su personalidad, que se traduce en un dispositivo de conducta. Al creerse dueño de la verdad, al sentirse inmune a las equivocaciones, renuncia a la autocrítica y juzga toda crítica u observación externa como un ataque conspirativo contra su persona. Ante el error cometido o por cometer, entonces, carece de mecanismos de corrección. Así las cosas, la próxima piña puede estar a la vuelta de la esquina. Y él conduce, pero todos vamos a bordo.

Una vez más, es la psicología. Por eso se me ocurrió compartir mi impresión con José Abadi. “Sí, en ciertas personas la crítica puede ser vivida como un ataque, como un flagelo que desarticula su pretensión de invulnerabilidad –me señaló–. Esta pretensión exige una armadura prepotente que por lo general esconde un miedo. Y como el error se vive como una humillación, se evita también la autocrítica. Esto es bravo, porque la autocrítica es una ventana a la esperanza. Permite aprender y corregir”.

Tras el escándalo $LIBRA, la tarea de su entorno no es blindar a Milei o volverlo inaccesible. Al contrario. Si no lo bajan del pedestal en el que lo han puesto y no se atreven a enfrentarlo cuando su apego al dogma o su autopercibida infalibilidad lo hace morder la banquina, llegarán nuevos despistes. Y el precipicio puede estar cerca.

No es tarea sencilla. Como antes con Cristina, contradecir o desautorizar al Presidente tiene sus costos. El precio de cuestionar sus ideas o alguna de sus decisiones es salir eyectado. Muchos pueden atestiguarlo. Como sea, hacen falta en su entorno mentes racionales que, ante las primeras señales del derrape y la piña, adviertan el peligro y repitan en los pasillos oficiales: “Alguien tiene que decírselo”. A partir de ahí, a juntar coraje o a agarrarse fuerte.

 Puede que la existencia virtual a la que insensiblemente nos llevan los Musk, Zuckerberg y compañía esté sembrada de futuras maravillas, pero no hay duda de que ya está mostrando fenómenos de lo más extraños. Por ejemplo, este chico Ape, que subió un video en el que, con el torso desnudo, descarga su ira contra Javier Milei y todos los que están detrás del affaire $LIBRA, la criptomoneda que el Presidente empujó con un tuit y que, al desmoronarse tras un breve pico, dejó un tendal de heridos y más de 100 millones de dólares en muy pocas manos. Echando espuma por la boca, Ape hace estallar un objeto de vidrio contra la pared y amenaza con perseguir a todos los culpables de la estafa. Es la furia encarnada reclamando viralidad. Después explicaría que, así como había ganado “mucho dinero” con meme coins de Cuba y África, quería ganar “mucho dinero” con la Argentina. Claro, como aquí nos sobra… Con una mezcla aterradora de candor y cinismo, declaró que le fe en nuestro presidente le hizo perder un millón de dólares.Podemos inferir que Ape es un timbero virtual, como muchos de los que entraron a hacer plata fácil con esta evanescente moneda acuñada por un grupo variopinto de aventureros digitales y avalada a plazo fijo por el presidente argentino. Ape ha de vivir sumergido en la virtualidad, pero los efectos de su mala decisión se verifican en el mundo real. Esto es lo que olvidan estos muchachos. Los clics lanzados al ciberespacio repercuten en la relegada dimensión física. Es allí donde se pagan los errores. La vida no es un videojuego indoloro, como sugieren la levedad de las redes y la droga adictiva del flujo online.¿Estará pensando en estas cosas el Presidente, ahora que se multiplican, aquí y afuera, las consecuencias políticas y judiciales de su trasnochado tuit? Tengo mis dudas, porque presumo que Milei pertenece más al mundo de Ape que al mío. Posiblemente su aval a $LIBRA haya sido producto de un entusiasmo insensato despertado por su fe en la tecnología y, sobre todo, en monedas digitales que dependen de la oferta y la demanda libre de la web y no de un respaldo del Estado, su gran enemigo.La estafa de $LIBRA ocurre en una dimensión desconocida para mí, acaso el anticipo de un mundo en ciernes que ya está entre nosotros, poblado por una fauna que replica la del pesado mundo analógico –hay allí, como se ve, desde especuladores hasta líderes mundiales– pero que actúa de una forma extraña, por momentos inescrutable, como si fueran la avanzada de una mutación que está transformando a la especie.Si no bajan a Milei del pedestal en el que lo han puesto y no se atreven a enfrentarlo cuando su autopercibida infalibilidad lo hace morder la banquina, habrá nuevos despistesMilei dijo que el escándalo derivado de su tuit fue “un cachetazo” para él. Es curioso que haya apelado a una imagen tan física, el golpe seco de la mano abierta sobre la mejilla expuesta. Con un cachetazo –leve, convengamos– se despierta a quienes están dormidos o a punto de perder la conciencia. ¿Será el caso? Sería importante que Milei tomara conciencia de la magnitud de su error. Pero, más todavía, debería tomar conciencia de su falibilidad. La pregunta clave del criptogate no es cómo su entorno permitió que llegaran hasta su despacho estos lúmpenes de la virtualidad, sino cómo nadie es capaz de señalarle al Presidente los errores antes de que los cometa.El Presidente vive en la fantasía de la infalibilidad. Es una característica defensiva de su personalidad, que se traduce en un dispositivo de conducta. Al creerse dueño de la verdad, al sentirse inmune a las equivocaciones, renuncia a la autocrítica y juzga toda crítica u observación externa como un ataque conspirativo contra su persona. Ante el error cometido o por cometer, entonces, carece de mecanismos de corrección. Así las cosas, la próxima piña puede estar a la vuelta de la esquina. Y él conduce, pero todos vamos a bordo.Una vez más, es la psicología. Por eso se me ocurrió compartir mi impresión con José Abadi. “Sí, en ciertas personas la crítica puede ser vivida como un ataque, como un flagelo que desarticula su pretensión de invulnerabilidad –me señaló–. Esta pretensión exige una armadura prepotente que por lo general esconde un miedo. Y como el error se vive como una humillación, se evita también la autocrítica. Esto es bravo, porque la autocrítica es una ventana a la esperanza. Permite aprender y corregir”.Tras el escándalo $LIBRA, la tarea de su entorno no es blindar a Milei o volverlo inaccesible. Al contrario. Si no lo bajan del pedestal en el que lo han puesto y no se atreven a enfrentarlo cuando su apego al dogma o su autopercibida infalibilidad lo hace morder la banquina, llegarán nuevos despistes. Y el precipicio puede estar cerca.No es tarea sencilla. Como antes con Cristina, contradecir o desautorizar al Presidente tiene sus costos. El precio de cuestionar sus ideas o alguna de sus decisiones es salir eyectado. Muchos pueden atestiguarlo. Como sea, hacen falta en su entorno mentes racionales que, ante las primeras señales del derrape y la piña, adviertan el peligro y repitan en los pasillos oficiales: “Alguien tiene que decírselo”. A partir de ahí, a juntar coraje o a agarrarse fuerte.  Read More

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