Un experto en arte y un restaurador acusados de embaucar a un príncipe de Qatar y al Palacio de Versalles van a juicio

Bill Pallot era un apasionado por las sillas francesas del siglo XVIII, fanatismo que convirtió en una lucrativa carrera como consultor de museos, galerías, coleccionistas y el propio Palacio de Versalles. Así, se fue convirtiendo en una personalidad de la sociedad parisina y en una celebridad del mundo del arte, hasta que fue desbancado por un exalumno que se había obsesionado tanto con las antigüedades que hasta podía literalmente “oler” una falsificación.

Cuando estaba en la cima de su poder, los conocimientos y la garantía de autenticidad que daba Pallot habían convencido a los expertos franceses de declarar como tesoros nacionales numerosas objetos antiguos. Pallot también usaba su renombre para engañar a compradores de bolsillos abultados, como el príncipe qatarí Abdullah bin Khalifa Al Thani, que creyeron estar comprando verdaderas piezas de historia de la realeza de Francia. Pallot atestiguó la autenticidad de asientos que se decía habían pertenecido a María Antonieta y a la amante de Luis XV, Madame du Barry.

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La gente creía tan ciegamente en Pallot porque casi 40 años escribió el que durante mucho tiempo fue considerado el gran libro sobre el tema, El arte de la silla en la Francia del siglo XVIII, que incluye un prefacio de su amigo, el aficionado a las antigüedades y diseñador de modas Karl Lagerfeld. Ahora Pallot es tal vez más conocido por usar sus conocimientos de historia del arte para embaucar a algunos de los más estimados expertos anticuarios y compradores.

El martes pasado, tras años de investigaciones de la policía francesa, Pallot y otros cinco acusados de participar en una estafa que consistía en enchufarles falsificaciones a compradores incautos, enfrentaron su primer día de juicio ante un tribunal de Pontoise, cerca de París, donde enfrentan el cargo de comercializar falso mobiliario antiguo.

En 2016, el Ministerio de Cultura de Francia emitió un comunicado señalando que la policía estaba investigando la autenticidad de muebles valorados en unos 2,9 millones de dólares, incluyendo dos sillas Luis XV, que habían sido adquiridos por el Palacio de Versalles. Dicha investigación concluyó que no eran auténticos y condujo al arresto de Pallot ese mismo año. En 2017, el escándalo desatado también obligó a las autoridades francesas a modificar el mecanismo de autenticación de las antigüedades.

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Pero las suspicacias sobre este personaje ya habían surgido años antes, sobre todo por su antiguo alumno y luego colega anticuario Charles Hooreman, quien compartió sus dudas con Pallot, así como con los compradores y las autoridades francesas.

En 2018, en declaraciones a la revista Vanit Fair, Hooreman dijo que tras asistir a las clases de historia del arte de Pallot en la Sorbona lo consideraba su “héroe”, pero que posteriormente, el empezar a ejercer la misma profesión que su profesor, comenzó a sospechar de su mentor por conversaciones que tuvo con un comprador y por la cantidad de antigüedades que seguían apareciendo. Hooreman afirmó que ya en 2012 había visto dos bancos plegables que se publicitaban como originalmente pertenecientes a la princesa Luisa Isabel, hija mayor del rey Luis XV, y que sintió la necesidad de ponerlos a prueba. “Lamí la silla y ¡voilá!. Sentí en mi boca el sabor del fraude”, le dijo a Vanity Fair.

Familiarizado con los métodos de los maestros de la restauración, Hooreman reconoció un truco que usaba Bruno Desnoues, el carpintero predilecto de Pallot, quien usaba regaliz derretido para darle un aspecto antiguo a la madera nueva.

Desnoues también está siendo juzgado y ha admitido su participación en el fraude. El propio Pallot ha confesado extensamente su complicidad, pero niega que haya tantas falsificaciones dando vueltas como afirma Hooreman. En una instancia judicial anterior, un juez de instrucción había dejado constancia de que Pallot le había contado alegremente al tribunal los orígenes del engaño: un día, mientras Desnoues restauraba antigüedades genuinas, al carpintero y al experto se les despertó la curiosidad por saber si serían capaces de fabricar una falsificación convincente.

El juicio a Pallot y el resto de los acusados, que se reanudará el mes que viene, se suma a la conmoción generalizada sobre la multiplicación de falsificaciones en el mundo del arte y las antigüedades.

Aunque a Pallot podrían caberle varios años de cárcel, antes del inicio del juicio le dijo al diario Le Parisien que espera tener oportunidad de explicarse ante el tribunal, con la esperanza de que el juez encuentre circunstancias atenuantes en su caso.

