El Gobierno ingresó a esta semana con tres frentes de definiciones cruciales para el futuro del proyecto libertario. Debía exhibir capacidad de control en las calles después de las violentas escenas de la última protesta frente al Congreso; tenía que mostrar avances en el acuerdo con el FMI ante la turbulencia de los mercados; y estaba forzado a dar señales respecto de cómo entendía su relación con Pro frente a los primeros aprontes electorales.
Los antecedentes de los últimos dos meses eran adversos porque había exhibido los límites de ese extraño método que combina en dosis imprecisas arrojo, astucia, desorden e inexperiencia. Al final, entre algunos replanteos estratégicos, situaciones límites sorteadas con ayuda de los aliados y escenas de parodia política, la administración de Javier Milei logró atravesar el desfiladero de estos días, aunque todavía lo acechan los desafíos. Un dirigente que dialogó con el Presidente tras la intensa semana lo describió con franqueza: “Veía venir un momento muy complejo para su gestión en los días previos y ahora pudo respirar. Se lo notaba aliviado; era otra persona”. La suspensión del viaje a Israel, con todo lo que significa para él, fue una evidencia nítida de la preocupación que arrastraba.
El primer objetivo se logró con una reconfiguración del operativo de seguridad para la protesta del miércoles. Más allá del discurso público, hubo una admisión interna de que no podían permitirse nuevamente escenas de caos y descontrol. Por eso se coordinó una reunión el viernes pasado para hacer un balance y replanteo, y otro encuentro el martes para pulir el nuevo procedimiento. Hubo muchos cambios entre una semana y la otra, desde la decisión de limitar el acceso a la plaza del Congreso hasta la disposición de los efectivos detrás de las vallas para evitar un cara a cara con los manifestantes.
Si bien desde afuera se percibió que le habían intervenido el operativo a Patricia Bullrich porque participó la SIDE, el Ministerio de Justicia, los jefes de las fuerzas, el gobierno porteño y Santiago Caputo fue el anfitrión, en la Casa Rosada aseguran que, por el contrario, fue la propia ministra la que promovió los encuentros y los ajustes.
Entre los méritos que le atribuyen está el de haber expuesto el presunto rol de intendentes bonaerenses quienes, según ella, habían fogoneado a barrabravas y violentos de distintas tribus para los desmanes del miércoles anterior. El repliegue de ese armado de choque, y su reemplazo por actores más orgánicos, como gremios, movimientos sociales y militancia partidaria, fue clave para que el ánimo de la protesta se moderara.
Se notó claramente que nadie quería que la situación se desmadrara y hay un dato que lo expone: el horario de la marcha no se anticipó a la mañana, a pesar de que los diputados habían fijado para las 10 la sesión por el acuerdo con el FMI, un histórico detonante de las protestas. Esta vez el guion había cambiado en los dos lados de las vallas. Al Gobierno lo apremiaba la necesidad de que no escalara el nivel de violencia y se instalara una idea de descontrol. A los opositores, que se les notaran intenciones desestabilizadoras.
El Tesoro en acción
El mismo espíritu de distensión reinó dentro del recinto al momento de autorizar al Gobierno a llegar a un acuerdo con el Fondo. El abismo no sólo preocupaba a Milei y su entorno; nadie en la oposición racional quería sacudir demasiado el árbol porque asumen su desorganización e imposibilidad de ofrecer una alternativa de poder. Por eso si bien el DNU fue ratificado por 129 votos, justo la mitad más uno del cuerpo, lo cierto es que si era necesario, algunos legisladores estaban dispuestos a colaborar con un cambio de posición.
La sesión expuso los dotes histriónicos de los legisladores libertarios en público. Pero en privado también hubo improvisación. El apuro por aprobar el decreto tropezó con un dato que amenazó con complicar el proceso: había caducado el rol del presidente de la comisión que revisa los DNU, Juan Carlos Pagotto, y el kirchnerismo se preparaba para impugnar el dictamen que finalmente se aprobó el martes.
La urgencia se salvó en una reunión el lunes, en la que Cristian Ritondo fue con Oscar Zago a ver a Santiago Caputo. Allí el asesor aceptó que el diputado díscolo quedara a cargo para que se pudiera tratar el dictamen. Por necesidad le perdonaron las escenas de pugilismo del sesión anterior.
