Alexander Barboza: no funcionó en River ni en Independiente, pero triunfa en Botafogo y sueña con la selección de Uruguay

Confianza es el sustantivo que lo explica todo. El ayer y el hoy. Lo que no fue y lo que es. Confianza que se refleja en la seriedad de los gestos, en la seguridad de los movimientos y en la capacidad de recuperarse cuando, de tanto en tanto, se comete el error inevitable. A sus 30 años, Alexander Barboza -campeón vigente de América y de Brasil con el Botafogo, clasificado para octavos de final del Mundial de Clubes tras dejar fuera de competencia al Atlético de Madrid- podría dar lecciones de coacheo. Consejos para no desfallecer a aquellas personas (muchísimas) que ven taladrada su autoestima por las frustraciones continuas hasta vaciarle la bolsa de ese factor clave para seguir intentando que la vida les resulte un poco más amable, más positiva, más feliz; aliento para continuar creyendo cuando el destino se oscurece.

El aficionado de River o de Independiente es posible que todavía no pueda creer el estatus de jugador que logró alcanzar aquel zurdo alto (193 centímetros) y de piernas muy largas, con dotes de buen cabeceador pero que no daba muestras de ser un gran tiempista como para ganarse un sitio en defensas de equipos con pretensiones de alto vuelo. Esos hinchas deberán rendirse ante la evidencia. Ahí está el muchacho teñido de rubio, inaugurando la jornada de cierre de la fase de grupos con otra actuación casi perfecta después de haber integrado el “once ideal” de la segunda fecha.

Las estadísticas del duelo ante los madrileños registraron un 80 % de duelos aéreos y un 64 % de terrestres ganados, 13 despejes, 6 recuperaciones y 4 intercepciones de pases. Solo concedió un par de gambetas de los rivales y cometió otro par de faltas. Los números, sin embargo, no transmiten los gritos para ordenar a Jair Cunha, el juvenil de 20 años que lo acompaña en el centro de la defensa del Fogao; ni las palabras de aliento constantes para mantener la calma cuando el adversario agobia y toca sufrir.

“Ser referente es un título que no te lo dan ni los hinchas ni el técnico. Es una cuestión de personalidad. Yo trato de liderar y ayudar a mis compañeros”, explica Barboza cuando se le consulta por la rapidez con la que se ganó el respeto del plantel y de la torcida albinegra. Y no puede decirse que lo tuvo fácil.

En enero de 2024 había llegado a Río de Janeiro en silencio, con el pase libre bajo el brazo después de tres muy buenos años en Libertad de Asunción, pero sin más brillo que los torneos ganados en el subvalorado campeonato paraguayo. Peor aún, con el lastre de haber sido desechado dos veces por Marcelo Gallardo en River, el club donde se formó; y luego de un paso con mucha más pena que gloria por Independiente.

“Si un jugador no tiene confianza, todo se le hace más complicado, y en River no la tuve. Yo estaba cómodo en Defensa y Justicia, pero me gustaba la idea de volver a River, Gallardo me convenció para que fuera y después jugué apenas seis partidos en seis meses”, recuerda el hombre que disfrutó su revancha levantando la Libertadores justamente en el Monumental, en noviembre pasado.

Tampoco en Avellaneda le salieron bien las cosas. Sebastián Beccacece, el entrenador que le dio los galones para manejar la defensa del conjunto de Florencio Varela, insistió hasta la saciedad para que Independiente pagara 3,7 millones de dólares por su fichaje. Barboza nunca logró responder al valor de la inversión. El técnico duró muy poco en su cargo, y en la mirada de la hinchada una sucesión de errores puso bajo sospecha la relación precio-calidad hasta que la situación tomó un sesgo irremontable. Por una cifra mucho menor -1,6 millones de la moneda estadounidense- se fue a Libertad un año después de su llegada.

“Irme a Paraguay fue la mejor decisión que pude haber tomado. Es un fútbol de ritmo más tranquilo, al que me adapté muy rápido y en donde me fue bárbaro”, confiesa Barboza. A principios del año pasado y después de haber perdido un Brasileirao que parecía tener en el bolsillo, Botafogo buscaba un marcador central con experiencia y buena altura para fortificar la defensa y vio la oportunidad de incorporarlo sin desembolsar demasiado dinero. Lo que vino después ya es más conocido, aunque quizás no del todo.

