Dio sus primeros pasos en Milán, produjo en Europa y Estados Unidos, y ahora vuelve a la Argentina

El jefe sin oficina es también un heredero sin corona. Federico Churba (48), referente del diseño de mobiliario argentino, tiene peso propio aunque sabe lo que representa su apellido en la escena creativa local. Hijo de, sobrino de, primo y hermano de: Los Churba se llama el grupo de Whatsapp que nuclea a 20 familiares, pero se queda corto. La tercera generación aún no está incorporada. Cada día falta menos. Cumpleaños y novedades, intercambio de datos, recetas, planes y puesta al día.

“El chat está siempre activo, somos re familieros”, dice Federico en un bar de Núñez, a metros del estudio-taller donde se diseñan líneas de equipamiento exquisitas, cuyas terminaciones cosechan aplausos en las ferias de diseño más relevantes del planeta. Las sillas, luminarias, mesas y sillones que llevan el sello fCH, sus iniciales, son sinónimo de calidad, fronteras adentro y afuera.

En la usina productiva de Núñez los sectores están catalogados, los materiales apilados en bateas rotuladas, no se ven piezas sueltas. Cada cosa en su lugar. Todo brilla. “¿Obsesivo por el orden yo?”, se autopregunta Churba con una sonrisa cómplice.

En modo guía turística va y viene por el galpón enorme, una suerte de contenedor del paso a paso, las etapas y procesos de piezas de mobiliario únicas. Antes de transformarse en un quirófano de ensamblaje, el lugar fue el depósito de Gris Dimensión, la firma que representa marcas europeas fundada por su papá, el reconocido arquitecto León Churba, y de la que participó en modo pasante. Hacer pie en su negocio le llevó cierto equilibrio, por más legado y ADN que siempre fluyó entre ellos.

“Llorábamos juntos nuestras penas, uno le lloraba al otro las dificultades del negocio. Mi viejo siempre fue mi mayor crítico, eran muy viscerales nuestros intercambios. Revisaba todo y me ponía alerta, no lo hacía para lastimar, lo hacía para cuidarme. Fue mi gran mentor, muy severo y para nada condescendiente”, repasa Federico sobre la relación estrecha que mantuvo, hasta el final, con su papá, que murió en marzo de 2023. “Lo acompañé hasta el final”, dice conmovido.

–¿Qué recuerdos atesorás de tu papá? ¿Qué enseñanzas te dejó?

–Durante mis viajes a la Semana de Diseño de Milán, el Salón Internacional del Mueble que es una vidriera increíble, León siempre llegaba un día antes de la apertura. Era muy esperada esa llegada, cambiaba todo el planteo expositivo del stand, hacía devoluciones y aportes muy significativos. Fue mi gran mentor, sin dudas. Podría haber buscado en mí un sucesor para su empresa, pero, sin embargo, siempre me alentó e incentivó para emprender por mi cuenta. Eso fue clave para el arranque de Tienda FCH.

–Naciste entre muebles, objetos de decoración, planos de arquitectura. ¿Estaba marcado tu destino universitario en ese contexto?

–No tuve dudas cuando elegí la carrera de Diseño Industrial en la FADU-UBA porque ya venía muy empapado de estímulos. A pesar del apellido y la importancia de Gris Dimensión, en los tiempos de la universidad mi papá me decía: “no vengas a hacer lo mismo, fijate qué podés sumar”. Es cierto que cursé una universidad paralela, y antes de recibirme tuve la oportunidad de representar la marca de muebles de cocina Boffi y visitar la fábrica, en Italia. Pero en esa época las cocinas no gozaban de tanto prestigio a nivel diseño. Como quería producir al mismo tiempo que terminaba la carrera, armé con Mónica Melhem la unidad de negocios de objetos de Gris Dimensión. Sin León, rancho aparte.

–En un momento tus diseños empezaron a producirse en Europa, ¿cómo fue que insertaste licencias e hiciste pie en Italia, España y otros países?

–Mi primer desembarco fue por casualidad. Nunca tuve la decisión consciente de desarrollar intercambios con licencias en el extranjero. Cuando apliqué para participar en el SaloneSatellite –la sección sub 35 de diseñadores de todo el planeta que forma parte del Salone de Milán–, no dimensioné lo que estaba haciendo. Ese momento de 2010 me lo acuerdo perfecto: hablando con el equipo les mostraba un desarrollo que aparecía en la web del Salone, que me llevó directamente al formulario de inscripción. Seguí los pasos, adjunté tres productos y me olvidé del tema.

Entre esas tres piezas seleccionadas que pisaban tierra firme en Milán hace 15 años hubo una lámpara que iluminó el camino internacional: la Hanoi, sencilla y a la vez compleja, funcionó como un imán para los italianos de la firma Prandina que la empezaron a producir en su fábrica. Esa luz cálida e íntima que al año siguiente integró la Bienal Euroluce proponía una segunda lectura, la del gesto amable de quien se inclina ante otro. Fue su primera colaboración y aún encabeza el catálogo de Tienda fCH, en Paraná 1172, pleno corazón de Recoleta.