Cuando se reunió la comisión el martes, faltaba una firma para completar las nueve necesarias. Allí fueron Luis Juez con otros legisladores los que convencieron a otro rebelde, Francisco Paoltroni, para que al menos suscribiera en contra. En definitiva, el Gobierno salvó el pellejo por dos exiliados y la intervención de dos aliados. Milei se ríe cuando le cuentan estas peripecias porque se ve reafirmado en su papel de líder temerario que “acelera en las curvas”. Igualmente, también debió recurrir a algunos homenajes a las viejas tradiciones autóctonas, como la cesión al gobernador Raúl Jalil del control del Establecimiento Minero Capillitas en Catamarca, después de que mandara a sus diputados a votar a favor.
El debate de esta semana demostró que el Congreso se transformó en un volcán que escupe lava cada vez que se reúne. Y en el Gobierno temen fundamentalmente que en plena campaña se active la comisión que buscan armar los opositores para investigar el escándalo Libra. Y en forma muy especial, los atemoriza que sea citada Karina Milei. No tendrían problemas en que vaya Guillermo Francos, pero nunca admitirían que comprometan a la hermana del Presidente.
Pero la discusión por el acuerdo con el FMI tuvo un trasfondo económico mucho más complejo, cuya demostración fue la alta volatilidad de los mercados desde el viernes pasado, lapso durante el cual el Banco Central resignó US$1200 millones de las reservas.
En este escenario hay una certeza y una duda. La certeza es que hasta enero el Gobierno consideraba un entendimiento con el Fondo un avance importante pero no urgente. Decía que sólo le faltaba el moño, pero al mismo tiempo expresaba puertas adentro que no iba a aceptar condicionalidades y que en todo caso tenía alternativas, como la de los grandes fondos de inversión internacionales.
Dos factores alteraron esa calma. Uno, la llegada de Donald Trump al poder, con su repertorio arancelario y sus amenazas, que generó inestabilidad global y la devaluación de varias monedas. La otra, la misión del FMI que estuvo en Buenos Aires y transmitió su preocupación por la ralentización en la acumulación de reservas, una vez que había pasado el efecto narcotizante del blanqueo. De ahí salió la primera medida intempestiva de Luis Caputo, que fue la baja de aranceles al campo, una decisión que se comunicó a las apuradas y sin tener definidas las cuestiones técnicas.
Desde entonces, la necesidad de llegar a un acuerdo se aceleró y forzó a un debate largo sobre el futuro esquema cambiario, el corazón de la discusión con Washington. La presión para que la ratificación del DNU saliera el miércoles, aunque fuera el día de la marcha, dice mucho del clima que se vive puertas adentro de Economía. Queda claro entonces que hubo un viraje brusco en el ritmo que le imprimió el Gobierno al asunto.
La duda que flota en el mundo financiero es por qué el Gobierno habló de los avances en las negociaciones y balbuceó la idea de que se saldría del crawling peg al 1% sin tener totalmente cerrado un acuerdo, lo que advirtió al mercado de que era inminente una modificación del esquema cambiario y le dio varias semanas para desarmar posiciones dispuestas para hacer carry trade. Hay economistas que entienden que Caputo buscó adelantar un inevitable clima de turbulencia para que no quedara tan cerca de las elecciones, en el entendimiento de que era mejor pagar el costo ahora y no en octubre, para cuando sería inocultable un cambio de régimen. Otros lo atribuyen sencillamente a un error en la comunicación y en la gestión de expectativas.
En los mercados tienen otra explicación, en base a sus contactos con Economía y el Banco Central. Este razonamiento apunta a que el FMI y la Argentina se encaminaban hacia un acuerdo transitorio, que incluía la renegociación de vencimientos, algo de cash y metas relajadas en materia de reservas para que Milei y Caputo no tuvieran que alterar demasiado el esquema actual hasta las elecciones. Este pacto cuidaba el interés electoral del Gobierno porque sin devaluación podría mantener a raya la inflación, con la promesa de una discusión definitiva después de octubre. El riesgo, naturalmente, era que el esquema se descosiera en la previa a las legislativas, cuando el mercado descontaría un ajuste cambiario.
