Leves desfasajes de patrones rítmicos. Conducción de voces paralelas. Minimalismo entendido desde la visión rockera. Composiciones no escritas que parece salidas de un pentagrama. Secuencias de la música pop que en los ochenta querían sonar industriales; algo new wave en la actitud sonora (también de aquellos años). Virtuosismo instrumental sobre el escenario, una legión extasiada de feligreses de la música compleja en plateas y campo y, como frutilla de postre, Charly García (the one and only) sentado en las primeras filas, también fascinado por el concierto.
Si hubiera que resumirla en un párrafo, esa sería, con pocas palabras, la descripción de la actuación que el grupo Beat dio anteanoche en el Movistar Arena. ¿Y qué es Beat? Una especie de banda tributo a King Crimson.
Y si alguno llegó hasta aquí por casualidad, seguramente convenga aclarar que King Crimson es una invención del músico inglés Robert Fripp. Nació a finales de los sesenta y tuvo varias pausas, proceso, capítulos, configuraciones instrumentales y búsquedas estéticas.
Hace unos años, uno de sus ex integrantes, el guitarrista Adrian Belew, llamó a Robert Fripp para preguntarle si quería hacer una gira con la música que Crimson habían grabado durante la década del ochenta. Es decir, tres discos: Discipline (1981), Beat (1982) y Three of a Perfect Pair (1984). Como (a veces) entre guitarristas se entienden, respondió que no podía porque estaba ocupado en otras cuestiones pero le daba vía libre para encarar ese proyecto y, tiempo después, la bendición al resto de los músicos que Belew había convocado: Tony Levin (un bajista que ha grabado varios discos con King Crimson y ha hecho varias giras con esta banda), Steve Vai (guitarrista que tomaría, de algún modo, el lugar de Fripp, aunque su estilo nada tenga que ver con el del flemático inglés) y el baterista Danny Carey de la decana banda angelina Tool (en los ochenta, fue Bill Bruford quien grabó los parches de esas canciones para los tres discos de Crimson).
Chochos con el llamado de Adrian y la bendición de Robert, se pusieron a ensayar como Beat, nombre que el propio Fripp había sugerido. Y fue así como en 2024 comenzaron esta gira que anoche pasó por el Movistar Arena.
“Hola”. Eso fue lo único que Belew atinó a decir cuando ya por los oídos del público habían pasado la distopía de “Neurótica” y la historia de “Neal and Jack and Me”. Enseguida se enganchó “Heartbeat”, una de las pocas de este repertorio que tiene forma de canción clásica y que en la complexión vocal se acerca a ciertos temas de Talking Heads. También sucede, aunque en menor medida, con otros, como “Dig me”.
Los matices fueron sacados a relucir, a medida que el concierto avanzaba. Los arabescos de “Sartori in Tangier”. Esa especie de estética andersoniana (de Laurie Anderson y su Home of The Brave), que resulta “Model Man”. Más tarde, “Industry”, una delicada elaboración a dos guitarras sintetizadas, con el tipo de percusión industrial, el synte bass y escenas armónicas que fueron de los videojuegos (sí, de los 80) hasta las películas de viajes interestelares.
Y entre todo eso, las individualidades. Los dedos de Tony Levin, que son como tentáculos sobre el stick. La velocidad innata de Steve Vai, que fue combinada con los ostinati propios de la obra de Fripp; los patterns de Carey que tuvieron tanto de propia cosecha como de esos sonidos metálicos que abrevaron en la sonoridad de aquellos tres discos de Crimpson. Y, sobre todo, los cantos de sirena de Belew o sus sonidos de flautista de Hamelín, no porque conduzcan al oyente hacia algún tipo de trampa sino por su capacidad para el encantamiento.