(Traducción de Jaime Arrambide)

Bill Pallot era un apasionado por las sillas francesas del siglo XVIII, fanatismo que convirtió en una lucrativa carrera como consultor de museos, galerías, coleccionistas y el propio Palacio de Versalles. Así, se fue convirtiendo en una personalidad de la sociedad parisina y en una celebridad del mundo del arte, hasta que fue desbancado por un exalumno que se había obsesionado tanto con las antigüedades que hasta podía literalmente “oler” una falsificación.

Cuando estaba en la cima de su poder, los conocimientos y la garantía de autenticidad que daba Pallot habían convencido a los expertos franceses de declarar como tesoros nacionales numerosas objetos antiguos. Pallot también usaba su renombre para engañar a compradores de bolsillos abultados, como el príncipe qatarí Abdullah bin Khalifa Al Thani, que creyeron estar comprando verdaderas piezas de historia de la realeza de Francia. Pallot atestiguó la autenticidad de asientos que se decía habían pertenecido a María Antonieta y a la amante de Luis XV, Madame du Barry.

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La gente creía tan ciegamente en Pallot porque casi 40 años escribió el que durante mucho tiempo fue considerado el gran libro sobre el tema, El arte de la silla en la Francia del siglo XVIII, que incluye un prefacio de su amigo, el aficionado a las antigüedades y diseñador de modas Karl Lagerfeld. Ahora Pallot es tal vez más conocido por usar sus conocimientos de historia del arte para embaucar a algunos de los más estimados expertos anticuarios y compradores.

El martes pasado, tras años de investigaciones de la policía francesa, Pallot y otros cinco acusados de participar en una estafa que consistía en enchufarles falsificaciones a compradores incautos, enfrentaron su primer día de juicio ante un tribunal de Pontoise, cerca de París, donde enfrentan el cargo de comercializar falso mobiliario antiguo.

En 2016, el Ministerio de Cultura de Francia emitió un comunicado señalando que la policía estaba investigando la autenticidad de muebles valorados en unos 2,9 millones de dólares, incluyendo dos sillas Luis XV, que habían sido adquiridos por el Palacio de Versalles. Dicha investigación concluyó que no eran auténticos y condujo al arresto de Pallot ese mismo año. En 2017, el escándalo desatado también obligó a las autoridades francesas a modificar el mecanismo de autenticación de las antigüedades.

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Pero las suspicacias sobre este personaje ya habían surgido años antes, sobre todo por su antiguo alumno y luego colega anticuario Charles Hooreman, quien compartió sus dudas con Pallot, así como con los compradores y las autoridades francesas.

En 2018, en declaraciones a la revista Vanit Fair, Hooreman dijo que tras asistir a las clases de historia del arte de Pallot en la Sorbona lo consideraba su “héroe”, pero que posteriormente, el empezar a ejercer la misma profesión que su profesor, comenzó a sospechar de su mentor por conversaciones que tuvo con un comprador y por la cantidad de antigüedades que seguían apareciendo. Hooreman afirmó que ya en 2012 había visto dos bancos plegables que se publicitaban como originalmente pertenecientes a la princesa Luisa Isabel, hija mayor del rey Luis XV, y que sintió la necesidad de ponerlos a prueba. “Lamí la silla y ¡voilá!. Sentí en mi boca el sabor del fraude”, le dijo a Vanity Fair.

Familiarizado con los métodos de los maestros de la restauración, Hooreman reconoció un truco que usaba Bruno Desnoues, el carpintero predilecto de Pallot, quien usaba regaliz derretido para darle un aspecto antiguo a la madera nueva.

Desnoues también está siendo juzgado y ha admitido su participación en el fraude. El propio Pallot ha confesado extensamente su complicidad, pero niega que haya tantas falsificaciones dando vueltas como afirma Hooreman. En una instancia judicial anterior, un juez de instrucción había dejado constancia de que Pallot le había contado alegremente al tribunal los orígenes del engaño: un día, mientras Desnoues restauraba antigüedades genuinas, al carpintero y al experto se les despertó la curiosidad por saber si serían capaces de fabricar una falsificación convincente.

El juicio a Pallot y el resto de los acusados, que se reanudará el mes que viene, se suma a la conmoción generalizada sobre la multiplicación de falsificaciones en el mundo del arte y las antigüedades.

Aunque a Pallot podrían caberle varios años de cárcel, antes del inicio del juicio le dijo al diario Le Parisien que espera tener oportunidad de explicarse ante el tribunal, con la esperanza de que el juez encuentre circunstancias atenuantes en su caso.

(Traducción de Jaime Arrambide)

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