Es muy curioso que el rugby, como todos los deportes, surgió como una necesidad de expresión. Parece que en muchas culturas de este mundo existió algún tipo de juego con una pelota donde unos tipos forcejeaban contra otros por tenerla un rato. En Inglaterra, por ejemplo, a mediados del siglo XVIII existía un juego en algunos pueblos donde una mitad de la población se disputaba una pelota con el fin de llevarla a un lugar determinado. Pongámonos en la situación imaginaria: pertenecemos al lado sur del pueblo llamado Owen Farrel Ville y nuestra misión es llevar el balón, una especie de bola de cuero, del que no estamos seguros de su procedencia, hasta el fin del pueblo, allá donde corre el río. Además, por supuesto, tenemos que evitar que los del Norte consigan llevarla adonde empieza el bosque, es decir el extremo sur del pueblo. En el medio de esa contienda, donde no hay un número definido de integrantes porque podían jugar todos y todas, pasaban cosas. Hay piñas, desmayos, dientes partidos, broncas manifestadas que vienen de viejas discusiones…
Quizá en lo último estaba lo interesante para los participantes. Era una forma de expresión, de sacarse una energía más relacionada a nuestro aspecto animal. No había jueces, ni videoref en esa experiencia casi anárquica. El final de esa contienda se daba con un único “try”. Cuando un equipo lograba llevar el balón a su destino, todo terminaba. Y se iban a los pubs a refrescar sus gargantas y fundirse en un abrazo. La última frase es producto de mi imaginación, aunque no es descabellado pensar que así lo hicieran. La cultura del bar en Inglaterra es más antigua que el rugby.
Si un tipo de pasatiempos similar existió en muchas partes del mundo (hay registros de juegos con pelota en los pueblos de América Precolombina, por ejemplo), los ingleses fueron los que ayudaron a la evolución del que se jugaba en sus pueblos. Cuentan que un tipo, al que le pusieron nombre y apellido, levantó la pelota mientras jugaban a lo que hoy llamamos fútbol y salió corriendo hasta apoyar la pelota en la línea. No sabemos si fue así, si realmente existió. Lo que supieron siempre los ingleses es que las historias tienen un poder enorme para dar sentido a la realidad. Cuanto más clara la historia que contamos mejor definido el camino adonde queremos ir. De dónde venimos y adónde vamos. Entonces eligieron un nombre, porque toda historia debe tener un héroe o una heroína, uno que funda un movimiento, que le da entidad a eso que tenemos como idea. Ese personaje fundador, si tiene un nombre, debe ser uno potente, uno que quede grabado en nuestras mentes cada vez que vemos un objeto como una pelota de cuero, un tapón de aluminio, una letra H hecha de caños en un campo de césped. Si William Webb Ellis, con ese grandioso y musical nombre, existió o no es totalmente irrelevante. Nosotros ya tenemos las letras H y la idea de que hay que llevar la pelota a ese territorio delimitado por líneas de cal.
Podríamos decir que el rugby es, antes que un juego, una idea aceptada por un gran grupo de gente. Que sean 15 y no 6 por equipo, que el juego se interrumpa cuando la pelota se cae para adelante e incluso la palabra free-kick son todas convenciones, arreglos entre humanos que para una persona que jamás escuchó del juego no tienen ningún sentido. Distinta será la reacción de la gente que sí cree en esas convenciones. Podemos comprobarlo si nos ubicamos en un lugar de una cancha cualquiera de la República Argentina cuando ocho tipos abrazados empujan a otros ocho hasta pasar la línea de cal y caen con la pelota en ese lugar, porque vamos a ver en un sector de la tribuna celebración, en algunos casos desmedida, y en otros una profunda decepción y algún que otro insulto. Y todo porque eligen creer en esa verdad, en ese movimiento llamado Rugby, con sus reglas implícitas y explícitas.
Todo movimiento, como una religión, un país o un deporte, necesita de gente que crea en él.
