La asombrosa y cruel historia de una emblemática escultura porteña que está en proceso de restauración

“Yo también tenía chico, chico lindo, no sé vivo, no sé muerto, no sé dónde…” Esa es la frase que llegó a los oídos del escultor argentino Lucio Correa Morales. La oración era dicha como si fuera un mantra por una anciana tehuelche que el artista conoció en uno de sus viajes por la Argentina junto a sus hijos. Ella tenía los ojos humedecidos por el llanto. Y la mirada perdida en un desierto imaginario de recuerdos.

Esa fue la escena que conmovió e inspiró a Correa Morales para esculpir su obra La Cautiva, una de las más importantes del patrimonio de arte público de la Ciudad. Creada en 1905, la pieza representa a una mujer criolla junto a sus hijos. La escultura retoma, como contracara, el poema épico escrito por Esteban Echeverría en 1837, en el cual una mujer blanca, María, es raptada por los indios.

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El conjunto escultórico, realizado en mármol, está compuesto por una madre que sostiene con su mano derecha a uno de sus niños, quien apoya la cabeza sobre su pecho, mientras que el segundo se halla recostado y semicubierto por un manto. Completa la obra la silueta de un perro que se asoma por sobre el textil y que es acariciado por uno de los pequeños.

“La he representado sentada en un resto de pared de adobe, mirando a lo lejos el toldo que no volverá a ver jamás. Sus pequeños se esconden como pájaros asustados y el perro queda para seguir la larga fila de cautivos, como vivo recuerdo del lejano amor que se apagó con su sangre en defensa de la tribu”, dijo el autor.

En la obra de Correa Morales, la recuperación de Echeverría se da desde la crítica, al posicionarse desde un nacionalismo que cuestiona la tragedia sobre las poblaciones indígenas que supuso el proyecto civilizatorio de la Campaña del Desierto emprendida por Julio Argentino Roca entre 1878 y 1885 en las regiones pampeana y patagónica de Argentina.

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La escultura tuvo varios emplazamientos desde su creación. Primero se instaló en 1905 en las avenidas Paseo Colón y Rivadavia, donde estuvo hasta 1939 cuando se trasladó a la Avenida del Libertador y Tagle, luego a Plaza Urquiza; hasta llegar a la última ubicación en Plaza Brasil el 16 de mayo de 1968.

Actualmente se encuentra en los talleres de restauración del MOA (Monumentos y Obras de Arte) donde un grupo de restauradores profesionales la están poniendo en valor. “Por ahora, entre las tareas realizadas podemos mencionar la limpieza, tanto en seco como en húmedo, el retiro de materiales inadecuados, la reposición de fragmentos faltantes y la aplicación de hidrorrepelente para la protección final de la pieza”, cuentan desde el equipo de la Subsecretaría de Paisaje Urbano de la Ciudad.

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“Las plazas y parques de la Ciudad son un museo a cielo abierto. Cada escultura y cada monumento es testimonio de nuestra identidad, de nuestra historia y de la enorme riqueza cultural que nos distingue”, dijo el Jefe de Gobierno, Jorge Macri, en relación a los trabajos en el MOA.

Quién fue Lucio Correa Morales

Lucio Correa Morales fue un pionero de la escultura nacional. En 1874 fue becado por el presidente Domingo Faustino Sarmiento, lo que le permitió viajar a Florencia para estudiar en la Academia de Bellas Artes con Urbano Lucchesi. En 1892 regresó a la Argentina, donde expuso sus obras Indio Pampa y El Río de la Plata, piezas que fueron elogiadas por la crítica. Los años siguientes creó obras importantísimas como El gaucho y La ondina del Plata. Todas estas esculturas se inspiran en la vida y las tradiciones nacionales. Además, realizó esculturas de importantes figuras de la historia como Juan Bautista Alberdi, Francisco Laprida y Bartolomé Mitre.

“La figura de Correa Morales para el arte nacional es fundamental. Un ejemplo de esto es que fue el primer artista argentino en instalar una obra de arte en el espacio público”, señala el arquitecto Juan Vacas, subsecretario de Paisaje Urbano de la Ciudad al referirse al 16 de mayo de 1897, día en el que se instaló en Buenos Aires el primer monumento realizado por este escultor local: Falucho.

Esa escultura es un homenaje al soldado negro que participó del batallón del Vilcapugio, Ayohuma, Maipú y de la Campaña del Perú, realizado por Correa Morales a partir de un boceto de Francisco Cafferata. “Hasta ese año, en la Ciudad sólo se podían ver monumentos de escultores europeos. Es por esto que este creador fue clave para el desarrollo del arte público argentino convirtiéndolo en uno de los más importantes de Latinoamérica”, añade Vacas.

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Si bien Buenos Aires cuenta con una importante cantidad de monumentos realizados por artífices europeos, incluso de figuras como Auguste Rodin o Antoine Bourdelle, tiene además una extensa tradición de escultores argentinos de la cual Correa Morales es un antecedente ineludible al ser referente de artistas como como Rogelio Yrurtia, Pedro Zonza Briano y Pablo Curatella Manes.

