Los mediáticos que inclinan la balanza desde las redes

El cambio en los hábitos de consumo de información y el crecimiento de las redes sociales dieron pie a un fenómeno que crece con fuerza: el influencing político. Hoy, dominar el ecosistema mediático es dominar la política. No es algo nuevo: la revista Wired marcó 2024 como “el año de la toma de control político por parte de los influencers”. Las presidencia de dos líderes polarizantes como Donald Trump o Javier Milei le deben mucho a esto.

Este nuevo escenario, donde prospera el llamado “periodismo militante”, pone en jaque principios de la prensa profesional, como la búsqueda de la objetividad en la información, al tiempo que conspira contra el debate público.

“Medios tradicionales de prestigio siguen haciendo el periodismo que define el mainstream de la prensa norteamericana, pero se agiganta la influencia de plataformas digitales que son medios partidarios. Se consolidan, especialmente en la derecha, circuitos de información/opinión/desinformación que privilegian posiciones sobre la información dura. Una red no solo fundamental para Trump, sino también para cimentar una esfera conservadora escéptica y crítica de los medios mainstream”, señala Silvio Waisbord, doctor en Sociología, director de la School of Media and Public Affairs de la George Washington University.

Muchos analistas atribuyeron el éxito electoral de Trump a su estrategia de prensa, que priorizó podcasts y canales de YouTube de figuras neoconservadoras. Pero también su rival Kamala Harris visitó figuras taquilleras del streaming en desmedro de los diarios y la TV. “No tiene valor electoral hablar con The New York Times porque esos lectores ya están con nosotros”, admitió el mánager de la campaña demócrata.

A las redes

Cada vez más personas se informan a través de redes sociales como TikTok, Instagram o YouTube, sobre todo los jóvenes. Un estudio de enero de Common Sense Media revela que el 35% de los adolescentes estadounidenses fue engañado por contenido online falso. Y un 70% de los norteamericanos de entre 18 y 29 años dice que sigue al menos un influencer, según un estudio del Pew Research Center.

Como ocurrió en la Argentina con la irrupción de Milei, en las elecciones que marcaron el regreso de Trump a la Casa Blanca se consolidó un grupo de influencers políticos validados además por las grandes plataformas tecnológicas (TikTok, YouTube, Meta). Los dueños de muchas de estas compañías asistieron a la asunción de Trump.

Taylor Lorenz, periodista especializada en tecnología, cubrió para Rolling Stone la fiesta patrocinada por TikTok de influencers pro-Trump. En su nota reprodujo palabras de Alex Bruesewitz, asesor de Trump que sirvió como arquitecto clave de la estrategia: “No habría celebración esta noche si no fuera por el compromiso de nuestros guerreros del teclado”.

Una investigación de Bloomberg sobre más de 2000 videos de nueve destacados youtubers, streamers y podcasters reveló un patrón de mensajes a favor de Trump intercalados en contenidos centrados en el entretenimiento (“discusiones informales sobre deportes, masculinidad, cultura de Internet, juegos de azar y bromas”). La idea era hacer digerible el mensaje para audiencias apolíticas. Invitados como Andrew Tate, Tucker Carlson y Elon Musk multiplicaron discursos que promovían la masculinidad de línea dura, la desconfianza en las instituciones y la crítica a las políticas de género. Estos mensajes permearon en una generación de varones que se han sentido ignorados y privados de sus derechos.

En 2024, la Comisión Federal Electoral estadounidense optó por no exigir a los influencers políticos que revelaran cuándo un grupo o una campaña política paga por contenido en sus cuentas.

Cambalache

En este escenario, muchas veces las audiencias igualan a periodistas especializados con influencers, comentaristas ocasionales y periodistas militantes. Hoy hasta los políticos se han convertido en “creadores de contenido”. Según Waisbord, Trump puede ser considerado un “news influencer”. Por supuesto, los creadores de contenido no están sujetos a los estándares de rigor del periodismo profesional.

