Podría haber sido un buen argumento para una novela negra. En el vagón de un tren en el que viajan varias personas, de pronto se corta la luz, alguien muere misteriosamente en la oscuridad y todos pasan a ser sospechosos. El ambiente queda enrarecido por dos preguntas: ¿quién fue?, ¿quién sabía lo que iba a ocurrir y ocultó el plan durante todo el recorrido?
En la sesión del Senado del miércoles, que selló la suerte del proyecto de ficha limpia, se vivió un clima similar. Todos habían hecho las cuentas y entendían que la iniciativa tenía los votos suficientes para ser aprobada. En el recinto nadie parecía conocer lo que iba a suceder al final de la sesión. ¿O simulaban no saber? La respuesta estaba afuera del Congreso.
El jefe de bloque libertario, Ezequiel Atauche, el encargado de reunir los votos en nombre del Gobierno, había planificado un festejo y una conferencia de prensa posterior para henchir el pecho. Al momento de votar preparó su celular para la selfie triunfante que nunca llegó.
El peronismo se quejó amargamente en cada discurso por la proscripción a Cristina Kirchner. El rostro de lamento de la cuñada Alicia era un reflejo del suplicio. El referente de la bancada, José Mayans, tras claudicar en sus gestiones, reportó al Instituto Patria que no había más nada por hacer.
Y los dos senadores que después serían hallados con la pistola humeante en sus manos, Carlos Arce y Sonia Rojas Decut, habían jurado hasta el inicio de la sesión que acompañarían la sanción. Atauche se había reunido especialmente el día anterior con Arce para certificar su postura en privado y recibió una garantía absoluta.
Pero unos diez minutos antes de la votación, algo cambio. Como si se hubiese cortado la luz en el vagón del tren. Al celular de Arce entró la llamada mortal del mandamás Carlos Rovira que los hizo cambiar el voto. Algunos lo percibieron en el mismo momento, porque sabían que en todas las sesiones los misioneros hablan con el cuartel central para chequear instrucciones.
Además, desde que los santacruceños habían confirmado su aval a la ley, eran los únicos sospechosos de traición. Cuando se encendió el tablero del recinto, el disparo ya se había producido: 36 a 35. ¿Quién les dio el arma a los dos senadores?, ¿quién sabía lo que iba a suceder y ocultó el plan?
La escena fue casi una réplica de lo que había ocurrido en noviembre pasado, en la última sesión ordinaria del año en la Cámara de Diputados. Ese día Silvia Lospennato había reclutado 131 votos a favor del proyecto, pero al momento de ir al recinto sólo lo hicieron 116. Pero esa vez el caso fue más sencillo de resolver porque todos los bloques defeccionaron, e incluso hubo ocho libertarios entre los que retacearon el quórum, algunos de los cuales después admitieron confidencialmente que los habían llamado de la Casa Rosada para que no bajaran a la sesión.
Ese día una parte del bloque de LLA ignoraba que algunos de sus compañeros habían recibido la indicación de no acompañar. Tras el escándalo que se generó, Javier Milei habló con Lospennato con la propuesta de modificar el proyecto y así el episodio quedó superado.
Por ese antecedente, el Gobierno quedó en la pesquisa como el principal sospechoso. Más allá de sus declaraciones en favor de la ley, nunca se sintió cómodo con ficha limpia y por eso mostró oscilaciones en todo el proceso. Pasó de decir en charlas reservadas que no era una prioridad para ellos, a denunciar después en público a la casta política por el fracaso del proyecto. Hoy critican a los que cuestionan su genuina voluntad de aprobarlo, pero no pueden evitar las suspicacias generadas por sus ambigüedades previas. Y ese es el problema mayor: se le complicó el control de la narrativa sobre ficha limpia, el terreno que mejor dominan.
Siempre hubo en el oficialismo un planteo conceptual de que no era conveniente intervenir judicialmente en la selección de candidatos porque genera una percepción de persecución y proscripción, que se agrava en el caso de una expresidenta. Esta mirada era compartida incluso por senadores de distintos bloques que votaron a favor pero que reconocían que apoyaban por la presión mediática y social.
