ROMA.- Ante los podersos de la tierra, 156 delegaciones de todo el mundo -el presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, el de Israel, Isaac Herzog, el vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, líderes de diversas religiones, cabezas coronadas entre las cuales la reina Máxima de Holanda-, y en un clima histórico y solemne, el papa León XIV asumió este domingo oficialmente su ministerio petrino con un urgente llamado a la unidad y al amor. No sólo en la Iglesia católica, sino en un mundo en llamas.
Dejó claro, además, que su función, como líder de los 1400 millones de católicos del mundo, es la “apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño
de las personas que le han sido confiadas; por el contrario, a él se le pide servir a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos”.
“Hermanos y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado”, dijo el primer Papa estadounidense, pero también peruano, en la homilía que pronunció después de haber recibido, en un rito solemne, los símbolos pontificios: el palio -la estola de lana de cordero símbolo del pastor de los pastores- y el anillo del pescador.
“En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres”, denunció. “Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo!”, exclamó ante 150.000 personas León XIV, papa nacido hace 69 años en Chicago, Estados Unidos, pero que pasó más de 20 años en Perú, como misionero agustino primero y luego, como obispo de Chiclayo.
En una jornada al principio de sol radiante que se fue luego nublando, en una Plaza de San Pedro colmada de fieles de todo el mundo, lo escuchaba atentamente, en primera fila, la presidenta de Perú, su país de adopción, Dina Boluarte. Su delegación estaba en posición privilegiada, al lado de la principal y más numerosa, de Italia, encabezada por el presidente Sergio Mattarella y la primera ministra, Giorgia Meloni. La delegación argentina, presidida por el presidente Javier Milei durante el funeral de Francisco, el 26 de abril, esta vez fue de menor nivel, encabezada por el canciller Gerardo Werthein y la ministra Sandra Pettovello.
“¡Acérquense a Cristo! ¡Reciban su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno. Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz”, insistió el flamante Papa en su sermón, desatando aplausos.
“Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo”, explicó, hablando en italiano con acento extraño, no estadounidense. “Hermanos, hermanas, ¡esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio. Con mi predecesor León XIII, hoy podemos preguntarnos: si esta caridad prevaleciera en el mundo, «¿no parece que acabaría por extinguirse bien pronto toda lucha allí donde ella entrara en vigor en la sociedad civil?»”, se preguntó, citando la encíclica Rerum Novarum de su predecesor homónimo, que puso las bases de la moderna doctrina social de la Iglesia. “Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad. Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros”, exhortó finalmente, de nuevo suscitando aplausos de aprobación.
Los ritos
En un día que en el que los cientos de miles de fieles que se acercaron a la Plaza de San Pedro debieron despertarse muy temprano y sortear ingentes medidas de seguridad -cortes de calles y detectores de metales-, León XIV antes de la ceremonia de inicio de pontificado tuvo su primer gran baño de masas con su primera salida en papamóvil, que duró más de veinte minutos. “¡Viva il Papa! ¡Leone, Leone! ¡USA! ¡USA!”, fueron los gritos de júbilo que surgieron de la Plaza, donde se veían banderas de todo el mundo, aunque, muchas rojas y blancas, del Perú. Entonces no sólo saludó levantando su brazo, sonriente, a quienes estaban en la Plaza, sino a todos aquellos que se encontraban en la via della Conciliazione, en medio de un clima de fiesta.
Primera salida en papamóvil de León XIV antes de la misa de inicio de pontificado
Clima de fiesta pic.twitter.com/3J6xJXLMGR
— Elisabetta Piqué (@bettapique) May 18, 2025
De acuerdo al rito solemne de inicio del ministerio petrino, después, acompañado por una procesión de cardenales, León XIV bajó a la tumba de San Pedro, en la Basílica vaticana, donde se detuvo en oración y donde se encontraban el palio y el anillo del pescador.
