Expertos del Conicet buscan en el ADN de las moscas la clave para resolver crímenes

SAN CARLOS DE BARILOCHE.- Cuando una persona es asesinada, las moscas son las primeras en llegar a la escena del crimen, atraídas por el olor. No cualquier mosca, sino las que se conocen como carroñeras o necrófagas: las Calliphoridae son moscas verdes y azules metalizadas que utilizan cuerpos en descomposición como sustrato para el desarrollo de sus estados inmaduros.

Ana Pereira, investigadora del Conicet Patagonia Confluencia en el Centro de Investigaciones en Toxicología Ambiental y Agrobiotecnología del Comahue, es una de las nueve entomólogas forenses del país y la única de la Patagonia norte. La científica busca respuestas en los genes de las moscas para resolver crímenes y sus investigaciones pueden aportar información clave en peritajes forenses, con el objetivo de estimar con mayor precisión el momento de una muerte.

“La particularidad de esta especie de moscas es que son las primeras en detectar que una persona ya no tiene vida; arriban al cadáver y lo colonizan, para luego depositar sus huevos en cavidades naturales y heridas, entre otras. Una vez realizado ese proceso las hembras se van del cadáver y a partir de ahí comienza el ciclo de vida”, explicó Pereira, primera autora de un reciente trabajo publicado en la revista International Journal of Legal Medicine.

La especialista agregó que una vez que los huevos de estos califóridos son depositados en el cadáver comienza un proceso que depende tanto de la especie como de la temperatura ambiental: nace el primer estadio larval, conocido como larva 1, de un aspecto similar al de los gusanos. Esta se alimenta del cadáver, crece y se transforma en larva 2. Luego, continúa alimentándose, aumenta de tamaño y da paso a la larva 3. Finalmente, cuando la larva ha consumido suficiente alimento, entra en un estado inmóvil llamado pupa.

Un estudio singular

Pereira explicó que cuando la larva se transforma en pupa deja de moverse porque queda encerrada dentro del pupario, una estructura protectora similar a un capullo. Aunque desde afuera parece inactiva, en el interior del pupario ocurre la metamorfosis completa. Todos los cambios necesarios para que la larva se transforme en una mosca adulta suceden dentro de esa cápsula. Al cabo de un tiempo, la mosca emerge completamente formada.

“Durante la fase de larva, estos insectos aumentan su tamaño, longitud, peso y presentan ciertos cambios morfológicos que los entomólogos forenses observan para determinar en qué etapa del desarrollo se encuentran. ¿Qué necesitamos los entomólogos forenses al momento de hacer un peritaje? Una vez que se halla un cuerpo, se recolecta la evidencia entomológica –es decir, los insectos– y detenemos su crecimiento. Luego, en el laboratorio, analizamos esas muestras para estimar la edad de las larvas y relacionarla con el tiempo que llevan sobre el cuerpo. De esta manera podemos aproximarnos al momento en que ocurrió la muerte. Este análisis es más sencillo en las fases larvales, ya que utilizamos tablas que relacionan el largo del cuerpo y otras características morfológicas con la edad de la larva. Sin embargo, la situación se complica cuando el insecto alcanza el estadio de pupa, porque todas las transformaciones ocurren dentro del pupario y ya no son visibles externamente”, advirtió la científica.

Lo que Pereira intenta saber es la edad de una pupa, pero no basándose en sus características externas o morfológicas, sino en cómo se expresan ciertos genes en distintos momentos de su desarrollo. Tal como señalaron desde el Conicet, todos los seres vivos, incluyendo las moscas, necesitan producir proteínas para desarrollarse y funcionar. Estas proteínas forman sus estructuras, como alas, patas y órganos internos, y permiten que cumplan sus funciones vitales. Para que esto ocurra, a lo largo de la vida, el ADN va “encendiendo” y “apagando” determinados genes según las proteínas que se necesiten en cada momento.

Durante el estadio de pupa se activan o desactivan genes específicos. Por ejemplo, se expresan los genes que contienen la información necesaria para formar las alas o las patas, cambios fundamentales para pasar de larva con forma de gusano a mosca adulta.

