Los días de otoño se le están haciendo eternos al Gobierno. Cada ronda de los mercados exhibe mayor incertidumbre, y la espera de la oficialización del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional se le hace interminable. La inquietud tuvo un pico el miércoles a la noche, tras la novena jornada consecutiva de pérdida de reservas, y terminó con Luis Caputo llamando a Kristalina Georgieva para pedirle que lo autorice a difundir la cifra del acuerdo, con el objetivo de moderar la incertidumbre.
Para el jueves se armó el operativo contención. Antes de que abrieran los mercados, el ministro de Economía salió a decir que la Argentina recibiría US$20.000 millones, pero sin dar mayores precisiones. Después habló Julie Kozack, la vocera del Fondo, y evitó confirmar la cifra. Otra vez las dudas. La conferencia de Manuel Adorni se pasó de las 11 a las 12 para dar respuesta a ese punto crítico, pero cuando aún estaba respondiendo preguntas, el presidente Javier Milei salió por radio para volver a descartar una devaluación y minimizar las turbulencias al decir que era “irrelevante la cuestión cambiaria”.
Todas manifestaciones de la urgencia por dar señales de sosiego, ganar tiempo y llegar hasta la reunión del directorio del Fondo. Dicen que hubo otra gestión para que el viernes el FMI confirmara el monto del paquete de ayuda. Pero los mercados a veces no escuchan las palabras, sino que ven los gestos, y lo que terminaron percibiendo de toda la secuencia fue confusión e imprecisión.
En la reunión de gabinete de ese mismo jueves y en charlas reservadas durante la semana, Caputo transmitió que el acuerdo ya está cerrado pero que el problema es que hay esperar la próxima reunión del board para dar todos los detalles. De hecho el adelantamiento de la cifra fue una licencia no habitual. En esas conversaciones en la cima del poder el ministro y el Presidente dejaron trascender algunos datos que son clave para el futuro del modelo económico.
Precisaron que el programa que se está conversando va implicar una salida del crawling peg para pasar a un esquema de flotación cambiaria administrada, con un cronograma determinado, que en un plazo fijado concluya en una flotación libre sin intervención del Banco Central. “No va a ser un ‘vamos viendo’, va a ser un proceso diseñado”, aclaran quienes los escucharon.
En paralelo, se procederá al levantamiento gradual de las restricciones cambiarias, que no se postergará para después de las elecciones como se había especulado. “Nos imaginamos una salida rápida del cepo. No vemos razones para que haya un salto brusco porque vamos a tener US$50.000 millones para una base monetaria de US$26.000 millones, que se va a mantener constante. Vamos a un esquema de neoconvertibilidad”, se entusiasman en la Casa Rosada, a pesar que algunos economistas objetan esa cuenta y señalan que hay que tomar la base monetaria ampliada, que supera ampliamente esa cifra.
En una exposición esta semana el economista Ricardo Arriazu, muy respetado en el universo libertario, dijo que “no alcanza para salir del cepo” el monto prometido con el Fondo porque serían necesarios US$35.000 millones, y exhibió sus dudas sobre el éxito de una flotación “si la gente sigue considerando al dólar como unidad de cuenta. Este programa se basa en que la gente quiera pesos y que no se emita. Y eso no está pasando ahora”.
En el Gobierno asumen que los US$20.000 millones del acuerdo serán “de libre disponibilidad”. Este es un punto crucial y aún genera muchas dudas. Según fuentes con acceso al FMI, la burocracia del organismo lo máximo que podría aceptar serían US$6.000 millones frescos, más US$14.000 millones para pagar vencimientos, con lo cual salir del cepo sería muy difícil.
Por eso durante su última visita a Washington Caputo, Santiago Bausili y José Luis Daza habrían intentado convencer al secretario del Tesoro, Scott Bessent, de ampliar el monto de fondos frescos hasta US$20.000 millones, más los US$14.000 millones para vencimientos, una idea que el funcionario no habría desechado, pero que exigiría una intervención política de Donald Trump. En la Casa Rosada aseguran que ya está definido que más allá del monto definitivo no se desembolsará todo desde el inicio, pero sí que “la mayor proporción entrará en el inicio del programa”.
El Presidente se aproxima al momento más decisivo de toda su gestión, al test definitivo de su programa económico, que hasta ahora funcionó a partir de una fuerte convicción fiscal y un régimen monetario austero, pero que ahora requiere dar el paso final hacia la liberación cambiaria. Se van a poner en juego los principales postulados de Milei y de Caputo: si pueden salir del cepo sin que se devalúe la moneda, si efectivamente no hay pesos suficientes para que una corrida se lleve puesto todos los dólares y, finalmente, si se puede encontrar un valor de equilibrio que permita estabilizar definitivamente la economía sin afectar la producción local.
