“La obra muestra a cuatro amigos que pisan los cincuenta años, que no vienen solos y que deciden experimentar a partir de una premisa hipotética de un psiquiatra y filósofo noruego, quien afirma que los seres humanos nacen con un déficit de alcohol del 0,5 por ciento de alcohol en el flujo sanguíneo; este grupo, para paliar esa supuesta falencia, decide explayarse un poco más y se estimula buscando que ese porcentaje que cada uno va a incorporar los muestre más abiertos, estimulados tanto en lo profesional como en lo personal”.
Carlos Portaluppi comienza explicando con rigurosidad, casi académica, el disparador que oficia de basamento de Druk, la pieza que protagoniza en el Metropolitan bajo la dirección de Javier Daulte -también responsable de la adaptación del guion original- y formando parte de un elenco coral que se completa con Pablo Echarri, Juan Gil Navarro y Osqui Guzmán.
El material, que recientemente comenzó a transitar su temporada porteña, es la versión escénica del film Another Round, de producción danesa, dirigido por Thomas Vinterberg, que logró notable repercusión al momento de su estreno (2020) y que cosechó numerosos galardones en la temporada de premios, entre ellos el Oscar como Mejor Film Internacional.
Curiosamente, en la misma sala en la que se presenta Druk, el actor estrenó Bajo terapia, de Matías del Federico, hace exactamente una década, una propuesta que también sumergía a los personajes en una experimentación -esta vez en torno a la propuesta de una psicoanalista- con derivaciones insospechadas.
Buceando en la lógica de Druk, Portaluppi entiende que “los personajes, todos docentes de colegio secundario, suben la vara y se comienzan a encontrar con zonas peligrosas y desconocidas”.
-Antes de la convocatoria de Javier Daulte, ¿habías visto la película?
-Sí, y me había conmovido. Tanto el guion, como los trabajos actorales y la dirección, son impecables. Cuando me llamó el productor Pablo Kompel para proponerme hacer la versión teatral y me mencionó al director y al elenco, le dije “de cabeza, quiero estar ahí”.
Que los autores Thomas Vinterberg y Claus Flygare sitúen a sus criaturas de ficción en torno a los cincuenta años, habla de la necesidad de pensar un tramo simbólico en torno a lo etario, considerado “la mitad de la vida”: “Es un momento de expansión, uno llega con experiencia acumulada y siente la necesidad de abrirse, expresarse y empezar a jugar con menos culpas; es una etapa donde se quisiera volver el tiempo atrás y modificar algunas cosas, pero eso es imposible”.
Si de expandir se trata, tomando el término esgrimido por Portaluppi, el actor comienza a pensar en voz alta algunas cuestiones profundas. Si esta entrevista fuese un ensayo o la conformación de un documento, valdría una aclaración a pie de página: Carlos Portaluppi recibe a LA NACION instalado en el vip del bellísimo e histórico Teatro Metropolitan, un símbolo art decó de la calle Corrientes. Como un patriarca en su trono, allí está sentado en sus aposentos. Se pone de pie, estrecha la mano. Corrección, formalidad. Casi un gesto adusto.
Sin embargo, el hombre de presencia contundente, comenzará a sincerarse. A confesar aquello sobre lo que nunca habló públicamente. Si de edades se trata, sus 57 años lo sitúan en esa década que hoy problematiza a partir del planteo de la ficción que le toca interpretar. “Los cincuenta años no vienen solos, son tiempos de cambio”.
-Existe quien sostiene “no cambiaría nada de lo que hice”, ¿es tu caso?
-No me arrepiento de nada, todo es experiencia y lo vivido fue vivido con pasión, pero podría haber hecho las cosas de otra manera. Pienso en algunos vínculos, amistades y amores que se podrían reconsiderar, ya con el diario del lunes, y uno moverse con más amor, intentando ser mejor.
-Incluso el amor con uno mismo.
-De eso se trata, si no hay amor con uno mismo, es muy difícil poder darlo a otra persona.
-Desde lo contrafáctico, ¿dónde aparecerían más cambios, en lo personal o en lo profesional?
-En los vínculos, pienso en algunas amistades que uno asume y que resultaron erradas. La amistad es algo que se elige y donde uno también es elegido; el amor, en cambio, sucede y, cuando sucede, se elige día a día.
-También aquello que se estrechó fuerte, puede resquebrajarse porque se crece diferente.