También sigue produciendo otros íconos que viajaron los años siguientes desarmados en la valija: las mesas bajas Pluvial, de aluminio, que juegan con los conceptos de cóncavo y convexo (y que produjo la firma sueca David Design), y la silla Horqueta, con sus líneas de hierro que se curvan y anudan en un dibujo continuo y fueron fabricadas en los Estados Unidos. Y hay más piezas 100 x 100 Federico Churba: las luminarias colgantes Punto y Coma, las bibliotecas Cerco y Chocolate, el sofá Paul y el escritorio Picnic. Un dream team de objetos contemporáneos que reinterpretan “los cruces y tensiones que nos rodean”.

–Un acto casi automático te llevó tres veces seguidas a esa plataforma de tendencias, cosechaste contactos, ganaste el premio Konex (2012) y tus muebles se empezaron a producir en Europa. ¿Qué pasó con ese impulso?

–Mostrarte en Milán, para un diseñador, es como tocar el cielo con las manos. Y, además, siempre me sentí muy acompañado y querido por Marva Griffin, la emblemática curadora y fundadora de este espacio para jóvenes que hace 25 años marca el pulso de las tendencias. Capaz por su origen latino (es venezolana) o porque entablamos un vínculo muy cariñoso desde el primer momento, Marva fue una gran madrina y me dio grandes consejos.

–¿Los aplicaste? ¿Te sirvieron?

–Yo pensaba en la romántica posibilidad de exportar la manufactura. Pero Marva fue muy contundente. Que no, que te venís con los prototipos a Milán y se los mostramos a la industria, me dijo. Fue muy sensata. Lo que terminó pasando es que coticé un par de envíos y mandé uno o dos a algún loco que se calentó. Pero resultó antiproductivo. Transportar mobiliario grande es caro y la logística, muy compleja. Entonces, esos contactos cosechados entre los pasillos de la feria de Milán fueron finalmente los que me sellaron el pasaporte a las licencias.

–¿Cuál fue el resultado de ese ímpetu exportador? ¿Cómo decidiste hacer el camino inverso y enfocarte en la producción local?

–Es que no soy una máquina de escupir proyectos. Soy un diseñador a cuentagotas. Tengo cajoneadas un montón de ideas. En cambio, las firmas europeas trabajan con otros tiempos, otros ritmos de planificación. Se revisan mucho los proyectos, se evalúan muchísimos factores. Entonces, llegó el punto de inflexión: el lanzamiento de los carros Lollipop (2017), un desarrollo resuelto a partir de discos de acero que se insertan en una estructura de madera de roble macizo. Las formas redondeadas, los juegos de escala y la paleta de color les dan un aspecto súper lúdico.

–¿Le atribuís a estos carros-mesitas de apoyo tu decisión? ¿Toda una metáfora las ruedas enormes, no?

–Claro, porque di vuelta atrás. Los lancé en la Argentina. Fue el momento en que me cayó la ficha y entendí que el punto central, el core de mi movida, estaba acá. Comprendí también que esos intentos y acercamientos que se dieron con firmas europeas aportaron muchísimo a la generación de la marca y su impronta, pero a nivel local. Porque lo que pasa acá, a diferencia de afuera, es que hay marcas de muebles, no estudios de diseño. Y eso se veía en los stands que armaba. Había que explicar: “Tengo una compañía, fabrico y desarrollo piezas nuevas”. Esa cuota emprendedora detrás del estudio de diseño es, de algún modo, el ejemplo de lo que mamamos de las empresas italianas, del viejo sueño del fundador que llamó a un designer, como Alessi que hacía calderas y un día fabricó una pava diseñada por el icónico arquitecto Aldo Rossi.

–¿Tu participación en Perfectos Dragones y La Feliz funcionó como precalentamiento para la apertura de tu estudio en 2008?

–Sí, primero fue el estudio y después la tienda fCH, que abrí en 2012, y representa el tercer emprendimiento. Formé parte de la firma de accesorios Perfectos Dragones apenas recibido en la FADU-UBA en Diseño Industrial, en 2001, junto a mi hermana Leticia y a Mara Zuckermann y Débora Hirsch. Y con Patricio Lix Klett armamos el estudio de diseño La Feliz. Incorporé muchísimo conocimiento. Hasta que estuve listo para despegar por mi cuenta, con las herramientas adquiridas, con la formación del designer maker que se ocupa de explotar los proyectos y ponerlos en marcha.

–Los primeros pasos, entonces, los diste posefervescencia del 2001, en la etapa de la salida de la convertibilidad.

–Claro, en esa época licenciar productos no constituía una unidad de negocios que rindiera. Quizás hubiera requerido otra estrategia, como vivir en un avión viajando de feria en feria por todo el mundo, planificando reuniones a miles de kilómetros de distancia.

–Hoy estás enfocado en el mercado local, una apuesta fuerte.

–Acá funciona lo de acá, por eso no tengo tanto interés en fomentar colaboraciones afuera, que lleva muchísima energía. Yo tuve en mente a las marcas gordas, no me interesaba cualquiera. Y para eso hay que tener paciencia. Ahora prefiero tener mis productos en mi marca, volver al planteo original de lo que es fCH, una firma que atiende con mucha atención al mercado local, con un compromiso fuerte con el diseño, la calidad, la manufactura y el nivel de sofisticación, cada vez mejor.

