El nivel de conflicto en el que nos movemos hoy en día los argentinos amenaza no solo con enfermarnos, sino también con acostumbrarnos. Todo está dado para que el enfrentamiento se active automáticamente y pocos parecen dispuestos a bajar un cambio. Atemorizados por la inseguridad, en la calle, en el tránsito vehicular, en el transporte público y ni qué hablar en un multitudinario espectáculo deportivo, la predisposición al choque nos tiene en alerta máxima. Es necesario preguntarnos cómo romper con la espiral tóxica en la que nos sumergen las tantas veces enajenantes condiciones exteriores.
Días atrás, el presidente Javier Milei celebró los datos que darían cuenta de una baja del índice de pobreza de 14,8% en el segundo semestre de 2024 respecto del primero. Lo que sin dudas sería una buena noticia se convirtió tristemente en otra oportunidad del Presidente para denostar a quienes ubica como adversarios tratándolos de “mandriles”, “econochantas”, “políticos miserables” y “periodistas ensobrados o ignorantes”. Desde el vértice del poder no se combate la violencia, sino que se la promueve, particularmente desde el discurso y desde las redes, apostando una vez más a la confrontación que nos ha visto dividirnos como sociedad de una manera tan nefasta y dolorosa como inconducente. Lo peor es que esas actitudes de algunos de nuestros líderes muchas veces suscitan apoyos en la gente, confirmando el nivel de enfermedad social que nos atraviesa.
“El único lenguaje que entiende esta gente es la fuerza. Tenemos que seguir aumentando la conflictividad”, señaló, por su parte, Rodolfo Aguiar, titular de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), en una reciente movilización contra la amenaza de 50.000 cesantías en la administración pública, el congelamiento de paritarias y los aumentos presupuestarios para las áreas que más personal despidan. En el mismo sentido, la CGT ha convocado a un paro de actividades para mañana; será la tercera huelga general contra el actual gobierno nacional, decisión que contrasta con la inexistencia de medidas de fuerza similares durante la gestión presidencial de Alberto Fernández, pese a que la inflación de ese período alcanzó niveles muy superiores y provocó un mayor deterioro del poder adquisitivo de los trabajadores.
Cada cual atiende su juego pero el común denominador se ha vuelto fogonear el conflicto. Tanto en la movilización del 12 de marzo, en la que se dijo defender los genuinos derechos de los jubilados mediante la violencia de barrabravas, como dentro de la mismísima Cámara de Diputados, donde los gritos, los empujones, los insultos y los vasos voladores fueron el marco de inconcebibles trifulcas entre los propios legisladores, en otro vergonzoso ejemplo de lo que no queremos. Hablamos de servidores públicos de baja estofa que flaco honor les hacen a sus investiduras. Desde cada sector se dispara munición gruesa, incitando a la violencia con prepotencia y descaro, en ausencia del más mínimo respeto por la disidencia y por el orden público, históricamente mal entendido como represión.
Frente a episodios como los mencionados, o a los de padres de alumnos que agreden a sus maestros, no es tan difícil explicar que un niño concurra armado a la escuela, que la violencia intrafamiliar siga creciendo, que el delito aumente o que la salud mental en términos generales también se vea profundamente deteriorada. La violencia se imita y se aprende, se potencia, se instala de manera crónica en una sociedad y la enferma. Ya lo planteó el influyente psicólogo cognitivo social Albert Bandura con su teoría del aprendizaje social. Un experimento que exponía a un grupo de niños a la observación de un adulto golpeando al muñeco bobo mientras que otro grupo lo veía jugar tranquilamente, confirmó la presunción. Quienes observaron al adulto agresivo tenían más probabilidades de imitar su comportamiento violento.
Con luchas internas feroces en los principales partidos que pelean por la lapicera y la provincia de Buenos Aires en llamas, en este año electoral volveremos a ver seguramente también las peleas de los candidatos en el barro. En su mayoría, no se proyectan como los líderes ni los estadistas que nuestra sociedad precisa. Mientras solo se busca que los conflictos escalen, el futuro de paz, grandeza y desarrollo que todos soñamos se desvanece. Sin liderazgos capaces de apaciguar los ánimos y apostar a la unión, deberíamos al menos reflexionar sobre estas cuestiones a nivel individual y familiar, extendiendo la conversación junto con el desafío de crear mejores condiciones para todos. Desde abajo hacia arriba.
