Leticia Brédice habla de sus momentos oscuros, su fama de brava, su hijo Indio y su nuevo novio: “Es un ángel”

Los corazones que pintó Leticia Brédice (49) andan desperdigados sobre el piso blanco, como queriendo acompañar el paso en cada recorrido de su casa. Rojos y latientes, van hacia la biblioteca en donde están todos los Martín Fierro, los Konex, los Cóndor de Plata y todas las distinciones que recibió desde que comenzó su carrera, en los años 90; van hacia los sillones del living, coronados con fotos suyas en blanco y negro, cuando ya había hecho historia con Cenizas del paraíso o con Nueve reinas. Los corazones van hacia la cocina, repleta de fotos de su hijo Indio (19, fruto de su relación con el músico Juan Pablo Sanguinetti), imágenes de Marilyn Monroe, Charly García, Yoko Ono, de estampitas de vírgenes y santos y la inolvidable tapa de la revista Rolling Stone para la cual posó, a principios de los 2000, sexy con un short mínimo de vinilo y una remera con la icónica estampa de la boca abierta y la lengua fuera de la banda de Mick Jagger y compañía. Los corazones van hacia la puerta que conduce al patio; van y, entonces, pueden dar la vuelta hacia la puerta que da a la calle, en donde ella pegó –debajo de la mirilla– la palabra “fe”, en mayúsculas y en azul. “Pintar me fascina; y tengo épocas: he hecho cisnes, rosas, flamencos, mandalas, virgencitas. Hace unos años, pinté rayas amarillas y rojas en toda la casa. Y, después, pinté todo otra vez”, cuenta ella a ¡HOLA! Argentina. Además de los corazones, hay círculos que se mezclan con hojas en la pared del hall de entrada y flores que aparecen por detrás de la enredadera del patio. “Cuando era chica, en el pizarrón que mi papá me había hecho para jugar a la maestra, empecé a garabatear formas con tizas. Pintaba tanto que mi mamá me anotó en un taller. Invadía las paredes y la terraza con dibujos de paraguas, nubes, trompas de elefantes, arcoíris… Con los años, empecé a pintar cuadros con acrílicos y óleos. Hace poco intervine unas sillas de plástico. Voy a ser honesta: de algunas pinturas, me arrepiento. Más de una vez, he dicho ‘Mmmm’”. Entonces, Leticia –con la piel aún dorada después de las vacaciones que pasó en Córdoba tras los éxitos del año pasado (ganó otro Martín Fierro por la serie de televisión Mordisquito a la par que participaba en dos obras de teatro a sala llena)– se ríe a más no poder.

–Tu risa fue una sorpresa. Tenés fama de brava, de malhumorada….

–[Abre los ojos bien grandes y arquea las cejas]. Más que malhumor, creo que lo que debe confundir de mí es que tengo una mirada y una personalidad fuertes. Cuando digo algo en serio, lo hago de manera tan enérgica que muchos deben decir: “Uy, que no se ponga así”. A mi hijo Indio, por ejemplo, le expliqué una sola vez que no tenía que meter los dedos en el enchufe. Le dije: “Si tocás acá, vas a quedar así”. [Se pone bizca y tuerce la boca hasta que la cara se desfigura. Y vuelve a estallar en una carcajada]. Mi exposición pública empezó temprano. No haber tenido ningún momento de brava en todos esos años sería preocupante… Y sí, también hubo épocas en las cuales estuve enojada conmigo. Triste. La tristeza hace mal a la salud. En esos momentos, no le hacía honor a mi nombre: Leticia significa ‘alegría de vivir’.

–¿Por qué estabas enojada y triste?

–Una mezcla de situaciones me llevó a relacionarme mediante la queja. Mientras más me quejaba, mientras más rebelde me ponía, mientras más me metía donde no debía y opinaba cuando no tenía que opinar, peor me sentía. ¡No era yo! Me enroscaba sola. Tuve momentos oscuros, pero hoy elijo resurgir cada día. Porque de resurgir se trata. Al final del día, lo que hoy me importa realmente es si soy honesta con mi hijo, con mis vínculos y conmigo misma.

–¿Que marcó ese quiebre?

–La muerte de mis padres [Franco y Nora] fue un gran quiebre. Y la pandemia. Durante la cuarentena, me acuerdo haber pensado: “¿Y ahora qué?”. La terapia y los buenos vínculos fueron mis pilares: tengo grandes amigas; de esas con las que, si nos eno – jamos, nos olvidamos rápido. Hacer autocrítica y escucharme me puso en eje. Dejé de ver lo negativo y de revolver el pasado. Identifiqué mis límites y empecé a ponerlos. Trabajé el perdón; me amigué con mis hermanas [Leticia tiene dos hermanas: Marisa y Valeria]. Me enfoqué en mi salud.

