“Borges”, dice sin dudar Kurt Elling cuando piensa en su llegada a la Argentina para debutar este martes 22 en el Teatro Coliseo junto a Charlie Hunter y SuperBlue, el grupo que completan Julius Rodriguez en teclados y Marcus Finnie en batería. “Es enorme, su capacidad para transformar y disolver tu existencia, sin importar donde estés físicamente. Sus cuentos son maravillosos”.
Para Kurt Elling, nacido en Chicago en 1967 y considerado uno de los mejores cantantes de jazz de los últimos 30 años, la idea de existencia y metafísica no es menor: su padre era Kapellmeister (maestro del coro de capilla) de una iglesia Luterana. Y esa fue la primera escuela de Kurt, su primer contacto con la música. Aprendió canto, a tocar el violín, el piano y la batería. Desde entonces, también, la palabra tiene un peso más que importante para él cuando se relaciona con el arte. “Al principio no me di cuenta de eso”, dice a través de una videollamada, días antes de llegar a Buenos Aires. “Pero ahora sí lo veo más claro, como si pudiese trazar una línea recta ascendente que marca toda mi carrera”.
Tanto es así que, cuando en 1995 grabó su primer demo, el sello Blue Note, el más importante de la historia del jazz, lo firmó para su roster sin dudarlo. Su registro de barítono cautivó a propios y extraños con el correr de los discos, y Kurt Elling ya es una fija en las nominaciones a los Grammy en las categorías de jazz vocal (15 nominaciones, 2 estatuillas).
“Al principio tenía una visión más naive y despreocupada, creo que eso me ayudó a animarme”, cuenta Kurt Elling sobre su acercamiento a los grandes estándares del jazz instrumental, a los que decidió ponerles letra (así como también versionar a Bob Dylan y AC/DC, por ejemplo). “Pero después tomé conciencia de lo que significa escribirle letra a un clásico de Dave Brubeck, Herbie Hancock o Wayne Shorter”.
-¿Sentís que esa responsabilidad te llevó a un estudio más profundo de esas obras?
-Definitivamente. Porque tenés que escribir pensando en que tu letra tiene que profundizar lo que ya está en la música. Entonces tenés que meterte en sus mentes a entender qué estaban expresando. Y tenés la historia de generaciones de músicos y oyentes que ya tienen una idea de qué significa, qué texturas, colores y significados arroja una composición y también sus solos. Es como si ya les pertenecieran a ellos, y tenés que ser muy considerado con ello. Porque también están las familias de esas leyendas, que hoy son quienes tienen los derechos de esas músicas, y se merecen respeto.
-¿De qué manera encarás esa relación entre música y texto? Viniendo de una tradición religiosa, no es un tema menor.
-Sea cual fuere la idea principal, las palabras tienen que estar casadas con las notas de manera tal que realmente pertenezcan al tema. Que rimen en los mismos lugares que ya la melodía original rima consigo misma. No podés escatimar nada ahí. No podés perderte nada de esa rima, porque hacés que sea incómodo al oído y se vaya para otro lado.
-¿Incluso cuando eso vaya en contra de la inteligibilidad de la palabra?
-Sí. Prefiero que mi audiencia no entienda específicamente algún detalle de la letra o de la historia pero que se dejen perder en los sonidos, las rimas y el ritmo, que se sienta tan natural que no puedan evitarlo. El feeling de la melodía tiene que estar primero. La letra la pueden buscar y leer después. Pueden decir: “Ah, estaba hablando de eso”. Prefiero eso y no que sea al revés, que entiendan la historia perfectamente pero que no se escuche como una experiencia orgánica e integrada.
-Sin embargo, entre el registro y el color de tu voz, sumado a la forma en la que están tratados los instrumentos en tus grabaciones, parece que siempre hay espacio para que nada se empaste. Como si la música tuviese también un aire para que todo tenga su lugar.