Desde la mirada oficial, este desafío hubiese sido deseable afrontarlo después de las elecciones de octubre, pero los hechos se precipitaron. En parte, por los efectos globales de las medidas arancelarias de Trump, pero también porque el crawling peg estaba exhibiendo agotamiento. Algunos aseguran que Caputo había propuesto a principio de año no bajarlo a 1%, cuando varias monedas del mundo se devaluaron, pero que al final primó la necesidad de anclar expectativas inflacionarias, con vistas justamente a las elecciones. Ahora el riesgo es mucho mayor porque están en un punto de no retorno. Si el Gobierno atraviesa con éxito este Rubicón, tendrá allanado no sólo el camino hacia octubre sino de cara a las reformas estructurales que aspira a hacer. Si no, entrará en una dimensión desconocida.
Nueva etapa
El segundo año de la gestión de Milei se inició, políticamente hablando, con su discurso en Davos. Hasta ese 23 de enero continuaba la inercia triunfal del 2024, donde la estabilidad económica y la centralidad política le daban al Presidente una holgura inesperada cuando llegó al poder. Hoy el escenario es más complejo. Y en ese contexto hay dos interrogantes que rodean a la estrategia oficial, durante mucho tiempo incuestionable. El primero: si las mismas lógicas (económicas, políticas, comunicacionales) que resultaron exitosas en el primer tramo, mantienen su vigencia en este nuevo escenario. En el entorno presidencial las respuestas son contundentes: “No vemos ninguna razón para cambiar. No hay replanteos; al contrario, vamos a profundizar lo que venimos haciendo”.
El politólogo Andrés Malamud disiente con esta visión por entender que “la segunda etapa no requiere de los mismos instrumentos que la primera. Hay enunciadores que están desgastados, pero sobre todo se desgastó la palabra del gobierno. Un gobierno vive del orden y en la actualidad los candidatos necesitan caos. Este es un gobierno que llega con las mejores estrategias electorales alimentándose del caos, pero una vez que llegaron arriba, necesitan lo contrario a lo que lo llevó al poder. Al principio consiguieron conciliar ambos conceptos, pero eso se acabó”.
Rodrigo Martínez, de la consultora Isonomía, resalta dentro de este marco de referencia que haber cumplido, al menos temporalmente, con la demanda de bajar la inflación somete al Gobierno al desafío de encontrar nuevos ejes discursivos. “La inflación dejó de ser un problema de la realidad (bajó 35 puntos como principal inquietud) y pasó a ser un problema de percepción. Por eso ahora crecen demandas vinculadas con el metro cuadrado de cada ciudadano, como empleo, seguridad, poder adquisitivo. Y eso se expresa en un dato de nuestras encuestas: el 50% dice que Milei soluciona ‘los problemas de la Argentina’, pero está por abajo del 30% los que sostienen que está resolviendo ‘mis problemas’. Esto no se debe interpretar en términos electorales, pero sí en identificar dónde están puestas las expectativas”, afirma.
El segundo interrogante es si le resulta funcional al Gobierno correrse de los tres ejes principales del mandato social recibido (economía/inflación; seguridad/orden; anticasta/antisistema) para explorar agendas más amplias y diversas. En definitiva, si la “batalla cultural” le rinde en términos de consolidación de su proyecto. Milei no tiene dudas y lo enfatizó esta semana cuando señaló que “se puede hacer un gobierno maravilloso y si no se da la batalla cultural después te llevan puesto”. Es decir, es una condición ineludible para darle sustentabilidad a las reformas que promueve.
Malamud hace una distinción en ese sentido, al plantear que “el discurso antiwoke es efectivo donde el gobierno es fuerte, en el interior, donde prevalece una cosmovisión y una sensibilidad más conservadora. Pero al mismo tiempo lo desperfila en el AMBA y en los mercados, que se preocupa cuando el Gobierno se pone a dar batallas que considera secundarias”.
Este aspecto es políticamente crucial cuando el cierre de listas porteñas preanuncia la primera gran prueba electoral del Gobierno. Una contienda históricamente irrelevante, adquirió una envergadura nacional por el hecho de haber sido desdoblada y porque expone la competencia entre LLA y Pro. La ciudad fue la cuna de Milei, aunque nunca le dio el mismo nivel de apoyo que le brindó el interior. También es el origen y el bastión del macrismo. Buenos Aires se transformó en la Jerusalén de la derecha.