Junto a él estaban los Patriarcas de las Iglesias Orientales. En medio de bellísimos coros en latín y llevando la cruz pastoral de Juan Pablo II (que antes había pertenecido a Pablo VI y también utilizada por Francisco), luego volvió a subir y 200 cardenales lo escoltaron hasta la plaza. Allí, ante los podersoso de todo el mundo, en el curso de la celebración eucarística y después de la proclamación del Evangelio, tuvieron lugar los ritos específicos del inicio de pontificado: la imposición del palio de parte del cardenal protodiácono italiano, Mario Zenari, nuncio en Siria; la entrega del anillo del pescador de parte del cardenal filipino Luis Antonio Tagle (entonces Robert Francis Prevost se miró ese anillo); y la obediencia prestada al Santo Padre de parte de tres cardenales, en nombre de todos los demás. León XIV no ocultó entonces su emoción. Y hubo un estallido de aplausos en la Plaza al que el flamante Papa respondió sonriendo, agradecido.
En una misa en latín concelebrada por 200 cardenales y 750 obispos y sacerdotes, en su homilía, al margen de agradecer a todos los que llegaron a Roma para el inicio de su ministerio petrino, León XIV al principio mencionó a Francisco. Y a los momentos vividos desde su muerte, el 21 de abril pasado.
“En estos últimos días, hemos vivido un tiempo particularmente intenso. La muerte del papa Francisco ha llenado de tristeza nuestros corazones y, en esas horas difíciles, nos hemos sentido como esas multitudes que el Evangelio describe «como ovejas que no tienen pastor»”, admitió.
“Precisamente en el día de Pascua recibimos su última bendición y, a la luz de la resurrección, afrontamos ese momento con la certeza de que el Señor nunca abandona a su pueblo, lo reúne cuando está disperso y lo cuida «como un pastor a su rebaño»”, agregó, evocando la última aparición de Francisco en el domingo de Pascua, generando apalusos de la multitud.
León XIV habló después del rápido cónclave que lo eligió el 8 de mayo pasado. “Con este espíritu de fe, el Colegio de los cardenales se reunió para el cónclave; llegando con historias personales y caminos diferentes, hemos puesto en las manos de Dios el deseo de elegir al nuevo sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, un pastor capaz de custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de mirar más allá, para saber afrontar los interrogantes, las inquietudes y los desafíos de hoy”, repasó. “Acompañados por sus oraciones, hemos experimentado la obra del Espíritu Santo, que ha sabido armonizar los distintos instrumentos musicales, haciendo vibrar las cuerdas de nuestro corazón en una única melodía”, precisó.
Y, muy humilde, afirmó: “Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia”. “Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro. Nos lo narra ese pasaje del Evangelio que nos conduce al lago de Tiberíades, el mismo donde Jesús había comenzado la misión recibida del Padre: “pescar” a la humanidad para salvarla de las aguas del mal y de la muerte. Pasando por la orilla de ese lago, había llamado a Pedro y a los primeros discípulos a ser como Él “pescadores de hombres”; y ahora, después de la resurrección, les corresponde precisamente a ellos llevar adelante esta misión: no dejar de lanzar la red para sumergir la esperanza del Evangelio en las aguas del mundo; navegar en el mar de la vida para que todo
s puedan reunirse en el abrazo de Dios”, siguió.
“¿Cómo puede Pedro llevar a cabo esta tarea?”, se preguntó luego. “El Evangelio nos dice que es posible sólo porque ha experimentado en su propia vida el amor infinito e incondicional de Dios, incluso en la hora del fracaso y la negación”, explicó.
Y fue más allá: “el ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo”. Advirtió luego que “no se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús”. “Él —afirma el mismo apóstol Pedro— «es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular». Y si la piedra es Cristo, Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas; por el contrario, a él se le pide servir a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos”, subrayó. Y como ya hizo en los últimos días, citó a san Agustín: “Todos los que viven en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos son los que componen la Iglesia”.