En esta historia a Belew y a Levin les tocó representarse a sí mismos, porque fueron quienes en los ochenta grabaron estos álbumes. En cambio, al resto de sus socios el proyecto Beat los comprometió a encarar personajes que condensaran su propio estilo con el de quienes estuvieron detrás de aquellas composiciones. Carey es absolutamente versátil e implacable. Vai muestra su estilo expansivo y, al mismo tiempo, se mete en el universo Fripp.
Como ejemplo vale “Larks’ Tongues in Aspic (Part III)” con un Vai absolutamente compenetrado en los intervalos frippeanos, y los riff rockeros más potentes, aunque nunca rudimentarios. Acostumbrado a ser líder cumplió muy bien su rol de músico de banda, más allá del histrionismo, vestido con un ambo de amplio pantalón pinzado con raya al medio y saco de generosas hombreras (entre The Mask y Miami Vice).
“¿Cómo están ahí afuera?, lanzó Belew, ya en el último tramo del show. Y se disculpó ante los que no sabían que el intervalo sería de 20 minutos. Apenas unos pocos entendieron su gesto, cuando indicó solo con las manos que sería ese tiempo de pausa.
Al regreso, al repertorio fue hacia los temas que dan más lugar al desempeño solista, especialmente para el lucimiento de los guitarristas. El set alterno entre esa dinámica virtuosística, el tema lento de la noche (“Matte Kudasai”) y el poderosísimo “Elephant Talk”, impulsado por el motor que Levin tiene en su stick, mientras la imagen del elefante que dominaba la pantalla central, durante todo el concierto, parecía tomar mayor protagonismo (para los entendidos en el metier Crimson).
El climax llegó con “Tres de un par perfecto” (“Three of a Perfect Pair”), y con Belew raspando las cuerdas de su guitarra con un atornillador eléctrico (de esos que se usan para la construcción) y luego el demoledor “Indiscipline”. Los bises (“Red” y “Thela Hun Ginjeet”) no estuvieron fuera de programa sino de época, porque el grupo también echo mano a discos de la década del setenta para cerrar un show que los fans acompañaron con una larga ovación final.
Leves desfasajes de patrones rítmicos. Conducción de voces paralelas. Minimalismo entendido desde la visión rockera. Composiciones no escritas que parece salidas de un pentagrama. Secuencias de la música pop que en los ochenta querían sonar industriales; algo new wave en la actitud sonora (también de aquellos años). Virtuosismo instrumental sobre el escenario, una legión extasiada de feligreses de la música compleja en plateas y campo y, como frutilla de postre, Charly García (the one and only) sentado en las primeras filas, también fascinado por el concierto.
Si hubiera que resumirla en un párrafo, esa sería, con pocas palabras, la descripción de la actuación que el grupo Beat dio anteanoche en el Movistar Arena. ¿Y qué es Beat? Una especie de banda tributo a King Crimson.
Y si alguno llegó hasta aquí por casualidad, seguramente convenga aclarar que King Crimson es una invención del músico inglés Robert Fripp. Nació a finales de los sesenta y tuvo varias pausas, proceso, capítulos, configuraciones instrumentales y búsquedas estéticas.
Hace unos años, uno de sus ex integrantes, el guitarrista Adrian Belew, llamó a Robert Fripp para preguntarle si quería hacer una gira con la música que Crimson habían grabado durante la década del ochenta. Es decir, tres discos: Discipline (1981), Beat (1982) y Three of a Perfect Pair (1984). Como (a veces) entre guitarristas se entienden, respondió que no podía porque estaba ocupado en otras cuestiones pero le daba vía libre para encarar ese proyecto y, tiempo después, la bendición al resto de los músicos que Belew había convocado: Tony Levin (un bajista que ha grabado varios discos con King Crimson y ha hecho varias giras con esta banda), Steve Vai (guitarrista que tomaría, de algún modo, el lugar de Fripp, aunque su estilo nada tenga que ver con el del flemático inglés) y el baterista Danny Carey de la decana banda angelina Tool (en los ochenta, fue Bill Bruford quien grabó los parches de esas canciones para los tres discos de Crimson).