En la Argentina, el Presidente también basó gran parte de su estrategia de campaña en hablarle de tópicos similares al público joven masculino en programas de streaming de influencers libertarios. Hoy Javier Milei combina sus ataques a la prensa crítica con largas entrevistas concedidas a estos mediáticos libertarios de la Web, muchos de los cuales terminaron accediendo a cargos públicos. Un ejemplo de esto es la entrevista de seis horas de duración que le concedió a Daniel Parisini, más conocido como el Gordo Dan, durante la cual, entre otras cosas, se despachó a gusto contra la prensa independiente.

“Estamos asistiendo a un fenómeno de radicalización de las democracias y el debate público, y en ese sentido el periodismo militante o los influencers que reproducen una posición política potencian el efecto burbuja de sus sectores políticos. Así, blindan la discusión hacia adentro de su propio electorado y confrontan fuertemente con la postura contraria”, explica Julieta Waisgold, consultora en comunicación política. “La polarización actual no pasa solo por desarrollar visiones contrastantes que cristalicen posiciones políticas diferentes, sino que se trata de encapsular esas posiciones y llevarlas al extremo. No hay apertura al debate desde esas posiciones, sino una lógica fanática de reproducción de ideas con una dinámica más o menos creativa y más o menos orgánica, según el caso”.

Esto se traduce en el discurso violento y continuo a través de las redes para monopolizar la discusión o instalar agenda, con el fin de conectar de forma directa con el electorado y crear ejércitos de “fans”, más que votantes con criterio propio.

“Dentro de la comunicación política ha crecido un espacio donde la lealtad ideológica prima sobre la verificación de hechos y donde la audiencia consume contenido que refuerza sus creencias –dice Juan Germano, director de la consultora Isonomía–. Esto amplifica el sesgo de confirmación y fragmenta aún más el espacio público. La cantidad de información y datos es abrumadora y muchas veces la búsqueda de la verdad (si es que ella existe en algún plano) se hace más difusa. Hay un corrimiento de los medios tradicionales y una nueva intermediación, más informal, más directa. Formatos disruptivos, rápidos, contenidos atractivos y una identidad muy clara que conecta con audiencias híper segmentadas”.

Los acontecimientos de las últimas semanas, con entrevistas guionadas o celebratorias y represalias del Gobierno contra la prensa crítica, además de noticias falsas en medio de la campaña electoral porteña, abren un interrogante sobre el impacto que este tipo de intervenciones tienen sobre la calidad del debate público y la democracia misma. “El periodismo es ese sabueso que está ahí, vigilando: una buena manera de medir autoritarismo en sangre de los distintos gobiernos es ver qué tan rápido o qué tan a fondo se la agarran con el periodismo. En el caso de Milei, esto es claro por la violencia con la que ataca al periodismo”, opina Juan Luis González, periodista político, que acaba de publicar Las fuerzas del cielo (Planeta), libro sobre la presidencia de Milei.

Diálogo y consenso

¿Es posible hacer algo para recuperar calidad, apertura y respeto en el debate público? “Tal vez la principal amenaza para la democracia no sea la existencia de influencers políticos pagos o el periodismo militante, sino el tipo de debate público que plantean”, dice Julieta Waisgold.

“La falta de credibilidad hace que el desafío sea mayúsculo, pero no todo es oscuridad –apunta Germano–. La dirigencia política y empresarial, al igual que los medios, ha tenido que ir desarrollando nuevas habilidades para poder sobrevivir a esta situación”.

Waisbord señala: “No hay un ‘espacio común’ para el debate público, sino una fragmentación en incontables espacios dispersos en plataformas digitales. Conviven rumores y conspiraciones sin base empírica probada con periodismo de alta calidad. Abunda el trollismo junto a medios grandes y chicos interesados en contar historias con hechos y fuentes documentados y verificados. Pero no hay gatekeepers únicos con ideas similares sobre el propósito del debate”.

En cualquier caso, este es el escenario en el cual tenemos que convivir. Al menos hasta tanto podamos volver a reconstruir un diálogo de mayor calidad y los consensos necesarios para la vida en sociedad.