-Nunca lo pensé de esa manera. Pero sí creo que me junto con músicos que tienen habilidades que yo no tengo. Así es como aprendo de ellos. Y de alguna manera hacer la mejor música que podamos. Luego trabajamos el sonido, porque nos importa. Creo que esa es la forma, nunca trabajaría con gente a la que eso no le importa. Pero no sé qué tan distinto soy a otros músicos en ese sentido. Eso que mencionaste no es algo en lo que yo haya pensado antes. Trato de cantar lo mejor posible y que tenga un sentido de belleza.
-¿Qué tan presente está en tu cabeza la idea de belleza a la hora de hacer tu música?
-Está todo el tiempo. Siempre busco responderme a estas preguntas. ¿Qué es lo más bello que puedo hacer? ¿Cuál es la música más importante que puedo hacer? No importante en términos de “Oh, Kurt Elling hace música importante”. Pero estoy muy agradecido de tener esta vida que tengo. Y la considero una experiencia inesperada. No crecí pensando en ser un músico de jazz. Crecí con la idea de que todos los músicos de jazz estaban muertos. Porque nunca había ido a ver jazz en vivo y The Mills Brothers, Duke Ellington, todos habían muerto. Solo existían en vinilo. Entonces, de alguna manera, esto que hago hoy era improbable. Y hay gente que paga para verme, me presta atención y canta conmigo. Y amo tanto la historia del jazz y a los maestros como John Hendricks, Joe Williams, Betty Carter o Mark Murphy que no puedo hacer otra cosa que demostrar amor por ellos.
-¿Buscás explícitamente transmitir ese legado?
-Sí, de manera consciente. Quiero alabarlos de manera directa, honrar la memoria de todos ellos. Y al mismo tiempo ofrecerle a mi audiencia lo que puedo hacer con mi música. Especialmente en estos momentos en los que el mundo está hecho un desastre y hay tanto sufrimiento. Y la música es una de las avenidas más importantes que permite a los humanos comunicarse de manera que sea pacífica e inspiradora. Cuando estás escuchando música, no estás pensando en el futuro, ni en el pasado, ni estás siendo interrumpido por otra gente; no sos nada, estás acá, ni siquiera estás pensando, estás respirando: estás viviendo. Y no sos consciente de otra cosa más que de eso. Y esa es la definición de felicidad. Si puedo ser parte de esa atmósfera que lo hace posible para las personas que están en ese lugar porque vinieron a verme y eso los hace sentirse más fuertes, más enamorados, más alegres, más esperanzados, más renovados, bueno, eso es lo único que me importa. Y el jazz es el mejor vehículo que encuentro como cantante para abrir esas puertas, tanto para otras personas como para mí mismo.
-De alguna manera relacionaste el concepto de belleza con el de felicidad, que no es algo que hoy sea la norma. La búsqueda de belleza hoy no está directamente asociada con la búsqueda de felicidad.
-Sí, creo que confundimos comprar cosas con ser felices. Ser dueños, controlar, derrotar a un supuesto enemigo… Hay cierta glotonería relacionada a la felicidad. Y belleza, verdad, alegría, sabiduría, todo eso está unido. Y creo que tenés razón en que la búsqueda de belleza no está relacionada con la búsqueda de felicidad, pero iría incluso un poco más lejos: llegamos a un punto en el que nos olvidamos que nos olvidamos. Ni siquiera recordamos que hay algo por recordar. Estamos intentando abrirnos paso en este presente de exceso de información, en esta tecnósfera. Vivimos asaltados por un grupo de control narcisista, diabólico, patológico y destructivo que está tratando de destruir el mundo. Hay demasiado miedo en el aire. Pero los elementos están ahí siempre. Aunque ahora estén dispersos o suprimidos. Es por eso que hay aún más razones para que la belleza y la alegría se interpongan. Porque si tenés ambas, tenés fuerza en el espíritu y entonces estás listo para tomar coraje. Y si estás listo para ser alegre, estás listo para no caer en el fascismo. La belleza es un recordatorio no solo de la belleza estética sino de la belleza en las relaciones, en la autosuficiencia, en la familia, en la amistad que trasciende toda frontera. Así que sí, es tiempo de crecer, de madurar y de ser… Necesito y trato de brillar con la luz más luminosa que puedo llegar a ser.