Nacido y criado en Villa Celina, pero gestado en la orilla oriental del Plata, Barboza es un buen ejemplo de persona “bipátrida”. “Mi papá y todos mis hermanos son uruguayos, yo nací en Argentina, pero cuando ellos cruzaron para instalarse en Buenos Aires yo ya venía en la panza de mi mamá. Toda mi vida la hice acá, pero también me siento uruguayo”.

El año pasado, cuando la carrera futbolística de Barboza por fin comenzó a tomar altura en un club de los grandes, la particularidad de tener un pie a cada lado del río le abrió una puerta inesperada: ponerse la camiseta celeste de la selección. “Lo hablé con la familia y comencé los trámites para nacionalizarme uruguayo. Me pasé la vida yendo y viniendo a visitar a mis tíos y mis primos, no soy un extraño allá”, comentaba cuando se conoció la noticia. En febrero, ya con el nuevo pasaporte en la mano, calificó el momento como “un paso muy grande para mi carrera. Mi papá (fanático de Peñarol) está muy ilusionado”.

En ese momento, las informaciones hablaban de la posibilidad de una convocatoria inmediata que finalmente no se produjo. Marcelo Bielsa prefirió apostar por los jugadores que ya conoce para cerrar la clasificación al Mundial 2026, pero ahora, con más calma y ante la necesidad evidente de altura en su defensa, quizás llegue la oportunidad deseada.

“Para mí fue un sueño jugar y después ganar una final de Copa Libertadores. Me acuerdo que lloré antes, durante y después de ese partido. Poder debutar en la selección del país de mi papá sería lo máximo”, confiesa el central de Botafogo, con la misma seguridad que está demostrando para enfrentar a delanteros de élite, como Julián Álvarez, Antoine Griezmann o Désiré Doué.

Con su equipo en octavos de final de la Copa del Mundo de Clubes, el sueño de Alexander Barboza todavía tiene margen para seguir creciendo y acercarse a la realidad. Basta con verle los gestos sobre el césped para creer que puede conseguirlo, porque después de tanto tropezar y luchar, si algo le sobra es confianza.

Confianza es el sustantivo que lo explica todo. El ayer y el hoy. Lo que no fue y lo que es. Confianza que se refleja en la seriedad de los gestos, en la seguridad de los movimientos y en la capacidad de recuperarse cuando, de tanto en tanto, se comete el error inevitable. A sus 30 años, Alexander Barboza -campeón vigente de América y de Brasil con el Botafogo, clasificado para octavos de final del Mundial de Clubes tras dejar fuera de competencia al Atlético de Madrid- podría dar lecciones de coacheo. Consejos para no desfallecer a aquellas personas (muchísimas) que ven taladrada su autoestima por las frustraciones continuas hasta vaciarle la bolsa de ese factor clave para seguir intentando que la vida les resulte un poco más amable, más positiva, más feliz; aliento para continuar creyendo cuando el destino se oscurece.

El aficionado de River o de Independiente es posible que todavía no pueda creer el estatus de jugador que logró alcanzar aquel zurdo alto (193 centímetros) y de piernas muy largas, con dotes de buen cabeceador pero que no daba muestras de ser un gran tiempista como para ganarse un sitio en defensas de equipos con pretensiones de alto vuelo. Esos hinchas deberán rendirse ante la evidencia. Ahí está el muchacho teñido de rubio, inaugurando la jornada de cierre de la fase de grupos con otra actuación casi perfecta después de haber integrado el “once ideal” de la segunda fecha.

Las estadísticas del duelo ante los madrileños registraron un 80 % de duelos aéreos y un 64 % de terrestres ganados, 13 despejes, 6 recuperaciones y 4 intercepciones de pases. Solo concedió un par de gambetas de los rivales y cometió otro par de faltas. Los números, sin embargo, no transmiten los gritos para ordenar a Jair Cunha, el juvenil de 20 años que lo acompaña en el centro de la defensa del Fogao; ni las palabras de aliento constantes para mantener la calma cuando el adversario agobia y toca sufrir.

“Ser referente es un título que no te lo dan ni los hinchas ni el técnico. Es una cuestión de personalidad. Yo trato de liderar y ayudar a mis compañeros”, explica Barboza cuando se le consulta por la rapidez con la que se ganó el respeto del plantel y de la torcida albinegra. Y no puede decirse que lo tuvo fácil.

