La soberbia, el peor enemigo del Gobierno

La euforia sigue siendo moneda corriente en la Casa Rosada luego del triunfo electoral alcanzado por La Libertad Avanza en los comicios de la ciudad de Buenos Aires. Un alto funcionario, sin embargo, se animó a formular una advertencia en forma confidencial: “Todo debería ir bien para las elecciones generales de octubre, siempre y cuando no nos gane la soberbia”. No es difícil adivinar a qué estaba aludiendo: las bravuconadas del presidente Javier Milei y de algunos de sus colaboradores tienden a ser moneda corriente en los momentos que perciben más favorables para el Gobierno en la opinión pública.

No solo siguió el Presidente fustigando a periodistas y economistas indóciles, además de negarle el saludo a la vicepresidenta Victoria Villarruel y al jefe de gobierno porteño, Jorge Macri, en un ámbito como la Catedral, durante el tedeum del 25 de mayo. El ministro de Economía, Luis Caputo, quiso subir al ring a Ricardo Darín, a quien despectivamente llamó “Ricardito”, luego de las diferencias que expresó el popular actor con la política económica. Poco después, uno de los principales guerreros del mileísmo en el mundo digital, Daniel Parisini -más conocido como el Gordon Dan- se animó a subir a las redes una imagen de Diego Maradona y Milei generada por inteligencia artificial, con la leyenda “Maradona es Milei”, en momentos en que se conocía la noticia sobre la nulidad del juicio por la muerte del futbolista, provocando el justificado enojo de sus familiares. La respuesta de Parisini a Dalma Maradona tras sus críticas sorprendió: “Bueno, ¿cuánto te debo?“, a lo que la hija del recordado crack de la selección argentina le respondió: ”La verdad es que por el momento que estoy pasando hay cosas que no me parecen graciosas. Pero tiene que ver con el respeto de una persona que ya no está y que justamente estamos en juicio por su muerte (…) Pero qué te voy a hablar de respeto”.

No puede ser menos que preocupante un Plan de Inteligencia que, entre sus aspectos más cuestionables, abre una puerta a posibles tareas de espionaje interno que podrían recaer en periodistas, economistas, académicos y hasta en toda aquella persona que ose criticar al gobierno nacional.

El citado plan, concretamente, define como sujetos de interés de la Secretaría de Inteligencia a todos aquellos que “manipulen la opinión pública” durante los procesos electorales o que “propaguen la desinformación”. También, a quienes “erosionen” la confianza en los funcionarios públicos o comprometan el programa económico, sin precisar quiénes podrían ser objeto de ese seguimiento.

Como ha señalado recientemente el politólogo e historiador Natalio Botana, vivimos en tiempos de lo que él llama una “tormenta reaccionaria”, que le recuerda al período jacobino de la Revolución Francesa, en el que se cortaban cabezas en nombre de la libertad. Si bien hoy no se están cortando cabezas en la Argentina, como aclara Botana, sí estamos asistiendo a una etapa de inusitada violencia verbal, marcada por la barbarie de la palabra. Una de las mayores preocupaciones derivadas de esa violencia verbal, que tiene como actor protagónico al propio presidente de los argentinos, es que las continuas incitaciones al odio terminen llevando a enfrentamientos más graves. La radicalización, sumada al cultivo de la intolerancia, suele ser un camino de ida sin fácil retorno.

 

 

La euforia sigue siendo moneda corriente en la Casa Rosada luego del triunfo electoral alcanzado por La Libertad Avanza en los comicios de la ciudad de Buenos Aires. Un alto funcionario, sin embargo, se animó a formular una advertencia en forma confidencial: “Todo debería ir bien para las elecciones generales de octubre, siempre y cuando no nos gane la soberbia”. No es difícil adivinar a qué estaba aludiendo: las bravuconadas del presidente Javier Milei y de algunos de sus colaboradores tienden a ser moneda corriente en los momentos que perciben más favorables para el Gobierno en la opinión pública.

No solo siguió el Presidente fustigando a periodistas y economistas indóciles, además de negarle el saludo a la vicepresidenta Victoria Villarruel y al jefe de gobierno porteño, Jorge Macri, en un ámbito como la Catedral, durante el tedeum del 25 de mayo. El ministro de Economía, Luis Caputo, quiso subir al ring a Ricardo Darín, a quien despectivamente llamó “Ricardito”, luego de las diferencias que expresó el popular actor con la política económica. Poco después, uno de los principales guerreros del mileísmo en el mundo digital, Daniel Parisini -más conocido como el Gordon Dan- se animó a subir a las redes una imagen de Diego Maradona y Milei generada por inteligencia artificial, con la leyenda “Maradona es Milei”, en momentos en que se conocía la noticia sobre la nulidad del juicio por la muerte del futbolista, provocando el justificado enojo de sus familiares. La respuesta de Parisini a Dalma Maradona tras sus críticas sorprendió: “Bueno, ¿cuánto te debo?“, a lo que la hija del recordado crack de la selección argentina le respondió: ”La verdad es que por el momento que estoy pasando hay cosas que no me parecen graciosas. Pero tiene que ver con el respeto de una persona que ya no está y que justamente estamos en juicio por su muerte (…) Pero qué te voy a hablar de respeto”.

No puede ser menos que preocupante un Plan de Inteligencia que, entre sus aspectos más cuestionables, abre una puerta a posibles tareas de espionaje interno que podrían recaer en periodistas, economistas, académicos y hasta en toda aquella persona que ose criticar al gobierno nacional.

El citado plan, concretamente, define como sujetos de interés de la Secretaría de Inteligencia a todos aquellos que “manipulen la opinión pública” durante los procesos electorales o que “propaguen la desinformación”. También, a quienes “erosionen” la confianza en los funcionarios públicos o comprometan el programa económico, sin precisar quiénes podrían ser objeto de ese seguimiento.

Como ha señalado recientemente el politólogo e historiador Natalio Botana, vivimos en tiempos de lo que él llama una “tormenta reaccionaria”, que le recuerda al período jacobino de la Revolución Francesa, en el que se cortaban cabezas en nombre de la libertad. Si bien hoy no se están cortando cabezas en la Argentina, como aclara Botana, sí estamos asistiendo a una etapa de inusitada violencia verbal, marcada por la barbarie de la palabra. Una de las mayores preocupaciones derivadas de esa violencia verbal, que tiene como actor protagónico al propio presidente de los argentinos, es que las continuas incitaciones al odio terminen llevando a enfrentamientos más graves. La radicalización, sumada al cultivo de la intolerancia, suele ser un camino de ida sin fácil retorno.

 

 

 Los desplantes presidenciales, las regulaciones a la tarea periodística en la Casa Rosada y el proyectado Plan de Inteligencia Nacional ensombrecen los logros de la gestión de Milei  Read More