-Cambiar es muy bueno, poder decir “cambié y estoy mejor” es un privilegio. El problema es cuando se cambia al revés y uno no se da cuenta.
-Entonces, es válido pensar en la inteligencia emocional.
-Tenemos que aprender a dominar la emoción, aunque está bueno vivir con pasión. “Sin pasión no hay poesía”, se dice en la obra. Hay que darle rienda a la pasión y al deseo.
Su propia lucha
-Pensaba en Druk y en Bajo terapia. ¿Tuviste alguna experimentación en torno a lo emocional?
-Estoy trabajando en esa parte.
-¿Por qué lo decís?
-Tiene que ver con mi salud.
Sin pudores, sin tabúes, el actor despliega su pensamiento en torno al sobrepeso, sin victimización. Se trata de poner las cartas sobre le mesa. “Es una lucha para mí, es algo que padezco”, dice.
-Hablábamos de experimentación y, rápidamente, emergió en vos la cuestión de la obesidad y los intentos para trascenderla.
-La obesidad, en términos de salud, no me ha resultado fácil, pero estoy ocupado del tema a través de terapia y de un equipo nutricional que me viene apoyando desde hace tres años, razón por la cual me siento mejor, porque hay ayuda profesional. Cuando uno no puede, se necesita de esa ayuda. No es un desafío, sino el deseo de estar mejor conmigo y también para mi hijo, mi pareja, mis amigos; estar mejor con la vida y con mi oficio.
-Y con la salud.
-Sobre todo, con la salud. Y va de la mano el físico y la cabeza, por eso trabajo con médicos, nutricionistas y psicólogos.
-Más allá de lo nocivo que significa el sobrepeso en términos de salud, podría decirse que no te ha limitado para desarrollar tu carrera.
-No me ha limitado, muy pocas veces me han llamado por mi condición física. De todos modos, en alguna oportunidad me pasó, leyendo un guion de cine, que el personaje era presentado como “gordo”, pero son contadas esas veces; soy consciente que me llaman porque resuelvo.
-No hay dudas sobre eso. Tampoco sería cuestionable si la contextura física implicara tener que hablar de determinadas temáticas.
-Julio Chávez hará La ballena y no es obeso, pero contará algo valioso. En mi caso, estoy contento porque no he tenido condicionamientos en mi oficio, aunque, desde ya, hay personajes que no podría hacer. No podría hacer Hamlet, no sólo por mi condición física, sino también por mi edad. Hay un dejo de frustración allí, porque son personajes que todo actor desea hacer, pero cada cosa a su tiempo. No estará Hamlet, pero puedo seguir soñando con otros.
-¿Por ejemplo?
-Hacer Cyrano es el sueño de mi vida; pero doy gracias a todo lo que hice y a que mi condición física no haya sido un obstáculo. A mí lo único que me detuvo fue la pandemia, pero hasta cierto punto, porque hice una obra para el ciclo Cervantes Online. En medio de la pandemia, pisar el Teatro Nacional Cervantes me hizo llorar.
Los medios audiovisuales y la escena teatral lo han convocado con notable regularidad. Sin ir más lejos, Jardines salvajes, la pieza que protagonizó hasta hace pocos días en el Multiteatro, bajó de cartel a horas del estreno de Druk en el Metropolitan. En plan de pensar esa regularidad envidiable, el actor recuerda Nunca estuviste tan adorable, la pieza de Javier Daulte que se convirtió en un material recordado y en un espaldarazo para su oficio teatral.
-Esa obra ya es “de culto”.
-En el estreno de Druk, le dije a Javier (Daulte) que sería bueno reeditarla. En lo personal, desde lo emocional, ahora me siento más cerca de mi personaje que cuando me tocó hacerlo, hoy le podría dar otro vuelo.
En esa obra se reflejan algunos recortes en la propia vida del dramaturgo y director Javier Daulte. Nunca estuviste tan adorable se vio durante dos temporadas en el Teatro Sarmiento y también realizó funciones en el Teatro de la Ribera, ambos dependientes del Complejo Teatral de Buenos Aires, pero, dada la repercusión de la historia, la propuesta se trasladó al Broadway. Cruce del circuito oficial al comercial, algo habitual hoy, pero no tan frecuente hace algunos años. Cuando recuerda a sus colegas con los que compartió aquella pieza, hace una pausa y se refiere a María Onetto: “Adorada compañera, dejó una huella muy grande”.