“La idea de nuestro trabajo fue justamente medir cómo se expresa un grupo de genes a lo largo del desarrollo pupal. Queríamos ver qué genes se activan más en determinados días y cómo varía esa actividad con el tiempo. Por ejemplo, el gen wingless, que participa en la formación de las alas, puede mostrar una alta actividad los días 1 y 2, pero luego disminuir hasta casi apagarse hacia el día 8, cuando la mosca ya está lista para emerger. Lo que hicimos fue estudiar la expresión de seis genes diferentes a lo largo de todo el estadio de pupa. Con esa información podemos aplicar este conocimiento en un peritaje forense: si recibimos una pupa como evidencia podemos analizar qué tan activos están esos genes y, con eso, estimar cuántos días han pasado desde que se formó. Esto nos permite saber con mayor precisión cuánto tiempo lleva el insecto desarrollándose sobre el cuerpo, y así ayudar a estimar el momento de la muerte”, afirmó Pereira.

Los pioneros

La identificación de genes es un campo que recién comienza a estudiarse a nivel mundial. Por cuestiones técnicas de laboratorio y por la variabilidad entre las poblaciones de insectos, todavía no se usa como una herramienta concreta en los peritajes forenses. De todos modos, se lograron avances importantes, como la identificación de genes que se expresan mucho en los primeros días del desarrollo de la pupa, y otros que se expresan muy poco en esa misma etapa.

“Gracias a esa información, pudimos crear herramientas gráficas que permiten estimar en qué momento del desarrollo se encuentra una pupa. Por ejemplo, si llega una muestra al laboratorio, ahora podemos decir con mayor precisión si está en el primer cuarto del desarrollo, a la mitad, en el tercer cuarto o en la etapa final. Esto lo hacemos combinando la expresión de dos o tres genes. Y eso ya representa un gran avance, porque nos permite acercarnos mucho más a datos que antes no podíamos estimar con tanta exactitud”, resumió Pereira.

Entre las personas que marcaron el camino que hoy continúa Pereira está Adriana Oliva, especializada en taxonomía de insectos. En 1993, Oliva realizó las primeras pericias de entomología forense solicitadas por el Cuerpo Médico Forense de la Justicia Nacional y que permitieron resolver, entre otros, el emblemático caso Carrasco. A finales de mayo de 1994, Oliva recibió diversas muestras tomadas del cuerpo del soldado Omar Carrasco, un joven de 20 años que desapareció al tercer día de haber ingresado al servicio militar en Zapala, Neuquén.

Oliva analizó cada uno de los insectos en los frascos de pericia y encontró larvas maduras de moscas. Pero en el cuerpo no había larvas más jóvenes ni de otras especies. “Eso era muy llamativo, porque si un cuerpo queda al aire libre, como se lo encontró a Carrasco, una espera que lleguen más moscas, porque lo hacen en oleadas”, contó hace unos años Oliva. Además, las moscas no habían colonizado otras partes del cuerpo: solo estaban en la órbita del ojo izquierdo de Carrasco. Después, la experta encontró Dermestidae, unos cascarudos que se meten fácilmente en lugares oscuros. “Eso también me estaba marcando un tiempo de 25, 30 días. No era un cadáver reciente”, dijo Oliva.

La doctora en Ciencias Biológicas también halló una avispa “chaqueta amarilla” (Vespula germanica), que había sido recolectada viva. Finalmente, el informe de Oliva determinó que el cuerpo de Carrasco había estado al aire libre, luego oculto y finalmente al aire libre. Si bien las autoridades dijeron que Carrasco había desertado, que había sido asesinado y que el cadáver había sido plantado, arrojado al interior del predio, fueron los aportes de la entomología forense los que permitieron comprobar que el cuerpo del soldado había estado escondido en el cuartel durante casi 25 días antes de ser colocado en medio del campo, donde fue hallado.

SAN CARLOS DE BARILOCHE.- Cuando una persona es asesinada, las moscas son las primeras en llegar a la escena del crimen, atraídas por el olor. No cualquier mosca, sino las que se conocen como carroñeras o necrófagas: las Calliphoridae son moscas verdes y azules metalizadas que utilizan cuerpos en descomposición como sustrato para el desarrollo de sus estados inmaduros.

Ana Pereira, investigadora del Conicet Patagonia Confluencia en el Centro de Investigaciones en Toxicología Ambiental y Agrobiotecnología del Comahue, es una de las nueve entomólogas forenses del país y la única de la Patagonia norte. La científica busca respuestas en los genes de las moscas para resolver crímenes y sus investigaciones pueden aportar información clave en peritajes forenses, con el objetivo de estimar con mayor precisión el momento de una muerte.

“La particularidad de esta especie de moscas es que son las primeras en detectar que una persona ya no tiene vida; arriban al cadáver y lo colonizan, para luego depositar sus huevos en cavidades naturales y heridas, entre otras. Una vez realizado ese proceso las hembras se van del cadáver y a partir de ahí comienza el ciclo de vida”, explicó Pereira, primera autora de un reciente trabajo publicado en la revista International Journal of Legal Medicine.