Entre ellos habrá una compulsa de candidatos muy identificados con cada espacio, Silvia Lospennato y Manuel Adorni, pero también una puja de agendas. El Pro buscará hablar de la ciudad y de su gestión de 17 años. LLA del modelo libertario y de cómo adaptar la motosierra a lo vecinal. Ambos tendrán sus respectivos spoilers, Horacio Rodríguez Larreta y Ramiro Marra. ¿Qué harán en campaña? ¿Lospennato criticará al Gobierno al que varias veces acompañó en el Congreso? ¿Adorni hablará de la suciedad en las calles aunque nunca fue parte de su agenda? ¿Marra cuestionará a Milei o a Jorge Macri? ¿Larreta peleará contra sus excompañeros o irá a la pesca de votos más progresistas?
Pero de fondo hay una dinámica más importante a descubrir en la elección porteña, y es si la disputa libertaria-macrista se transforma en el foco de atracción y potencia a ambos espacios, o si por el contrario los encierra en una pelea de gallinero y le libera el camino al radical-peronista Leandro Santoro, quien emerge como el único oponente con chances ciertas ante el astillamiento de la derecha. La sociedad parece observar este espectáculo con distancia y todavía sin entusiasmo. Se sorprende con la excitación de la dirigencia.
La fractura de la clase media
La diferencia de clima político y social entre el AMBA y el interior es abordado en un interesante trabajo de la consultora de Fernando Moiguer, en el que se plantea que la Argentina proyecta una alta expectativa de crecimiento económico para los próximos años, basado esencialmente en el aumento de las exportaciones de energía y minería, pero que ese progreso no va a ser homogéneo sino que estará concentrado sobre todo en el eje andino y en la Patagonia. Esto implica un desplazamiento del epicentro productivo histórico del agro, situado en la zona pampeana, que si bien se mantendrá por lejos como el sector más dinámico, tiene menos potencial incremental.
Este crecimiento desparejo marcará un desafío especialmente para el conglomerado urbano de Buenos Aires. “Desde la década del 70, el excedente que generaba el agro terminaba en la industria, a partir de un rol de redistribución del Estado. Ahora el excedente minero y energético, no se va a redistribuir, y eso va a generar nuevos enclaves y nuevos conurbanos. El GBA va a pagar el costo en términos de empleo y la ciudad se quedará sin proyecto de desarrollo”, explica Moiguer.
A partir de ese diagnóstico, el trabajo se corre de la variable geográfica y se enfoca en la dimensión social que tiene este crecimiento heterogéneo. Lo hace a partir de identificar una ruptura en la conformación de la tradicional clase media argentina, a la que representa como “desdibujada” (en 2004 el 91% se identificaba como tal y ahora sólo lo hace el 47%) y “desparametrizada” (no sabe cómo medirse, perdió poder adquisitivo, y conceptos culturales como nivel educativo o acceso al trabajo formal no funcionan más como factor de progreso e identificación). Un proceso que fue germinando a lo largo de los últimos años.
En consecuencia, se produjo un desacople profundo entre una angostada clase media clásica que se sigue identificando como tal (un 18%) y una clase media en retroceso, que se siente cada más parecida a la clase baja (un 26%). Sus consumos, su estructura de vida y su dinámica cultural y educativa se aproximan cada vez más a la base de la pirámide, y se aleja definitivamente del aspiracional de volver a pertenecer al tronco central de la estructura social. Rodrigo Martínez los define como “los últimos caídos”. Esto da como resultante una fractura en el sector que históricamente funcionó como amalgama social, como factor de identidad nacional y como símbolo de progreso social. Es una división entre dos argentinas cada vez más marcadas.
Así como en su momento la clase media era la que explicaba las dinámicas dominantes del país, ahora el sujeto social definitorio es la clase media-baja. Es la que queda debajo de la línea de pobreza si sube la inflación, pero también la que más rápido capitaliza la reactivación económica.
Allí también anidan muchos votantes del Milei 2023 que volverán a ser interpelados y que hoy oscilan entre mantener la expectativa y un nuevo desencanto. El Presidente debe convencer a los mercados y a la clase media-baja al mismo tiempo. Un desafío desmesurado.