–¿Cuál es el foco de tus desarrollos?

–El foco hoy está puesto en el desarrollo exhaustivo para replicar las piezas de manera artesanal y en forma seriada. Se trata de grandes desarrollos en dispositivos de fabricación que requieren un pensamiento casi tan creativo como el diseño mismo de producto. Nosotros apostamos a la tecnología artesanal, es decir, nuestro trabajo es readaptar situaciones en el taller para producir. Atacar una cultura de trabajo muy establecida es una tarea en sí misma. Por los oficios, la idiosincrasia de los talleres, los operarios. Yo disfruto viendo las máquinas funcionar, hablando con la gente, viendo la manera de crear dispositivos para cambiar formas de hacer.

–El tan ponderado rebusque argentino…

–Exacto, nuestra dinámica de trabajo, las herramientas, la creatividad. Es algo único que mientras tuve intercambios en Europa me di cuenta de la importancia. No lo podían creer. Quedaban fascinados y copiaban los moldes con sus máquinas. Lo loco es que para nosotros esos chiches tan nuestros son la condición para que un proyecto salga a la luz. A los europeos, esta mentalidad les rompe los esquemas. No necesitan nuestro ingenio, tan relevante para nuestros emprendimientos.

–¿Cómo es la ruta del diseño en tu estudio? ¿Cuántas personas están involucradas en la creación y producción?

–En el taller realizamos el ensamble de las piezas que llega por distintas vías, todas complejas. Por un lado, se selecciona la materia prima para comprar, con estándares altos de exigencia en cuanto a la calidad del material. El siguiente paso es su traslado a los distintos talleres, son alrededor de 40 entre carpinteros, especialistas en enchapados, ebanistas, torneros, tapiceros. Además, los talleres donde se trabajan los metales, se pliegan chapas o se realizan cortes láser. Fabricamos hasta el cable tejido para las lámparas, hasta esos insumos eléctricos también los customizamos. Acá (por el taller de Núñez) somos 20 personas.

–¿Notás que crece el proyecto?

–El crecimiento es medido. Estudiamos las métricas, que nos dan el detalle concreto de lo que funciona, o lo que falta. Les pido todo el tiempo a los diseñadores del estudio que sean críticos sobre el catálogo. Que planteen las fortalezas y sugieran ideas, que comparen, que vean en qué estamos atrasados. El cruce de datos duros se articula, y mucho, con la intuición.

–¿Qué atributos requiere un diseñador para trabajar en tu estudio?

–En principio, sensibilidad. Además, profesionalismo para documentar con precisión, que sea una persona que promueva la fluidez en los vínculos y el entendimiento. Somos 20 personas haciendo empresa, desde la gente de ventas, los arquitectos e interioristas, los diseñadores. El abordaje multidisciplinario desde la formación en diseño es el que te da la mirada para solucionar problemas.

–¿Por qué no tenés oficina propia? ¿Es parte de tu marca personal?

–Nunca tuve. Como jefe soy un tipo abierto, mi concepción sobre la empresa es horizontal. En ese sentido, le doy prioridad a los objetivos, no al reloj que cuenta las horas. Por eso los espacios de trabajo también son abiertos. Todos los que trabajamos acá somos personas atravesadas por la vida y sus circunstancias. Por eso hay puestos que requieren presencialidad, pero otros no. Mucha flexibilidad, esa es la clave. Ya dejé de ser un joven diseñador. Hoy estoy dirigiendo una empresa que cuenta con distintas áreas. Mi trabajo aporta valor desde el diseño, pero lo operativo es sentarme con los distintos sectores a buscar y acordar soluciones.

–Una búsqueda permanente de consenso…

–Es muy poderosa esa dinámica. Por un lado está mi mirada y el convencimiento, que se enriquece muchísimo cuando se generan estrategias de consenso. Acá se discute todo. Así es más rico el resultado, se implementan mejor las decisiones, hay menos resistencia.

–¿Quiénes son tus clientes?

–En su gran mayoría arquitectos, interioristas, desarrolladores de edificios o complejos de oficinas. Y también clientes que quieren renovar sus propias viviendas. Muchas veces accionamos proyectos para las obras.

–En la última edición de Tendencia Arenales armaste una propuesta multisensorial y disruptiva, donde presentaste los bancos Lazo y el sofá Estero con una instalación sonora, que fue uno de los hitos del festival urbano que saca el arte y el diseño a la calle. ¿Cómo fue esa búsqueda creativa?

–La intervención se llamó Resonancias cotidianas. Veníamos de una gran apuesta cuando en mayo, para La Noche del Diseño transformamos la planta alta en una pasarela con un desfile increíble de Tramando, que se instaló en la tienda hasta su cierre, hace unos días. Para mí fue un placer que Martín (Churba, su primo, diseñador textil, emprendedor) desplegara todo su potencial. En octubre convocamos a Javier Bustos, performer y compositor, para componer paisajes sonoros a partir de la nueva línea de equipamiento. La instalación exploró la relación entre un objeto cotidiano y una experiencia cuya búsqueda estuvo orientada a desplazar los bancos y sorprenderse por las vibraciones sonoras. Fue algo distinto: con tensores y micrófonos, Bustos logró cablear los bancos para deslizarlos a un lado y al otro del local, en una intervención experimental que también contó con una instalación vegetal que invitó al público a descubrir otros modos de escucha, a desafiar las fronteras entre el arte, la música y la activación performática.

