Y un día se encontraron todos los signos que demuestran que los años pasan rápido: desde los traumas hasta los dolores corporales; desde las felicidades al paso hasta los problemas no resueltos. Alquilaron un salón y decidieron hacer una fiesta que sabían que podía terminar en escándalo… y terminó.
En la primera mesa se sentaron las pequeñas alegrías que demuestran que llegaron los años. Ahí estaban todas: la alegría por encontrar lugar para estacionar; la alegría por haber podido pagar la cuota anual del ABL; y la alegría porque la tarjeta ya cerró y se puede hacer un gasto fuerte. Después llegaron las alegrías más grandes: la alegría porque los estudios médicos salieron bien; la alegría porque el hijo no se llevó tantas materias; la alegría porque hay cuotas para las vacaciones; y la alegría porque la heladera tiene arreglo y no hay que cambiarla.
El gran problema fue que también fueron los problemáticos de siempre: las preocupaciones que vienen con el viejazo. Llegaron todas juntas, hicieron mucho ruido y pidieron atención y soluciones al mismo tiempo. Así, en la misma mesa estaban: la preocupación por el aumento de la prepaga; la preocupación por la acidez crónica; la preocupación porque los hijos adolescentes no te dan ni la hora; y la preocupación porque viste una foto tuya de hace diez años y te diste cuenta de que el tiempo pasó demasiado rápido.
Al lado de esa mesa a alguien se le ocurrió ubicar a “las cosas por hacer”, que a su vez estaban muy cerca y casi mezcladas con “las cosas que no se hicieron y no se harán jamás”. En ese tole tole -si usted entiende esa referencia debe asistir a este evento― sobresalieron ideas, proyectos y aventuras que ya no se harán, como: el viaje por Asia; la compra de una casa en la Costa; la compra de una moto Harley Davidson viejita para rearmar casi de cero; la carrera de Arquitectura que quedó por la mitad; las clases de italiano; el primer amor del secundario; la banda de rock and roll con los amigos del barrio; y las ganas de jugar en Primera División.
Con todos ya ubicados, la fiesta empezó con la conducción de ese famoso que ya no es famoso y que cualquier joven hoy en día preguntaría: “¿Y ese quién es?”. Después siguió con un DJ que puso clásicos de los 2000 (o sea que ya tienen 25 años) y continuó con un show de chistes al mejor estilo Café Fashion.
Sin embargo, lo que era diversión mezclada con depresión y melancolía terminó en la hecatombe, la debacle total, una serie de hechos desafortunados que hizo recordar a lo mejor de Deportes en el recuerdo (referencia tan pero tan vieja que ni Tinelli se la acuerda). El lío empezó cuando “las ganas de aprender a surfear” se cruzaron en la pista de baile con “el trauma al agua no resuelto en terapia”. Se miraron un momento y se dijeron de todo. Encima saltó a separar “los problemas no resueltos con la madre” que quiso calmar a todos pero se encontró de frente con “el divorcio no superado” y con “la nueva esposa de mi papá es más joven que yo”. Para ese momento, volaban por el aire cubiertos, platos y reproches. El “dolor en la ciática” se fue a las manos con “las clases de karate abandonadas”, la “crisis de ansiedad” se insultó con “las clases de yoga” y el “esta noche la rompo” se dijo palabras irreproducibles con “tengo sueño y recién son las 10 de la noche”.
La fiesta llegó a su fin cuando todos se dieron cuenta de que hubo algunos que aprovecharon la confusión para entregarse al placer. El “yo nunca jamás voy a volver a hacer esto” se besó apasionadamente con “la relación tóxica que te hizo bajar de peso” y el “voy a empezar a correr los sábados a la mañana” se fue en un taxi con “estoy cansado de la semana, me quedo en la cama”. Al final, todos se tranquilizaron y convivieron en torno a la mesa dulce. Incluso se vieron escenas de tranquilidad entre el “no estoy gordo, estoy hinchado”, con “el turno al nutricionista es el lunes” y el “para esto trabajo, servime un poco más”.
