Chloé Bello en su entrevista más sincera. A un año de haber comenzado un tratamiento de recuperación: “Hay que animarse

“Estoy teniendo uno de los mejores años de mi vida”, dice Chloé Bello (37), mientras desplaza el florero que domina la mesa del comedor de su casa, en Barrio Norte: busca que el gran ramo de nardos que eligió no interfiera en la charla con ¡HOLA! Argentina. Después de catorce años de vivir entre Madrid, Nueva York y Los Ángeles, la modelo y actriz de la agencia Chekka decidió volver a Buenos Aires. Desde 2023, está acá, acompañada por Petunia y Nelson, sus perros inseparables, instalada desde hace un año y medio en un departamento de estilo francés, con techos altísimos y hasta con patio propio. De su casa española sólo trajo el biombo, un sillón, la alfombra acebrada, las mesas art déco, algunos adornos, La niña dorada –la obra que el artista Federico Klemm realizó inspirándose en ella cuando tenía 4 años– y la guitarra: no quería nada más. “Quería limpiar viejas energías”, dice.

Es casi de noche en Buenos Aires y Chloé mordisquea la manzana verde que abandonó al mediodía. Está descalza, lleva un jogging y una remera de algodón y el pelo atado. Y cuenta: “Quería amigarme con la ciudad y lo logré. Estoy tratando de hacer base. Este ha sido el año en el que más quieta me quedé –no anduve yendo y viniendo de acá para allá como estuve haciendo por años–, y ha sido el más feliz”. Hay razones para esa felicidad. Su carrera es sólo una de ellas. “Estoy muy contenta. Fue inesperado: creía que no quería saber más nada del mundo de la moda; me había alejado hace cinco años porque estaba enfocada en desarrollar mi carrera de actriz [Chloé se formó en el Stella Adler Studio, en Los Ángeles, y en el estudio de Alan Gordon, en Nueva York]. Y, cuando llegué a Buenos Aires, empecé a tener muchísimo trabajo [Kosiuko, Tucci, Cerini, El Camarín, Ginebra, Caro Cuore, entre otras marcas la convocaron para sus campañas].

“Está muy instalada la idea de que la carrera de modelo tiene una fecha de expiración, sin embargo, siento que tengo una buena edad para transmitir el concepto de ‘mujer real’ que buscan las marcas: ni tan joven ni tan vieja, como decía Joaquín Sabina. Sé, además, que no le saco el trabajo a ninguna chica: no podría. ¡No tengo 20 años!”, dice con franqueza.

–Este año, también participaste en Buenos chicos, la serie de El Trece…

–¡Sí! Había tenido mi debut en Limbo, la serie de Disney Plus en la que trabajé junto con Mike Amigorena. Y había hecho documentales, pero con Buenos chicos pude trabajar por primera vez en televisión. Personificar a Javiera fue una gran experiencia. Ahora, además de querer enfocarme en el estilismo, estoy por retomar un proyecto que había dado de baja hace ocho años. Se trata de un emprendimiento. Todo lo estoy haciendo con muchísima calma. Porque también estoy ocupándome de mí. Exactamente, desde el 1° de enero de 2024 decidí hacer un cambio de 180 grados. Por voluntad propia, empecé con el programa de doce pasos para enfrentar el consumo problemático que tenía. Tuve una vida muy afortunada, llena de buenos recuerdos, de gente y de experiencias. Sin embargo, no era feliz. Por años, tapé el dolor y la insatisfacción con sustancias que me lastimaron mucho. La adicción es un infierno que le puede pasar a cualquiera. No juzgo a nadie que consuma; cada uno hace con su cuerpo lo que quiere y, además, yo estuve ahí. Pero si alguien está pasando por un infierno parecido al que pasé, mi mensaje es que se puede estar mejor. Que hay que animarse a pedir ayuda. Nunca es tarde.

–¿Vos te dabas cuenta de que tenías un problema?