Marca
Carlos Portaluppi es de esos actores que convirtieron su apellido en marca. Se dice Portaluppi a secas. Sin más. Sus modos de interpretar le confieren una zona de autenticidad muy propia. Algo que observó alguna vez su maestro Augusto Fernández cuando lo hizo subir al escenario del Teatro Nacional Cervantes por primera vez, luego que su joven alumno, presenciando un ensayo del recordado docente, reemplazara la técnica para reproducir sonidos ambientales con su propia garganta.
“Como no estaban disponibles los efectos, tomé un micrófono y comencé a hacer sonidos; ese desenfado le gustó y, al día siguiente, me sumó al elenco de la obra. ‘Traete unos trapos, te quiero arriba del escenario’, me dijo. Venía haciendo sótanos en cooperativas, pero ese fue mi primer trabajo pago”.
-Hubo alguien antes de Augusto Fernández que también creyó en vos.
-Lito Cruz.
-Más atrás aún, Hilda Casco, tu profesora de francés te dio una gran oportunidad.
-Fue un estímulo muy grande, ella, que me acompañó de tercero a quinto año del secundario en Mercedes, mi ciudad natal. Como nunca me tocaba hacer de Sarmiento o San Martín en los actos escolares, ella, enterada de mi frustración, fue quien me dio un papel en una versión de Nuestros hijos, de Florencio Sánchez, en el marco de un gran festival que se hacía en la provincia de Corrientes. Cuando me subí al escenario del teatro Cervantes de Mercedes, sentí algo muy poderoso. Fue la confirmación de una vocación. Me pasó algo muy fuerte, siendo un adolescente me sentía más grande. Lo mío iba por ahí. Me hizo abrir canales de expresión nuevos, sacar cosas muy internas.
-Antes de esa oportunidad, ¿ya tenías la vocación artística?
-No, porque jamás había visto teatro.
A pesar de esa vocación naciente, se mudó a la ciudad de La Plata para estudiar arquitectura, pero, otro capricho del destino, al cruzarse con el maestro Lito Cruz, “un Robert de Niro argentino”, afirma, terminó de definir su destino y pateó, literalmente, el tablero de la arquitectura.
-¿Cómo te encontrás con Lito Cruz?
-Lo busqué en la guía telefónica. No tenía vínculo con nadie del mundo del arte. Ni siquiera sabía que Lito era Oscar Cruz.
-Pero lo encontraste en la guía telefónica.
-Agarré la guía, posé el dedo en uno de los tantos nombres de la página del apellido Cruz, que no eran pocos, y marqué. “¿Hablo con la casa de Lito Cruz?”, y del otro lado me respondieron: “Sí”. Me atendió su esposa. A los tres días, era alumno en el estudio que Lito tenía en Bartolomé Mitre y Suipacha. Nada es casual. Me emociona recordarlo, fue un momento fuerte, tenía que suceder, como cuando, en el ensayo de Augusto Fernández me puse a hacer sonidos y al otro día me hizo subir al escenario del Cervantes.
La emoción no es simbólica, sino literal. Portaluppi frena su relato. Piensa en aquellos maestros. “Perdón”, se excusa ante esas lágrimas impertinentes y contagiosas que no pidieron permiso para aflorar. Antes de la despedida, serán otras cuestiones mucho más hostiles las que los sumergirán en el llanto.
-En una entrevista reciente en LA NACION, realizada por Alejandro Cruz, el productor y empresario Carlos Rottemberg planteó que, ante la ausencia de producción de ficción en la televisión, el medio podría implementar un sistema de cooperativas como es frecuente en teatro para poder paliar esta parálisis de la industria de ficción audiovisual en la televisión abierta. ¿Qué pensás de eso?
-El teatro es del actor, el cine del director y la televisión está en manos del productor, siempre ha funcionado así. Dependiendo cómo cuadren las circunstancias y cómo se armen los equipos, es una posibilidad ante la producción nula de ficción. Lo poco que se hace es para plataformas.
-Pero no alcanza la masividad de las señales abiertas.
-Habría que ver cómo se puede aplicar la propuesta de Carlos Rottemberg, que algo sabe del tema. Si alguien me convocase, me gustaría poder sumar en ese nuevo esquema.
