Nueva York y las palomas: una pasión contradictoria

NUEVA YORK.— Hay pocas cosas que despierten pasiones tan contradictorias en esta ciudad como los pájaros más abundantes y menos queridos de sus calles: las palomas. Las mismas criaturas que provocan gestos de asco entre los oficinistas del Midtown y ternura involuntaria en los turistas de Central Park. Las que arruinan estatuas centenarias con sus deposiciones ácidas, pero también inspiran cuentos infantiles. Nueva York ama y odia a sus palomas con intensidad, tal vez porque, en el fondo, las reconoce como un espejo involuntario de sí misma.

Al elevar a la paloma a protagonista cultural, el festival sugirió que quizás la clave para una mejor convivencia urbana esté en mirar con otros ojos aquello que damos por hecho… o por sucio

Las palomas de ciudad no tienen el glamour de los halcones que anidan en edificios de la Quinta Avenida ni la mística de los búhos del Bronx Zoo. Woody Allen las definió como “ratas con alas”. Sin embargo, también hay contraataques a ese desprestigio simbólico. Mo Willems, uno de los autores infantiles más queridos de Nueva York, las convirtió en protagonistas de sus libros ilustrados. Y entre sus fans están personajes inesperados: Mike Tyson, quien nació y creció en Brooklyn, criaba palomas en los techos de los edificios aledaños. Esta afición le proporcionó consuelo y un sentido de propósito durante una infancia muy dura. Confesó que su primera pelea fue provocada por un incidente relacionado con una de sus palomas -y que en la adultez le costó más separarse de una paloma que de su exmujer.

Durante años, la respuesta oficial de la ciudad a las palomas osciló entre la indiferencia y el intento de control. Se propusieron multas para quienes las alimentaran, se colocaron púas y redes en fachadas históricas, e incluso se distribuyó comida con anticonceptivos para frenar su reproducción. Parques como el Ahearn, en el Lower East Side, llegaron a cerrar sectores por la acumulación de desechos y la presencia combinada de palomas y ratas. En resumen, como en tantas ciudades de todo el mundo, se probó de todo sin efecto considerable. Pero este año marcó un giro inesperado: en vez de combatirlas, Nueva York por un día las celebró.

Sobreviven entre la basura, se agrupan sobre los respiraderos del subte de donde sale vapor bien caliente en invierno, y saben exactamente cuándo lanzarse sobre una porción de pizza abandonada

Ayer fue el Pigeon Fest, un festival inspirado por una escultura de 17 pies de altura de una paloma gigante y majestuosa, obra del artista franco-colombiano Iván Argote, en el High Line. El eje del evento fue un “concurso de imitación de palomas” con categorías como plumaje, desfile y canto. El día cerró con un concierto curado por el Birdsong Project, en base a los sonidos de estas aves entre los rascacielos. Pero más allá de la excentricidad, Pigeon Fest propuso una reflexión. Al elevar a la paloma a protagonista cultural, el festival sugirió que quizás la clave para una mejor convivencia urbana esté en mirar con otros ojos aquello que damos por hecho… o por sucio.

Además, lo que muchos olvidan es que las palomas llegaron a Nueva York de la mano de los colonizadores europeos entre los siglos XVII y XVIII. No vinieron como plaga, sino como recurso: se las criaba por su carne, por sus dotes como mensajeras, o para practicar colombofilia, ese deporte improbable de carreras de palomas. Algunas escaparon, otras fueron soltadas, y todas encontraron en cornisas, puentes y edificios un sustituto ideal de los acantilados donde anidaban sus ancestros.

Desde entonces, se volvieron expertas en leer el pulso de la ciudad: sobreviven entre la basura, se agrupan sobre los respiraderos del subte de donde sale vapor bien caliente en invierno, y saben exactamente cuándo lanzarse sobre una porción de pizza abandonada. El fenómeno fue tan notorio que terminó teniendo su momento viral: después del célebre Pizza Rat de 2015, llegó su versión alada. Pizza Pigeon fue una paloma que, al ser filmada en sus maniobras sobre doble de muzzarela, quedó como representación del espíritu indomable de Nueva York.

El simbolismo va más allá, ya que finalmente la historia de las palomas no es tan distinta de la de tantos otros neoyorquinos: vinieron de lejos, se adaptaron como pudieron y, contra toda dificultad, se quedaron. Celebrarlas a lo grande por un día sin duda va a llevar a repensar la dicotomía de estos fenómenos protagonizados por aves y humanos.