–Me costó verlo y me costó tomar acción. Siete años atrás, cuando vivía en Madrid, me tatué en el brazo la palabra en latín “conscientia”. Quería tener conciencia, ¡pero no la tenía! Pensaba que me gustaba divertirme más que los demás. Hay gente que niega la enfermedad toda la vida: la negación es una característica de las adicciones. En nuestra sociedad, muchas adicciones pasan inadvertidas: de manera compulsiva, consumimos juego, comida, drogas, sexo, internet, alcohol, gente, porno… La adicción es enfermedad mental que no discrimina clases sociales ni estatus económico; muchos la desarrollan; otros no. La adicción, que es muy compleja y va empeorando con el tiempo, no tiene cura. Empecé a consumir desde muy chica. Siempre fui muy rebelde y, como ya a los 14 años tenía el aspecto de una chica de 20, podía acceder a un mundo de gente más grande, que fueron muy malas influencias para mí. Los escenarios glamorosos en los que me movía den; es un mundo muy romantizado. Estaba jugando con el demonio vestido de seda. Y lo que empecé a experimentar de forma recreativa, con el tiempo, se volvió una tendencia adictiva y se convirtió en un problema. No podía divertirme de la misma forma que otras personas. Era salvaje e imparable de una manera autodestructiva. Para mí, todos los días tenían que ser una fiesta. Muchas veces, en la vorágine del éxito, se mezcla el descontrol: cuando me metí con sustancias más peligrosas, la situación se me fue yendo de las manos. A veces, veo fotos mías y, realmente, no me acuerdo haber estado en algunos lugares.

–¿Tuviste situaciones de riesgo?

–Demasiadas. Jugué mucho con la vida. Me pasé de viva. No sufrí nunca ninguna consecuencia real de la vida extrema que llevé. A los 21, tuve un accidente manejando por la autopista: el auto terminó con destrucción total y yo salí sin un rasguño. No es por hacerme la esotérica ni nada, pero algo, ahí arriba estuvo protegiéndome durante estos años. Estaba en riesgo. A los 22, después de toda esa situación [se refiere de esa manera al ACV que, en 2010 en Caracas, sufrió su novio, el músico Gustavo Cerati, y que lo dejó en coma; murió en 2014], entré en un pozo depresivo; tuve que internarme varios meses. Levantarme cada día era una tortura.

–En las adicciones, se habla de “tocar fondo” como punto de inflexión. ¿Cuándo tocaste fondo vos?

–Tuve muchas tocadas de fondo, pero tuve “la suerte” de que nunca terminaba pasándome nada: como tenía techo y no me faltaba nada material, nunca terminaba tirada en la calle. Eso hacía más difícil ver lo mal que estaba. Empecé a fallar en el trabajo, mis ingresos empezaron a bajar. Viajar me costaba. Si bien a mí me fue bien con mi carrera, siento que no logré mucho más porque no estaba bien: tuve oportunidades tocadas por la varita mágica, pero mi cabeza estaba muy desconectada de la realidad.

–¿Tus familiares podían ayudarte?

–¡Claro! Mi mamá, mi papá, mi hermana menor, la gente que me quiere… todos hicieron lo que pudieron. A veces, hasta viajaban conmigo para acompañarme cuando tenía que trabajar: tenían miedo por mí porque era impredecible. No puedo imaginarme la impotencia que deben haber tenido al verme mal. Decirles “Vos tendrías que haberme ayudado” no sirve. Lo que un padre o un ser querido puede hacer es relativo. Tampoco te pueden obligar. Yo salía de las internaciones y volvía a consumir. Además, pasa que, cuando los demás te dicen lo mal que estás, los dejás de ver. Cuando sentís que el mundo está en tu contra, te vas quedando sola. La única manera de cambiar es querer cambiar; hacerse cargo.

–Llegaste a los grupos a través de tu última pareja [con el publicista y director audiovisual Milton Kremer, Chloé tuvo un vínculo de cuatro años; en enero de este 2025, él la denunció penalmente por violencia, lesiones leves y amenazas en la Oficina de Violencia Doméstica. Kremer, además pidió una restricción perimetral].

–Aunque prefiero no hablar de esa persona, sí rescato que fue quien me introdujo en los grupos. Y por eso estaré agradecida siempre.

–¿Qué fue lo más difícil de este primer año?