ROMA.- Ante los podersos de la tierra, 156 delegaciones de todo el mundo -el presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, el de Israel, Isaac Herzog, el vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, líderes de diversas religiones, cabezas coronadas entre las cuales la reina Máxima de Holanda-, y en un clima histórico y solemne, el papa León XIV asumió este domingo oficialmente su ministerio petrino con un urgente llamado a la unidad y al amor. No sólo en la Iglesia católica, sino en un mundo en llamas.
Dejó claro, además, que su función, como líder de los 1400 millones de católicos del mundo, es la “apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño
de las personas que le han sido confiadas; por el contrario, a él se le pide servir a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos”.
“Hermanos y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado”, dijo el primer Papa estadounidense, pero también peruano, en la homilía que pronunció después de haber recibido, en un rito solemne, los símbolos pontificios: el palio -la estola de lana de cordero símbolo del pastor de los pastores- y el anillo del pescador.
“En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres”, denunció. “Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo!”, exclamó ante 150.000 personas León XIV, papa nacido hace 69 años en Chicago, Estados Unidos, pero que pasó más de 20 años en Perú, como misionero agustino primero y luego, como obispo de Chiclayo.
En una jornada al principio de sol radiante que se fue luego nublando, en una Plaza de San Pedro colmada de fieles de todo el mundo, lo escuchaba atentamente, en primera fila, la presidenta de Perú, su país de adopción, Dina Boluarte. Su delegación estaba en posición privilegiada, al lado de la principal y más numerosa, de Italia, encabezada por el presidente Sergio Mattarella y la primera ministra, Giorgia Meloni. La delegación argentina, presidida por el presidente Javier Milei durante el funeral de Francisco, el 26 de abril, esta vez fue de menor nivel, encabezada por el canciller Gerardo Werthein y la ministra Sandra Pettovello.
“¡Acérquense a Cristo! ¡Reciban su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno. Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz”, insistió el flamante Papa en su sermón, desatando aplausos.
“Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo”, explicó, hablando en italiano con acento extraño, no estadounidense. “Hermanos, hermanas, ¡esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio. Con mi predecesor León XIII, hoy podemos preguntarnos: si esta caridad prevaleciera en el mundo, «¿no parece que acabaría por extinguirse bien pronto toda lucha allí donde ella entrara en vigor en la sociedad civil?»”, se preguntó, citando la encíclica Rerum Novarum de su predecesor homónimo, que puso las bases de la moderna doctrina social de la Iglesia. “Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad. Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros”, exhortó finalmente, de nuevo suscitando aplausos de aprobación.
Los ritos
En un día que en el que los cientos de miles de fieles que se acercaron a la Plaza de San Pedro debieron despertarse muy temprano y sortear ingentes medidas de seguridad -cortes de calles y detectores de metales-, León XIV antes de la ceremonia de inicio de pontificado tuvo su primer gran baño de masas con su primera salida en papamóvil, que duró más de veinte minutos. “¡Viva il Papa! ¡Leone, Leone! ¡USA! ¡USA!”, fueron los gritos de júbilo que surgieron de la Plaza, donde se veían banderas de todo el mundo, aunque, muchas rojas y blancas, del Perú. Entonces no sólo saludó levantando su brazo, sonriente, a quienes estaban en la Plaza, sino a todos aquellos que se encontraban en la via della Conciliazione, en medio de un clima de fiesta.
Primera salida en papamóvil de León XIV antes de la misa de inicio de pontificado
Clima de fiesta pic.twitter.com/3J6xJXLMGR
— Elisabetta Piqué (@bettapique) May 18, 2025
De acuerdo al rito solemne de inicio del ministerio petrino, después, acompañado por una procesión de cardenales, León XIV bajó a la tumba de San Pedro, en la Basílica vaticana, donde se detuvo en oración y donde se encontraban el palio y el anillo del pescador.