–¿Qué cosas hiciste?

–Durante la pandemia, hice 300 abdominales, pero me duró 3 meses. Listo. [Se ríe]. Ahora, hago natación. Cuando me preguntan cómo me cuido, respondo: “Rezando”. Seas de la religión que seas, si te entregás a Dios, vas estar bien de salud. Para mí, salud es cuidarse el cuerpo y también la cabeza. Es hacer una revolución interna e íntima. Sé que tengo panza y que tengo que hacer gimnasia, como muchas mujeres: para una profesión como la actuación, tanto la edad como el cuerpo son importantes. El miedo al qué dirán y los comentarios que hacemos las mujeres a nosotras mismas son dañinos. ¡Qué presión… los cuerpos van cambiando!

–¿Cómo te llevás con la edad? [En julio, Leticia cumplirá 50].

–Nunca tuve mucha conciencia de la edad: a los 16, cuando hice mi primera película, me creía de 60; tengo grandísimas amigas, que no tienen mi misma edad. Para mí, es un número que te meten en la cabeza y que, si te lo creés, te puede predisponer para no hacer cosas. Creo más en las personalidades, en cómo te plantás en la vida, que en los números. La otra vez me puse a ver Sin condena [la serie de 1994 y 1995, que iba por Canal 9] y no me reconocí. “¿Cuál soy yo?”. Tenía 18. No tengo nostalgia de la Leticia de los 90. Nunca tuve tanta conciencia ni del cuerpo que tenía ni de que la estaba rompiendo: sólo me daba alegría que a la gente le gustara lo que yo hacía. Quizás por la manera en la que fui criada, por mi formación o mi carácter nunca me creí mucho nada. Con errores y aciertos, viví cada momento intensamente.

–¿Reformulaste tu noción del éxito?

–Antes pensaba que era algo natural. Y no: al éxito hay que cuidarlo, pero sin enloquecerte. Sería una desagradecida si dijera que no tuve logros increíbles, pero también tengo la sensación de que muchas veces no supe aprovechar mejor algunas oportunidades, de sacarles más el jugo, como me pasó con la música [en 2003, lanzó Actriz, un trabajo discográfico por el cual fue nominada a los premios MTV]. Pero las cosas pasan por algo. Hoy pienso que tener éxito es tener salud, estar tranquila, un buen amor y tener trabajo. Es una obviedad, pero el trabajo es dignidad. El dinero va y viene. Cuando yo empecé a trabajar, por ejemplo, la plata que ganaba la tenía que repartir: mi mamá me decía “Hace falta plata para el calefón” o “A tu hermana hay que ponerle aparatos”… Yo hacía cheques para mi familia. Pero lo hice con alegría y sin ostentación: para mí, un actor que ostenta pierde un gran lugar.

–¿Cómo es hoy tu relación con el papá de tu hijo Indio [a fines de 2010, Leticia habría hecho una presentación judicial por abuso psicológico y hostigamiento por parte del músico].

–Hoy, excelente: podemos mirarnos con mucho amor, abrazarnos y estar felices por el hijo que tenemos. Indio tiene dos hermanas más, a quienes amo, y también amo a su actual mujer, Delfina. Y amo profundamente a Juampi porque me dio lo más importante que tengo en la vida.

–¿Cómo se conocieron con Martín [Russo, director], tu actual pareja? ¿Estaban escondidos? Sorprendieron a más de uno al mostrarse enamoradísimos en una salida al teatro semanas atrás.

–[Se ríe]. A lo mejor no buscaron bien… porque ya el año pasado, cuando hice Por pecados baila el mono y Tras la siesta [las obras que hizo en Microteatro; la segunda fue escrita y dirigida por Leticia], él iba a verme todos los días. Con Martín nos conocimos haciendo Dos 20, una miniserie que él dirigió [por TV Pública, en 2022]. “Qué lindo es”, le dije a Romina Richi. ¡Me encantó con sus perfumes divinos, su look motoquero lleno de tatuajes! En 2023, nos volvimos a encontrar en Mordisquito, la serie sobre la vida de Enrique Santos Discépolo que él codirigió. ¡Lo tenía enfrente y me ponía nerviosa! Un día, le pasé mi teléfono; otro, le puse una catarata de likes a una publicación que hizo en sus redes; y otro, en broma, le pregunté si se tatuaría mi nombre. [Se ríe]. Creo que él estaba muy desconcertado.