Bajo una lógica pichettista los libertarios entienden que el Congreso tiene facultades para autolimitar su composición y que los jueces no son una garantía de fiabilidad si se les permite interferir electoralmente. Ponen como ejemplo lo que ocurrió en Brasil, en donde la detención de Lula Da Silva le permitió después un efecto resorte tras su liberación que le permitió arrastrar a Jair Bolsonaro. Por eso creen que a Cristina Kirchner hay que derrotarla en las urnas, no en los tribunales.
Es imposible no ver también detrás de este pensamiento la conveniencia política de la polarización, que es esgrimida con argumentos elaborados en la Casa Rosada. Santiago Caputo suele imaginar un escenario político en el cual Milei establezca una hegemonía sobre el espacio de la derecha (por eso es clave destronar a Pro), que confronte con una izquierda fragmentada.
Para ese fin, Cristina Kirchner es vital, porque obtura el surgimiento de nuevos liderazgos y mantiene al peronismo disperso. Esto no quiere decir que haya pruebas de la intervención oficial, pero sí se vio que la escalada del tema los desencuadró y los forzó a explicar más allá de lo conveniente.
El Gobierno tiene otro problema en su esfuerzo por imponer su relato sobre este episodio: el prontuario de Rovira. Desde que perdió su famosa batalla por la reelección con el obispo Joaquín Piña, el jefe de Misiones se convirtió en el administrador del poder local, a partir de un alineamiento con todos los gobiernos nacionales.
“Él es siempre oficialista. No tiene la culpa de que después cambien los habitantes de la Casa Rosada”, ironizó un ácido operador del peronismo. Por eso la hipótesis de que el cambio de votos se trató de un gesto autónomo o de un pase de factura alentado por el peronismo para perjudicar al Gobierno luce poco consistente.
El mensaje que Rovira explicitó en la reunión del jueves en Posadas frente a los principales referentes de su partido fue un recordatorio de ese vínculo, aunque con un ligero aroma a mafia tropical. Nunca desmintió haber dicho ahí que hizo cambiar el voto de sus senadores por un pedido de Milei. El Gobierno se enfureció, habló de operaciones, pero no lo mandó a la hoguera de las redes, a pesar de la profunda incomodidad que causó el recado.
Rovira estableció un pacto electoral con la gestión Milei, basado en una convivencia electoral pacífica en su territorio. LLA no lo hostiga, y él acompaña las políticas oficiales. En los últimos tiempos convirtió su plástico Frente Renovador en un blend peronista-libertario, que incluso llegó a incorporar referentes violetas.
Pero hay un atenuante atendible en la línea de investigación que apunta al Gobierno, a partir de que claramente fue el más perjudicado por el episodio. Manchó su bandera anticorrupción y pagó un costo a diez días de la elección porteña. “¿Explicame cómo pudimos haber sido nosotros los que torcimos la votación si somos los que más perdimos con el episodio?”, razonaba un senador libertario.
Y allí resaltan que fue el macrismo el que apuró el trámite parlamentario para obtener un rédito electoral en la ciudad, cuando aún no estaban asegurados todos los votos para aprobarla. En todo caso es cierto que terminaron regalándole varios puntos de rating a la conferencia de prensa de Lospennato, en un momento en el que intentaba acortar la brecha con Adorni.
En el Gobierno reconocen que puede haber una transferencia de votos a Pro por ficha limpia, pero creen que no será determinante. Lo que sí es seguro es que la relación con el macrismo ha quedado irremediablemente descarrilada. El cruce entre Milei y Macri ya desbarrancó en las acusaciones por falta de transparencia. Es la fase terminal de la disputa entre ellos, que ratifica que la administración de la pelea porteña fue inmanejable para una dupla que se cargó de desconfianzas. Sólo basta ver cómo los dos bajaron abiertamente a la campaña porteña con sus candidatos en el sidecar.