Sin embargo estas conversaciones habrían cambiado de rumbo al buscar el imprescindible aval del secretario del Tesoro, Scott Bessent, quien se incorporó tardíamente a las tratativas porque asumió recién en enero (ni siquiera designó aún a la reemplazante de Gita Gospinath, la número 2 del FMI, cargo que le corresponde a Estados Unidos).
Habría sido el Tesoro el que planteó sus dudas con el acuerdo corto por entender que la Argentina necesitaba una solución estructural y definitiva de entrada. La base de la propuesta residiría en ofrecer un desembolso mucho más generoso de fondos (dicen que hasta podría llegar a unos US$20.000, más lo que aporten el Banco Mundial, el BID y otros) pero a cambio de introducir la modificación del sistema cambiario desde ahora. No implicaría eliminar al mismo tiempo todas las restricciones del cepo, pero sí pasar a un esquema de flotación de algún tipo. En esta hipótesis, la incertidumbre se adelantaría y podría tener impacto electoral, aunque a la larga terminaría por ser más sustentable para el gran desafío que tiene el plan económico este año: desatar el nudo cambiario sin descalibrar la inflación.
Cuando esta discusión estaba en su punto crítico, el mercado intuyó el cambio de régimen y se anticipó. El viernes pasado los importadores atacaron los dólares del MULC, los exportadores pusieron en pausa las ventas, a los bancos se le alteraron los futuros y el clima de dudas forzó a una aceleración de las conversaciones con el FMI.
Un acuerdo elusivo
Las definiciones electorales también empezaron a acelerarse a partir del fin de semana pasado, en una secuencia que encadenó el cierre de alianzas en la Ciudad con las primeras señales en la provincia de Buenos Aires. En La Libertad Avanza aseguran que el sábado se terminó de cerrar la puerta para un pacto porteño. Ese día dicen haber recibido una última propuesta de Jorge Macri para converger en una alianza, en la que les cedía el 25% de los lugares en la lista. En el entorno del jefe porteño responden que hubo diálogos pero no ofrecimientos, porque entienden que Karina ya había dinamitado todo antes.
En cualquier caso, ahí quedó definido que en la ciudad LLA y Pro competirían, en un escenario de extrema fragmentación. En el camino feneció el armado multicolor del larretismo, porque la UCR, la CC, el socialismo y Confianza Pública, se apartaron de lo que en vida fue Juntos por el Cambio. “Jorge no quería forzar nada y prefería que cada uno juegue por su lado. Nosotros vamos a revalorizar el sello amarillo y la gestión de 17 años”, dicen en Uspallata para explicar por qué se angostó su propuesta electoral.
Los intentos por convencer a Horacio Rodríguez Larreta nunca tuvieron perspectivas; olían mal (un dirigente con humor dice que entre los “viejos meados” y “el olor a pis”, la política sufre de un problema en el sistema urinario). La Legislatura porteña puede transformarse en un dolor de cabeza para Jorge Macri si no logra un triunfo elocuente. Allí anidarán muchos actores dispuestos a condicionarlo.
De ese quiebre en la Ciudad surgieron el domingo los contactos para hacer la reunión del lunes por la provincia. La idea fue demostrar que se podía avanzar allí, aunque no hubiera “acuerdos en todas partes”, como habían proclamado Milei y Macri. Ahí también hay dos relatos. Los libertarios aseguran que la activaron ellos, y los macristas que surgió de un zoom de la mesa ejecutiva del partido. Detalles. El nexo principal fue Ritondo, quien habló con el Gobierno y se encargó de avisarle a Mauricio Macri del encuentro que mantendría. El expresidente le pidió que cualquier diálogo incluyera un compromiso libertario de no bombardear la gestión de su primo en la ciudad.
La foto del lunes fue potente, porque todos leyeron en la imagen la determinación de Ritondo y Diego Santilli de avanzar en un acuerdo, más allá de los reparos de Macri. Al mismo tiempo, los Milei dejaron en claro que les interesan más los dirigentes que un pacto estructural. “Nosotros no vamos a hacer un acuerdo con Pro. Vinimos a poner en crisis a los partidos políticos, así que no vamos a hacer de paraguas para ninguno de ellos”, aclararon los libertarios que estuvieron en esa mesa.