–Creer que no iba a poder. Fui a las primeras reuniones con mucho escepticismo. Y seguí yendo, yendo y yendo. No soy creyente, pero los grupos me dieron fe y esperanza. Nada es fácil. De a poco, empecé a hacer cosas básicas, como socializar con la gente. Es como volver a caminar. Si tengo un día difícil, aprieto bien fuerte el llavero fosforescente que nos dan en el programa. Te dan el llavero rojo por los 90 días sin consumir; el naranja, por los 30 días; el verde, por los 60 y así… El fosforescente, para mí, es especial. Celebra el año y brilla en la oscuridad. Y, aunque yo al año lo superé, es este llavero el que me pone en perspectiva. Sólo por hoy me hace sentir superpoderosa: porque sé que estar mejor se puede, porque doy fe de que nunca es tarde. Entonces, me digo: “Si hoy pude, no me para nadie”.

–¿Perdiste mucha gente en el camino de la recuperación?

–Cuando empezás a ponerte bien, a mucha gente no le gusta. ¿Sabés por qué? Porque cuando estás mal, pueden manipularte de mil maneras. A mí no sólo me han sacado mucha plata; yo también la di: es que, cuando estás mal, tenés una sensación de culpa y querés darle al otro lo que sea para compensar el mal que le estás haciendo. Hoy cuento con los dedos de la mano quién me quiere bien y quién no. No necesito tener veinte amigos: con tener tres que sean buenos, estoy bien. De la gente oscura me alejo.

–¿Te arrepentís de algo?

–No me arrepiento de nada. Hay muchas cosas que me cuesta digerir; sin embargo, trato de resignificarlas. Quizá lamento no haber podido tomar responsabilidad antes… Sin embargo, entiendo que cada uno tiene su tiempo. Lo importante es que llegué adonde quería estar. En los grupos, no hablamos de las cosas malas que hicimos, sino que tratamos de ver qué queremos hacer con eso; si no entrás en un loop de lamentos. Tengo que perdonarme por el daño que me hice, por el calvario que le hice pasar a mi familia y mis amigos, por el derroche ridículo, por los errores que cometí con mi carrera. Pedí disculpas a mucha gente con la cual fui irresponsable: por lo general, son empáticas; entienden y agradecen la sinceridad. Nada hice adrede. Era impotente ante muchas situaciones.

Por primera vez, quiero sentir y estar presente. Estoy aprendiendo a valorarme y a tenerme respeto

–¿Qué descubriste de vos?

–Que soy más fuerte de lo que pensaba: logré salir de relaciones muy tóxicas y, de alguna forma u otra, pude superar la pérdida que tuve [alude, sin mencionarlo, a Cerati]. No es que no tengo problemas, sino que estoy atravesándolos de otra manera. A lo largo de este año, murió uno de mis perros, me separé y también pasé por esa situación muy desagradable que espero se termine pronto… Fueron meses complicados, sin embargo, los fui surfeando. Trabajo, hago mi vida, no dependo de nadie, estoy bien mental y espiritualmente. Por primera vez, quiero sentir y estar conectada. Estoy aprendiendo a valorarme y a tenerme respeto.

–Hace poco, en tu cuenta de Instagram, posteaste que la mejor compañía es uno mismo…

–¡Es así! Ahora estoy muy bien. En muchos sentidos. Cuando estás bien de la cabeza, lo demás pasa a un segundo plano. Antes, como me costaba encontrar la paz, la buscaba cada año en un país distinto. En este año y tres meses, me olvidé de Ezeiza: estuve quedándome quieta para tener calma. Pero, además, me siento cada vez mejor y más vital. Por primera vez me anoté en un gimnasio ¡Y ni loca deseo volver a mis 20 años! A los 20, vivía con mucha ansiedad, vivía con las valijas armadas, yéndome de un lugar a otro, tapando problemas. A los 20, no estaba siempre insatisfecha, no estaba bien plantada y no sabía elegir. A los 20, creía que el éxito era todo lo externo: tener, tener, tener… Arañaba amor donde no había: fui siempre muy romántica y tuve novios maravillosos, que me amaron mucho. También los amé mucho, sin embargo, no estaba en paz: buscaba la validación de mis parejas, tenía mucha dependencia con esos hombres. A los 37, sé que voy a poder elegir mejores compañías. Aunque desde hace 7 meses estoy sin pareja, no pierdo la fe de que aparezca alguien. Pero no tengo ningún apuro. Quedarme en casa mirando películas y acompañada por Petunia y Nelson, mis perros, es el mejor programa. Hoy renací y el éxito es estar tranquila y en paz. Ese es mi mayor triunfo.