–¿Cómo viviste el cierre de Tramando?

–Con Martín somos muy unidos, estuvimos y estamos juntos. Y además somos vecinos, compartimos el espíritu emprendedor. Él está bien, entero, pero se sintió muy sopapeado. Es un valiente, además de súper creativo. Me entristece que una marca de diseño emblemática como Tramando tenga que pasar por esa situación.

–El apellido Churba está muy ligado al diseño argentino, un ADN con mucha potencia que arranca por Alberto, referente indiscutible de la escena artística local. ¿Pesa?

–Alberto Churba, mi tío abuelo, fue el pilar clave, nivel prócer. ¡Le debemos mucho! Él está divino, lúcido y activo a sus 92 años. Tiene una vitalidad increíble. Mi hermana Leticia hace unas piezas increíbles en cerámica, le pone mucha pasión. Mi hermano Blas, hijo de Mónica Melhem, es arquitecto. Cuando se anotó en Administración de Empresas todos dijimos ¡al fin! Duró una semana. Por suerte, porque sus proyectos son increíbles. Se come al mundo. Mi mamá, Bety Siskind, es arquitecta; Natalio, el papá de Martín, se dedica a emprendimientos inmobiliarios. Mi tía Grace, hermana de mi papá, es arquitecta también y hace unas alfombras tejidas en telar espectaculares. En la familia, además, hay carpinteros y ebanistas. Hay un ADN, es innegable, tenemos el gen de empezar proyectos, de emprender. Los Churba somos muy unidos, nos compartimos datos únicos. De comida, de arte, de la vida.

–¿Te gusta cocinar o más bien sos de disfrutar de la comida?

–Ambas. Cocino mucho, en casa nos encanta, somos de comer rico, entonces hay que aprender a cocinar. Hay un libro familiar que pasó de generación en generación. Son las recetas de Olga, la gran cocinera de los hermanos Churba. Alberto se lo editó, con dibujos y las recetas diseñadas. Es una biblia que nos acompaña en todo momento. Yo lo tengo digitalizado, con copia de seguridad, por las dudas. Una o dos cenas a la semana, por lo menos, salen de ese libro. Hasta mi hija más chiquita, la de 6 años, se engancha.

–¿Cuánta curiosidad arrastrás de tu infancia?

–De chico me mandaba todas las cagadas del mundo. Amaba desarmar todo. Como fui hijo de padres divorciados, tengo la teoría de que, por culpa, recibía regalos muy lindos. Por ejemplo, recuerdo un tocadiscos hermoso de la marca Fisher Price. Lo desarmé íntegro: los tornillos, las resistencias. Todo. Me gustaba ver cómo eran las cosas por dentro. Abrir y mirar me fascinaba.

–¿Cómo te llevás con la tecnología? ¿Diseñás con programas o con lápiz y papel?

–Mis herramientas son cuadernos, lápices y biromes para bocetar en papel. Modelo muy poco en la computadora. Las chicas del estudio son más ágiles, yo no soy tan bueno. Hace relativamente poco que consumo redes sociales y me vuelvo loco con el algoritmo. Mi marca empezó en paralelo a Facebook, aceptaba miles de solicitudes, pero no sabía ni quiénes eran esas personas. Eso me alejó. No entro en la dinámica del día a día porque terminás entregándole tu tiempo al algoritmo.

–¿Te preocupa que tus hijas de 13 y 15 años se peguen a las pantallas?

–No tengo una mirada apocalítpica sobre la tecnología, depende bastante de las etapas. Siento con las chicas que estoy haciendo otra vez la secundaria, cursé 1er y 3er año de vuelta. Pero ahora, las herramientas son una locura. El campus del colegio, el acceso a la información desde distintas plataformas. El uso es increíble. Pero ahora, si veo a alguna de mis hijas todo el fin de semana con el teléfono y encerrada, bueno, ahí se enciende una alarma. No está bueno.

–¿La inteligencia artificial cuestiona o pone en jaque el trabajo del diseñador?

–Pone en jaque a todos. Para nosotros, los diseñadores, es cuestión de semanas. De todas maneras, no veo que el futuro sea negro. La creatividad y la búsqueda, la sensibilidad, la mirada, el respeto por la calidad y los materiales… Dudo que todo eso se pueda resolver con la IA.

De una rueda que lo llevó a rodar el camino de vuelta a casa al desarrollo de dispositivos que son auténticas usinas creativas de objetos: los artefactos impecables de Federico Churba asumen una misión. Además de ser bellos, mejoran las nuevas formas de habitar. La observación, la deconstrucción conceptual de los objetos y la obsesión serial por los detalles son su marca registrada.