Macri piensa exactamente lo contrario. Pero cada vez tiene menos instrumental para imponerse. “Mauricio no puede contener la dinámica interna porque tiene pocas perspectivas para ofrecer. Fijate que esta semana dijo que no le gustaba el DNU del Fondo y lo votó todo el bloque”, comentó un diputado de peso en el partido.
De hecho el martes hubo una reunión de conducción bonaerense del partido, donde intendentes y dirigentes reclamaron acordar con LLA frente a Ritondo y Santilli (quien le genera una impresión muy positiva a una Karina que no está convencida de postular a José Luis Espert). Sólo Soledad Martínez, la heredera de Jorge Macri en Vicente López, los cuestionó por haberse sacado la foto a dos días del cierre porteño.
El vínculo entre el Presidente y su antecesor atraviesa hoy un momento de desconfianzas. Macri no le perdona que en un año no haya cumplido su promesa de que iba a convencer a Karina para abrir una conversación formal entre los dos partidos. Milei no le perdona que haya desatendido su pedido de que apartara al consultor catalán Antoni Gutiérrez-Rubí, a quien le atribuye una campaña sucia cuando asesoraba a Sergio Massa. No se ven hace rato. La última vez que cruzaron mensajes fue cuando Milei le mandó un chat desde Estados Unidos, durante la cumbre de la CPAC: “Presi, tenemos que vernos. Vuelvo mañana y le escribo”. Nunca ocurrió.
Frente a este panorama, en el que ambos sólo parecen preocupados por dejar en claro que si no hubo acuerdo el responsable fue el otro, sólo hay un factor que puede forzarlos a un acercamiento en la provincia: un mal resultado para ambos en la ciudad, que los exponga al riesgo de una derrota frente al kirchnerismo en territorio bonaerense. Nunca será un pacto por convicción.
El Gobierno ingresó a esta semana con tres frentes de definiciones cruciales para el futuro del proyecto libertario. Debía exhibir capacidad de control en las calles después de las violentas escenas de la última protesta frente al Congreso; tenía que mostrar avances en el acuerdo con el FMI ante la turbulencia de los mercados; y estaba forzado a dar señales respecto de cómo entendía su relación con Pro frente a los primeros aprontes electorales.
Los antecedentes de los últimos dos meses eran adversos porque había exhibido los límites de ese extraño método que combina en dosis imprecisas arrojo, astucia, desorden e inexperiencia. Al final, entre algunos replanteos estratégicos, situaciones límites sorteadas con ayuda de los aliados y escenas de parodia política, la administración de Javier Milei logró atravesar el desfiladero de estos días, aunque todavía lo acechan los desafíos. Un dirigente que dialogó con el Presidente tras la intensa semana lo describió con franqueza: “Veía venir un momento muy complejo para su gestión en los días previos y ahora pudo respirar. Se lo notaba aliviado; era otra persona”. La suspensión del viaje a Israel, con todo lo que significa para él, fue una evidencia nítida de la preocupación que arrastraba.
El primer objetivo se logró con una reconfiguración del operativo de seguridad para la protesta del miércoles. Más allá del discurso público, hubo una admisión interna de que no podían permitirse nuevamente escenas de caos y descontrol. Por eso se coordinó una reunión el viernes pasado para hacer un balance y replanteo, y otro encuentro el martes para pulir el nuevo procedimiento. Hubo muchos cambios entre una semana y la otra, desde la decisión de limitar el acceso a la plaza del Congreso hasta la disposición de los efectivos detrás de las vallas para evitar un cara a cara con los manifestantes.
Si bien desde afuera se percibió que le habían intervenido el operativo a Patricia Bullrich porque participó la SIDE, el Ministerio de Justicia, los jefes de las fuerzas, el gobierno porteño y Santiago Caputo fue el anfitrión, en la Casa Rosada aseguran que, por el contrario, fue la propia ministra la que promovió los encuentros y los ajustes.