Maquillaje: @sebastiancorreaestudio

Peinado: Cristina Cagnini para Staff Cerini @cristinacagnina @cerininet

Agradecemos a @artemisatelier, @kelleryoficial y @blummflowerco

“Estoy teniendo uno de los mejores años de mi vida”, dice Chloé Bello (37), mientras desplaza el florero que domina la mesa del comedor de su casa, en Barrio Norte: busca que el gran ramo de nardos que eligió no interfiera en la charla con ¡HOLA! Argentina. Después de catorce años de vivir entre Madrid, Nueva York y Los Ángeles, la modelo y actriz de la agencia Chekka decidió volver a Buenos Aires. Desde 2023, está acá, acompañada por Petunia y Nelson, sus perros inseparables, instalada desde hace un año y medio en un departamento de estilo francés, con techos altísimos y hasta con patio propio. De su casa española sólo trajo el biombo, un sillón, la alfombra acebrada, las mesas art déco, algunos adornos, La niña dorada –la obra que el artista Federico Klemm realizó inspirándose en ella cuando tenía 4 años– y la guitarra: no quería nada más. “Quería limpiar viejas energías”, dice.

Es casi de noche en Buenos Aires y Chloé mordisquea la manzana verde que abandonó al mediodía. Está descalza, lleva un jogging y una remera de algodón y el pelo atado. Y cuenta: “Quería amigarme con la ciudad y lo logré. Estoy tratando de hacer base. Este ha sido el año en el que más quieta me quedé –no anduve yendo y viniendo de acá para allá como estuve haciendo por años–, y ha sido el más feliz”. Hay razones para esa felicidad. Su carrera es sólo una de ellas. “Estoy muy contenta. Fue inesperado: creía que no quería saber más nada del mundo de la moda; me había alejado hace cinco años porque estaba enfocada en desarrollar mi carrera de actriz [Chloé se formó en el Stella Adler Studio, en Los Ángeles, y en el estudio de Alan Gordon, en Nueva York]. Y, cuando llegué a Buenos Aires, empecé a tener muchísimo trabajo [Kosiuko, Tucci, Cerini, El Camarín, Ginebra, Caro Cuore, entre otras marcas la convocaron para sus campañas].

“Está muy instalada la idea de que la carrera de modelo tiene una fecha de expiración, sin embargo, siento que tengo una buena edad para transmitir el concepto de ‘mujer real’ que buscan las marcas: ni tan joven ni tan vieja, como decía Joaquín Sabina. Sé, además, que no le saco el trabajo a ninguna chica: no podría. ¡No tengo 20 años!”, dice con franqueza.

–Este año, también participaste en Buenos chicos, la serie de El Trece…

–¡Sí! Había tenido mi debut en Limbo, la serie de Disney Plus en la que trabajé junto con Mike Amigorena. Y había hecho documentales, pero con Buenos chicos pude trabajar por primera vez en televisión. Personificar a Javiera fue una gran experiencia. Ahora, además de querer enfocarme en el estilismo, estoy por retomar un proyecto que había dado de baja hace ocho años. Se trata de un emprendimiento. Todo lo estoy haciendo con muchísima calma. Porque también estoy ocupándome de mí. Exactamente, desde el 1° de enero de 2024 decidí hacer un cambio de 180 grados. Por voluntad propia, empecé con el programa de doce pasos para enfrentar el consumo problemático que tenía. Tuve una vida muy afortunada, llena de buenos recuerdos, de gente y de experiencias. Sin embargo, no era feliz. Por años, tapé el dolor y la insatisfacción con sustancias que me lastimaron mucho. La adicción es un infierno que le puede pasar a cualquiera. No juzgo a nadie que consuma; cada uno hace con su cuerpo lo que quiere y, además, yo estuve ahí. Pero si alguien está pasando por un infierno parecido al que pasé, mi mensaje es que se puede estar mejor. Que hay que animarse a pedir ayuda. Nunca es tarde.

–¿Vos te dabas cuenta de que tenías un problema?