-En algunas oportunidades, personajes muy instalados en el inconsciente colectivo suelen paralizar la carrera de un intérprete. En tu caso, tu interpretación de Dominici en Vulnerables, donde jugabas notables escenas con Leonor Manso, no se ha convertido en un ancla.
-Todo lo contrario, me trajo una apertura, me abrió puertas, hizo que se me conociera como actor, eso también se debe a Polka, Adrián Suar y todo su equipo. Ese ciclo tuvo una gran dirección de Daniel Barone y unos guiones extraordinarios de Mario Segade y Gustavo Belatti. Les voy a estar eternamente agradecidos a todos, pero no me dejó encasillado.
-¿Te recuerdan el personaje?
-Permanentemente, aunque, últimamente, me hablan más de “Morcilla”, mi personaje en la serie El marginal, que ha sido muy fuerte y crucial, y que, al hacerse ya en tiempos de redes sociales, tuvo una enorme masividad. Les agradezco a Dominici y Morcilla.
Dominici atendía una farmacia y le proveía fácilmente de algunos fármacos a la clienta interpretada por Manso, a cambio de sexo. Morcilla fue un engranaje clave en la serie que focalizaba en las periferias sociales.
En las obras Votemos y Jardines salvajes, sus personajes no eran nada amigables. Sin embargo, la antipatía de la ficción siempre es agradecida para la composición actoral. “En Votemos se hablaba sobre la salud mental y la discriminación y en Jardines salvajes, la autora se basó en los muros contra la inmigración de Donald Trump”.
Intimidades
-Si menciono el nombre de “Julián”, ¿qué resuena emocionalmente?
-Es amor, vida. Es ganas de seguir viviendo, estando y de poder verlo crecer.
Julián Portaluppi, su hijo, tiene 19 años y, según las palabras de su padre “es el pasaje a la eternidad, es arte”.
-¿Sigue tus pasos artísticos?
-Está comenzando a estudiar diseño multimedial.
-¿Qué dolor te ha atravesado fuerte y fue bisagra en tu vida?
-… [prolongado silencio] Lo pienso mucho…
-Quizás no se puede resumir en un solo dolor, sería una simplificación.
-Podría elegir dos o tres… Podría decir que la muerte de mi hermano menor fue lo más fuerte. Él era también una persona obesa, se había hecho un by pass gástrico y tres años después murió, porque ya venía con otros temas dolorosos, había perdido a su hijita de cinco años y se le vino el mundo encima. A toda la familia se nos vino el mundo encima. Yo estaba a punto de hacerme el by pass en ese momento, pero, lo vi sufrir tanto por sus problemas de vesícula y por las fístulas intestinales, que frené. Por esos problemas, comenzó a desnutrirse. A mi hermano, durante cinco meses, le vi las tripas dos o tres veces por semana.
-¿Literalmente?
-Literalmente. Llegó de Corrientes con siete cirugías, ya no se podía hacer más nada. En el Hospital de Clínicas de Buenos Aires pasó por unas ocho cirugías más. Estaba con la panza abierta, porque no tenía cicatrización. Verlo sufrir fue algo que me marcó mucho y es la razón por la que ahora estoy haciendo terapia. Estoy trabajando en eso.
-¿Acompañaste a tu hermano en sus tratamientos?
-Había que drenarle dos litros de bilis por día. Era un mecanismo que no se hacía en una clínica, sino que venía un técnico de afuera para hacer el drenaje, y había que ayudarlo. Yo tomaba registro de video para mostrarle al cirujano. Fue muy duro para él. El día en que se murió, yo tenía que viajar a Milán para hacer las últimas funciones de Emilia, la obra de Claudio Tolcachir. Días antes, buscando calmarlo, le dije: “Ya va a pasar, hermano”, y él me respondió: “Si te pusieras mi traje, sabrías lo que duele”. Eso me impactó mucho. Era demasiado dolor lo que estaba pasando. Cuando murió, se puso él mi traje. Se fue a mi tierra, Corrientes, con mi mejor traje y mi mejor camisa, así se fue al descanso. Así lo vestimos.
Una vez más, no censura la emoción ni las lágrimas. Ya no hay más para decir. Habrá que esperar un buen rato para poder iniciar la sesión de fotos. Como en el teatro, es momento del apagón final y el telón que baja, dejando en la atmósfera la emoción del protagonista.