Más incomprobables son las hipótesis de una entente libertaria-kirchnerista, basado en un supuesto interés de Milei en preservar a su hermana Karina de la investigación parlamentaria por el caso $LIBRA, o incluso en la presunta reapertura de conversaciones para ampliar la Corte Suprema (remarcan un proyecto que presentó esta semana el aliado Juan Carlos Romero para extenderla a siete miembros) y ordenar los nombramientos pendientes de los jueces. Como siempre en estos temas judiciales, no hay constancias fehacientes, sólo indicios.
Pero más allá del laberinto de las responsabilidades políticas, hay una lectura más básica, más social, que interpretó el fracaso de ficha limpia como un nuevo gesto de la “casta” para evitar mecanismos de mayor transparencia. A ese mensaje apeló reiterativamente Milei, como un modo de reafirmar que él no está en el mismo barco que el resto de la dirigencia. Intuyó algo.
La novedad silenciosa
Todo el episodio ocurrió en un momento particularmente sensible de la relación entre un sector amplio de la sociedad y la dirigencia, un vínculo que habrá que seguir con extrema atención en el desarrollo del año electoral porque hay indicios de que se está produciendo una novedad muy silenciosa, pero también muy profunda.
En 2023 la gente transmitía un estado de desánimo y desinterés que reflejaba la frustración de que la Argentina no encontrara el rumbo después de 40 años de democracia. Esa sensación generalizada había germinado desde la pandemia y llegaba al momento de la votación manifestada en la vocación de un cambio, no de gobierno, sino de época. Fue la demanda más profunda de un replanteo estructural desde la crisis de 2001.
De ese contexto surgió Milei como el inesperado vector que catalizó el humor social. Después de deambular entre el kirchnerismo y el macrismo, la gente encontró en el exótico líder libertario una diagonal para salir de la encrucijada. Así se resolvió la ecuación electoral, pero no agotó la demanda social, que sigue vigente hasta hoy.
¿Y cuál es la novedad entonces? Hay algunos indicios dispersos de que para un sector de la sociedad Milei solo ya no alcanza para revitalizar la esperanza y el interés en las prestaciones del sistema democrático. Para los militantes fieles es el mesías infalible, pero para la mayoría de sus votantes menos ideologizados tiene un sentido instrumental destinado a estabilizar la economía, bajar la inflación y mejorar el poder adquisitivo. Rige una lógica meramente transaccional, que está bajo observación constante.
Y la elección en territorio porteño está actuando como un laboratorio experimental. “Lo habíamos visto en Santa Fe y en otras provincias, pero en la ciudad es mucho más nítido el desinterés y la desconexión de la gente con la agenda de la política y de las elecciones, porque siempre fue un electorado más atento y más ávido. Están todos los medios, todos los candidatos, Macri y hasta el Presidente hablando de eso, pero no logran generar interés. Hace un mes el 35% nos decía que tenía ninguna o pocas ganas de ir a votar; ahora ese dato subió a 45%. Un tercio nos dijo que no sabía que se votaba en mayo y dos tercios que desconocía que este año deberá votar dos veces. Entonces creo que acá hay algo más profundo que simple apatía. Hay una nueva desconexión de la gente con la dirigencia, a pesar del cambio que representó Milei”. La reflexión, medular, pertenece a Federico Aurelio, director de Aresco.
Probablemente muchos de esos insatisfechos vayan a votar igual el próximo domingo, e incluso lo hagan por los libertarios. Pero las urnas de la ciudad, así como las de las cuatro provincias que votan hoy, pueden dejar un mensaje mucho más sofisticado que la mera distribución de bancas en las legislaturas.
Todos descuentan una baja concurrencia, aunque eso sería sólo una expresión superficial de otro proceso que sigue su curso subterráneo y que exhibe a un sector de la sociedad ausente frente al espectáculo de la política, con un sentido de ajenidad riesgosa. Como si en las urnas no se definiera demasiado. Más dispuesto a la autogestión de sus problemas que a la solución colectiva.
Milei es el único que hasta hoy mantuvo la llave de la reconexión social a través de los logros económicos, pero ¿qué ocurriría si empieza a resultar insuficiente, si el Milei outsider exhibe un agotamiento? El resto de las fuerzas políticas ofrece una orfandad de propuestas alternativas llamativa y sólo emite señales de dispersión.