“Borges”, dice sin dudar Kurt Elling cuando piensa en su llegada a la Argentina para debutar este martes 22 en el Teatro Coliseo junto a Charlie Hunter y SuperBlue, el grupo que completan Julius Rodriguez en teclados y Marcus Finnie en batería. “Es enorme, su capacidad para transformar y disolver tu existencia, sin importar donde estés físicamente. Sus cuentos son maravillosos”.
Para Kurt Elling, nacido en Chicago en 1967 y considerado uno de los mejores cantantes de jazz de los últimos 30 años, la idea de existencia y metafísica no es menor: su padre era Kapellmeister (maestro del coro de capilla) de una iglesia Luterana. Y esa fue la primera escuela de Kurt, su primer contacto con la música. Aprendió canto, a tocar el violín, el piano y la batería. Desde entonces, también, la palabra tiene un peso más que importante para él cuando se relaciona con el arte. “Al principio no me di cuenta de eso”, dice a través de una videollamada, días antes de llegar a Buenos Aires. “Pero ahora sí lo veo más claro, como si pudiese trazar una línea recta ascendente que marca toda mi carrera”.
Tanto es así que, cuando en 1995 grabó su primer demo, el sello Blue Note, el más importante de la historia del jazz, lo firmó para su roster sin dudarlo. Su registro de barítono cautivó a propios y extraños con el correr de los discos, y Kurt Elling ya es una fija en las nominaciones a los Grammy en las categorías de jazz vocal (15 nominaciones, 2 estatuillas).
“Al principio tenía una visión más naive y despreocupada, creo que eso me ayudó a animarme”, cuenta Kurt Elling sobre su acercamiento a los grandes estándares del jazz instrumental, a los que decidió ponerles letra (así como también versionar a Bob Dylan y AC/DC, por ejemplo). “Pero después tomé conciencia de lo que significa escribirle letra a un clásico de Dave Brubeck, Herbie Hancock o Wayne Shorter”.
-¿Sentís que esa responsabilidad te llevó a un estudio más profundo de esas obras?
-Definitivamente. Porque tenés que escribir pensando en que tu letra tiene que profundizar lo que ya está en la música. Entonces tenés que meterte en sus mentes a entender qué estaban expresando. Y tenés la historia de generaciones de músicos y oyentes que ya tienen una idea de qué significa, qué texturas, colores y significados arroja una composición y también sus solos. Es como si ya les pertenecieran a ellos, y tenés que ser muy considerado con ello. Porque también están las familias de esas leyendas, que hoy son quienes tienen los derechos de esas músicas, y se merecen respeto.
-¿De qué manera encarás esa relación entre música y texto? Viniendo de una tradición religiosa, no es un tema menor.
-Sea cual fuere la idea principal, las palabras tienen que estar casadas con las notas de manera tal que realmente pertenezcan al tema. Que rimen en los mismos lugares que ya la melodía original rima consigo misma. No podés escatimar nada ahí. No podés perderte nada de esa rima, porque hacés que sea incómodo al oído y se vaya para otro lado.
-¿Incluso cuando eso vaya en contra de la inteligibilidad de la palabra?
-Sí. Prefiero que mi audiencia no entienda específicamente algún detalle de la letra o de la historia pero que se dejen perder en los sonidos, las rimas y el ritmo, que se sienta tan natural que no puedan evitarlo. El feeling de la melodía tiene que estar primero. La letra la pueden buscar y leer después. Pueden decir: “Ah, estaba hablando de eso”. Prefiero eso y no que sea al revés, que entiendan la historia perfectamente pero que no se escuche como una experiencia orgánica e integrada.
-Sin embargo, entre el registro y el color de tu voz, sumado a la forma en la que están tratados los instrumentos en tus grabaciones, parece que siempre hay espacio para que nada se empaste. Como si la música tuviese también un aire para que todo tenga su lugar.
-Nunca lo pensé de esa manera. Pero sí creo que me junto con músicos que tienen habilidades que yo no tengo. Así es como aprendo de ellos. Y de alguna manera hacer la mejor música que podamos. Luego trabajamos el sonido, porque nos importa. Creo que esa es la forma, nunca trabajaría con gente a la que eso no le importa. Pero no sé qué tan distinto soy a otros músicos en ese sentido. Eso que mencionaste no es algo en lo que yo haya pensado antes. Trato de cantar lo mejor posible y que tenga un sentido de belleza.