Hace algunos años vino un sudafricano a dar una clínica al SIC. Pasó un buen rato hablando de defensa y del principio de la presión. Cuando terminó su exposición se acercó alguien del club a contarle con orgullo que el lema histórico del SIC es “Scrum, Presión, Tackle y Ataque”. Indiferente, el sudafricano lo miró y le dijo que eran palabras vacías, que solo expresaban una parte del juego. Desde una mirada técnica tenía razón. E incluso podríamos también preguntarnos ¿qué es lo que hace a algo “histórico”? Lo que no entendió en ese momento el hombre de la tierra de los campeones del mundo es que el juego es antes que nada una forma de hacer filosofía, una historia que nos contamos. Así como en 1995 el lema de los Springbocks era “Un equipo, una nación” (One team, one Nation), nosotros en el SIC sabemos lo que decimos cuando decimos “Scrum, Presión, Tackle y Ataque”. Creemos firmemente en esas cuatro palabras y entendemos lo que hay detrás de cada una de ellas. Si hablo con Diego Cash, que jugó en los ‘80 y ‘90, o con Tomy Meyrelles, uno de los baluartes de ésta época, nos entendemos con solo decir esas 4 palabras. Son parte de una cultura, de una narrativa que construimos desde los primeros hitos deportivos del club.
El juego moderno es sofisticado. Existe tecnología que mide aceleraciones y distancias. Se sabe a la perfección cuánto debe correr un jugador en entrenamiento, cuánto peso debe levantar un primera línea si aspira a jugar internacionalmente. Podemos medir prácticamente todo. Asistentes de video nos dicen si un try fue o no. Sin embargo, lo que nos mueve profundamente es una historia que contar. El juego en sí es una historia. Hasta una transmisión de un partido es una historia, donde los coaches hablan por micrófono a los asistentes para que les sugieran a los jugadores por dónde debe ir esa historia. Está esa historia y también la historia que se cuenta cada equipo, la de cada jugador con sus anhelos y proyecciones. Y está la historia de los hinchas que creen firmemente en levantar una bufanda mientras cantan una canción.
Podríamos preguntarle a un sudafricano: ¿Qué significa “un equipo, una nación”? ¿Realmente unos tipos empujando y llevando una pelota de cuero hasta una línea de cal pueden hacer que un país se una y olvide sus profundas diferencias? Parece que sí, aunque sea un rato, como aquellos ingleses de hace casi doscientos años que competían por llevar la pelota hasta donde empezaba el río o hasta donde empezaba el bosque.
Es muy curioso que el rugby, como todos los deportes, surgió como una necesidad de expresión. Parece que en muchas culturas de este mundo existió algún tipo de juego con una pelota donde unos tipos forcejeaban contra otros por tenerla un rato. En Inglaterra, por ejemplo, a mediados del siglo XVIII existía un juego en algunos pueblos donde una mitad de la población se disputaba una pelota con el fin de llevarla a un lugar determinado. Pongámonos en la situación imaginaria: pertenecemos al lado sur del pueblo llamado Owen Farrel Ville y nuestra misión es llevar el balón, una especie de bola de cuero, del que no estamos seguros de su procedencia, hasta el fin del pueblo, allá donde corre el río. Además, por supuesto, tenemos que evitar que los del Norte consigan llevarla adonde empieza el bosque, es decir el extremo sur del pueblo. En el medio de esa contienda, donde no hay un número definido de integrantes porque podían jugar todos y todas, pasaban cosas. Hay piñas, desmayos, dientes partidos, broncas manifestadas que vienen de viejas discusiones…
Quizá en lo último estaba lo interesante para los participantes. Era una forma de expresión, de sacarse una energía más relacionada a nuestro aspecto animal. No había jueces, ni videoref en esa experiencia casi anárquica. El final de esa contienda se daba con un único “try”. Cuando un equipo lograba llevar el balón a su destino, todo terminaba. Y se iban a los pubs a refrescar sus gargantas y fundirse en un abrazo. La última frase es producto de mi imaginación, aunque no es descabellado pensar que así lo hicieran. La cultura del bar en Inglaterra es más antigua que el rugby.