El ciudadano común sólo mira su metro cuadrado y su corto plazo y le exige a Milei que bajen los precios y suban los salarios. Por otro lado hay actores del alto poder que tienen menos urgencia y la mirada de mayor alcance, que elogian el plan económico del Presidente, pero se preocupan por las fragilidades del sistema político y la tentación de Milei para embarcarse en peleas en apariencia inconducentes.
El tema surgió recurrentemente en las últimas semanas en encuentros empresariales, diplomáticos y de referentes de los mercados. ¿Por qué Milei, con un programa económico que logró varios de los objetivos que se propuso, no logra convencer definitivamente al establishment de la sustentabilidad de su proyecto?
Muchos se preguntan por qué se embarcó en la escalada más intensa y duradera de agresiones tras la salida del cepo y el acuerdo con el FMI, dos hitos que le permitieron recuperar la centralidad positiva. Otros no terminan de entender por qué LLA no hace un acuerdo con Pro y busca ampliar su base política con otros aliados. Apelan a un razonamiento clásico.
Probablemente le estén pidiendo a Milei que sea quien no es, que actúe como lo harían otros. El Presidente entiende que debe conservar su identidad diferencial, su espíritu antisistema, aunque después deba recurrir al pragmatismo. Es su razón de ser, lo que lo llevó a ser presidente; el día que se diluya ese capital político, se terminó el hechizo. Es el modo en el que entiende que puede ganar en octubre, ampliar su poder y abandonar el estigma de su debilidad legislativa.
Después comenzará una nueva etapa, donde requerirá de otro ropaje si quiere avanzar con sus reformas de fondo y graduarse de gran presidente. Deberá leer inteligentemente el resultado de una elección compleja e interpretar los mensajes solapados que la sociedad expresa cuando vota. De eso dependerá su éxito.
Podría haber sido un buen argumento para una novela negra. En el vagón de un tren en el que viajan varias personas, de pronto se corta la luz, alguien muere misteriosamente en la oscuridad y todos pasan a ser sospechosos. El ambiente queda enrarecido por dos preguntas: ¿quién fue?, ¿quién sabía lo que iba a ocurrir y ocultó el plan durante todo el recorrido?
En la sesión del Senado del miércoles, que selló la suerte del proyecto de ficha limpia, se vivió un clima similar. Todos habían hecho las cuentas y entendían que la iniciativa tenía los votos suficientes para ser aprobada. En el recinto nadie parecía conocer lo que iba a suceder al final de la sesión. ¿O simulaban no saber? La respuesta estaba afuera del Congreso.
El jefe de bloque libertario, Ezequiel Atauche, el encargado de reunir los votos en nombre del Gobierno, había planificado un festejo y una conferencia de prensa posterior para henchir el pecho. Al momento de votar preparó su celular para la selfie triunfante que nunca llegó.
El peronismo se quejó amargamente en cada discurso por la proscripción a Cristina Kirchner. El rostro de lamento de la cuñada Alicia era un reflejo del suplicio. El referente de la bancada, José Mayans, tras claudicar en sus gestiones, reportó al Instituto Patria que no había más nada por hacer.
Y los dos senadores que después serían hallados con la pistola humeante en sus manos, Carlos Arce y Sonia Rojas Decut, habían jurado hasta el inicio de la sesión que acompañarían la sanción. Atauche se había reunido especialmente el día anterior con Arce para certificar su postura en privado y recibió una garantía absoluta.
Pero unos diez minutos antes de la votación, algo cambio. Como si se hubiese cortado la luz en el vagón del tren. Al celular de Arce entró la llamada mortal del mandamás Carlos Rovira que los hizo cambiar el voto. Algunos lo percibieron en el mismo momento, porque sabían que en todas las sesiones los misioneros hablan con el cuartel central para chequear instrucciones.