“La obra muestra a cuatro amigos que pisan los cincuenta años, que no vienen solos y que deciden experimentar a partir de una premisa hipotética de un psiquiatra y filósofo noruego, quien afirma que los seres humanos nacen con un déficit de alcohol del 0,5 por ciento de alcohol en el flujo sanguíneo; este grupo, para paliar esa supuesta falencia, decide explayarse un poco más y se estimula buscando que ese porcentaje que cada uno va a incorporar los muestre más abiertos, estimulados tanto en lo profesional como en lo personal”.
Carlos Portaluppi comienza explicando con rigurosidad, casi académica, el disparador que oficia de basamento de Druk, la pieza que protagoniza en el Metropolitan bajo la dirección de Javier Daulte -también responsable de la adaptación del guion original- y formando parte de un elenco coral que se completa con Pablo Echarri, Juan Gil Navarro y Osqui Guzmán.
El material, que recientemente comenzó a transitar su temporada porteña, es la versión escénica del film Another Round, de producción danesa, dirigido por Thomas Vinterberg, que logró notable repercusión al momento de su estreno (2020) y que cosechó numerosos galardones en la temporada de premios, entre ellos el Oscar como Mejor Film Internacional.
Curiosamente, en la misma sala en la que se presenta Druk, el actor estrenó Bajo terapia, de Matías del Federico, hace exactamente una década, una propuesta que también sumergía a los personajes en una experimentación -esta vez en torno a la propuesta de una psicoanalista- con derivaciones insospechadas.
Buceando en la lógica de Druk, Portaluppi entiende que “los personajes, todos docentes de colegio secundario, suben la vara y se comienzan a encontrar con zonas peligrosas y desconocidas”.
-Antes de la convocatoria de Javier Daulte, ¿habías visto la película?
-Sí, y me había conmovido. Tanto el guion, como los trabajos actorales y la dirección, son impecables. Cuando me llamó el productor Pablo Kompel para proponerme hacer la versión teatral y me mencionó al director y al elenco, le dije “de cabeza, quiero estar ahí”.
Que los autores Thomas Vinterberg y Claus Flygare sitúen a sus criaturas de ficción en torno a los cincuenta años, habla de la necesidad de pensar un tramo simbólico en torno a lo etario, considerado “la mitad de la vida”: “Es un momento de expansión, uno llega con experiencia acumulada y siente la necesidad de abrirse, expresarse y empezar a jugar con menos culpas; es una etapa donde se quisiera volver el tiempo atrás y modificar algunas cosas, pero eso es imposible”.
Si de expandir se trata, tomando el término esgrimido por Portaluppi, el actor comienza a pensar en voz alta algunas cuestiones profundas. Si esta entrevista fuese un ensayo o la conformación de un documento, valdría una aclaración a pie de página: Carlos Portaluppi recibe a LA NACION instalado en el vip del bellísimo e histórico Teatro Metropolitan, un símbolo art decó de la calle Corrientes. Como un patriarca en su trono, allí está sentado en sus aposentos. Se pone de pie, estrecha la mano. Corrección, formalidad. Casi un gesto adusto.
Sin embargo, el hombre de presencia contundente, comenzará a sincerarse. A confesar aquello sobre lo que nunca habló públicamente. Si de edades se trata, sus 57 años lo sitúan en esa década que hoy problematiza a partir del planteo de la ficción que le toca interpretar. “Los cincuenta años no vienen solos, son tiempos de cambio”.
-Existe quien sostiene “no cambiaría nada de lo que hice”, ¿es tu caso?
-No me arrepiento de nada, todo es experiencia y lo vivido fue vivido con pasión, pero podría haber hecho las cosas de otra manera. Pienso en algunos vínculos, amistades y amores que se podrían reconsiderar, ya con el diario del lunes, y uno moverse con más amor, intentando ser mejor.
-Incluso el amor con uno mismo.
-De eso se trata, si no hay amor con uno mismo, es muy difícil poder darlo a otra persona.
-Desde lo contrafáctico, ¿dónde aparecerían más cambios, en lo personal o en lo profesional?
-En los vínculos, pienso en algunas amistades que uno asume y que resultaron erradas. La amistad es algo que se elige y donde uno también es elegido; el amor, en cambio, sucede y, cuando sucede, se elige día a día.
-También aquello que se estrechó fuerte, puede resquebrajarse porque se crece diferente.
