Uno de los memes que circulaban durante la boda del príncipe Harry tenía una foto de la recién casada, con una sonrisa beatífica, y decía: “Esta es la cara de una mujer que sabe que nunca más volverá a lavar los platos”. Nadie imaginaba que en apenas seis años Meghan Markle iba a buscarse un trabajo relacionado con las labores domésticas.
La serie Con amor, Meghan (Netflix, 2025) podría parecer anacrónica si queda en la anécdota de una señora acomodada compartiendo sus secretos de anfitriona. Las imágenes de la duquesa en botas de goma por su huerta o con delantal en su cocina remiten indefectiblemente a Martha Stewart, la primera mujer que supo construir un emporio haciendo entretenimiento de las tareas domésticas.
El exilio de palacio encuentra a estas jóvenes afanándose por mostrar dotes que nadie echaba en falta
No es el caso de la duquesa que pretende ser fuente de inspiración ordenando las frutas para el desayuno como un arco iris que sale de una nube de yogur tan sustancioso que resolvería el hambre infantil con un solo pote. La cantidad de memes y parodias que generó el estreno de la serie hace sospechar que su rol de anfitriona está siendo tomado a chanza.
La mofa popular nos recuerda que la curiosidad por su vida no se relaciona con sus dones personales. Antes bien, la expectación está motivada por este giro inesperado que toma la historia universal de la Cenicienta que se casa con el príncipe. Que tan rápidamente haya vuelto a trajinar en la cocina recuerda que hasta el mejor de los cuentos se termina.
Este ascenso y caída la hermana a Fabiola Yáñez, que en el mismo lapso pasó de primera dama a cronista de variedades en un medio digital en la que hoy es su madre patria. Las dos princesas devueltas al proletariado comparten también una truncada carrera de actriz que solo la condición conyugal volvió relevante.
El exilio de palacio encuentra a estas jóvenes afanándose por mostrar dotes que nadie echaba en falta. Meghan insiste, capítulo tras capítulo, en que ella es la madre perfectísima que su marido no tuvo, la amiga que sus invitados deberían querer tener y la anfitriona que te espera enrollando toallitas perfumadas en lavanda.
Fabiola estrena periodismo cultural con un primer reportaje lleno de referencias a Nietzsche, Warhol y Kandisky. Exactamente las mismas que “la cumbiera intelectual” a la que cantó Kevin Johansen. En cambio, los stilettos de 12 cm con los que corre a su entrevistado por una exposición de homenaje a Versace no son estreno. Ya habían caminado alguna gira presidencial.
Es sabido que los medios buscan en estos personajes la conversación digital que hoy los soslaya. Sin embargo, a pesar de la mega campaña mundial de prensa que organizó Netflix, la cuenta @meghan no supera a la de Roro (@whoisroro), una joven que la va de señora de su casa. Que la nueva duquesa haya decidido ocultar las interacciones en su Instagram de hace sospechar que su popularidad no está en niveles que pueden ser mostrados.
Más deslucida queda en comparación con otras mujeres que fuera del poder se dedicaron a dar consejos de buena vida. Meghan emula a personalidades como Michelle Obama o Juliana Awada sobreactuando pasión por la huerta y la comida sana. Pero estas mujeres siempre fueron en redes más populares que sus maridos presidenciales, a los que duplican en seguidores. Además de que pueden exhibir el cariño de sus relaciones íntimas.
Las redes de Meghan y Fabiola son una oda a la soledad de las princesas fallidas. En sus esfuerzos por mostrarse superadas, cierran en loop el círculo que abrieron mujeres poderosas como Martha Stewart y Oprah Winfrey, que construyeron un emporio inspirando a mujeres a mejorar su estilo de vida. Las princesas caídas quieren convencernos de que hay vida fuera del castillo mientras las vemos chapotear en el foso de los cocodrilos.