El jefe sin oficina es también un heredero sin corona. Federico Churba (48), referente del diseño de mobiliario argentino, tiene peso propio aunque sabe lo que representa su apellido en la escena creativa local. Hijo de, sobrino de, primo y hermano de: Los Churba se llama el grupo de Whatsapp que nuclea a 20 familiares, pero se queda corto. La tercera generación aún no está incorporada. Cada día falta menos. Cumpleaños y novedades, intercambio de datos, recetas, planes y puesta al día.

“El chat está siempre activo, somos re familieros”, dice Federico en un bar de Núñez, a metros del estudio-taller donde se diseñan líneas de equipamiento exquisitas, cuyas terminaciones cosechan aplausos en las ferias de diseño más relevantes del planeta. Las sillas, luminarias, mesas y sillones que llevan el sello fCH, sus iniciales, son sinónimo de calidad, fronteras adentro y afuera.

En la usina productiva de Núñez los sectores están catalogados, los materiales apilados en bateas rotuladas, no se ven piezas sueltas. Cada cosa en su lugar. Todo brilla. “¿Obsesivo por el orden yo?”, se autopregunta Churba con una sonrisa cómplice.

En modo guía turística va y viene por el galpón enorme, una suerte de contenedor del paso a paso, las etapas y procesos de piezas de mobiliario únicas. Antes de transformarse en un quirófano de ensamblaje, el lugar fue el depósito de Gris Dimensión, la firma que representa marcas europeas fundada por su papá, el reconocido arquitecto León Churba, y de la que participó en modo pasante. Hacer pie en su negocio le llevó cierto equilibrio, por más legado y ADN que siempre fluyó entre ellos.

“Llorábamos juntos nuestras penas, uno le lloraba al otro las dificultades del negocio. Mi viejo siempre fue mi mayor crítico, eran muy viscerales nuestros intercambios. Revisaba todo y me ponía alerta, no lo hacía para lastimar, lo hacía para cuidarme. Fue mi gran mentor, muy severo y para nada condescendiente”, repasa Federico sobre la relación estrecha que mantuvo, hasta el final, con su papá, que murió en marzo de 2023. “Lo acompañé hasta el final”, dice conmovido.

–¿Qué recuerdos atesorás de tu papá? ¿Qué enseñanzas te dejó?

–Durante mis viajes a la Semana de Diseño de Milán, el Salón Internacional del Mueble que es una vidriera increíble, León siempre llegaba un día antes de la apertura. Era muy esperada esa llegada, cambiaba todo el planteo expositivo del stand, hacía devoluciones y aportes muy significativos. Fue mi gran mentor, sin dudas. Podría haber buscado en mí un sucesor para su empresa, pero, sin embargo, siempre me alentó e incentivó para emprender por mi cuenta. Eso fue clave para el arranque de Tienda FCH.

–Naciste entre muebles, objetos de decoración, planos de arquitectura. ¿Estaba marcado tu destino universitario en ese contexto?

–No tuve dudas cuando elegí la carrera de Diseño Industrial en la FADU-UBA porque ya venía muy empapado de estímulos. A pesar del apellido y la importancia de Gris Dimensión, en los tiempos de la universidad mi papá me decía: “no vengas a hacer lo mismo, fijate qué podés sumar”. Es cierto que cursé una universidad paralela, y antes de recibirme tuve la oportunidad de representar la marca de muebles de cocina Boffi y visitar la fábrica, en Italia. Pero en esa época las cocinas no gozaban de tanto prestigio a nivel diseño. Como quería producir al mismo tiempo que terminaba la carrera, armé con Mónica Melhem la unidad de negocios de objetos de Gris Dimensión. Sin León, rancho aparte.

–En un momento tus diseños empezaron a producirse en Europa, ¿cómo fue que insertaste licencias e hiciste pie en Italia, España y otros países?

–Mi primer desembarco fue por casualidad. Nunca tuve la decisión consciente de desarrollar intercambios con licencias en el extranjero. Cuando apliqué para participar en el SaloneSatellite –la sección sub 35 de diseñadores de todo el planeta que forma parte del Salone de Milán–, no dimensioné lo que estaba haciendo. Ese momento de 2010 me lo acuerdo perfecto: hablando con el equipo les mostraba un desarrollo que aparecía en la web del Salone, que me llevó directamente al formulario de inscripción. Seguí los pasos, adjunté tres productos y me olvidé del tema.

Entre esas tres piezas seleccionadas que pisaban tierra firme en Milán hace 15 años hubo una lámpara que iluminó el camino internacional: la Hanoi, sencilla y a la vez compleja, funcionó como un imán para los italianos de la firma Prandina que la empezaron a producir en su fábrica. Esa luz cálida e íntima que al año siguiente integró la Bienal Euroluce proponía una segunda lectura, la del gesto amable de quien se inclina ante otro. Fue su primera colaboración y aún encabeza el catálogo de Tienda fCH, en Paraná 1172, pleno corazón de Recoleta.