–Y, ¿entonces?

–Cuando terminó el rodaje de Mordisquito, con los labios pintados [Leticia personificaba a Tania], le di un beso en la comisura. Él dice hoy que yo le tiraba a matar. [Se ríe]. Estamos juntos desde entonces. Como trabajó 15 años en Cocineros argentinos [el programa conducido por Guillermo Calabrese], aprendió todas las recetas: ¡no sabés las cosas que me cocina! [los dos son vegetarianos]. Martín es un ángel. Somos amigos y tenemos muy buena intimidad. Es muy importante tener un compañero con quien me pueda comunicar y que respete a mis amigas; muchos momentos feos de mi vida los pasé con parejas que no querían que tuviera amigas. Cuando yo era chica, mi mamá y sus amigas se juntaban a tomar mate para hablar de enfermedades y para criticar a los maridos. “Me voy a separar porque tiene un amante”, escuchaba yo. Estaba naturalizado el engaño, pero, por esa cosa de seguir viviendo bajo un mismo techo “por los chicos”, ninguna se separaba. Mi papá –a quien yo adoraba; era cariñosísimo y tenía muy buen humor– era tremendo: tenía amantes. Seguro mi mamá hubiera querido tener una maceta para partirle en la cabeza. “No te metas”, me decían mis hermanas, mientras una se iba a la terraza y la otra se encerraba a estudiar. Yo quedaba en el medio de los gritos. Eso que viví, si bien me dio material de sobra para ser actriz, me hizo no querer pasar por lo mismo. Entendí que la honestidad, la verdad y el respeto son claves. Pero ¿quién no tuvo amores que no hayan estado buenos? Me he metido en berenjenales con hombres que no iban, en situaciones que no iban. Agradezco los amores que tuve: de todos aprendí algo. Y, en este momento de mi vida, tener al lado alguien como Martín es la que va.

Producción: Paola Reyes @paoreyesandaur

Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola @joaquinamakeupartist

Agradecemos a @mercedes_del_campo, @divastorebymumi, @lommshoes y @oficialbouquet

Los corazones que pintó Leticia Brédice (49) andan desperdigados sobre el piso blanco, como queriendo acompañar el paso en cada recorrido de su casa. Rojos y latientes, van hacia la biblioteca en donde están todos los Martín Fierro, los Konex, los Cóndor de Plata y todas las distinciones que recibió desde que comenzó su carrera, en los años 90; van hacia los sillones del living, coronados con fotos suyas en blanco y negro, cuando ya había hecho historia con Cenizas del paraíso o con Nueve reinas. Los corazones van hacia la cocina, repleta de fotos de su hijo Indio (19, fruto de su relación con el músico Juan Pablo Sanguinetti), imágenes de Marilyn Monroe, Charly García, Yoko Ono, de estampitas de vírgenes y santos y la inolvidable tapa de la revista Rolling Stone para la cual posó, a principios de los 2000, sexy con un short mínimo de vinilo y una remera con la icónica estampa de la boca abierta y la lengua fuera de la banda de Mick Jagger y compañía. Los corazones van hacia la puerta que conduce al patio; van y, entonces, pueden dar la vuelta hacia la puerta que da a la calle, en donde ella pegó –debajo de la mirilla– la palabra “fe”, en mayúsculas y en azul. “Pintar me fascina; y tengo épocas: he hecho cisnes, rosas, flamencos, mandalas, virgencitas. Hace unos años, pinté rayas amarillas y rojas en toda la casa. Y, después, pinté todo otra vez”, cuenta ella a ¡HOLA! Argentina. Además de los corazones, hay círculos que se mezclan con hojas en la pared del hall de entrada y flores que aparecen por detrás de la enredadera del patio. “Cuando era chica, en el pizarrón que mi papá me había hecho para jugar a la maestra, empecé a garabatear formas con tizas. Pintaba tanto que mi mamá me anotó en un taller. Invadía las paredes y la terraza con dibujos de paraguas, nubes, trompas de elefantes, arcoíris… Con los años, empecé a pintar cuadros con acrílicos y óleos. Hace poco intervine unas sillas de plástico. Voy a ser honesta: de algunas pinturas, me arrepiento. Más de una vez, he dicho ‘Mmmm’”. Entonces, Leticia –con la piel aún dorada después de las vacaciones que pasó en Córdoba tras los éxitos del año pasado (ganó otro Martín Fierro por la serie de televisión Mordisquito a la par que participaba en dos obras de teatro a sala llena)– se ríe a más no poder.