Los días de otoño se le están haciendo eternos al Gobierno. Cada ronda de los mercados exhibe mayor incertidumbre, y la espera de la oficialización del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional se le hace interminable. La inquietud tuvo un pico el miércoles a la noche, tras la novena jornada consecutiva de pérdida de reservas, y terminó con Luis Caputo llamando a Kristalina Georgieva para pedirle que lo autorice a difundir la cifra del acuerdo, con el objetivo de moderar la incertidumbre.
Para el jueves se armó el operativo contención. Antes de que abrieran los mercados, el ministro de Economía salió a decir que la Argentina recibiría US$20.000 millones, pero sin dar mayores precisiones. Después habló Julie Kozack, la vocera del Fondo, y evitó confirmar la cifra. Otra vez las dudas. La conferencia de Manuel Adorni se pasó de las 11 a las 12 para dar respuesta a ese punto crítico, pero cuando aún estaba respondiendo preguntas, el presidente Javier Milei salió por radio para volver a descartar una devaluación y minimizar las turbulencias al decir que era “irrelevante la cuestión cambiaria”.
Todas manifestaciones de la urgencia por dar señales de sosiego, ganar tiempo y llegar hasta la reunión del directorio del Fondo. Dicen que hubo otra gestión para que el viernes el FMI confirmara el monto del paquete de ayuda. Pero los mercados a veces no escuchan las palabras, sino que ven los gestos, y lo que terminaron percibiendo de toda la secuencia fue confusión e imprecisión.
En la reunión de gabinete de ese mismo jueves y en charlas reservadas durante la semana, Caputo transmitió que el acuerdo ya está cerrado pero que el problema es que hay esperar la próxima reunión del board para dar todos los detalles. De hecho el adelantamiento de la cifra fue una licencia no habitual. En esas conversaciones en la cima del poder el ministro y el Presidente dejaron trascender algunos datos que son clave para el futuro del modelo económico.
Precisaron que el programa que se está conversando va implicar una salida del crawling peg para pasar a un esquema de flotación cambiaria administrada, con un cronograma determinado, que en un plazo fijado concluya en una flotación libre sin intervención del Banco Central. “No va a ser un ‘vamos viendo’, va a ser un proceso diseñado”, aclaran quienes los escucharon.
En paralelo, se procederá al levantamiento gradual de las restricciones cambiarias, que no se postergará para después de las elecciones como se había especulado. “Nos imaginamos una salida rápida del cepo. No vemos razones para que haya un salto brusco porque vamos a tener US$50.000 millones para una base monetaria de US$26.000 millones, que se va a mantener constante. Vamos a un esquema de neoconvertibilidad”, se entusiasman en la Casa Rosada, a pesar que algunos economistas objetan esa cuenta y señalan que hay que tomar la base monetaria ampliada, que supera ampliamente esa cifra.
En una exposición esta semana el economista Ricardo Arriazu, muy respetado en el universo libertario, dijo que “no alcanza para salir del cepo” el monto prometido con el Fondo porque serían necesarios US$35.000 millones, y exhibió sus dudas sobre el éxito de una flotación “si la gente sigue considerando al dólar como unidad de cuenta. Este programa se basa en que la gente quiera pesos y que no se emita. Y eso no está pasando ahora”.
En el Gobierno asumen que los US$20.000 millones del acuerdo serán “de libre disponibilidad”. Este es un punto crucial y aún genera muchas dudas. Según fuentes con acceso al FMI, la burocracia del organismo lo máximo que podría aceptar serían US$6.000 millones frescos, más US$14.000 millones para pagar vencimientos, con lo cual salir del cepo sería muy difícil.
Por eso durante su última visita a Washington Caputo, Santiago Bausili y José Luis Daza habrían intentado convencer al secretario del Tesoro, Scott Bessent, de ampliar el monto de fondos frescos hasta US$20.000 millones, más los US$14.000 millones para vencimientos, una idea que el funcionario no habría desechado, pero que exigiría una intervención política de Donald Trump. En la Casa Rosada aseguran que ya está definido que más allá del monto definitivo no se desembolsará todo desde el inicio, pero sí que “la mayor proporción entrará en el inicio del programa”.
El Presidente se aproxima al momento más decisivo de toda su gestión, al test definitivo de su programa económico, que hasta ahora funcionó a partir de una fuerte convicción fiscal y un régimen monetario austero, pero que ahora requiere dar el paso final hacia la liberación cambiaria. Se van a poner en juego los principales postulados de Milei y de Caputo: si pueden salir del cepo sin que se devalúe la moneda, si efectivamente no hay pesos suficientes para que una corrida se lleve puesto todos los dólares y, finalmente, si se puede encontrar un valor de equilibrio que permita estabilizar definitivamente la economía sin afectar la producción local.