NUEVA YORK.— Hay pocas cosas que despierten pasiones tan contradictorias en esta ciudad como los pájaros más abundantes y menos queridos de sus calles: las palomas. Las mismas criaturas que provocan gestos de asco entre los oficinistas del Midtown y ternura involuntaria en los turistas de Central Park. Las que arruinan estatuas centenarias con sus deposiciones ácidas, pero también inspiran cuentos infantiles. Nueva York ama y odia a sus palomas con intensidad, tal vez porque, en el fondo, las reconoce como un espejo involuntario de sí misma.

Al elevar a la paloma a protagonista cultural, el festival sugirió que quizás la clave para una mejor convivencia urbana esté en mirar con otros ojos aquello que damos por hecho… o por sucio

Las palomas de ciudad no tienen el glamour de los halcones que anidan en edificios de la Quinta Avenida ni la mística de los búhos del Bronx Zoo. Woody Allen las definió como “ratas con alas”. Sin embargo, también hay contraataques a ese desprestigio simbólico. Mo Willems, uno de los autores infantiles más queridos de Nueva York, las convirtió en protagonistas de sus libros ilustrados. Y entre sus fans están personajes inesperados: Mike Tyson, quien nació y creció en Brooklyn, criaba palomas en los techos de los edificios aledaños. Esta afición le proporcionó consuelo y un sentido de propósito durante una infancia muy dura. Confesó que su primera pelea fue provocada por un incidente relacionado con una de sus palomas -y que en la adultez le costó más separarse de una paloma que de su exmujer.

Durante años, la respuesta oficial de la ciudad a las palomas osciló entre la indiferencia y el intento de control. Se propusieron multas para quienes las alimentaran, se colocaron púas y redes en fachadas históricas, e incluso se distribuyó comida con anticonceptivos para frenar su reproducción. Parques como el Ahearn, en el Lower East Side, llegaron a cerrar sectores por la acumulación de desechos y la presencia combinada de palomas y ratas. En resumen, como en tantas ciudades de todo el mundo, se probó de todo sin efecto considerable. Pero este año marcó un giro inesperado: en vez de combatirlas, Nueva York por un día las celebró.

Sobreviven entre la basura, se agrupan sobre los respiraderos del subte de donde sale vapor bien caliente en invierno, y saben exactamente cuándo lanzarse sobre una porción de pizza abandonada

Ayer fue el Pigeon Fest, un festival inspirado por una escultura de 17 pies de altura de una paloma gigante y majestuosa, obra del artista franco-colombiano Iván Argote, en el High Line. El eje del evento fue un “concurso de imitación de palomas” con categorías como plumaje, desfile y canto. El día cerró con un concierto curado por el Birdsong Project, en base a los sonidos de estas aves entre los rascacielos. Pero más allá de la excentricidad, Pigeon Fest propuso una reflexión. Al elevar a la paloma a protagonista cultural, el festival sugirió que quizás la clave para una mejor convivencia urbana esté en mirar con otros ojos aquello que damos por hecho… o por sucio.

Además, lo que muchos olvidan es que las palomas llegaron a Nueva York de la mano de los colonizadores europeos entre los siglos XVII y XVIII. No vinieron como plaga, sino como recurso: se las criaba por su carne, por sus dotes como mensajeras, o para practicar colombofilia, ese deporte improbable de carreras de palomas. Algunas escaparon, otras fueron soltadas, y todas encontraron en cornisas, puentes y edificios un sustituto ideal de los acantilados donde anidaban sus ancestros.

Desde entonces, se volvieron expertas en leer el pulso de la ciudad: sobreviven entre la basura, se agrupan sobre los respiraderos del subte de donde sale vapor bien caliente en invierno, y saben exactamente cuándo lanzarse sobre una porción de pizza abandonada. El fenómeno fue tan notorio que terminó teniendo su momento viral: después del célebre Pizza Rat de 2015, llegó su versión alada. Pizza Pigeon fue una paloma que, al ser filmada en sus maniobras sobre doble de muzzarela, quedó como representación del espíritu indomable de Nueva York.

El simbolismo va más allá, ya que finalmente la historia de las palomas no es tan distinta de la de tantos otros neoyorquinos: vinieron de lejos, se adaptaron como pudieron y, contra toda dificultad, se quedaron. Celebrarlas a lo grande por un día sin duda va a llevar a repensar la dicotomía de estos fenómenos protagonizados por aves y humanos.

 Para Woody Allen son “ratas con alas”; para los organizadores del Pigeon Fest, una oportunidad para la fiesta cultural  Read More