–Me costó verlo y me costó tomar acción. Siete años atrás, cuando vivía en Madrid, me tatué en el brazo la palabra en latín “conscientia”. Quería tener conciencia, ¡pero no la tenía! Pensaba que me gustaba divertirme más que los demás. Hay gente que niega la enfermedad toda la vida: la negación es una característica de las adicciones. En nuestra sociedad, muchas adicciones pasan inadvertidas: de manera compulsiva, consumimos juego, comida, drogas, sexo, internet, alcohol, gente, porno… La adicción es enfermedad mental que no discrimina clases sociales ni estatus económico; muchos la desarrollan; otros no. La adicción, que es muy compleja y va empeorando con el tiempo, no tiene cura. Empecé a consumir desde muy chica. Siempre fui muy rebelde y, como ya a los 14 años tenía el aspecto de una chica de 20, podía acceder a un mundo de gente más grande, que fueron muy malas influencias para mí. Los escenarios glamorosos en los que me movía den; es un mundo muy romantizado. Estaba jugando con el demonio vestido de seda. Y lo que empecé a experimentar de forma recreativa, con el tiempo, se volvió una tendencia adictiva y se convirtió en un problema. No podía divertirme de la misma forma que otras personas. Era salvaje e imparable de una manera autodestructiva. Para mí, todos los días tenían que ser una fiesta. Muchas veces, en la vorágine del éxito, se mezcla el descontrol: cuando me metí con sustancias más peligrosas, la situación se me fue yendo de las manos. A veces, veo fotos mías y, realmente, no me acuerdo haber estado en algunos lugares.

–¿Tuviste situaciones de riesgo?

–Demasiadas. Jugué mucho con la vida. Me pasé de viva. No sufrí nunca ninguna consecuencia real de la vida extrema que llevé. A los 21, tuve un accidente manejando por la autopista: el auto terminó con destrucción total y yo salí sin un rasguño. No es por hacerme la esotérica ni nada, pero algo, ahí arriba estuvo protegiéndome durante estos años. Estaba en riesgo. A los 22, después de toda esa situación [se refiere de esa manera al ACV que, en 2010 en Caracas, sufrió su novio, el músico Gustavo Cerati, y que lo dejó en coma; murió en 2014], entré en un pozo depresivo; tuve que internarme varios meses. Levantarme cada día era una tortura.

–En las adicciones, se habla de “tocar fondo” como punto de inflexión. ¿Cuándo tocaste fondo vos?

–Tuve muchas tocadas de fondo, pero tuve “la suerte” de que nunca terminaba pasándome nada: como tenía techo y no me faltaba nada material, nunca terminaba tirada en la calle. Eso hacía más difícil ver lo mal que estaba. Empecé a fallar en el trabajo, mis ingresos empezaron a bajar. Viajar me costaba. Si bien a mí me fue bien con mi carrera, siento que no logré mucho más porque no estaba bien: tuve oportunidades tocadas por la varita mágica, pero mi cabeza estaba muy desconectada de la realidad.

–¿Tus familiares podían ayudarte?

–¡Claro! Mi mamá, mi papá, mi hermana menor, la gente que me quiere… todos hicieron lo que pudieron. A veces, hasta viajaban conmigo para acompañarme cuando tenía que trabajar: tenían miedo por mí porque era impredecible. No puedo imaginarme la impotencia que deben haber tenido al verme mal. Decirles “Vos tendrías que haberme ayudado” no sirve. Lo que un padre o un ser querido puede hacer es relativo. Tampoco te pueden obligar. Yo salía de las internaciones y volvía a consumir. Además, pasa que, cuando los demás te dicen lo mal que estás, los dejás de ver. Cuando sentís que el mundo está en tu contra, te vas quedando sola. La única manera de cambiar es querer cambiar; hacerse cargo.

–Llegaste a los grupos a través de tu última pareja [con el publicista y director audiovisual Milton Kremer, Chloé tuvo un vínculo de cuatro años; en enero de este 2025, él la denunció penalmente por violencia, lesiones leves y amenazas en la Oficina de Violencia Doméstica. Kremer, además pidió una restricción perimetral].

–Aunque prefiero no hablar de esa persona, sí rescato que fue quien me introdujo en los grupos. Y por eso estaré agradecida siempre.

–¿Qué fue lo más difícil de este primer año?

–Creer que no iba a poder. Fui a las primeras reuniones con mucho escepticismo. Y seguí yendo, yendo y yendo. No soy creyente, pero los grupos me dieron fe y esperanza. Nada es fácil. De a poco, empecé a hacer cosas básicas, como socializar con la gente. Es como volver a caminar. Si tengo un día difícil, aprieto bien fuerte el llavero fosforescente que nos dan en el programa. Te dan el llavero rojo por los 90 días sin consumir; el naranja, por los 30 días; el verde, por los 60 y así… El fosforescente, para mí, es especial. Celebra el año y brilla en la oscuridad. Y, aunque yo al año lo superé, es este llavero el que me pone en perspectiva. Sólo por hoy me hace sentir superpoderosa: porque sé que estar mejor se puede, porque doy fe de que nunca es tarde. Entonces, me digo: “Si hoy pude, no me para nadie”.