Desde la mirada oficial, este desafío hubiese sido deseable afrontarlo después de las elecciones de octubre, pero los hechos se precipitaron. En parte, por los efectos globales de las medidas arancelarias de Trump, pero también porque el crawling peg estaba exhibiendo agotamiento. Algunos aseguran que Caputo había propuesto a principio de año no bajarlo a 1%, cuando varias monedas del mundo se devaluaron, pero que al final primó la necesidad de anclar expectativas inflacionarias, con vistas justamente a las elecciones. Ahora el riesgo es mucho mayor porque están en un punto de no retorno. Si el Gobierno atraviesa con éxito este Rubicón, tendrá allanado no sólo el camino hacia octubre sino de cara a las reformas estructurales que aspira a hacer. Si no, entrará en una dimensión desconocida.
Nueva etapa
El segundo año de la gestión de Milei se inició, políticamente hablando, con su discurso en Davos. Hasta ese 23 de enero continuaba la inercia triunfal del 2024, donde la estabilidad económica y la centralidad política le daban al Presidente una holgura inesperada cuando llegó al poder. Hoy el escenario es más complejo. Y en ese contexto hay dos interrogantes que rodean a la estrategia oficial, durante mucho tiempo incuestionable. El primero: si las mismas lógicas (económicas, políticas, comunicacionales) que resultaron exitosas en el primer tramo, mantienen su vigencia en este nuevo escenario. En el entorno presidencial las respuestas son contundentes: “No vemos ninguna razón para cambiar. No hay replanteos; al contrario, vamos a profundizar lo que venimos haciendo”.
El politólogo Andrés Malamud disiente con esta visión por entender que “la segunda etapa no requiere de los mismos instrumentos que la primera. Hay enunciadores que están desgastados, pero sobre todo se desgastó la palabra del gobierno. Un gobierno vive del orden y en la actualidad los candidatos necesitan caos. Este es un gobierno que llega con las mejores estrategias electorales alimentándose del caos, pero una vez que llegaron arriba, necesitan lo contrario a lo que lo llevó al poder. Al principio consiguieron conciliar ambos conceptos, pero eso se acabó”.
Rodrigo Martínez, de la consultora Isonomía, resalta dentro de este marco de referencia que haber cumplido, al menos temporalmente, con la demanda de bajar la inflación somete al Gobierno al desafío de encontrar nuevos ejes discursivos. “La inflación dejó de ser un problema de la realidad (bajó 35 puntos como principal inquietud) y pasó a ser un problema de percepción. Por eso ahora crecen demandas vinculadas con el metro cuadrado de cada ciudadano, como empleo, seguridad, poder adquisitivo. Y eso se expresa en un dato de nuestras encuestas: el 50% dice que Milei soluciona ‘los problemas de la Argentina’, pero está por abajo del 30% los que sostienen que está resolviendo ‘mis problemas’. Esto no se debe interpretar en términos electorales, pero sí en identificar dónde están puestas las expectativas”, afirma.
El segundo interrogante es si le resulta funcional al Gobierno correrse de los tres ejes principales del mandato social recibido (economía/inflación; seguridad/orden; anticasta/antisistema) para explorar agendas más amplias y diversas. En definitiva, si la “batalla cultural” le rinde en términos de consolidación de su proyecto. Milei no tiene dudas y lo enfatizó esta semana cuando señaló que “se puede hacer un gobierno maravilloso y si no se da la batalla cultural después te llevan puesto”. Es decir, es una condición ineludible para darle sustentabilidad a las reformas que promueve.
Malamud hace una distinción en ese sentido, al plantear que “el discurso antiwoke es efectivo donde el gobierno es fuerte, en el interior, donde prevalece una cosmovisión y una sensibilidad más conservadora. Pero al mismo tiempo lo desperfila en el AMBA y en los mercados, que se preocupa cuando el Gobierno se pone a dar batallas que considera secundarias”.
Este aspecto es políticamente crucial cuando el cierre de listas porteñas preanuncia la primera gran prueba electoral del Gobierno. Una contienda históricamente irrelevante, adquirió una envergadura nacional por el hecho de haber sido desdoblada y porque expone la competencia entre LLA y Pro. La ciudad fue la cuna de Milei, aunque nunca le dio el mismo nivel de apoyo que le brindó el interior. También es el origen y el bastión del macrismo. Buenos Aires se transformó en la Jerusalén de la derecha.