-¿Qué tan presente está en tu cabeza la idea de belleza a la hora de hacer tu música?
-Está todo el tiempo. Siempre busco responderme a estas preguntas. ¿Qué es lo más bello que puedo hacer? ¿Cuál es la música más importante que puedo hacer? No importante en términos de “Oh, Kurt Elling hace música importante”. Pero estoy muy agradecido de tener esta vida que tengo. Y la considero una experiencia inesperada. No crecí pensando en ser un músico de jazz. Crecí con la idea de que todos los músicos de jazz estaban muertos. Porque nunca había ido a ver jazz en vivo y The Mills Brothers, Duke Ellington, todos habían muerto. Solo existían en vinilo. Entonces, de alguna manera, esto que hago hoy era improbable. Y hay gente que paga para verme, me presta atención y canta conmigo. Y amo tanto la historia del jazz y a los maestros como John Hendricks, Joe Williams, Betty Carter o Mark Murphy que no puedo hacer otra cosa que demostrar amor por ellos.
-¿Buscás explícitamente transmitir ese legado?
-Sí, de manera consciente. Quiero alabarlos de manera directa, honrar la memoria de todos ellos. Y al mismo tiempo ofrecerle a mi audiencia lo que puedo hacer con mi música. Especialmente en estos momentos en los que el mundo está hecho un desastre y hay tanto sufrimiento. Y la música es una de las avenidas más importantes que permite a los humanos comunicarse de manera que sea pacífica e inspiradora. Cuando estás escuchando música, no estás pensando en el futuro, ni en el pasado, ni estás siendo interrumpido por otra gente; no sos nada, estás acá, ni siquiera estás pensando, estás respirando: estás viviendo. Y no sos consciente de otra cosa más que de eso. Y esa es la definición de felicidad. Si puedo ser parte de esa atmósfera que lo hace posible para las personas que están en ese lugar porque vinieron a verme y eso los hace sentirse más fuertes, más enamorados, más alegres, más esperanzados, más renovados, bueno, eso es lo único que me importa. Y el jazz es el mejor vehículo que encuentro como cantante para abrir esas puertas, tanto para otras personas como para mí mismo.
-De alguna manera relacionaste el concepto de belleza con el de felicidad, que no es algo que hoy sea la norma. La búsqueda de belleza hoy no está directamente asociada con la búsqueda de felicidad.
-Sí, creo que confundimos comprar cosas con ser felices. Ser dueños, controlar, derrotar a un supuesto enemigo… Hay cierta glotonería relacionada a la felicidad. Y belleza, verdad, alegría, sabiduría, todo eso está unido. Y creo que tenés razón en que la búsqueda de belleza no está relacionada con la búsqueda de felicidad, pero iría incluso un poco más lejos: llegamos a un punto en el que nos olvidamos que nos olvidamos. Ni siquiera recordamos que hay algo por recordar. Estamos intentando abrirnos paso en este presente de exceso de información, en esta tecnósfera. Vivimos asaltados por un grupo de control narcisista, diabólico, patológico y destructivo que está tratando de destruir el mundo. Hay demasiado miedo en el aire. Pero los elementos están ahí siempre. Aunque ahora estén dispersos o suprimidos. Es por eso que hay aún más razones para que la belleza y la alegría se interpongan. Porque si tenés ambas, tenés fuerza en el espíritu y entonces estás listo para tomar coraje. Y si estás listo para ser alegre, estás listo para no caer en el fascismo. La belleza es un recordatorio no solo de la belleza estética sino de la belleza en las relaciones, en la autosuficiencia, en la familia, en la amistad que trasciende toda frontera. Así que sí, es tiempo de crecer, de madurar y de ser… Necesito y trato de brillar con la luz más luminosa que puedo llegar a ser.
El cantante, quien le ha puesto letra a muchos de los clásicos del género, se presenta este martes en el Teatro Coliseo Read More