–¿Perdiste mucha gente en el camino de la recuperación?

–Cuando empezás a ponerte bien, a mucha gente no le gusta. ¿Sabés por qué? Porque cuando estás mal, pueden manipularte de mil maneras. A mí no sólo me han sacado mucha plata; yo también la di: es que, cuando estás mal, tenés una sensación de culpa y querés darle al otro lo que sea para compensar el mal que le estás haciendo. Hoy cuento con los dedos de la mano quién me quiere bien y quién no. No necesito tener veinte amigos: con tener tres que sean buenos, estoy bien. De la gente oscura me alejo.

–¿Te arrepentís de algo?

–No me arrepiento de nada. Hay muchas cosas que me cuesta digerir; sin embargo, trato de resignificarlas. Quizá lamento no haber podido tomar responsabilidad antes… Sin embargo, entiendo que cada uno tiene su tiempo. Lo importante es que llegué adonde quería estar. En los grupos, no hablamos de las cosas malas que hicimos, sino que tratamos de ver qué queremos hacer con eso; si no entrás en un loop de lamentos. Tengo que perdonarme por el daño que me hice, por el calvario que le hice pasar a mi familia y mis amigos, por el derroche ridículo, por los errores que cometí con mi carrera. Pedí disculpas a mucha gente con la cual fui irresponsable: por lo general, son empáticas; entienden y agradecen la sinceridad. Nada hice adrede. Era impotente ante muchas situaciones.

Por primera vez, quiero sentir y estar presente. Estoy aprendiendo a valorarme y a tenerme respeto

–¿Qué descubriste de vos?

–Que soy más fuerte de lo que pensaba: logré salir de relaciones muy tóxicas y, de alguna forma u otra, pude superar la pérdida que tuve [alude, sin mencionarlo, a Cerati]. No es que no tengo problemas, sino que estoy atravesándolos de otra manera. A lo largo de este año, murió uno de mis perros, me separé y también pasé por esa situación muy desagradable que espero se termine pronto… Fueron meses complicados, sin embargo, los fui surfeando. Trabajo, hago mi vida, no dependo de nadie, estoy bien mental y espiritualmente. Por primera vez, quiero sentir y estar conectada. Estoy aprendiendo a valorarme y a tenerme respeto.

–Hace poco, en tu cuenta de Instagram, posteaste que la mejor compañía es uno mismo…

–¡Es así! Ahora estoy muy bien. En muchos sentidos. Cuando estás bien de la cabeza, lo demás pasa a un segundo plano. Antes, como me costaba encontrar la paz, la buscaba cada año en un país distinto. En este año y tres meses, me olvidé de Ezeiza: estuve quedándome quieta para tener calma. Pero, además, me siento cada vez mejor y más vital. Por primera vez me anoté en un gimnasio ¡Y ni loca deseo volver a mis 20 años! A los 20, vivía con mucha ansiedad, vivía con las valijas armadas, yéndome de un lugar a otro, tapando problemas. A los 20, no estaba siempre insatisfecha, no estaba bien plantada y no sabía elegir. A los 20, creía que el éxito era todo lo externo: tener, tener, tener… Arañaba amor donde no había: fui siempre muy romántica y tuve novios maravillosos, que me amaron mucho. También los amé mucho, sin embargo, no estaba en paz: buscaba la validación de mis parejas, tenía mucha dependencia con esos hombres. A los 37, sé que voy a poder elegir mejores compañías. Aunque desde hace 7 meses estoy sin pareja, no pierdo la fe de que aparezca alguien. Pero no tengo ningún apuro. Quedarme en casa mirando películas y acompañada por Petunia y Nelson, mis perros, es el mejor programa. Hoy renací y el éxito es estar tranquila y en paz. Ese es mi mayor triunfo.

Maquillaje: @sebastiancorreaestudio

Peinado: Cristina Cagnini para Staff Cerini @cristinacagnina @cerininet

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