Cómo se remonta una crisis de credibilidad

Si Donald Trump fuera el primer ministro de Gran Bretaña, Israel o Japón estaría más que preocupado por el impacto que, sobre su población, está produciendo su política comercial externa. Porque, en los últimos países mencionados, su mandato puede terminar en cualquier momento si recibe del Parlamento un voto de no confianza o de censura.

Estados Unidos, como Brasil y la Argentina, tienen regímenes político institucionales presidencialistas. Para que Trump no presida su país hasta el 20 de enero de 2029 es necesario asesinarlo, que se infarte, renuncie o le hagan juicio político; escenarios muy poco probables para basar en ellos la toma de decisiones.

Por consiguiente, la pregunta que se hace cualquier decisor es la siguiente: los vaivenes con los cuales está llevando adelante la reforma del comercio internacional, con su implicancia sobre los precios de las acciones y los títulos públicos de su país, y nada menos que el PBI del mundo, lo obligarán a cambiar la forma con la cual encara la política económica. Porque, como aprendí hace mucho tiempo, las cosas nunca terminan mal, sino que “algo pasa”. Y, pensando en ese algo, hay gente en el mundo alejándose de los dólares y acercándose a los euros, al oro, etc., porque los encuentran mejores “entradas” para poder subir al Arca de Noé.

Guillermo Calvo coloca la cuestión de la credibilidad en la acción de los gobiernos por parte de la población en un lugar importante para conjeturar los probables resultados de cualquier política económica. Lo pensó originalmente frente a las fallidas reformas comerciales y financieras implementadas en varios países de América Latina, a fines de la década de 1970-comienzos de la de 1980, pero la relevancia del principio planteado es creciente y, lamentablemente, en 2025 no se circunscribe a los países económicamente menos desarrollados, sino principalmente al denominado Gran País del Norte.

Es un error subestimar el problema generado por el presidente Trump, que no sólo se refiere al estilo sino también a la sustancia. Pero también es un error pensar que el mundo estallará en pedazos. Por eso, error tipo I, error tipo II, hay que adoptar las decisiones en base a que, finalmente, el presidente de Estados Unidos, aunque trabajosamente, le encontrará alguna vuelta. Total, si no la encuentra, y el mundo deja de existir, ¿para qué queremos tener activos?

Si Donald Trump fuera el primer ministro de Gran Bretaña, Israel o Japón estaría más que preocupado por el impacto que, sobre su población, está produciendo su política comercial externa. Porque, en los últimos países mencionados, su mandato puede terminar en cualquier momento si recibe del Parlamento un voto de no confianza o de censura.

Estados Unidos, como Brasil y la Argentina, tienen regímenes político institucionales presidencialistas. Para que Trump no presida su país hasta el 20 de enero de 2029 es necesario asesinarlo, que se infarte, renuncie o le hagan juicio político; escenarios muy poco probables para basar en ellos la toma de decisiones.

Por consiguiente, la pregunta que se hace cualquier decisor es la siguiente: los vaivenes con los cuales está llevando adelante la reforma del comercio internacional, con su implicancia sobre los precios de las acciones y los títulos públicos de su país, y nada menos que el PBI del mundo, lo obligarán a cambiar la forma con la cual encara la política económica. Porque, como aprendí hace mucho tiempo, las cosas nunca terminan mal, sino que “algo pasa”. Y, pensando en ese algo, hay gente en el mundo alejándose de los dólares y acercándose a los euros, al oro, etc., porque los encuentran mejores “entradas” para poder subir al Arca de Noé.

Guillermo Calvo coloca la cuestión de la credibilidad en la acción de los gobiernos por parte de la población en un lugar importante para conjeturar los probables resultados de cualquier política económica. Lo pensó originalmente frente a las fallidas reformas comerciales y financieras implementadas en varios países de América Latina, a fines de la década de 1970-comienzos de la de 1980, pero la relevancia del principio planteado es creciente y, lamentablemente, en 2025 no se circunscribe a los países económicamente menos desarrollados, sino principalmente al denominado Gran País del Norte.

Es un error subestimar el problema generado por el presidente Trump, que no sólo se refiere al estilo sino también a la sustancia. Pero también es un error pensar que el mundo estallará en pedazos. Por eso, error tipo I, error tipo II, hay que adoptar las decisiones en base a que, finalmente, el presidente de Estados Unidos, aunque trabajosamente, le encontrará alguna vuelta. Total, si no la encuentra, y el mundo deja de existir, ¿para qué queremos tener activos?

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