Además, desde que los santacruceños habían confirmado su aval a la ley, eran los únicos sospechosos de traición. Cuando se encendió el tablero del recinto, el disparo ya se había producido: 36 a 35. ¿Quién les dio el arma a los dos senadores?, ¿quién sabía lo que iba a suceder y ocultó el plan?
La escena fue casi una réplica de lo que había ocurrido en noviembre pasado, en la última sesión ordinaria del año en la Cámara de Diputados. Ese día Silvia Lospennato había reclutado 131 votos a favor del proyecto, pero al momento de ir al recinto sólo lo hicieron 116. Pero esa vez el caso fue más sencillo de resolver porque todos los bloques defeccionaron, e incluso hubo ocho libertarios entre los que retacearon el quórum, algunos de los cuales después admitieron confidencialmente que los habían llamado de la Casa Rosada para que no bajaran a la sesión.
Ese día una parte del bloque de LLA ignoraba que algunos de sus compañeros habían recibido la indicación de no acompañar. Tras el escándalo que se generó, Javier Milei habló con Lospennato con la propuesta de modificar el proyecto y así el episodio quedó superado.
Por ese antecedente, el Gobierno quedó en la pesquisa como el principal sospechoso. Más allá de sus declaraciones en favor de la ley, nunca se sintió cómodo con ficha limpia y por eso mostró oscilaciones en todo el proceso. Pasó de decir en charlas reservadas que no era una prioridad para ellos, a denunciar después en público a la casta política por el fracaso del proyecto. Hoy critican a los que cuestionan su genuina voluntad de aprobarlo, pero no pueden evitar las suspicacias generadas por sus ambigüedades previas. Y ese es el problema mayor: se le complicó el control de la narrativa sobre ficha limpia, el terreno que mejor dominan.
Siempre hubo en el oficialismo un planteo conceptual de que no era conveniente intervenir judicialmente en la selección de candidatos porque genera una percepción de persecución y proscripción, que se agrava en el caso de una expresidenta. Esta mirada era compartida incluso por senadores de distintos bloques que votaron a favor pero que reconocían que apoyaban por la presión mediática y social.
Bajo una lógica pichettista los libertarios entienden que el Congreso tiene facultades para autolimitar su composición y que los jueces no son una garantía de fiabilidad si se les permite interferir electoralmente. Ponen como ejemplo lo que ocurrió en Brasil, en donde la detención de Lula Da Silva le permitió después un efecto resorte tras su liberación que le permitió arrastrar a Jair Bolsonaro. Por eso creen que a Cristina Kirchner hay que derrotarla en las urnas, no en los tribunales.
Es imposible no ver también detrás de este pensamiento la conveniencia política de la polarización, que es esgrimida con argumentos elaborados en la Casa Rosada. Santiago Caputo suele imaginar un escenario político en el cual Milei establezca una hegemonía sobre el espacio de la derecha (por eso es clave destronar a Pro), que confronte con una izquierda fragmentada.
Para ese fin, Cristina Kirchner es vital, porque obtura el surgimiento de nuevos liderazgos y mantiene al peronismo disperso. Esto no quiere decir que haya pruebas de la intervención oficial, pero sí se vio que la escalada del tema los desencuadró y los forzó a explicar más allá de lo conveniente.
El Gobierno tiene otro problema en su esfuerzo por imponer su relato sobre este episodio: el prontuario de Rovira. Desde que perdió su famosa batalla por la reelección con el obispo Joaquín Piña, el jefe de Misiones se convirtió en el administrador del poder local, a partir de un alineamiento con todos los gobiernos nacionales.
“Él es siempre oficialista. No tiene la culpa de que después cambien los habitantes de la Casa Rosada”, ironizó un ácido operador del peronismo. Por eso la hipótesis de que el cambio de votos se trató de un gesto autónomo o de un pase de factura alentado por el peronismo para perjudicar al Gobierno luce poco consistente.
El mensaje que Rovira explicitó en la reunión del jueves en Posadas frente a los principales referentes de su partido fue un recordatorio de ese vínculo, aunque con un ligero aroma a mafia tropical. Nunca desmintió haber dicho ahí que hizo cambiar el voto de sus senadores por un pedido de Milei. El Gobierno se enfureció, habló de operaciones, pero no lo mandó a la hoguera de las redes, a pesar de la profunda incomodidad que causó el recado.