Entre los méritos que le atribuyen está el de haber expuesto el presunto rol de intendentes bonaerenses quienes, según ella, habían fogoneado a barrabravas y violentos de distintas tribus para los desmanes del miércoles anterior. El repliegue de ese armado de choque, y su reemplazo por actores más orgánicos, como gremios, movimientos sociales y militancia partidaria, fue clave para que el ánimo de la protesta se moderara.
Se notó claramente que nadie quería que la situación se desmadrara y hay un dato que lo expone: el horario de la marcha no se anticipó a la mañana, a pesar de que los diputados habían fijado para las 10 la sesión por el acuerdo con el FMI, un histórico detonante de las protestas. Esta vez el guion había cambiado en los dos lados de las vallas. Al Gobierno lo apremiaba la necesidad de que no escalara el nivel de violencia y se instalara una idea de descontrol. A los opositores, que se les notaran intenciones desestabilizadoras.
El Tesoro en acción
El mismo espíritu de distensión reinó dentro del recinto al momento de autorizar al Gobierno a llegar a un acuerdo con el Fondo. El abismo no sólo preocupaba a Milei y su entorno; nadie en la oposición racional quería sacudir demasiado el árbol porque asumen su desorganización e imposibilidad de ofrecer una alternativa de poder. Por eso si bien el DNU fue ratificado por 129 votos, justo la mitad más uno del cuerpo, lo cierto es que si era necesario, algunos legisladores estaban dispuestos a colaborar con un cambio de posición.
La sesión expuso los dotes histriónicos de los legisladores libertarios en público. Pero en privado también hubo improvisación. El apuro por aprobar el decreto tropezó con un dato que amenazó con complicar el proceso: había caducado el rol del presidente de la comisión que revisa los DNU, Juan Carlos Pagotto, y el kirchnerismo se preparaba para impugnar el dictamen que finalmente se aprobó el martes.
La urgencia se salvó en una reunión el lunes, en la que Cristian Ritondo fue con Oscar Zago a ver a Santiago Caputo. Allí el asesor aceptó que el diputado díscolo quedara a cargo para que se pudiera tratar el dictamen. Por necesidad le perdonaron las escenas de pugilismo del sesión anterior.
Cuando se reunió la comisión el martes, faltaba una firma para completar las nueve necesarias. Allí fueron Luis Juez con otros legisladores los que convencieron a otro rebelde, Francisco Paoltroni, para que al menos suscribiera en contra. En definitiva, el Gobierno salvó el pellejo por dos exiliados y la intervención de dos aliados. Milei se ríe cuando le cuentan estas peripecias porque se ve reafirmado en su papel de líder temerario que “acelera en las curvas”. Igualmente, también debió recurrir a algunos homenajes a las viejas tradiciones autóctonas, como la cesión al gobernador Raúl Jalil del control del Establecimiento Minero Capillitas en Catamarca, después de que mandara a sus diputados a votar a favor.
El debate de esta semana demostró que el Congreso se transformó en un volcán que escupe lava cada vez que se reúne. Y en el Gobierno temen fundamentalmente que en plena campaña se active la comisión que buscan armar los opositores para investigar el escándalo Libra. Y en forma muy especial, los atemoriza que sea citada Karina Milei. No tendrían problemas en que vaya Guillermo Francos, pero nunca admitirían que comprometan a la hermana del Presidente.
Pero la discusión por el acuerdo con el FMI tuvo un trasfondo económico mucho más complejo, cuya demostración fue la alta volatilidad de los mercados desde el viernes pasado, lapso durante el cual el Banco Central resignó US$1200 millones de las reservas.
En este escenario hay una certeza y una duda. La certeza es que hasta enero el Gobierno consideraba un entendimiento con el Fondo un avance importante pero no urgente. Decía que sólo le faltaba el moño, pero al mismo tiempo expresaba puertas adentro que no iba a aceptar condicionalidades y que en todo caso tenía alternativas, como la de los grandes fondos de inversión internacionales.
Dos factores alteraron esa calma. Uno, la llegada de Donald Trump al poder, con su repertorio arancelario y sus amenazas, que generó inestabilidad global y la devaluación de varias monedas. La otra, la misión del FMI que estuvo en Buenos Aires y transmitió su preocupación por la ralentización en la acumulación de reservas, una vez que había pasado el efecto narcotizante del blanqueo. De ahí salió la primera medida intempestiva de Luis Caputo, que fue la baja de aranceles al campo, una decisión que se comunicó a las apuradas y sin tener definidas las cuestiones técnicas.