Entre ellos habrá una compulsa de candidatos muy identificados con cada espacio, Silvia Lospennato y Manuel Adorni, pero también una puja de agendas. El Pro buscará hablar de la ciudad y de su gestión de 17 años. LLA del modelo libertario y de cómo adaptar la motosierra a lo vecinal. Ambos tendrán sus respectivos spoilers, Horacio Rodríguez Larreta y Ramiro Marra. ¿Qué harán en campaña? ¿Lospennato criticará al Gobierno al que varias veces acompañó en el Congreso? ¿Adorni hablará de la suciedad en las calles aunque nunca fue parte de su agenda? ¿Marra cuestionará a Milei o a Jorge Macri? ¿Larreta peleará contra sus excompañeros o irá a la pesca de votos más progresistas?
Pero de fondo hay una dinámica más importante a descubrir en la elección porteña, y es si la disputa libertaria-macrista se transforma en el foco de atracción y potencia a ambos espacios, o si por el contrario los encierra en una pelea de gallinero y le libera el camino al radical-peronista Leandro Santoro, quien emerge como el único oponente con chances ciertas ante el astillamiento de la derecha. La sociedad parece observar este espectáculo con distancia y todavía sin entusiasmo. Se sorprende con la excitación de la dirigencia.
La fractura de la clase media
La diferencia de clima político y social entre el AMBA y el interior es abordado en un interesante trabajo de la consultora de Fernando Moiguer, en el que se plantea que la Argentina proyecta una alta expectativa de crecimiento económico para los próximos años, basado esencialmente en el aumento de las exportaciones de energía y minería, pero que ese progreso no va a ser homogéneo sino que estará concentrado sobre todo en el eje andino y en la Patagonia. Esto implica un desplazamiento del epicentro productivo histórico del agro, situado en la zona pampeana, que si bien se mantendrá por lejos como el sector más dinámico, tiene menos potencial incremental.
Este crecimiento desparejo marcará un desafío especialmente para el conglomerado urbano de Buenos Aires. “Desde la década del 70, el excedente que generaba el agro terminaba en la industria, a partir de un rol de redistribución del Estado. Ahora el excedente minero y energético, no se va a redistribuir, y eso va a generar nuevos enclaves y nuevos conurbanos. El GBA va a pagar el costo en términos de empleo y la ciudad se quedará sin proyecto de desarrollo”, explica Moiguer.
A partir de ese diagnóstico, el trabajo se corre de la variable geográfica y se enfoca en la dimensión social que tiene este crecimiento heterogéneo. Lo hace a partir de identificar una ruptura en la conformación de la tradicional clase media argentina, a la que representa como “desdibujada” (en 2004 el 91% se identificaba como tal y ahora sólo lo hace el 47%) y “desparametrizada” (no sabe cómo medirse, perdió poder adquisitivo, y conceptos culturales como nivel educativo o acceso al trabajo formal no funcionan más como factor de progreso e identificación). Un proceso que fue germinando a lo largo de los últimos años.
En consecuencia, se produjo un desacople profundo entre una angostada clase media clásica que se sigue identificando como tal (un 18%) y una clase media en retroceso, que se siente cada más parecida a la clase baja (un 26%). Sus consumos, su estructura de vida y su dinámica cultural y educativa se aproximan cada vez más a la base de la pirámide, y se aleja definitivamente del aspiracional de volver a pertenecer al tronco central de la estructura social. Rodrigo Martínez los define como “los últimos caídos”. Esto da como resultante una fractura en el sector que históricamente funcionó como amalgama social, como factor de identidad nacional y como símbolo de progreso social. Es una división entre dos argentinas cada vez más marcadas.
Así como en su momento la clase media era la que explicaba las dinámicas dominantes del país, ahora el sujeto social definitorio es la clase media-baja. Es la que queda debajo de la línea de pobreza si sube la inflación, pero también la que más rápido capitaliza la reactivación económica.
Allí también anidan muchos votantes del Milei 2023 que volverán a ser interpelados y que hoy oscilan entre mantener la expectativa y un nuevo desencanto. El Presidente debe convencer a los mercados y a la clase media-baja al mismo tiempo. Un desafío desmesurado.
El acuerdo con el FMI contempla salir del crawling peg y levantar las restricciones cambiarias; el Gobierno enfrentará la prueba de fuego del plan económico antes de las elecciones; la fractura de la clase media como expresión del nuevo contexto social Read More