Junto a él estaban los Patriarcas de las Iglesias Orientales. En medio de bellísimos coros en latín y llevando la cruz pastoral de Juan Pablo II (que antes había pertenecido a Pablo VI y también utilizada por Francisco), luego volvió a subir y 200 cardenales lo escoltaron hasta la plaza. Allí, ante los podersoso de todo el mundo, en el curso de la celebración eucarística y después de la proclamación del Evangelio, tuvieron lugar los ritos específicos del inicio de pontificado: la imposición del palio de parte del cardenal protodiácono italiano, Mario Zenari, nuncio en Siria; la entrega del anillo del pescador de parte del cardenal filipino Luis Antonio Tagle (entonces Robert Francis Prevost se miró ese anillo); y la obediencia prestada al Santo Padre de parte de tres cardenales, en nombre de todos los demás. León XIV no ocultó entonces su emoción. Y hubo un estallido de aplausos en la Plaza al que el flamante Papa respondió sonriendo, agradecido.
En una misa en latín concelebrada por 200 cardenales y 750 obispos y sacerdotes, en su homilía, al margen de agradecer a todos los que llegaron a Roma para el inicio de su ministerio petrino, León XIV al principio mencionó a Francisco. Y a los momentos vividos desde su muerte, el 21 de abril pasado.
“En estos últimos días, hemos vivido un tiempo particularmente intenso. La muerte del papa Francisco ha llenado de tristeza nuestros corazones y, en esas horas difíciles, nos hemos sentido como esas multitudes que el Evangelio describe «como ovejas que no tienen pastor»”, admitió.
“Precisamente en el día de Pascua recibimos su última bendición y, a la luz de la resurrección, afrontamos ese momento con la certeza de que el Señor nunca abandona a su pueblo, lo reúne cuando está disperso y lo cuida «como un pastor a su rebaño»”, agregó, evocando la última aparición de Francisco en el domingo de Pascua, generando apalusos de la multitud.
León XIV habló después del rápido cónclave que lo eligió el 8 de mayo pasado. “Con este espíritu de fe, el Colegio de los cardenales se reunió para el cónclave; llegando con historias personales y caminos diferentes, hemos puesto en las manos de Dios el deseo de elegir al nuevo sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, un pastor capaz de custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de mirar más allá, para saber afrontar los interrogantes, las inquietudes y los desafíos de hoy”, repasó. “Acompañados por sus oraciones, hemos experimentado la obra del Espíritu Santo, que ha sabido armonizar los distintos instrumentos musicales, haciendo vibrar las cuerdas de nuestro corazón en una única melodía”, precisó.
Y, muy humilde, afirmó: “Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia”. “Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro. Nos lo narra ese pasaje del Evangelio que nos conduce al lago de Tiberíades, el mismo donde Jesús había comenzado la misión recibida del Padre: “pescar” a la humanidad para salvarla de las aguas del mal y de la muerte. Pasando por la orilla de ese lago, había llamado a Pedro y a los primeros discípulos a ser como Él “pescadores de hombres”; y ahora, después de la resurrección, les corresponde precisamente a ellos llevar adelante esta misión: no dejar de lanzar la red para sumergir la esperanza del Evangelio en las aguas del mundo; navegar en el mar de la vida para que todo
s puedan reunirse en el abrazo de Dios”, siguió.
“¿Cómo puede Pedro llevar a cabo esta tarea?”, se preguntó luego. “El Evangelio nos dice que es posible sólo porque ha experimentado en su propia vida el amor infinito e incondicional de Dios, incluso en la hora del fracaso y la negación”, explicó.
Y fue más allá: “el ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo”. Advirtió luego que “no se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús”. “Él —afirma el mismo apóstol Pedro— «es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular». Y si la piedra es Cristo, Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas; por el contrario, a él se le pide servir a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos”, subrayó. Y como ya hizo en los últimos días, citó a san Agustín: “Todos los que viven en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos son los que componen la Iglesia”.
En una ceremonia en la plaza de San Pedro ante 150.000 personas y 156 delegaciones de todo el mundo, recibió los símbolos pontificios; hizo también un llamado a la unidad Read More