De nada sirve una devaluación

Los argentinos no estamos acostumbrados a tener una orientación económica sostenida férreamente por el poder político. El engaño, la impericia o el oportunismo han sido las herramientas usadas durante años por los gobiernos. El espejo retrovisor de las últimas décadas es claro. Los ministros de Economía de Isabel, de corta duración y escaso sustento político, y los del período militar, bajo la espada del delirio, fueron patéticos. La nueva democracia trajo a Alfonsín, en un mundo totalmente extraño a la economía. Después vino Menem, un vendedor obsesionado con el poder, aunque con un lapso económico esperanzador. Y así sucesivamente: frustración tras frustración para la gente.

La frutilla del postre fue el último ministro de Economía. Allí se encontraron el engaño, la impericia y el oportunismo. Llegamos luego a Milei, ganador por el fracaso de sus antecesores. Un economista con un lenguaje crudo y sin medias tintas. En la toma de decisiones económicas es tan importante la “calidad técnica” de la medida a implementar como la credibilidad; lo clave está en hacer creíble el remedio. La evidencia empírica demuestra que las políticas macroeconómicas suelen ser exitosas cuando, por sobre todas las cosas, son simplemente creíbles. Acá se halla el gran paso dado por Milei, al menos hasta la fecha.

La credibilidad, como Kydland y Prescott, Premios Nobel de Economía (2004), ayudaron a demostrar, guarda fuerte relación con la solidez de las instituciones que están detrás de la toma de decisiones. Este es seguramente el principal motivo para descartar una devaluación. El Gobierno trazó un esquema de depreciación. Si faltara a la promesa, la credibilidad caería como piedra en el mar. A medida que la credibilidad crece, mayor es la demanda de dinero nacional. Mientras más elevada resulta la demanda de pesos, menor es el deseo de tener dólares. Una devaluación lleva inmediatamente a una mayor desconfianza en el peso. Es decir, a que la demanda de pesos se derrumbe. Cuando la credibilidad cae, la gente sale a comprar dólares, lo que acentúa el fenómeno inflacionario.

Si el poder político se debilita y la credibilidad se corroe, los capitales se van y así el mercado, independientemente de lo que el gobierno disponga, hace que el dólar aumente. Ningún gobierno puede manejar el tipo de cambio real; sólo lo hace el mercado. El actual nivel del dólar parece ser el origen de los problemas que afectan la producción local por falta de competitividad. Pero la solución no se encuentra en el intento de devaluar el peso. La solución se basa en la competitividad y no en el nivel del dólar. Atacar el problema es atacar el costo argentino, entendido como la diferencia de costos entre la Argentina y el exterior por la misma prestación del Estado. Especialmente las jurisdicciones subnacionales más que al gobierno nacional: gobernadores, intendentes, además de sindicatos, jueces, etcétera.

La acción debe dirigirse a la inestabilidad macroeconómica, la presión tributaria, la infraestructura y la logística y, en general, a los costos de transacción. De acuerdo con el ranking de competitividad publicado por International Institute for Management Development (IMD), la Argentina ocupa el puesto 66 sobre 67 países, por detrás de países como Nigeria, Perú y Colombia. La devaluación no sirve. Sólo sirve el combate de los costos. El Presidente cuenta con un capital y es consciente de eso: su credibilidad sustenta su liderazgo. Una devaluación sería una herida casi mortal a la credibilidad. Si una persona tiende a engordar, con los consecuentes problemas de salud, de nada serviría que ensanche sus pantalones. Sólo vale la reducción de su peso. Algo similar sucede con una devaluación.

Economista

Los argentinos no estamos acostumbrados a tener una orientación económica sostenida férreamente por el poder político. El engaño, la impericia o el oportunismo han sido las herramientas usadas durante años por los gobiernos. El espejo retrovisor de las últimas décadas es claro. Los ministros de Economía de Isabel, de corta duración y escaso sustento político, y los del período militar, bajo la espada del delirio, fueron patéticos. La nueva democracia trajo a Alfonsín, en un mundo totalmente extraño a la economía. Después vino Menem, un vendedor obsesionado con el poder, aunque con un lapso económico esperanzador. Y así sucesivamente: frustración tras frustración para la gente.

La frutilla del postre fue el último ministro de Economía. Allí se encontraron el engaño, la impericia y el oportunismo. Llegamos luego a Milei, ganador por el fracaso de sus antecesores. Un economista con un lenguaje crudo y sin medias tintas. En la toma de decisiones económicas es tan importante la “calidad técnica” de la medida a implementar como la credibilidad; lo clave está en hacer creíble el remedio. La evidencia empírica demuestra que las políticas macroeconómicas suelen ser exitosas cuando, por sobre todas las cosas, son simplemente creíbles. Acá se halla el gran paso dado por Milei, al menos hasta la fecha.

La credibilidad, como Kydland y Prescott, Premios Nobel de Economía (2004), ayudaron a demostrar, guarda fuerte relación con la solidez de las instituciones que están detrás de la toma de decisiones. Este es seguramente el principal motivo para descartar una devaluación. El Gobierno trazó un esquema de depreciación. Si faltara a la promesa, la credibilidad caería como piedra en el mar. A medida que la credibilidad crece, mayor es la demanda de dinero nacional. Mientras más elevada resulta la demanda de pesos, menor es el deseo de tener dólares. Una devaluación lleva inmediatamente a una mayor desconfianza en el peso. Es decir, a que la demanda de pesos se derrumbe. Cuando la credibilidad cae, la gente sale a comprar dólares, lo que acentúa el fenómeno inflacionario.