Desde entonces, la necesidad de llegar a un acuerdo se aceleró y forzó a un debate largo sobre el futuro esquema cambiario, el corazón de la discusión con Washington. La presión para que la ratificación del DNU saliera el miércoles, aunque fuera el día de la marcha, dice mucho del clima que se vive puertas adentro de Economía. Queda claro entonces que hubo un viraje brusco en el ritmo que le imprimió el Gobierno al asunto.
La duda que flota en el mundo financiero es por qué el Gobierno habló de los avances en las negociaciones y balbuceó la idea de que se saldría del crawling peg al 1% sin tener totalmente cerrado un acuerdo, lo que advirtió al mercado de que era inminente una modificación del esquema cambiario y le dio varias semanas para desarmar posiciones dispuestas para hacer carry trade. Hay economistas que entienden que Caputo buscó adelantar un inevitable clima de turbulencia para que no quedara tan cerca de las elecciones, en el entendimiento de que era mejor pagar el costo ahora y no en octubre, para cuando sería inocultable un cambio de régimen. Otros lo atribuyen sencillamente a un error en la comunicación y en la gestión de expectativas.
En los mercados tienen otra explicación, en base a sus contactos con Economía y el Banco Central. Este razonamiento apunta a que el FMI y la Argentina se encaminaban hacia un acuerdo transitorio, que incluía la renegociación de vencimientos, algo de cash y metas relajadas en materia de reservas para que Milei y Caputo no tuvieran que alterar demasiado el esquema actual hasta las elecciones. Este pacto cuidaba el interés electoral del Gobierno porque sin devaluación podría mantener a raya la inflación, con la promesa de una discusión definitiva después de octubre. El riesgo, naturalmente, era que el esquema se descosiera en la previa a las legislativas, cuando el mercado descontaría un ajuste cambiario.
Sin embargo estas conversaciones habrían cambiado de rumbo al buscar el imprescindible aval del secretario del Tesoro, Scott Bessent, quien se incorporó tardíamente a las tratativas porque asumió recién en enero (ni siquiera designó aún a la reemplazante de Gita Gospinath, la número 2 del FMI, cargo que le corresponde a Estados Unidos).
Habría sido el Tesoro el que planteó sus dudas con el acuerdo corto por entender que la Argentina necesitaba una solución estructural y definitiva de entrada. La base de la propuesta residiría en ofrecer un desembolso mucho más generoso de fondos (dicen que hasta podría llegar a unos US$20.000, más lo que aporten el Banco Mundial, el BID y otros) pero a cambio de introducir la modificación del sistema cambiario desde ahora. No implicaría eliminar al mismo tiempo todas las restricciones del cepo, pero sí pasar a un esquema de flotación de algún tipo. En esta hipótesis, la incertidumbre se adelantaría y podría tener impacto electoral, aunque a la larga terminaría por ser más sustentable para el gran desafío que tiene el plan económico este año: desatar el nudo cambiario sin descalibrar la inflación.
Cuando esta discusión estaba en su punto crítico, el mercado intuyó el cambio de régimen y se anticipó. El viernes pasado los importadores atacaron los dólares del MULC, los exportadores pusieron en pausa las ventas, a los bancos se le alteraron los futuros y el clima de dudas forzó a una aceleración de las conversaciones con el FMI.
Un acuerdo elusivo
Las definiciones electorales también empezaron a acelerarse a partir del fin de semana pasado, en una secuencia que encadenó el cierre de alianzas en la Ciudad con las primeras señales en la provincia de Buenos Aires. En La Libertad Avanza aseguran que el sábado se terminó de cerrar la puerta para un pacto porteño. Ese día dicen haber recibido una última propuesta de Jorge Macri para converger en una alianza, en la que les cedía el 25% de los lugares en la lista. En el entorno del jefe porteño responden que hubo diálogos pero no ofrecimientos, porque entienden que Karina ya había dinamitado todo antes.