Uno de los memes que circulaban durante la boda del príncipe Harry tenía una foto de la recién casada, con una sonrisa beatífica, y decía: “Esta es la cara de una mujer que sabe que nunca más volverá a lavar los platos”. Nadie imaginaba que en apenas seis años Meghan Markle iba a buscarse un trabajo relacionado con las labores domésticas.
La serie Con amor, Meghan (Netflix, 2025) podría parecer anacrónica si queda en la anécdota de una señora acomodada compartiendo sus secretos de anfitriona. Las imágenes de la duquesa en botas de goma por su huerta o con delantal en su cocina remiten indefectiblemente a Martha Stewart, la primera mujer que supo construir un emporio haciendo entretenimiento de las tareas domésticas.
El exilio de palacio encuentra a estas jóvenes afanándose por mostrar dotes que nadie echaba en falta
No es el caso de la duquesa que pretende ser fuente de inspiración ordenando las frutas para el desayuno como un arco iris que sale de una nube de yogur tan sustancioso que resolvería el hambre infantil con un solo pote. La cantidad de memes y parodias que generó el estreno de la serie hace sospechar que su rol de anfitriona está siendo tomado a chanza.
La mofa popular nos recuerda que la curiosidad por su vida no se relaciona con sus dones personales. Antes bien, la expectación está motivada por este giro inesperado que toma la historia universal de la Cenicienta que se casa con el príncipe. Que tan rápidamente haya vuelto a trajinar en la cocina recuerda que hasta el mejor de los cuentos se termina.
Este ascenso y caída la hermana a Fabiola Yáñez, que en el mismo lapso pasó de primera dama a cronista de variedades en un medio digital en la que hoy es su madre patria. Las dos princesas devueltas al proletariado comparten también una truncada carrera de actriz que solo la condición conyugal volvió relevante.
El exilio de palacio encuentra a estas jóvenes afanándose por mostrar dotes que nadie echaba en falta. Meghan insiste, capítulo tras capítulo, en que ella es la madre perfectísima que su marido no tuvo, la amiga que sus invitados deberían querer tener y la anfitriona que te espera enrollando toallitas perfumadas en lavanda.
Fabiola estrena periodismo cultural con un primer reportaje lleno de referencias a Nietzsche, Warhol y Kandisky. Exactamente las mismas que “la cumbiera intelectual” a la que cantó Kevin Johansen. En cambio, los stilettos de 12 cm con los que corre a su entrevistado por una exposición de homenaje a Versace no son estreno. Ya habían caminado alguna gira presidencial.
Es sabido que los medios buscan en estos personajes la conversación digital que hoy los soslaya. Sin embargo, a pesar de la mega campaña mundial de prensa que organizó Netflix, la cuenta @meghan no supera a la de Roro (@whoisroro), una joven que la va de señora de su casa. Que la nueva duquesa haya decidido ocultar las interacciones en su Instagram de hace sospechar que su popularidad no está en niveles que pueden ser mostrados.
Más deslucida queda en comparación con otras mujeres que fuera del poder se dedicaron a dar consejos de buena vida. Meghan emula a personalidades como Michelle Obama o Juliana Awada sobreactuando pasión por la huerta y la comida sana. Pero estas mujeres siempre fueron en redes más populares que sus maridos presidenciales, a los que duplican en seguidores. Además de que pueden exhibir el cariño de sus relaciones íntimas.
Las redes de Meghan y Fabiola son una oda a la soledad de las princesas fallidas. En sus esfuerzos por mostrarse superadas, cierran en loop el círculo que abrieron mujeres poderosas como Martha Stewart y Oprah Winfrey, que construyeron un emporio inspirando a mujeres a mejorar su estilo de vida. Las princesas caídas quieren convencernos de que hay vida fuera del castillo mientras las vemos chapotear en el foso de los cocodrilos.
Megan Markle y Fabiola Yáñez, princesas exiliadas del palacio, buscan reinventarse entre redes sociales, series televisivas y lanzamientos mediáticos Read More