Si el poder político se debilita y la credibilidad se corroe, los capitales se van y así el mercado, independientemente de lo que el gobierno disponga, hace que el dólar aumente. Ningún gobierno puede manejar el tipo de cambio real; sólo lo hace el mercado. El actual nivel del dólar parece ser el origen de los problemas que afectan la producción local por falta de competitividad. Pero la solución no se encuentra en el intento de devaluar el peso. La solución se basa en la competitividad y no en el nivel del dólar. Atacar el problema es atacar el costo argentino, entendido como la diferencia de costos entre la Argentina y el exterior por la misma prestación del Estado. Especialmente las jurisdicciones subnacionales más que al gobierno nacional: gobernadores, intendentes, además de sindicatos, jueces, etcétera.

La acción debe dirigirse a la inestabilidad macroeconómica, la presión tributaria, la infraestructura y la logística y, en general, a los costos de transacción. De acuerdo con el ranking de competitividad publicado por International Institute for Management Development (IMD), la Argentina ocupa el puesto 66 sobre 67 países, por detrás de países como Nigeria, Perú y Colombia. La devaluación no sirve. Sólo sirve el combate de los costos. El Presidente cuenta con un capital y es consciente de eso: su credibilidad sustenta su liderazgo. Una devaluación sería una herida casi mortal a la credibilidad. Si una persona tiende a engordar, con los consecuentes problemas de salud, de nada serviría que ensanche sus pantalones. Sólo vale la reducción de su peso. Algo similar sucede con una devaluación.

Economista

 Los argentinos no estamos acostumbrados a tener una orientación económica sostenida férreamente por el poder político. El engaño, la impericia o el oportunismo han sido las herramientas usadas durante años por los gobiernos. El espejo retrovisor de las últimas décadas es claro. Los ministros de Economía de Isabel, de corta duración y escaso sustento político, y los del período militar, bajo la espada del delirio, fueron patéticos. La nueva democracia trajo a Alfonsín, en un mundo totalmente extraño a la economía. Después vino Menem, un vendedor obsesionado con el poder, aunque con un lapso económico esperanzador. Y así sucesivamente: frustración tras frustración para la gente.La frutilla del postre fue el último ministro de Economía. Allí se encontraron el engaño, la impericia y el oportunismo. Llegamos luego a Milei, ganador por el fracaso de sus antecesores. Un economista con un lenguaje crudo y sin medias tintas. En la toma de decisiones económicas es tan importante la “calidad técnica” de la medida a implementar como la credibilidad; lo clave está en hacer creíble el remedio. La evidencia empírica demuestra que las políticas macroeconómicas suelen ser exitosas cuando, por sobre todas las cosas, son simplemente creíbles. Acá se halla el gran paso dado por Milei, al menos hasta la fecha.La credibilidad, como Kydland y Prescott, Premios Nobel de Economía (2004), ayudaron a demostrar, guarda fuerte relación con la solidez de las instituciones que están detrás de la toma de decisiones. Este es seguramente el principal motivo para descartar una devaluación. El Gobierno trazó un esquema de depreciación. Si faltara a la promesa, la credibilidad caería como piedra en el mar. A medida que la credibilidad crece, mayor es la demanda de dinero nacional. Mientras más elevada resulta la demanda de pesos, menor es el deseo de tener dólares. Una devaluación lleva inmediatamente a una mayor desconfianza en el peso. Es decir, a que la demanda de pesos se derrumbe. Cuando la credibilidad cae, la gente sale a comprar dólares, lo que acentúa el fenómeno inflacionario.Si el poder político se debilita y la credibilidad se corroe, los capitales se van y así el mercado, independientemente de lo que el gobierno disponga, hace que el dólar aumente. Ningún gobierno puede manejar el tipo de cambio real; sólo lo hace el mercado. El actual nivel del dólar parece ser el origen de los problemas que afectan la producción local por falta de competitividad. Pero la solución no se encuentra en el intento de devaluar el peso. La solución se basa en la competitividad y no en el nivel del dólar. Atacar el problema es atacar el costo argentino, entendido como la diferencia de costos entre la Argentina y el exterior por la misma prestación del Estado. Especialmente las jurisdicciones subnacionales más que al gobierno nacional: gobernadores, intendentes, además de sindicatos, jueces, etcétera.La acción debe dirigirse a la inestabilidad macroeconómica, la presión tributaria, la infraestructura y la logística y, en general, a los costos de transacción. De acuerdo con el ranking de competitividad publicado por International Institute for Management Development (IMD), la Argentina ocupa el puesto 66 sobre 67 países, por detrás de países como Nigeria, Perú y Colombia. La devaluación no sirve. Sólo sirve el combate de los costos. El Presidente cuenta con un capital y es consciente de eso: su credibilidad sustenta su liderazgo. Una devaluación sería una herida casi mortal a la credibilidad. Si una persona tiende a engordar, con los consecuentes problemas de salud, de nada serviría que ensanche sus pantalones. Sólo vale la reducción de su peso. Algo similar sucede con una devaluación.Economista  Read More