El cambio en los hábitos de consumo de información y el crecimiento de las redes sociales dieron pie a un fenómeno que crece con fuerza: el influencing político. Hoy, dominar el ecosistema mediático es dominar la política. No es algo nuevo: la revista Wired marcó 2024 como “el año de la toma de control político por parte de los influencers”. Las presidencia de dos líderes polarizantes como Donald Trump o Javier Milei le deben mucho a esto.

Este nuevo escenario, donde prospera el llamado “periodismo militante”, pone en jaque principios de la prensa profesional, como la búsqueda de la objetividad en la información, al tiempo que conspira contra el debate público.

“Medios tradicionales de prestigio siguen haciendo el periodismo que define el mainstream de la prensa norteamericana, pero se agiganta la influencia de plataformas digitales que son medios partidarios. Se consolidan, especialmente en la derecha, circuitos de información/opinión/desinformación que privilegian posiciones sobre la información dura. Una red no solo fundamental para Trump, sino también para cimentar una esfera conservadora escéptica y crítica de los medios mainstream”, señala Silvio Waisbord, doctor en Sociología, director de la School of Media and Public Affairs de la George Washington University.

Muchos analistas atribuyeron el éxito electoral de Trump a su estrategia de prensa, que priorizó podcasts y canales de YouTube de figuras neoconservadoras. Pero también su rival Kamala Harris visitó figuras taquilleras del streaming en desmedro de los diarios y la TV. “No tiene valor electoral hablar con The New York Times porque esos lectores ya están con nosotros”, admitió el mánager de la campaña demócrata.

A las redes

Cada vez más personas se informan a través de redes sociales como TikTok, Instagram o YouTube, sobre todo los jóvenes. Un estudio de enero de Common Sense Media revela que el 35% de los adolescentes estadounidenses fue engañado por contenido online falso. Y un 70% de los norteamericanos de entre 18 y 29 años dice que sigue al menos un influencer, según un estudio del Pew Research Center.

Como ocurrió en la Argentina con la irrupción de Milei, en las elecciones que marcaron el regreso de Trump a la Casa Blanca se consolidó un grupo de influencers políticos validados además por las grandes plataformas tecnológicas (TikTok, YouTube, Meta). Los dueños de muchas de estas compañías asistieron a la asunción de Trump.

Taylor Lorenz, periodista especializada en tecnología, cubrió para Rolling Stone la fiesta patrocinada por TikTok de influencers pro-Trump. En su nota reprodujo palabras de Alex Bruesewitz, asesor de Trump que sirvió como arquitecto clave de la estrategia: “No habría celebración esta noche si no fuera por el compromiso de nuestros guerreros del teclado”.

Una investigación de Bloomberg sobre más de 2000 videos de nueve destacados youtubers, streamers y podcasters reveló un patrón de mensajes a favor de Trump intercalados en contenidos centrados en el entretenimiento (“discusiones informales sobre deportes, masculinidad, cultura de Internet, juegos de azar y bromas”). La idea era hacer digerible el mensaje para audiencias apolíticas. Invitados como Andrew Tate, Tucker Carlson y Elon Musk multiplicaron discursos que promovían la masculinidad de línea dura, la desconfianza en las instituciones y la crítica a las políticas de género. Estos mensajes permearon en una generación de varones que se han sentido ignorados y privados de sus derechos.

En 2024, la Comisión Federal Electoral estadounidense optó por no exigir a los influencers políticos que revelaran cuándo un grupo o una campaña política paga por contenido en sus cuentas.

Cambalache

En este escenario, muchas veces las audiencias igualan a periodistas especializados con influencers, comentaristas ocasionales y periodistas militantes. Hoy hasta los políticos se han convertido en “creadores de contenido”. Según Waisbord, Trump puede ser considerado un “news influencer”. Por supuesto, los creadores de contenido no están sujetos a los estándares de rigor del periodismo profesional.