También sigue produciendo otros íconos que viajaron los años siguientes desarmados en la valija: las mesas bajas Pluvial, de aluminio, que juegan con los conceptos de cóncavo y convexo (y que produjo la firma sueca David Design), y la silla Horqueta, con sus líneas de hierro que se curvan y anudan en un dibujo continuo y fueron fabricadas en los Estados Unidos. Y hay más piezas 100 x 100 Federico Churba: las luminarias colgantes Punto y Coma, las bibliotecas Cerco y Chocolate, el sofá Paul y el escritorio Picnic. Un dream team de objetos contemporáneos que reinterpretan “los cruces y tensiones que nos rodean”.

–Un acto casi automático te llevó tres veces seguidas a esa plataforma de tendencias, cosechaste contactos, ganaste el premio Konex (2012) y tus muebles se empezaron a producir en Europa. ¿Qué pasó con ese impulso?

–Mostrarte en Milán, para un diseñador, es como tocar el cielo con las manos. Y, además, siempre me sentí muy acompañado y querido por Marva Griffin, la emblemática curadora y fundadora de este espacio para jóvenes que hace 25 años marca el pulso de las tendencias. Capaz por su origen latino (es venezolana) o porque entablamos un vínculo muy cariñoso desde el primer momento, Marva fue una gran madrina y me dio grandes consejos.

–¿Los aplicaste? ¿Te sirvieron?

–Yo pensaba en la romántica posibilidad de exportar la manufactura. Pero Marva fue muy contundente. Que no, que te venís con los prototipos a Milán y se los mostramos a la industria, me dijo. Fue muy sensata. Lo que terminó pasando es que coticé un par de envíos y mandé uno o dos a algún loco que se calentó. Pero resultó antiproductivo. Transportar mobiliario grande es caro y la logística, muy compleja. Entonces, esos contactos cosechados entre los pasillos de la feria de Milán fueron finalmente los que me sellaron el pasaporte a las licencias.

–¿Cuál fue el resultado de ese ímpetu exportador? ¿Cómo decidiste hacer el camino inverso y enfocarte en la producción local?

–Es que no soy una máquina de escupir proyectos. Soy un diseñador a cuentagotas. Tengo cajoneadas un montón de ideas. En cambio, las firmas europeas trabajan con otros tiempos, otros ritmos de planificación. Se revisan mucho los proyectos, se evalúan muchísimos factores. Entonces, llegó el punto de inflexión: el lanzamiento de los carros Lollipop (2017), un desarrollo resuelto a partir de discos de acero que se insertan en una estructura de madera de roble macizo. Las formas redondeadas, los juegos de escala y la paleta de color les dan un aspecto súper lúdico.

–¿Le atribuís a estos carros-mesitas de apoyo tu decisión? ¿Toda una metáfora las ruedas enormes, no?

–Claro, porque di vuelta atrás. Los lancé en la Argentina. Fue el momento en que me cayó la ficha y entendí que el punto central, el core de mi movida, estaba acá. Comprendí también que esos intentos y acercamientos que se dieron con firmas europeas aportaron muchísimo a la generación de la marca y su impronta, pero a nivel local. Porque lo que pasa acá, a diferencia de afuera, es que hay marcas de muebles, no estudios de diseño. Y eso se veía en los stands que armaba. Había que explicar: “Tengo una compañía, fabrico y desarrollo piezas nuevas”. Esa cuota emprendedora detrás del estudio de diseño es, de algún modo, el ejemplo de lo que mamamos de las empresas italianas, del viejo sueño del fundador que llamó a un designer, como Alessi que hacía calderas y un día fabricó una pava diseñada por el icónico arquitecto Aldo Rossi.

–¿Tu participación en Perfectos Dragones y La Feliz funcionó como precalentamiento para la apertura de tu estudio en 2008?

–Sí, primero fue el estudio y después la tienda fCH, que abrí en 2012, y representa el tercer emprendimiento. Formé parte de la firma de accesorios Perfectos Dragones apenas recibido en la FADU-UBA en Diseño Industrial, en 2001, junto a mi hermana Leticia y a Mara Zuckermann y Débora Hirsch. Y con Patricio Lix Klett armamos el estudio de diseño La Feliz. Incorporé muchísimo conocimiento. Hasta que estuve listo para despegar por mi cuenta, con las herramientas adquiridas, con la formación del designer maker que se ocupa de explotar los proyectos y ponerlos en marcha.

–Los primeros pasos, entonces, los diste posefervescencia del 2001, en la etapa de la salida de la convertibilidad.

–Claro, en esa época licenciar productos no constituía una unidad de negocios que rindiera. Quizás hubiera requerido otra estrategia, como vivir en un avión viajando de feria en feria por todo el mundo, planificando reuniones a miles de kilómetros de distancia.

–Hoy estás enfocado en el mercado local, una apuesta fuerte.

–Acá funciona lo de acá, por eso no tengo tanto interés en fomentar colaboraciones afuera, que lleva muchísima energía. Yo tuve en mente a las marcas gordas, no me interesaba cualquiera. Y para eso hay que tener paciencia. Ahora prefiero tener mis productos en mi marca, volver al planteo original de lo que es fCH, una firma que atiende con mucha atención al mercado local, con un compromiso fuerte con el diseño, la calidad, la manufactura y el nivel de sofisticación, cada vez mejor.