Rovira estableció un pacto electoral con la gestión Milei, basado en una convivencia electoral pacífica en su territorio. LLA no lo hostiga, y él acompaña las políticas oficiales. En los últimos tiempos convirtió su plástico Frente Renovador en un blend peronista-libertario, que incluso llegó a incorporar referentes violetas.
Pero hay un atenuante atendible en la línea de investigación que apunta al Gobierno, a partir de que claramente fue el más perjudicado por el episodio. Manchó su bandera anticorrupción y pagó un costo a diez días de la elección porteña. “¿Explicame cómo pudimos haber sido nosotros los que torcimos la votación si somos los que más perdimos con el episodio?”, razonaba un senador libertario.
Y allí resaltan que fue el macrismo el que apuró el trámite parlamentario para obtener un rédito electoral en la ciudad, cuando aún no estaban asegurados todos los votos para aprobarla. En todo caso es cierto que terminaron regalándole varios puntos de rating a la conferencia de prensa de Lospennato, en un momento en el que intentaba acortar la brecha con Adorni.
En el Gobierno reconocen que puede haber una transferencia de votos a Pro por ficha limpia, pero creen que no será determinante. Lo que sí es seguro es que la relación con el macrismo ha quedado irremediablemente descarrilada. El cruce entre Milei y Macri ya desbarrancó en las acusaciones por falta de transparencia. Es la fase terminal de la disputa entre ellos, que ratifica que la administración de la pelea porteña fue inmanejable para una dupla que se cargó de desconfianzas. Sólo basta ver cómo los dos bajaron abiertamente a la campaña porteña con sus candidatos en el sidecar.
Más incomprobables son las hipótesis de una entente libertaria-kirchnerista, basado en un supuesto interés de Milei en preservar a su hermana Karina de la investigación parlamentaria por el caso $LIBRA, o incluso en la presunta reapertura de conversaciones para ampliar la Corte Suprema (remarcan un proyecto que presentó esta semana el aliado Juan Carlos Romero para extenderla a siete miembros) y ordenar los nombramientos pendientes de los jueces. Como siempre en estos temas judiciales, no hay constancias fehacientes, sólo indicios.
Pero más allá del laberinto de las responsabilidades políticas, hay una lectura más básica, más social, que interpretó el fracaso de ficha limpia como un nuevo gesto de la “casta” para evitar mecanismos de mayor transparencia. A ese mensaje apeló reiterativamente Milei, como un modo de reafirmar que él no está en el mismo barco que el resto de la dirigencia. Intuyó algo.
La novedad silenciosa
Todo el episodio ocurrió en un momento particularmente sensible de la relación entre un sector amplio de la sociedad y la dirigencia, un vínculo que habrá que seguir con extrema atención en el desarrollo del año electoral porque hay indicios de que se está produciendo una novedad muy silenciosa, pero también muy profunda.
En 2023 la gente transmitía un estado de desánimo y desinterés que reflejaba la frustración de que la Argentina no encontrara el rumbo después de 40 años de democracia. Esa sensación generalizada había germinado desde la pandemia y llegaba al momento de la votación manifestada en la vocación de un cambio, no de gobierno, sino de época. Fue la demanda más profunda de un replanteo estructural desde la crisis de 2001.
De ese contexto surgió Milei como el inesperado vector que catalizó el humor social. Después de deambular entre el kirchnerismo y el macrismo, la gente encontró en el exótico líder libertario una diagonal para salir de la encrucijada. Así se resolvió la ecuación electoral, pero no agotó la demanda social, que sigue vigente hasta hoy.
¿Y cuál es la novedad entonces? Hay algunos indicios dispersos de que para un sector de la sociedad Milei solo ya no alcanza para revitalizar la esperanza y el interés en las prestaciones del sistema democrático. Para los militantes fieles es el mesías infalible, pero para la mayoría de sus votantes menos ideologizados tiene un sentido instrumental destinado a estabilizar la economía, bajar la inflación y mejorar el poder adquisitivo. Rige una lógica meramente transaccional, que está bajo observación constante.