Y un día se encontraron todos los signos que demuestran que los años pasan rápido: desde los traumas hasta los dolores corporales; desde las felicidades al paso hasta los problemas no resueltos. Alquilaron un salón y decidieron hacer una fiesta que sabían que podía terminar en escándalo… y terminó.
En la primera mesa se sentaron las pequeñas alegrías que demuestran que llegaron los años. Ahí estaban todas: la alegría por encontrar lugar para estacionar; la alegría por haber podido pagar la cuota anual del ABL; y la alegría porque la tarjeta ya cerró y se puede hacer un gasto fuerte. Después llegaron las alegrías más grandes: la alegría porque los estudios médicos salieron bien; la alegría porque el hijo no se llevó tantas materias; la alegría porque hay cuotas para las vacaciones; y la alegría porque la heladera tiene arreglo y no hay que cambiarla.
El gran problema fue que también fueron los problemáticos de siempre: las preocupaciones que vienen con el viejazo. Llegaron todas juntas, hicieron mucho ruido y pidieron atención y soluciones al mismo tiempo. Así, en la misma mesa estaban: la preocupación por el aumento de la prepaga; la preocupación por la acidez crónica; la preocupación porque los hijos adolescentes no te dan ni la hora; y la preocupación porque viste una foto tuya de hace diez años y te diste cuenta de que el tiempo pasó demasiado rápido.
Al lado de esa mesa a alguien se le ocurrió ubicar a “las cosas por hacer”, que a su vez estaban muy cerca y casi mezcladas con “las cosas que no se hicieron y no se harán jamás”. En ese tole tole -si usted entiende esa referencia debe asistir a este evento― sobresalieron ideas, proyectos y aventuras que ya no se harán, como: el viaje por Asia; la compra de una casa en la Costa; la compra de una moto Harley Davidson viejita para rearmar casi de cero; la carrera de Arquitectura que quedó por la mitad; las clases de italiano; el primer amor del secundario; la banda de rock and roll con los amigos del barrio; y las ganas de jugar en Primera División.
Con todos ya ubicados, la fiesta empezó con la conducción de ese famoso que ya no es famoso y que cualquier joven hoy en día preguntaría: “¿Y ese quién es?”. Después siguió con un DJ que puso clásicos de los 2000 (o sea que ya tienen 25 años) y continuó con un show de chistes al mejor estilo Café Fashion.
Sin embargo, lo que era diversión mezclada con depresión y melancolía terminó en la hecatombe, la debacle total, una serie de hechos desafortunados que hizo recordar a lo mejor de Deportes en el recuerdo (referencia tan pero tan vieja que ni Tinelli se la acuerda). El lío empezó cuando “las ganas de aprender a surfear” se cruzaron en la pista de baile con “el trauma al agua no resuelto en terapia”. Se miraron un momento y se dijeron de todo. Encima saltó a separar “los problemas no resueltos con la madre” que quiso calmar a todos pero se encontró de frente con “el divorcio no superado” y con “la nueva esposa de mi papá es más joven que yo”. Para ese momento, volaban por el aire cubiertos, platos y reproches. El “dolor en la ciática” se fue a las manos con “las clases de karate abandonadas”, la “crisis de ansiedad” se insultó con “las clases de yoga” y el “esta noche la rompo” se dijo palabras irreproducibles con “tengo sueño y recién son las 10 de la noche”.
La fiesta llegó a su fin cuando todos se dieron cuenta de que hubo algunos que aprovecharon la confusión para entregarse al placer. El “yo nunca jamás voy a volver a hacer esto” se besó apasionadamente con “la relación tóxica que te hizo bajar de peso” y el “voy a empezar a correr los sábados a la mañana” se fue en un taxi con “estoy cansado de la semana, me quedo en la cama”. Al final, todos se tranquilizaron y convivieron en torno a la mesa dulce. Incluso se vieron escenas de tranquilidad entre el “no estoy gordo, estoy hinchado”, con “el turno al nutricionista es el lunes” y el “para esto trabajo, servime un poco más”.
El tiempo pasa y empieza a asomar lo que se hizo, lo que todavía no se pudo y… los años de terapia Read More