–¿Cuál es el foco de tus desarrollos?

–El foco hoy está puesto en el desarrollo exhaustivo para replicar las piezas de manera artesanal y en forma seriada. Se trata de grandes desarrollos en dispositivos de fabricación que requieren un pensamiento casi tan creativo como el diseño mismo de producto. Nosotros apostamos a la tecnología artesanal, es decir, nuestro trabajo es readaptar situaciones en el taller para producir. Atacar una cultura de trabajo muy establecida es una tarea en sí misma. Por los oficios, la idiosincrasia de los talleres, los operarios. Yo disfruto viendo las máquinas funcionar, hablando con la gente, viendo la manera de crear dispositivos para cambiar formas de hacer.

–El tan ponderado rebusque argentino…

–Exacto, nuestra dinámica de trabajo, las herramientas, la creatividad. Es algo único que mientras tuve intercambios en Europa me di cuenta de la importancia. No lo podían creer. Quedaban fascinados y copiaban los moldes con sus máquinas. Lo loco es que para nosotros esos chiches tan nuestros son la condición para que un proyecto salga a la luz. A los europeos, esta mentalidad les rompe los esquemas. No necesitan nuestro ingenio, tan relevante para nuestros emprendimientos.

–¿Cómo es la ruta del diseño en tu estudio? ¿Cuántas personas están involucradas en la creación y producción?

–En el taller realizamos el ensamble de las piezas que llega por distintas vías, todas complejas. Por un lado, se selecciona la materia prima para comprar, con estándares altos de exigencia en cuanto a la calidad del material. El siguiente paso es su traslado a los distintos talleres, son alrededor de 40 entre carpinteros, especialistas en enchapados, ebanistas, torneros, tapiceros. Además, los talleres donde se trabajan los metales, se pliegan chapas o se realizan cortes láser. Fabricamos hasta el cable tejido para las lámparas, hasta esos insumos eléctricos también los customizamos. Acá (por el taller de Núñez) somos 20 personas.

–¿Notás que crece el proyecto?

–El crecimiento es medido. Estudiamos las métricas, que nos dan el detalle concreto de lo que funciona, o lo que falta. Les pido todo el tiempo a los diseñadores del estudio que sean críticos sobre el catálogo. Que planteen las fortalezas y sugieran ideas, que comparen, que vean en qué estamos atrasados. El cruce de datos duros se articula, y mucho, con la intuición.

–¿Qué atributos requiere un diseñador para trabajar en tu estudio?

–En principio, sensibilidad. Además, profesionalismo para documentar con precisión, que sea una persona que promueva la fluidez en los vínculos y el entendimiento. Somos 20 personas haciendo empresa, desde la gente de ventas, los arquitectos e interioristas, los diseñadores. El abordaje multidisciplinario desde la formación en diseño es el que te da la mirada para solucionar problemas.

–¿Por qué no tenés oficina propia? ¿Es parte de tu marca personal?

–Nunca tuve. Como jefe soy un tipo abierto, mi concepción sobre la empresa es horizontal. En ese sentido, le doy prioridad a los objetivos, no al reloj que cuenta las horas. Por eso los espacios de trabajo también son abiertos. Todos los que trabajamos acá somos personas atravesadas por la vida y sus circunstancias. Por eso hay puestos que requieren presencialidad, pero otros no. Mucha flexibilidad, esa es la clave. Ya dejé de ser un joven diseñador. Hoy estoy dirigiendo una empresa que cuenta con distintas áreas. Mi trabajo aporta valor desde el diseño, pero lo operativo es sentarme con los distintos sectores a buscar y acordar soluciones.

–Una búsqueda permanente de consenso…

–Es muy poderosa esa dinámica. Por un lado está mi mirada y el convencimiento, que se enriquece muchísimo cuando se generan estrategias de consenso. Acá se discute todo. Así es más rico el resultado, se implementan mejor las decisiones, hay menos resistencia.

–¿Quiénes son tus clientes?

–En su gran mayoría arquitectos, interioristas, desarrolladores de edificios o complejos de oficinas. Y también clientes que quieren renovar sus propias viviendas. Muchas veces accionamos proyectos para las obras.

–En la última edición de Tendencia Arenales armaste una propuesta multisensorial y disruptiva, donde presentaste los bancos Lazo y el sofá Estero con una instalación sonora, que fue uno de los hitos del festival urbano que saca el arte y el diseño a la calle. ¿Cómo fue esa búsqueda creativa?

–La intervención se llamó Resonancias cotidianas. Veníamos de una gran apuesta cuando en mayo, para La Noche del Diseño transformamos la planta alta en una pasarela con un desfile increíble de Tramando, que se instaló en la tienda hasta su cierre, hace unos días. Para mí fue un placer que Martín (Churba, su primo, diseñador textil, emprendedor) desplegara todo su potencial. En octubre convocamos a Javier Bustos, performer y compositor, para componer paisajes sonoros a partir de la nueva línea de equipamiento. La instalación exploró la relación entre un objeto cotidiano y una experiencia cuya búsqueda estuvo orientada a desplazar los bancos y sorprenderse por las vibraciones sonoras. Fue algo distinto: con tensores y micrófonos, Bustos logró cablear los bancos para deslizarlos a un lado y al otro del local, en una intervención experimental que también contó con una instalación vegetal que invitó al público a descubrir otros modos de escucha, a desafiar las fronteras entre el arte, la música y la activación performática.