En cualquier caso, ahí quedó definido que en la ciudad LLA y Pro competirían, en un escenario de extrema fragmentación. En el camino feneció el armado multicolor del larretismo, porque la UCR, la CC, el socialismo y Confianza Pública, se apartaron de lo que en vida fue Juntos por el Cambio. “Jorge no quería forzar nada y prefería que cada uno juegue por su lado. Nosotros vamos a revalorizar el sello amarillo y la gestión de 17 años”, dicen en Uspallata para explicar por qué se angostó su propuesta electoral.
Los intentos por convencer a Horacio Rodríguez Larreta nunca tuvieron perspectivas; olían mal (un dirigente con humor dice que entre los “viejos meados” y “el olor a pis”, la política sufre de un problema en el sistema urinario). La Legislatura porteña puede transformarse en un dolor de cabeza para Jorge Macri si no logra un triunfo elocuente. Allí anidarán muchos actores dispuestos a condicionarlo.
De ese quiebre en la Ciudad surgieron el domingo los contactos para hacer la reunión del lunes por la provincia. La idea fue demostrar que se podía avanzar allí, aunque no hubiera “acuerdos en todas partes”, como habían proclamado Milei y Macri. Ahí también hay dos relatos. Los libertarios aseguran que la activaron ellos, y los macristas que surgió de un zoom de la mesa ejecutiva del partido. Detalles. El nexo principal fue Ritondo, quien habló con el Gobierno y se encargó de avisarle a Mauricio Macri del encuentro que mantendría. El expresidente le pidió que cualquier diálogo incluyera un compromiso libertario de no bombardear la gestión de su primo en la ciudad.
La foto del lunes fue potente, porque todos leyeron en la imagen la determinación de Ritondo y Diego Santilli de avanzar en un acuerdo, más allá de los reparos de Macri. Al mismo tiempo, los Milei dejaron en claro que les interesan más los dirigentes que un pacto estructural. “Nosotros no vamos a hacer un acuerdo con Pro. Vinimos a poner en crisis a los partidos políticos, así que no vamos a hacer de paraguas para ninguno de ellos”, aclararon los libertarios que estuvieron en esa mesa.
Macri piensa exactamente lo contrario. Pero cada vez tiene menos instrumental para imponerse. “Mauricio no puede contener la dinámica interna porque tiene pocas perspectivas para ofrecer. Fijate que esta semana dijo que no le gustaba el DNU del Fondo y lo votó todo el bloque”, comentó un diputado de peso en el partido.
De hecho el martes hubo una reunión de conducción bonaerense del partido, donde intendentes y dirigentes reclamaron acordar con LLA frente a Ritondo y Santilli (quien le genera una impresión muy positiva a una Karina que no está convencida de postular a José Luis Espert). Sólo Soledad Martínez, la heredera de Jorge Macri en Vicente López, los cuestionó por haberse sacado la foto a dos días del cierre porteño.
El vínculo entre el Presidente y su antecesor atraviesa hoy un momento de desconfianzas. Macri no le perdona que en un año no haya cumplido su promesa de que iba a convencer a Karina para abrir una conversación formal entre los dos partidos. Milei no le perdona que haya desatendido su pedido de que apartara al consultor catalán Antoni Gutiérrez-Rubí, a quien le atribuye una campaña sucia cuando asesoraba a Sergio Massa. No se ven hace rato. La última vez que cruzaron mensajes fue cuando Milei le mandó un chat desde Estados Unidos, durante la cumbre de la CPAC: “Presi, tenemos que vernos. Vuelvo mañana y le escribo”. Nunca ocurrió.
Frente a este panorama, en el que ambos sólo parecen preocupados por dejar en claro que si no hubo acuerdo el responsable fue el otro, sólo hay un factor que puede forzarlos a un acercamiento en la provincia: un mal resultado para ambos en la ciudad, que los exponga al riesgo de una derrota frente al kirchnerismo en territorio bonaerense. Nunca será un pacto por convicción.
El Presidente sorteó una semana que era crucial; un operativo mejor articulado ante la protesta y la ayuda de los aliados en el Congreso le dieron un respiro; el trasfondo de la urgencia para acordar con el FMI y las tensiones con Pro Read More