Durante la vida nos toca enfrentar cambios abruptos o crisis inesperadas. Mirá tu entorno y el de tus seres queridos: pasa de todo. Una separación de pareja, la pérdida de un trabajo, el fracaso de un emprendimiento, una sociedad fallida o decisiones de terceros que impactan y tuercen los planes.
Cuanta más experiencia vamos acumulando, más probable es que hayamos pasado por estos y otros momentos desestabilizantes. Y aunque muchas veces no podemos evitarlos, sí podemos capitalizarlos. La actitud que tomemos ante estos acontecimientos puede transformarlos en nuestros mejores maestros para capear los tiempos que corren, plagados de incertidumbre y de cambio de reglas.
Sé que no estoy sola en esta sensación de que el mundo ya no cambia año a año, sino hora a hora, y que la nueva velocidad requiere de nosotros extrema adaptabilidad y resiliencia. En su libro Antifrágil: Las cosas que se benefician del desorden, el ensayista e investigador Nassim Nicholas Taleb se refiere a sistemas o entidades “antifrágiles” como aquellas que no solo resisten el estrés, los choques o la volatilidad, sino que se benefician de ellos y mejoran como resultado. A diferencia de la frágil, que se quiebra bajo presión o la robustez, donde simplemente se resiste sin cambiar, la antifragilidad implica una adaptación activa y un fortalecimiento ante la adversidad.
Taleb sostiene que esta cualidad es esencial en un mundo impredecible, ya que permite a sistemas complejos –como economías, empresas o individuos– prosperar en medio del desorden en vez de sucumbir a él.
Según el ensayista, esto se logra mediante la experimentación (probar nuevas cosas o formas de hacer las cosas) y del aprendizaje activo de los errores, que permiten sacar provecho de un entorno caótico.
Taleb utiliza la analogía del bambú para ilustrar la antifragilidad de manera sencilla. Esta planta es conocida por su flexibilidad y resiliencia: cuando el viento sopla con fuerza, se dobla mucho y danza con el viento, pero sin romperse. Y una vez que el viento cesa, regresa a su posición original, con más flexibilidad y con sus raíces fortalecidas. Más allá de solo resistir, el bambú simboliza cómo los sistemas antifrágiles pueden absorber la volatilidad y el desorden, usándolos como oportunidades para fortalecerse en lugar de ser destruidos por ellos.
La buena noticia es que la antifragilidad se cultiva y que materia prima para ensayar hay de sobra. Solo resta estar atentos para que la próxima crisis nos encuentre listos para la danza antifrágil del bambú, con la experimentación y el aprendizaje del error como armas de construcción masiva.
Durante la vida nos toca enfrentar cambios abruptos o crisis inesperadas. Mirá tu entorno y el de tus seres queridos: pasa de todo. Una separación de pareja, la pérdida de un trabajo, el fracaso de un emprendimiento, una sociedad fallida o decisiones de terceros que impactan y tuercen los planes.
Cuanta más experiencia vamos acumulando, más probable es que hayamos pasado por estos y otros momentos desestabilizantes. Y aunque muchas veces no podemos evitarlos, sí podemos capitalizarlos. La actitud que tomemos ante estos acontecimientos puede transformarlos en nuestros mejores maestros para capear los tiempos que corren, plagados de incertidumbre y de cambio de reglas.
Sé que no estoy sola en esta sensación de que el mundo ya no cambia año a año, sino hora a hora, y que la nueva velocidad requiere de nosotros extrema adaptabilidad y resiliencia. En su libro Antifrágil: Las cosas que se benefician del desorden, el ensayista e investigador Nassim Nicholas Taleb se refiere a sistemas o entidades “antifrágiles” como aquellas que no solo resisten el estrés, los choques o la volatilidad, sino que se benefician de ellos y mejoran como resultado. A diferencia de la frágil, que se quiebra bajo presión o la robustez, donde simplemente se resiste sin cambiar, la antifragilidad implica una adaptación activa y un fortalecimiento ante la adversidad.
Taleb sostiene que esta cualidad es esencial en un mundo impredecible, ya que permite a sistemas complejos –como economías, empresas o individuos– prosperar en medio del desorden en vez de sucumbir a él.
Según el ensayista, esto se logra mediante la experimentación (probar nuevas cosas o formas de hacer las cosas) y del aprendizaje activo de los errores, que permiten sacar provecho de un entorno caótico.
Taleb utiliza la analogía del bambú para ilustrar la antifragilidad de manera sencilla. Esta planta es conocida por su flexibilidad y resiliencia: cuando el viento sopla con fuerza, se dobla mucho y danza con el viento, pero sin romperse. Y una vez que el viento cesa, regresa a su posición original, con más flexibilidad y con sus raíces fortalecidas. Más allá de solo resistir, el bambú simboliza cómo los sistemas antifrágiles pueden absorber la volatilidad y el desorden, usándolos como oportunidades para fortalecerse en lugar de ser destruidos por ellos.
La buena noticia es que la antifragilidad se cultiva y que materia prima para ensayar hay de sobra. Solo resta estar atentos para que la próxima crisis nos encuentre listos para la danza antifrágil del bambú, con la experimentación y el aprendizaje del error como armas de construcción masiva.
Sonido recomendado para leer esta columna: “Stronger than me”, de Amy Winehouse Read More