–Tu risa fue una sorpresa. Tenés fama de brava, de malhumorada….

–[Abre los ojos bien grandes y arquea las cejas]. Más que malhumor, creo que lo que debe confundir de mí es que tengo una mirada y una personalidad fuertes. Cuando digo algo en serio, lo hago de manera tan enérgica que muchos deben decir: “Uy, que no se ponga así”. A mi hijo Indio, por ejemplo, le expliqué una sola vez que no tenía que meter los dedos en el enchufe. Le dije: “Si tocás acá, vas a quedar así”. [Se pone bizca y tuerce la boca hasta que la cara se desfigura. Y vuelve a estallar en una carcajada]. Mi exposición pública empezó temprano. No haber tenido ningún momento de brava en todos esos años sería preocupante… Y sí, también hubo épocas en las cuales estuve enojada conmigo. Triste. La tristeza hace mal a la salud. En esos momentos, no le hacía honor a mi nombre: Leticia significa ‘alegría de vivir’.

–¿Por qué estabas enojada y triste?

–Una mezcla de situaciones me llevó a relacionarme mediante la queja. Mientras más me quejaba, mientras más rebelde me ponía, mientras más me metía donde no debía y opinaba cuando no tenía que opinar, peor me sentía. ¡No era yo! Me enroscaba sola. Tuve momentos oscuros, pero hoy elijo resurgir cada día. Porque de resurgir se trata. Al final del día, lo que hoy me importa realmente es si soy honesta con mi hijo, con mis vínculos y conmigo misma.

–¿Que marcó ese quiebre?

–La muerte de mis padres [Franco y Nora] fue un gran quiebre. Y la pandemia. Durante la cuarentena, me acuerdo haber pensado: “¿Y ahora qué?”. La terapia y los buenos vínculos fueron mis pilares: tengo grandes amigas; de esas con las que, si nos eno – jamos, nos olvidamos rápido. Hacer autocrítica y escucharme me puso en eje. Dejé de ver lo negativo y de revolver el pasado. Identifiqué mis límites y empecé a ponerlos. Trabajé el perdón; me amigué con mis hermanas [Leticia tiene dos hermanas: Marisa y Valeria]. Me enfoqué en mi salud.

–¿Qué cosas hiciste?

–Durante la pandemia, hice 300 abdominales, pero me duró 3 meses. Listo. [Se ríe]. Ahora, hago natación. Cuando me preguntan cómo me cuido, respondo: “Rezando”. Seas de la religión que seas, si te entregás a Dios, vas estar bien de salud. Para mí, salud es cuidarse el cuerpo y también la cabeza. Es hacer una revolución interna e íntima. Sé que tengo panza y que tengo que hacer gimnasia, como muchas mujeres: para una profesión como la actuación, tanto la edad como el cuerpo son importantes. El miedo al qué dirán y los comentarios que hacemos las mujeres a nosotras mismas son dañinos. ¡Qué presión… los cuerpos van cambiando!

–¿Cómo te llevás con la edad? [En julio, Leticia cumplirá 50].

–Nunca tuve mucha conciencia de la edad: a los 16, cuando hice mi primera película, me creía de 60; tengo grandísimas amigas, que no tienen mi misma edad. Para mí, es un número que te meten en la cabeza y que, si te lo creés, te puede predisponer para no hacer cosas. Creo más en las personalidades, en cómo te plantás en la vida, que en los números. La otra vez me puse a ver Sin condena [la serie de 1994 y 1995, que iba por Canal 9] y no me reconocí. “¿Cuál soy yo?”. Tenía 18. No tengo nostalgia de la Leticia de los 90. Nunca tuve tanta conciencia ni del cuerpo que tenía ni de que la estaba rompiendo: sólo me daba alegría que a la gente le gustara lo que yo hacía. Quizás por la manera en la que fui criada, por mi formación o mi carácter nunca me creí mucho nada. Con errores y aciertos, viví cada momento intensamente.

–¿Reformulaste tu noción del éxito?