En la Argentina, el Presidente también basó gran parte de su estrategia de campaña en hablarle de tópicos similares al público joven masculino en programas de streaming de influencers libertarios. Hoy Javier Milei combina sus ataques a la prensa crítica con largas entrevistas concedidas a estos mediáticos libertarios de la Web, muchos de los cuales terminaron accediendo a cargos públicos. Un ejemplo de esto es la entrevista de seis horas de duración que le concedió a Daniel Parisini, más conocido como el Gordo Dan, durante la cual, entre otras cosas, se despachó a gusto contra la prensa independiente.

“Estamos asistiendo a un fenómeno de radicalización de las democracias y el debate público, y en ese sentido el periodismo militante o los influencers que reproducen una posición política potencian el efecto burbuja de sus sectores políticos. Así, blindan la discusión hacia adentro de su propio electorado y confrontan fuertemente con la postura contraria”, explica Julieta Waisgold, consultora en comunicación política. “La polarización actual no pasa solo por desarrollar visiones contrastantes que cristalicen posiciones políticas diferentes, sino que se trata de encapsular esas posiciones y llevarlas al extremo. No hay apertura al debate desde esas posiciones, sino una lógica fanática de reproducción de ideas con una dinámica más o menos creativa y más o menos orgánica, según el caso”.

Esto se traduce en el discurso violento y continuo a través de las redes para monopolizar la discusión o instalar agenda, con el fin de conectar de forma directa con el electorado y crear ejércitos de “fans”, más que votantes con criterio propio.

“Dentro de la comunicación política ha crecido un espacio donde la lealtad ideológica prima sobre la verificación de hechos y donde la audiencia consume contenido que refuerza sus creencias –dice Juan Germano, director de la consultora Isonomía–. Esto amplifica el sesgo de confirmación y fragmenta aún más el espacio público. La cantidad de información y datos es abrumadora y muchas veces la búsqueda de la verdad (si es que ella existe en algún plano) se hace más difusa. Hay un corrimiento de los medios tradicionales y una nueva intermediación, más informal, más directa. Formatos disruptivos, rápidos, contenidos atractivos y una identidad muy clara que conecta con audiencias híper segmentadas”.

Los acontecimientos de las últimas semanas, con entrevistas guionadas o celebratorias y represalias del Gobierno contra la prensa crítica, además de noticias falsas en medio de la campaña electoral porteña, abren un interrogante sobre el impacto que este tipo de intervenciones tienen sobre la calidad del debate público y la democracia misma. “El periodismo es ese sabueso que está ahí, vigilando: una buena manera de medir autoritarismo en sangre de los distintos gobiernos es ver qué tan rápido o qué tan a fondo se la agarran con el periodismo. En el caso de Milei, esto es claro por la violencia con la que ataca al periodismo”, opina Juan Luis González, periodista político, que acaba de publicar Las fuerzas del cielo (Planeta), libro sobre la presidencia de Milei.

Diálogo y consenso

¿Es posible hacer algo para recuperar calidad, apertura y respeto en el debate público? “Tal vez la principal amenaza para la democracia no sea la existencia de influencers políticos pagos o el periodismo militante, sino el tipo de debate público que plantean”, dice Julieta Waisgold.

“La falta de credibilidad hace que el desafío sea mayúsculo, pero no todo es oscuridad –apunta Germano–. La dirigencia política y empresarial, al igual que los medios, ha tenido que ir desarrollando nuevas habilidades para poder sobrevivir a esta situación”.

Waisbord señala: “No hay un ‘espacio común’ para el debate público, sino una fragmentación en incontables espacios dispersos en plataformas digitales. Conviven rumores y conspiraciones sin base empírica probada con periodismo de alta calidad. Abunda el trollismo junto a medios grandes y chicos interesados en contar historias con hechos y fuentes documentados y verificados. Pero no hay gatekeepers únicos con ideas similares sobre el propósito del debate”.

En cualquier caso, este es el escenario en el cual tenemos que convivir. Al menos hasta tanto podamos volver a reconstruir un diálogo de mayor calidad y los consensos necesarios para la vida en sociedad.

 Las campañas de Donald Trump y de Javier Milei son buenos ejemplos de un fenómeno que no solo alteró el consumo de información, sino también la calidad democrática  Read More