-Cambiar es muy bueno, poder decir “cambié y estoy mejor” es un privilegio. El problema es cuando se cambia al revés y uno no se da cuenta.
-Entonces, es válido pensar en la inteligencia emocional.
-Tenemos que aprender a dominar la emoción, aunque está bueno vivir con pasión. “Sin pasión no hay poesía”, se dice en la obra. Hay que darle rienda a la pasión y al deseo.
Su propia lucha
-Pensaba en Druk y en Bajo terapia. ¿Tuviste alguna experimentación en torno a lo emocional?
-Estoy trabajando en esa parte.
-¿Por qué lo decís?
-Tiene que ver con mi salud.
Sin pudores, sin tabúes, el actor despliega su pensamiento en torno al sobrepeso, sin victimización. Se trata de poner las cartas sobre le mesa. “Es una lucha para mí, es algo que padezco”, dice.
-Hablábamos de experimentación y, rápidamente, emergió en vos la cuestión de la obesidad y los intentos para trascenderla.
-La obesidad, en términos de salud, no me ha resultado fácil, pero estoy ocupado del tema a través de terapia y de un equipo nutricional que me viene apoyando desde hace tres años, razón por la cual me siento mejor, porque hay ayuda profesional. Cuando uno no puede, se necesita de esa ayuda. No es un desafío, sino el deseo de estar mejor conmigo y también para mi hijo, mi pareja, mis amigos; estar mejor con la vida y con mi oficio.
-Y con la salud.
-Sobre todo, con la salud. Y va de la mano el físico y la cabeza, por eso trabajo con médicos, nutricionistas y psicólogos.
-Más allá de lo nocivo que significa el sobrepeso en términos de salud, podría decirse que no te ha limitado para desarrollar tu carrera.
-No me ha limitado, muy pocas veces me han llamado por mi condición física. De todos modos, en alguna oportunidad me pasó, leyendo un guion de cine, que el personaje era presentado como “gordo”, pero son contadas esas veces; soy consciente que me llaman porque resuelvo.
-No hay dudas sobre eso. Tampoco sería cuestionable si la contextura física implicara tener que hablar de determinadas temáticas.
-Julio Chávez hará La ballena y no es obeso, pero contará algo valioso. En mi caso, estoy contento porque no he tenido condicionamientos en mi oficio, aunque, desde ya, hay personajes que no podría hacer. No podría hacer Hamlet, no sólo por mi condición física, sino también por mi edad. Hay un dejo de frustración allí, porque son personajes que todo actor desea hacer, pero cada cosa a su tiempo. No estará Hamlet, pero puedo seguir soñando con otros.
-¿Por ejemplo?
-Hacer Cyrano es el sueño de mi vida; pero doy gracias a todo lo que hice y a que mi condición física no haya sido un obstáculo. A mí lo único que me detuvo fue la pandemia, pero hasta cierto punto, porque hice una obra para el ciclo Cervantes Online. En medio de la pandemia, pisar el Teatro Nacional Cervantes me hizo llorar.
Los medios audiovisuales y la escena teatral lo han convocado con notable regularidad. Sin ir más lejos, Jardines salvajes, la pieza que protagonizó hasta hace pocos días en el Multiteatro, bajó de cartel a horas del estreno de Druk en el Metropolitan. En plan de pensar esa regularidad envidiable, el actor recuerda Nunca estuviste tan adorable, la pieza de Javier Daulte que se convirtió en un material recordado y en un espaldarazo para su oficio teatral.
-Esa obra ya es “de culto”.
-En el estreno de Druk, le dije a Javier (Daulte) que sería bueno reeditarla. En lo personal, desde lo emocional, ahora me siento más cerca de mi personaje que cuando me tocó hacerlo, hoy le podría dar otro vuelo.
En esa obra se reflejan algunos recortes en la propia vida del dramaturgo y director Javier Daulte. Nunca estuviste tan adorable se vio durante dos temporadas en el Teatro Sarmiento y también realizó funciones en el Teatro de la Ribera, ambos dependientes del Complejo Teatral de Buenos Aires, pero, dada la repercusión de la historia, la propuesta se trasladó al Broadway. Cruce del circuito oficial al comercial, algo habitual hoy, pero no tan frecuente hace algunos años. Cuando recuerda a sus colegas con los que compartió aquella pieza, hace una pausa y se refiere a María Onetto: “Adorada compañera, dejó una huella muy grande”.