Chochos con el llamado de Adrian y la bendición de Robert, se pusieron a ensayar como Beat, nombre que el propio Fripp había sugerido. Y fue así como en 2024 comenzaron esta gira que anoche pasó por el Movistar Arena.
“Hola”. Eso fue lo único que Belew atinó a decir cuando ya por los oídos del público habían pasado la distopía de “Neurótica” y la historia de “Neal and Jack and Me”. Enseguida se enganchó “Heartbeat”, una de las pocas de este repertorio que tiene forma de canción clásica y que en la complexión vocal se acerca a ciertos temas de Talking Heads. También sucede, aunque en menor medida, con otros, como “Dig me”.
Los matices fueron sacados a relucir, a medida que el concierto avanzaba. Los arabescos de “Sartori in Tangier”. Esa especie de estética andersoniana (de Laurie Anderson y su Home of The Brave), que resulta “Model Man”. Más tarde, “Industry”, una delicada elaboración a dos guitarras sintetizadas, con el tipo de percusión industrial, el synte bass y escenas armónicas que fueron de los videojuegos (sí, de los 80) hasta las películas de viajes interestelares.
Y entre todo eso, las individualidades. Los dedos de Tony Levin, que son como tentáculos sobre el stick. La velocidad innata de Steve Vai, que fue combinada con los ostinati propios de la obra de Fripp; los patterns de Carey que tuvieron tanto de propia cosecha como de esos sonidos metálicos que abrevaron en la sonoridad de aquellos tres discos de Crimpson. Y, sobre todo, los cantos de sirena de Belew o sus sonidos de flautista de Hamelín, no porque conduzcan al oyente hacia algún tipo de trampa sino por su capacidad para el encantamiento.
En esta historia a Belew y a Levin les tocó representarse a sí mismos, porque fueron quienes en los ochenta grabaron estos álbumes. En cambio, al resto de sus socios el proyecto Beat los comprometió a encarar personajes que condensaran su propio estilo con el de quienes estuvieron detrás de aquellas composiciones. Carey es absolutamente versátil e implacable. Vai muestra su estilo expansivo y, al mismo tiempo, se mete en el universo Fripp.
Como ejemplo vale “Larks’ Tongues in Aspic (Part III)” con un Vai absolutamente compenetrado en los intervalos frippeanos, y los riff rockeros más potentes, aunque nunca rudimentarios. Acostumbrado a ser líder cumplió muy bien su rol de músico de banda, más allá del histrionismo, vestido con un ambo de amplio pantalón pinzado con raya al medio y saco de generosas hombreras (entre The Mask y Miami Vice).
“¿Cómo están ahí afuera?, lanzó Belew, ya en el último tramo del show. Y se disculpó ante los que no sabían que el intervalo sería de 20 minutos. Apenas unos pocos entendieron su gesto, cuando indicó solo con las manos que sería ese tiempo de pausa.
Al regreso, al repertorio fue hacia los temas que dan más lugar al desempeño solista, especialmente para el lucimiento de los guitarristas. El set alterno entre esa dinámica virtuosística, el tema lento de la noche (“Matte Kudasai”) y el poderosísimo “Elephant Talk”, impulsado por el motor que Levin tiene en su stick, mientras la imagen del elefante que dominaba la pantalla central, durante todo el concierto, parecía tomar mayor protagonismo (para los entendidos en el metier Crimson).
El climax llegó con “Tres de un par perfecto” (“Three of a Perfect Pair”), y con Belew raspando las cuerdas de su guitarra con un atornillador eléctrico (de esos que se usan para la construcción) y luego el demoledor “Indiscipline”. Los bises (“Red” y “Thela Hun Ginjeet”) no estuvieron fuera de programa sino de época, porque el grupo también echo mano a discos de la década del setenta para cerrar un show que los fans acompañaron con una larga ovación final.
La banda se presentó en el Movistar Arena, con un tributo a la gran invención de Robert Fripp Read More