Si un tipo de pasatiempos similar existió en muchas partes del mundo (hay registros de juegos con pelota en los pueblos de América Precolombina, por ejemplo), los ingleses fueron los que ayudaron a la evolución del que se jugaba en sus pueblos. Cuentan que un tipo, al que le pusieron nombre y apellido, levantó la pelota mientras jugaban a lo que hoy llamamos fútbol y salió corriendo hasta apoyar la pelota en la línea. No sabemos si fue así, si realmente existió. Lo que supieron siempre los ingleses es que las historias tienen un poder enorme para dar sentido a la realidad. Cuanto más clara la historia que contamos mejor definido el camino adonde queremos ir. De dónde venimos y adónde vamos. Entonces eligieron un nombre, porque toda historia debe tener un héroe o una heroína, uno que funda un movimiento, que le da entidad a eso que tenemos como idea. Ese personaje fundador, si tiene un nombre, debe ser uno potente, uno que quede grabado en nuestras mentes cada vez que vemos un objeto como una pelota de cuero, un tapón de aluminio, una letra H hecha de caños en un campo de césped. Si William Webb Ellis, con ese grandioso y musical nombre, existió o no es totalmente irrelevante. Nosotros ya tenemos las letras H y la idea de que hay que llevar la pelota a ese territorio delimitado por líneas de cal.
Podríamos decir que el rugby es, antes que un juego, una idea aceptada por un gran grupo de gente. Que sean 15 y no 6 por equipo, que el juego se interrumpa cuando la pelota se cae para adelante e incluso la palabra free-kick son todas convenciones, arreglos entre humanos que para una persona que jamás escuchó del juego no tienen ningún sentido. Distinta será la reacción de la gente que sí cree en esas convenciones. Podemos comprobarlo si nos ubicamos en un lugar de una cancha cualquiera de la República Argentina cuando ocho tipos abrazados empujan a otros ocho hasta pasar la línea de cal y caen con la pelota en ese lugar, porque vamos a ver en un sector de la tribuna celebración, en algunos casos desmedida, y en otros una profunda decepción y algún que otro insulto. Y todo porque eligen creer en esa verdad, en ese movimiento llamado Rugby, con sus reglas implícitas y explícitas.
Todo movimiento, como una religión, un país o un deporte, necesita de gente que crea en él.
Hace algunos años vino un sudafricano a dar una clínica al SIC. Pasó un buen rato hablando de defensa y del principio de la presión. Cuando terminó su exposición se acercó alguien del club a contarle con orgullo que el lema histórico del SIC es “Scrum, Presión, Tackle y Ataque”. Indiferente, el sudafricano lo miró y le dijo que eran palabras vacías, que solo expresaban una parte del juego. Desde una mirada técnica tenía razón. E incluso podríamos también preguntarnos ¿qué es lo que hace a algo “histórico”? Lo que no entendió en ese momento el hombre de la tierra de los campeones del mundo es que el juego es antes que nada una forma de hacer filosofía, una historia que nos contamos. Así como en 1995 el lema de los Springbocks era “Un equipo, una nación” (One team, one Nation), nosotros en el SIC sabemos lo que decimos cuando decimos “Scrum, Presión, Tackle y Ataque”. Creemos firmemente en esas cuatro palabras y entendemos lo que hay detrás de cada una de ellas. Si hablo con Diego Cash, que jugó en los ‘80 y ‘90, o con Tomy Meyrelles, uno de los baluartes de ésta época, nos entendemos con solo decir esas 4 palabras. Son parte de una cultura, de una narrativa que construimos desde los primeros hitos deportivos del club.
El juego moderno es sofisticado. Existe tecnología que mide aceleraciones y distancias. Se sabe a la perfección cuánto debe correr un jugador en entrenamiento, cuánto peso debe levantar un primera línea si aspira a jugar internacionalmente. Podemos medir prácticamente todo. Asistentes de video nos dicen si un try fue o no. Sin embargo, lo que nos mueve profundamente es una historia que contar. El juego en sí es una historia. Hasta una transmisión de un partido es una historia, donde los coaches hablan por micrófono a los asistentes para que les sugieran a los jugadores por dónde debe ir esa historia. Está esa historia y también la historia que se cuenta cada equipo, la de cada jugador con sus anhelos y proyecciones. Y está la historia de los hinchas que creen firmemente en levantar una bufanda mientras cantan una canción.
Podríamos preguntarle a un sudafricano: ¿Qué significa “un equipo, una nación”? ¿Realmente unos tipos empujando y llevando una pelota de cuero hasta una línea de cal pueden hacer que un país se una y olvide sus profundas diferencias? Parece que sí, aunque sea un rato, como aquellos ingleses de hace casi doscientos años que competían por llevar la pelota hasta donde empezaba el río o hasta donde empezaba el bosque.
Todo movimiento, como una religión, un país o un deporte, necesita de gente que crea en él: esa idea explica que este juego convoque a millones de personas alrededor del mundo Read More