En enero de 2024 había llegado a Río de Janeiro en silencio, con el pase libre bajo el brazo después de tres muy buenos años en Libertad de Asunción, pero sin más brillo que los torneos ganados en el subvalorado campeonato paraguayo. Peor aún, con el lastre de haber sido desechado dos veces por Marcelo Gallardo en River, el club donde se formó; y luego de un paso con mucha más pena que gloria por Independiente.

“Si un jugador no tiene confianza, todo se le hace más complicado, y en River no la tuve. Yo estaba cómodo en Defensa y Justicia, pero me gustaba la idea de volver a River, Gallardo me convenció para que fuera y después jugué apenas seis partidos en seis meses”, recuerda el hombre que disfrutó su revancha levantando la Libertadores justamente en el Monumental, en noviembre pasado.

Tampoco en Avellaneda le salieron bien las cosas. Sebastián Beccacece, el entrenador que le dio los galones para manejar la defensa del conjunto de Florencio Varela, insistió hasta la saciedad para que Independiente pagara 3,7 millones de dólares por su fichaje. Barboza nunca logró responder al valor de la inversión. El técnico duró muy poco en su cargo, y en la mirada de la hinchada una sucesión de errores puso bajo sospecha la relación precio-calidad hasta que la situación tomó un sesgo irremontable. Por una cifra mucho menor -1,6 millones de la moneda estadounidense- se fue a Libertad un año después de su llegada.

“Irme a Paraguay fue la mejor decisión que pude haber tomado. Es un fútbol de ritmo más tranquilo, al que me adapté muy rápido y en donde me fue bárbaro”, confiesa Barboza. A principios del año pasado y después de haber perdido un Brasileirao que parecía tener en el bolsillo, Botafogo buscaba un marcador central con experiencia y buena altura para fortificar la defensa y vio la oportunidad de incorporarlo sin desembolsar demasiado dinero. Lo que vino después ya es más conocido, aunque quizás no del todo.

Nacido y criado en Villa Celina, pero gestado en la orilla oriental del Plata, Barboza es un buen ejemplo de persona “bipátrida”. “Mi papá y todos mis hermanos son uruguayos, yo nací en Argentina, pero cuando ellos cruzaron para instalarse en Buenos Aires yo ya venía en la panza de mi mamá. Toda mi vida la hice acá, pero también me siento uruguayo”.

El año pasado, cuando la carrera futbolística de Barboza por fin comenzó a tomar altura en un club de los grandes, la particularidad de tener un pie a cada lado del río le abrió una puerta inesperada: ponerse la camiseta celeste de la selección. “Lo hablé con la familia y comencé los trámites para nacionalizarme uruguayo. Me pasé la vida yendo y viniendo a visitar a mis tíos y mis primos, no soy un extraño allá”, comentaba cuando se conoció la noticia. En febrero, ya con el nuevo pasaporte en la mano, calificó el momento como “un paso muy grande para mi carrera. Mi papá (fanático de Peñarol) está muy ilusionado”.

En ese momento, las informaciones hablaban de la posibilidad de una convocatoria inmediata que finalmente no se produjo. Marcelo Bielsa prefirió apostar por los jugadores que ya conoce para cerrar la clasificación al Mundial 2026, pero ahora, con más calma y ante la necesidad evidente de altura en su defensa, quizás llegue la oportunidad deseada.

“Para mí fue un sueño jugar y después ganar una final de Copa Libertadores. Me acuerdo que lloré antes, durante y después de ese partido. Poder debutar en la selección del país de mi papá sería lo máximo”, confiesa el central de Botafogo, con la misma seguridad que está demostrando para enfrentar a delanteros de élite, como Julián Álvarez, Antoine Griezmann o Désiré Doué.

Con su equipo en octavos de final de la Copa del Mundo de Clubes, el sueño de Alexander Barboza todavía tiene margen para seguir creciendo y acercarse a la realidad. Basta con verle los gestos sobre el césped para creer que puede conseguirlo, porque después de tanto tropezar y luchar, si algo le sobra es confianza.

 Tuvo buenos niveles en Defensa y Justicia y Libertad de Paraguay, pero no anduvo en Núñez ni Avellaneda: todo cambió en Brasil y aspira a llegar más lejos todavía  Read More