El nivel de conflicto en el que nos movemos hoy en día los argentinos amenaza no solo con enfermarnos, sino también con acostumbrarnos. Todo está dado para que el enfrentamiento se active automáticamente y pocos parecen dispuestos a bajar un cambio. Atemorizados por la inseguridad, en la calle, en el tránsito vehicular, en el transporte público y ni qué hablar en un multitudinario espectáculo deportivo, la predisposición al choque nos tiene en alerta máxima. Es necesario preguntarnos cómo romper con la espiral tóxica en la que nos sumergen las tantas veces enajenantes condiciones exteriores.
Días atrás, el presidente Javier Milei celebró los datos que darían cuenta de una baja del índice de pobreza de 14,8% en el segundo semestre de 2024 respecto del primero. Lo que sin dudas sería una buena noticia se convirtió tristemente en otra oportunidad del Presidente para denostar a quienes ubica como adversarios tratándolos de “mandriles”, “econochantas”, “políticos miserables” y “periodistas ensobrados o ignorantes”. Desde el vértice del poder no se combate la violencia, sino que se la promueve, particularmente desde el discurso y desde las redes, apostando una vez más a la confrontación que nos ha visto dividirnos como sociedad de una manera tan nefasta y dolorosa como inconducente. Lo peor es que esas actitudes de algunos de nuestros líderes muchas veces suscitan apoyos en la gente, confirmando el nivel de enfermedad social que nos atraviesa.
“El único lenguaje que entiende esta gente es la fuerza. Tenemos que seguir aumentando la conflictividad”, señaló, por su parte, Rodolfo Aguiar, titular de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), en una reciente movilización contra la amenaza de 50.000 cesantías en la administración pública, el congelamiento de paritarias y los aumentos presupuestarios para las áreas que más personal despidan. En el mismo sentido, la CGT ha convocado a un paro de actividades para mañana; será la tercera huelga general contra el actual gobierno nacional, decisión que contrasta con la inexistencia de medidas de fuerza similares durante la gestión presidencial de Alberto Fernández, pese a que la inflación de ese período alcanzó niveles muy superiores y provocó un mayor deterioro del poder adquisitivo de los trabajadores.
Cada cual atiende su juego pero el común denominador se ha vuelto fogonear el conflicto. Tanto en la movilización del 12 de marzo, en la que se dijo defender los genuinos derechos de los jubilados mediante la violencia de barrabravas, como dentro de la mismísima Cámara de Diputados, donde los gritos, los empujones, los insultos y los vasos voladores fueron el marco de inconcebibles trifulcas entre los propios legisladores, en otro vergonzoso ejemplo de lo que no queremos. Hablamos de servidores públicos de baja estofa que flaco honor les hacen a sus investiduras. Desde cada sector se dispara munición gruesa, incitando a la violencia con prepotencia y descaro, en ausencia del más mínimo respeto por la disidencia y por el orden público, históricamente mal entendido como represión.
Frente a episodios como los mencionados, o a los de padres de alumnos que agreden a sus maestros, no es tan difícil explicar que un niño concurra armado a la escuela, que la violencia intrafamiliar siga creciendo, que el delito aumente o que la salud mental en términos generales también se vea profundamente deteriorada. La violencia se imita y se aprende, se potencia, se instala de manera crónica en una sociedad y la enferma. Ya lo planteó el influyente psicólogo cognitivo social Albert Bandura con su teoría del aprendizaje social. Un experimento que exponía a un grupo de niños a la observación de un adulto golpeando al muñeco bobo mientras que otro grupo lo veía jugar tranquilamente, confirmó la presunción. Quienes observaron al adulto agresivo tenían más probabilidades de imitar su comportamiento violento.
Con luchas internas feroces en los principales partidos que pelean por la lapicera y la provincia de Buenos Aires en llamas, en este año electoral volveremos a ver seguramente también las peleas de los candidatos en el barro. En su mayoría, no se proyectan como los líderes ni los estadistas que nuestra sociedad precisa. Mientras solo se busca que los conflictos escalen, el futuro de paz, grandeza y desarrollo que todos soñamos se desvanece. Sin liderazgos capaces de apaciguar los ánimos y apostar a la unión, deberíamos al menos reflexionar sobre estas cuestiones a nivel individual y familiar, extendiendo la conversación junto con el desafío de crear mejores condiciones para todos. Desde abajo hacia arriba.
Para poner fin a la espiral de violencia que se registra en distintos ámbitos de la sociedad es necesario que nuestra dirigencia empiece por dar el ejemplo Read More