Y la elección en territorio porteño está actuando como un laboratorio experimental. “Lo habíamos visto en Santa Fe y en otras provincias, pero en la ciudad es mucho más nítido el desinterés y la desconexión de la gente con la agenda de la política y de las elecciones, porque siempre fue un electorado más atento y más ávido. Están todos los medios, todos los candidatos, Macri y hasta el Presidente hablando de eso, pero no logran generar interés. Hace un mes el 35% nos decía que tenía ninguna o pocas ganas de ir a votar; ahora ese dato subió a 45%. Un tercio nos dijo que no sabía que se votaba en mayo y dos tercios que desconocía que este año deberá votar dos veces. Entonces creo que acá hay algo más profundo que simple apatía. Hay una nueva desconexión de la gente con la dirigencia, a pesar del cambio que representó Milei”. La reflexión, medular, pertenece a Federico Aurelio, director de Aresco.
Probablemente muchos de esos insatisfechos vayan a votar igual el próximo domingo, e incluso lo hagan por los libertarios. Pero las urnas de la ciudad, así como las de las cuatro provincias que votan hoy, pueden dejar un mensaje mucho más sofisticado que la mera distribución de bancas en las legislaturas.
Todos descuentan una baja concurrencia, aunque eso sería sólo una expresión superficial de otro proceso que sigue su curso subterráneo y que exhibe a un sector de la sociedad ausente frente al espectáculo de la política, con un sentido de ajenidad riesgosa. Como si en las urnas no se definiera demasiado. Más dispuesto a la autogestión de sus problemas que a la solución colectiva.
Milei es el único que hasta hoy mantuvo la llave de la reconexión social a través de los logros económicos, pero ¿qué ocurriría si empieza a resultar insuficiente, si el Milei outsider exhibe un agotamiento? El resto de las fuerzas políticas ofrece una orfandad de propuestas alternativas llamativa y sólo emite señales de dispersión.
El ciudadano común sólo mira su metro cuadrado y su corto plazo y le exige a Milei que bajen los precios y suban los salarios. Por otro lado hay actores del alto poder que tienen menos urgencia y la mirada de mayor alcance, que elogian el plan económico del Presidente, pero se preocupan por las fragilidades del sistema político y la tentación de Milei para embarcarse en peleas en apariencia inconducentes.
El tema surgió recurrentemente en las últimas semanas en encuentros empresariales, diplomáticos y de referentes de los mercados. ¿Por qué Milei, con un programa económico que logró varios de los objetivos que se propuso, no logra convencer definitivamente al establishment de la sustentabilidad de su proyecto?
Muchos se preguntan por qué se embarcó en la escalada más intensa y duradera de agresiones tras la salida del cepo y el acuerdo con el FMI, dos hitos que le permitieron recuperar la centralidad positiva. Otros no terminan de entender por qué LLA no hace un acuerdo con Pro y busca ampliar su base política con otros aliados. Apelan a un razonamiento clásico.
Probablemente le estén pidiendo a Milei que sea quien no es, que actúe como lo harían otros. El Presidente entiende que debe conservar su identidad diferencial, su espíritu antisistema, aunque después deba recurrir al pragmatismo. Es su razón de ser, lo que lo llevó a ser presidente; el día que se diluya ese capital político, se terminó el hechizo. Es el modo en el que entiende que puede ganar en octubre, ampliar su poder y abandonar el estigma de su debilidad legislativa.
Después comenzará una nueva etapa, donde requerirá de otro ropaje si quiere avanzar con sus reformas de fondo y graduarse de gran presidente. Deberá leer inteligentemente el resultado de una elección compleja e interpretar los mensajes solapados que la sociedad expresa cuando vota. De eso dependerá su éxito.
El fracaso de ficha limpia se sumó a un progresivo distanciamiento social del juego político, un proceso que impacta en el clima electoral; esta vez la desconexión también puede salpicar al Presidente Read More