El cuidado de estas obras implica un compromiso con la historia de la Ciudad y con la valorización desde la actualidad, ya que el patrimonio artístico resulta un activo más que vuelve de manera inevitable a Buenos Aires como un atractivo turístico también desde lo cultural y escultural.

“Yo también tenía chico, chico lindo, no sé vivo, no sé muerto, no sé dónde…” Esa es la frase que llegó a los oídos del escultor argentino Lucio Correa Morales. La oración era dicha como si fuera un mantra por una anciana tehuelche que el artista conoció en uno de sus viajes por la Argentina junto a sus hijos. Ella tenía los ojos humedecidos por el llanto. Y la mirada perdida en un desierto imaginario de recuerdos.

Esa fue la escena que conmovió e inspiró a Correa Morales para esculpir su obra La Cautiva, una de las más importantes del patrimonio de arte público de la Ciudad. Creada en 1905, la pieza representa a una mujer criolla junto a sus hijos. La escultura retoma, como contracara, el poema épico escrito por Esteban Echeverría en 1837, en el cual una mujer blanca, María, es raptada por los indios.

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El conjunto escultórico, realizado en mármol, está compuesto por una madre que sostiene con su mano derecha a uno de sus niños, quien apoya la cabeza sobre su pecho, mientras que el segundo se halla recostado y semicubierto por un manto. Completa la obra la silueta de un perro que se asoma por sobre el textil y que es acariciado por uno de los pequeños.

“La he representado sentada en un resto de pared de adobe, mirando a lo lejos el toldo que no volverá a ver jamás. Sus pequeños se esconden como pájaros asustados y el perro queda para seguir la larga fila de cautivos, como vivo recuerdo del lejano amor que se apagó con su sangre en defensa de la tribu”, dijo el autor.

En la obra de Correa Morales, la recuperación de Echeverría se da desde la crítica, al posicionarse desde un nacionalismo que cuestiona la tragedia sobre las poblaciones indígenas que supuso el proyecto civilizatorio de la Campaña del Desierto emprendida por Julio Argentino Roca entre 1878 y 1885 en las regiones pampeana y patagónica de Argentina.

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Actualmente se encuentra en los talleres de restauración del MOA (Monumentos y Obras de Arte) donde un grupo de restauradores profesionales la están poniendo en valor. “Por ahora, entre las tareas realizadas podemos mencionar la limpieza, tanto en seco como en húmedo, el retiro de materiales inadecuados, la reposición de fragmentos faltantes y la aplicación de hidrorrepelente para la protección final de la pieza”, cuentan desde el equipo de la Subsecretaría de Paisaje Urbano de la Ciudad.

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“Las plazas y parques de la Ciudad son un museo a cielo abierto. Cada escultura y cada monumento es testimonio de nuestra identidad, de nuestra historia y de la enorme riqueza cultural que nos distingue”, dijo el Jefe de Gobierno, Jorge Macri, en relación a los trabajos en el MOA.

Quién fue Lucio Correa Morales

Lucio Correa Morales fue un pionero de la escultura nacional. En 1874 fue becado por el presidente Domingo Faustino Sarmiento, lo que le permitió viajar a Florencia para estudiar en la Academia de Bellas Artes con Urbano Lucchesi. En 1892 regresó a la Argentina, donde expuso sus obras Indio Pampa y El Río de la Plata, piezas que fueron elogiadas por la crítica. Los años siguientes creó obras importantísimas como El gaucho y La ondina del Plata. Todas estas esculturas se inspiran en la vida y las tradiciones nacionales. Además, realizó esculturas de importantes figuras de la historia como Juan Bautista Alberdi, Francisco Laprida y Bartolomé Mitre.

“La figura de Correa Morales para el arte nacional es fundamental. Un ejemplo de esto es que fue el primer artista argentino en instalar una obra de arte en el espacio público”, señala el arquitecto Juan Vacas, subsecretario de Paisaje Urbano de la Ciudad al referirse al 16 de mayo de 1897, día en el que se instaló en Buenos Aires el primer monumento realizado por este escultor local: Falucho.

Esa escultura es un homenaje al soldado negro que participó del batallón del Vilcapugio, Ayohuma, Maipú y de la Campaña del Perú, realizado por Correa Morales a partir de un boceto de Francisco Cafferata. “Hasta ese año, en la Ciudad sólo se podían ver monumentos de escultores europeos. Es por esto que este creador fue clave para el desarrollo del arte público argentino convirtiéndolo en uno de los más importantes de Latinoamérica”, añade Vacas.

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El cuidado de estas obras implica un compromiso con la historia de la Ciudad y con la valorización desde la actualidad, ya que el patrimonio artístico resulta un activo más que vuelve de manera inevitable a Buenos Aires como un atractivo turístico también desde lo cultural y escultural.

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