Marca
Carlos Portaluppi es de esos actores que convirtieron su apellido en marca. Se dice Portaluppi a secas. Sin más. Sus modos de interpretar le confieren una zona de autenticidad muy propia. Algo que observó alguna vez su maestro Augusto Fernández cuando lo hizo subir al escenario del Teatro Nacional Cervantes por primera vez, luego que su joven alumno, presenciando un ensayo del recordado docente, reemplazara la técnica para reproducir sonidos ambientales con su propia garganta.
“Como no estaban disponibles los efectos, tomé un micrófono y comencé a hacer sonidos; ese desenfado le gustó y, al día siguiente, me sumó al elenco de la obra. ‘Traete unos trapos, te quiero arriba del escenario’, me dijo. Venía haciendo sótanos en cooperativas, pero ese fue mi primer trabajo pago”.
-Hubo alguien antes de Augusto Fernández que también creyó en vos.
-Lito Cruz.
-Más atrás aún, Hilda Casco, tu profesora de francés te dio una gran oportunidad.
-Fue un estímulo muy grande, ella, que me acompañó de tercero a quinto año del secundario en Mercedes, mi ciudad natal. Como nunca me tocaba hacer de Sarmiento o San Martín en los actos escolares, ella, enterada de mi frustración, fue quien me dio un papel en una versión de Nuestros hijos, de Florencio Sánchez, en el marco de un gran festival que se hacía en la provincia de Corrientes. Cuando me subí al escenario del teatro Cervantes de Mercedes, sentí algo muy poderoso. Fue la confirmación de una vocación. Me pasó algo muy fuerte, siendo un adolescente me sentía más grande. Lo mío iba por ahí. Me hizo abrir canales de expresión nuevos, sacar cosas muy internas.
-Antes de esa oportunidad, ¿ya tenías la vocación artística?
-No, porque jamás había visto teatro.
A pesar de esa vocación naciente, se mudó a la ciudad de La Plata para estudiar arquitectura, pero, otro capricho del destino, al cruzarse con el maestro Lito Cruz, “un Robert de Niro argentino”, afirma, terminó de definir su destino y pateó, literalmente, el tablero de la arquitectura.
-¿Cómo te encontrás con Lito Cruz?
-Lo busqué en la guía telefónica. No tenía vínculo con nadie del mundo del arte. Ni siquiera sabía que Lito era Oscar Cruz.
-Pero lo encontraste en la guía telefónica.
-Agarré la guía, posé el dedo en uno de los tantos nombres de la página del apellido Cruz, que no eran pocos, y marqué. “¿Hablo con la casa de Lito Cruz?”, y del otro lado me respondieron: “Sí”. Me atendió su esposa. A los tres días, era alumno en el estudio que Lito tenía en Bartolomé Mitre y Suipacha. Nada es casual. Me emociona recordarlo, fue un momento fuerte, tenía que suceder, como cuando, en el ensayo de Augusto Fernández me puse a hacer sonidos y al otro día me hizo subir al escenario del Cervantes.
La emoción no es simbólica, sino literal. Portaluppi frena su relato. Piensa en aquellos maestros. “Perdón”, se excusa ante esas lágrimas impertinentes y contagiosas que no pidieron permiso para aflorar. Antes de la despedida, serán otras cuestiones mucho más hostiles las que los sumergirán en el llanto.
-En una entrevista reciente en LA NACION, realizada por Alejandro Cruz, el productor y empresario Carlos Rottemberg planteó que, ante la ausencia de producción de ficción en la televisión, el medio podría implementar un sistema de cooperativas como es frecuente en teatro para poder paliar esta parálisis de la industria de ficción audiovisual en la televisión abierta. ¿Qué pensás de eso?
-El teatro es del actor, el cine del director y la televisión está en manos del productor, siempre ha funcionado así. Dependiendo cómo cuadren las circunstancias y cómo se armen los equipos, es una posibilidad ante la producción nula de ficción. Lo poco que se hace es para plataformas.
-Pero no alcanza la masividad de las señales abiertas.
-Habría que ver cómo se puede aplicar la propuesta de Carlos Rottemberg, que algo sabe del tema. Si alguien me convocase, me gustaría poder sumar en ese nuevo esquema.
-En algunas oportunidades, personajes muy instalados en el inconsciente colectivo suelen paralizar la carrera de un intérprete. En tu caso, tu interpretación de Dominici en Vulnerables, donde jugabas notables escenas con Leonor Manso, no se ha convertido en un ancla.