–¿Cómo viviste el cierre de Tramando?

–Con Martín somos muy unidos, estuvimos y estamos juntos. Y además somos vecinos, compartimos el espíritu emprendedor. Él está bien, entero, pero se sintió muy sopapeado. Es un valiente, además de súper creativo. Me entristece que una marca de diseño emblemática como Tramando tenga que pasar por esa situación.

–El apellido Churba está muy ligado al diseño argentino, un ADN con mucha potencia que arranca por Alberto, referente indiscutible de la escena artística local. ¿Pesa?

–Alberto Churba, mi tío abuelo, fue el pilar clave, nivel prócer. ¡Le debemos mucho! Él está divino, lúcido y activo a sus 92 años. Tiene una vitalidad increíble. Mi hermana Leticia hace unas piezas increíbles en cerámica, le pone mucha pasión. Mi hermano Blas, hijo de Mónica Melhem, es arquitecto. Cuando se anotó en Administración de Empresas todos dijimos ¡al fin! Duró una semana. Por suerte, porque sus proyectos son increíbles. Se come al mundo. Mi mamá, Bety Siskind, es arquitecta; Natalio, el papá de Martín, se dedica a emprendimientos inmobiliarios. Mi tía Grace, hermana de mi papá, es arquitecta también y hace unas alfombras tejidas en telar espectaculares. En la familia, además, hay carpinteros y ebanistas. Hay un ADN, es innegable, tenemos el gen de empezar proyectos, de emprender. Los Churba somos muy unidos, nos compartimos datos únicos. De comida, de arte, de la vida.

–¿Te gusta cocinar o más bien sos de disfrutar de la comida?

–Ambas. Cocino mucho, en casa nos encanta, somos de comer rico, entonces hay que aprender a cocinar. Hay un libro familiar que pasó de generación en generación. Son las recetas de Olga, la gran cocinera de los hermanos Churba. Alberto se lo editó, con dibujos y las recetas diseñadas. Es una biblia que nos acompaña en todo momento. Yo lo tengo digitalizado, con copia de seguridad, por las dudas. Una o dos cenas a la semana, por lo menos, salen de ese libro. Hasta mi hija más chiquita, la de 6 años, se engancha.

–¿Cuánta curiosidad arrastrás de tu infancia?

–De chico me mandaba todas las cagadas del mundo. Amaba desarmar todo. Como fui hijo de padres divorciados, tengo la teoría de que, por culpa, recibía regalos muy lindos. Por ejemplo, recuerdo un tocadiscos hermoso de la marca Fisher Price. Lo desarmé íntegro: los tornillos, las resistencias. Todo. Me gustaba ver cómo eran las cosas por dentro. Abrir y mirar me fascinaba.

–¿Cómo te llevás con la tecnología? ¿Diseñás con programas o con lápiz y papel?

–Mis herramientas son cuadernos, lápices y biromes para bocetar en papel. Modelo muy poco en la computadora. Las chicas del estudio son más ágiles, yo no soy tan bueno. Hace relativamente poco que consumo redes sociales y me vuelvo loco con el algoritmo. Mi marca empezó en paralelo a Facebook, aceptaba miles de solicitudes, pero no sabía ni quiénes eran esas personas. Eso me alejó. No entro en la dinámica del día a día porque terminás entregándole tu tiempo al algoritmo.

–¿Te preocupa que tus hijas de 13 y 15 años se peguen a las pantallas?

–No tengo una mirada apocalítpica sobre la tecnología, depende bastante de las etapas. Siento con las chicas que estoy haciendo otra vez la secundaria, cursé 1er y 3er año de vuelta. Pero ahora, las herramientas son una locura. El campus del colegio, el acceso a la información desde distintas plataformas. El uso es increíble. Pero ahora, si veo a alguna de mis hijas todo el fin de semana con el teléfono y encerrada, bueno, ahí se enciende una alarma. No está bueno.

–¿La inteligencia artificial cuestiona o pone en jaque el trabajo del diseñador?

–Pone en jaque a todos. Para nosotros, los diseñadores, es cuestión de semanas. De todas maneras, no veo que el futuro sea negro. La creatividad y la búsqueda, la sensibilidad, la mirada, el respeto por la calidad y los materiales… Dudo que todo eso se pueda resolver con la IA.

De una rueda que lo llevó a rodar el camino de vuelta a casa al desarrollo de dispositivos que son auténticas usinas creativas de objetos: los artefactos impecables de Federico Churba asumen una misión. Además de ser bellos, mejoran las nuevas formas de habitar. La observación, la deconstrucción conceptual de los objetos y la obsesión serial por los detalles son su marca registrada.

 El diseñador industrial Federico Churba habla del trayecto de su mobiliario y objetos contemporáneos, de Europa a la Argentina  Read More