–Antes pensaba que era algo natural. Y no: al éxito hay que cuidarlo, pero sin enloquecerte. Sería una desagradecida si dijera que no tuve logros increíbles, pero también tengo la sensación de que muchas veces no supe aprovechar mejor algunas oportunidades, de sacarles más el jugo, como me pasó con la música [en 2003, lanzó Actriz, un trabajo discográfico por el cual fue nominada a los premios MTV]. Pero las cosas pasan por algo. Hoy pienso que tener éxito es tener salud, estar tranquila, un buen amor y tener trabajo. Es una obviedad, pero el trabajo es dignidad. El dinero va y viene. Cuando yo empecé a trabajar, por ejemplo, la plata que ganaba la tenía que repartir: mi mamá me decía “Hace falta plata para el calefón” o “A tu hermana hay que ponerle aparatos”… Yo hacía cheques para mi familia. Pero lo hice con alegría y sin ostentación: para mí, un actor que ostenta pierde un gran lugar.

–¿Cómo es hoy tu relación con el papá de tu hijo Indio [a fines de 2010, Leticia habría hecho una presentación judicial por abuso psicológico y hostigamiento por parte del músico].

–Hoy, excelente: podemos mirarnos con mucho amor, abrazarnos y estar felices por el hijo que tenemos. Indio tiene dos hermanas más, a quienes amo, y también amo a su actual mujer, Delfina. Y amo profundamente a Juampi porque me dio lo más importante que tengo en la vida.

–¿Cómo se conocieron con Martín [Russo, director], tu actual pareja? ¿Estaban escondidos? Sorprendieron a más de uno al mostrarse enamoradísimos en una salida al teatro semanas atrás.

–[Se ríe]. A lo mejor no buscaron bien… porque ya el año pasado, cuando hice Por pecados baila el mono y Tras la siesta [las obras que hizo en Microteatro; la segunda fue escrita y dirigida por Leticia], él iba a verme todos los días. Con Martín nos conocimos haciendo Dos 20, una miniserie que él dirigió [por TV Pública, en 2022]. “Qué lindo es”, le dije a Romina Richi. ¡Me encantó con sus perfumes divinos, su look motoquero lleno de tatuajes! En 2023, nos volvimos a encontrar en Mordisquito, la serie sobre la vida de Enrique Santos Discépolo que él codirigió. ¡Lo tenía enfrente y me ponía nerviosa! Un día, le pasé mi teléfono; otro, le puse una catarata de likes a una publicación que hizo en sus redes; y otro, en broma, le pregunté si se tatuaría mi nombre. [Se ríe]. Creo que él estaba muy desconcertado.

–Y, ¿entonces?

–Cuando terminó el rodaje de Mordisquito, con los labios pintados [Leticia personificaba a Tania], le di un beso en la comisura. Él dice hoy que yo le tiraba a matar. [Se ríe]. Estamos juntos desde entonces. Como trabajó 15 años en Cocineros argentinos [el programa conducido por Guillermo Calabrese], aprendió todas las recetas: ¡no sabés las cosas que me cocina! [los dos son vegetarianos]. Martín es un ángel. Somos amigos y tenemos muy buena intimidad. Es muy importante tener un compañero con quien me pueda comunicar y que respete a mis amigas; muchos momentos feos de mi vida los pasé con parejas que no querían que tuviera amigas. Cuando yo era chica, mi mamá y sus amigas se juntaban a tomar mate para hablar de enfermedades y para criticar a los maridos. “Me voy a separar porque tiene un amante”, escuchaba yo. Estaba naturalizado el engaño, pero, por esa cosa de seguir viviendo bajo un mismo techo “por los chicos”, ninguna se separaba. Mi papá –a quien yo adoraba; era cariñosísimo y tenía muy buen humor– era tremendo: tenía amantes. Seguro mi mamá hubiera querido tener una maceta para partirle en la cabeza. “No te metas”, me decían mis hermanas, mientras una se iba a la terraza y la otra se encerraba a estudiar. Yo quedaba en el medio de los gritos. Eso que viví, si bien me dio material de sobra para ser actriz, me hizo no querer pasar por lo mismo. Entendí que la honestidad, la verdad y el respeto son claves. Pero ¿quién no tuvo amores que no hayan estado buenos? Me he metido en berenjenales con hombres que no iban, en situaciones que no iban. Agradezco los amores que tuve: de todos aprendí algo. Y, en este momento de mi vida, tener al lado alguien como Martín es la que va.

Producción: Paola Reyes @paoreyesandaur

Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola @joaquinamakeupartist

Agradecemos a @mercedes_del_campo, @divastorebymumi, @lommshoes y @oficialbouquet

 La actriz –reconocida por sus éxitos en cine, televisión, teatro y en la música– nos recibe en su casa del barrio de Saavedra  Read More

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