-Todo lo contrario, me trajo una apertura, me abrió puertas, hizo que se me conociera como actor, eso también se debe a Polka, Adrián Suar y todo su equipo. Ese ciclo tuvo una gran dirección de Daniel Barone y unos guiones extraordinarios de Mario Segade y Gustavo Belatti. Les voy a estar eternamente agradecidos a todos, pero no me dejó encasillado.
-¿Te recuerdan el personaje?
-Permanentemente, aunque, últimamente, me hablan más de “Morcilla”, mi personaje en la serie El marginal, que ha sido muy fuerte y crucial, y que, al hacerse ya en tiempos de redes sociales, tuvo una enorme masividad. Les agradezco a Dominici y Morcilla.
Dominici atendía una farmacia y le proveía fácilmente de algunos fármacos a la clienta interpretada por Manso, a cambio de sexo. Morcilla fue un engranaje clave en la serie que focalizaba en las periferias sociales.
En las obras Votemos y Jardines salvajes, sus personajes no eran nada amigables. Sin embargo, la antipatía de la ficción siempre es agradecida para la composición actoral. “En Votemos se hablaba sobre la salud mental y la discriminación y en Jardines salvajes, la autora se basó en los muros contra la inmigración de Donald Trump”.
Intimidades
-Si menciono el nombre de “Julián”, ¿qué resuena emocionalmente?
-Es amor, vida. Es ganas de seguir viviendo, estando y de poder verlo crecer.
Julián Portaluppi, su hijo, tiene 19 años y, según las palabras de su padre “es el pasaje a la eternidad, es arte”.
-¿Sigue tus pasos artísticos?
-Está comenzando a estudiar diseño multimedial.
-¿Qué dolor te ha atravesado fuerte y fue bisagra en tu vida?
-… [prolongado silencio] Lo pienso mucho…
-Quizás no se puede resumir en un solo dolor, sería una simplificación.
-Podría elegir dos o tres… Podría decir que la muerte de mi hermano menor fue lo más fuerte. Él era también una persona obesa, se había hecho un by pass gástrico y tres años después murió, porque ya venía con otros temas dolorosos, había perdido a su hijita de cinco años y se le vino el mundo encima. A toda la familia se nos vino el mundo encima. Yo estaba a punto de hacerme el by pass en ese momento, pero, lo vi sufrir tanto por sus problemas de vesícula y por las fístulas intestinales, que frené. Por esos problemas, comenzó a desnutrirse. A mi hermano, durante cinco meses, le vi las tripas dos o tres veces por semana.
-¿Literalmente?
-Literalmente. Llegó de Corrientes con siete cirugías, ya no se podía hacer más nada. En el Hospital de Clínicas de Buenos Aires pasó por unas ocho cirugías más. Estaba con la panza abierta, porque no tenía cicatrización. Verlo sufrir fue algo que me marcó mucho y es la razón por la que ahora estoy haciendo terapia. Estoy trabajando en eso.
-¿Acompañaste a tu hermano en sus tratamientos?
-Había que drenarle dos litros de bilis por día. Era un mecanismo que no se hacía en una clínica, sino que venía un técnico de afuera para hacer el drenaje, y había que ayudarlo. Yo tomaba registro de video para mostrarle al cirujano. Fue muy duro para él. El día en que se murió, yo tenía que viajar a Milán para hacer las últimas funciones de Emilia, la obra de Claudio Tolcachir. Días antes, buscando calmarlo, le dije: “Ya va a pasar, hermano”, y él me respondió: “Si te pusieras mi traje, sabrías lo que duele”. Eso me impactó mucho. Era demasiado dolor lo que estaba pasando. Cuando murió, se puso él mi traje. Se fue a mi tierra, Corrientes, con mi mejor traje y mi mejor camisa, así se fue al descanso. Así lo vestimos.
Una vez más, no censura la emoción ni las lágrimas. Ya no hay más para decir. Habrá que esperar un buen rato para poder iniciar la sesión de fotos. Como en el teatro, es momento del apagón final y el telón que baja, dejando en la atmósfera la emoción del protagonista.
Prestigioso y popular, el actor es uno de los intérpretes de Druk, la pieza basada en el film ganador del Oscar Another Round, que dirige Javier Daulte en el Metropolitan Read More