La especialista agregó que una vez que los huevos de estos califóridos son depositados en el cadáver comienza un proceso que depende tanto de la especie como de la temperatura ambiental: nace el primer estadio larval, conocido como larva 1, de un aspecto similar al de los gusanos. Esta se alimenta del cadáver, crece y se transforma en larva 2. Luego, continúa alimentándose, aumenta de tamaño y da paso a la larva 3. Finalmente, cuando la larva ha consumido suficiente alimento, entra en un estado inmóvil llamado pupa.

Un estudio singular

Pereira explicó que cuando la larva se transforma en pupa deja de moverse porque queda encerrada dentro del pupario, una estructura protectora similar a un capullo. Aunque desde afuera parece inactiva, en el interior del pupario ocurre la metamorfosis completa. Todos los cambios necesarios para que la larva se transforme en una mosca adulta suceden dentro de esa cápsula. Al cabo de un tiempo, la mosca emerge completamente formada.

“Durante la fase de larva, estos insectos aumentan su tamaño, longitud, peso y presentan ciertos cambios morfológicos que los entomólogos forenses observan para determinar en qué etapa del desarrollo se encuentran. ¿Qué necesitamos los entomólogos forenses al momento de hacer un peritaje? Una vez que se halla un cuerpo, se recolecta la evidencia entomológica –es decir, los insectos– y detenemos su crecimiento. Luego, en el laboratorio, analizamos esas muestras para estimar la edad de las larvas y relacionarla con el tiempo que llevan sobre el cuerpo. De esta manera podemos aproximarnos al momento en que ocurrió la muerte. Este análisis es más sencillo en las fases larvales, ya que utilizamos tablas que relacionan el largo del cuerpo y otras características morfológicas con la edad de la larva. Sin embargo, la situación se complica cuando el insecto alcanza el estadio de pupa, porque todas las transformaciones ocurren dentro del pupario y ya no son visibles externamente”, advirtió la científica.

Lo que Pereira intenta saber es la edad de una pupa, pero no basándose en sus características externas o morfológicas, sino en cómo se expresan ciertos genes en distintos momentos de su desarrollo. Tal como señalaron desde el Conicet, todos los seres vivos, incluyendo las moscas, necesitan producir proteínas para desarrollarse y funcionar. Estas proteínas forman sus estructuras, como alas, patas y órganos internos, y permiten que cumplan sus funciones vitales. Para que esto ocurra, a lo largo de la vida, el ADN va “encendiendo” y “apagando” determinados genes según las proteínas que se necesiten en cada momento.

Durante el estadio de pupa se activan o desactivan genes específicos. Por ejemplo, se expresan los genes que contienen la información necesaria para formar las alas o las patas, cambios fundamentales para pasar de larva con forma de gusano a mosca adulta.

“La idea de nuestro trabajo fue justamente medir cómo se expresa un grupo de genes a lo largo del desarrollo pupal. Queríamos ver qué genes se activan más en determinados días y cómo varía esa actividad con el tiempo. Por ejemplo, el gen wingless, que participa en la formación de las alas, puede mostrar una alta actividad los días 1 y 2, pero luego disminuir hasta casi apagarse hacia el día 8, cuando la mosca ya está lista para emerger. Lo que hicimos fue estudiar la expresión de seis genes diferentes a lo largo de todo el estadio de pupa. Con esa información podemos aplicar este conocimiento en un peritaje forense: si recibimos una pupa como evidencia podemos analizar qué tan activos están esos genes y, con eso, estimar cuántos días han pasado desde que se formó. Esto nos permite saber con mayor precisión cuánto tiempo lleva el insecto desarrollándose sobre el cuerpo, y así ayudar a estimar el momento de la muerte”, afirmó Pereira.

Los pioneros

La identificación de genes es un campo que recién comienza a estudiarse a nivel mundial. Por cuestiones técnicas de laboratorio y por la variabilidad entre las poblaciones de insectos, todavía no se usa como una herramienta concreta en los peritajes forenses. De todos modos, se lograron avances importantes, como la identificación de genes que se expresan mucho en los primeros días del desarrollo de la pupa, y otros que se expresan muy poco en esa misma etapa.

“Gracias a esa información, pudimos crear herramientas gráficas que permiten estimar en qué momento del desarrollo se encuentra una pupa. Por ejemplo, si llega una muestra al laboratorio, ahora podemos decir con mayor precisión si está en el primer cuarto del desarrollo, a la mitad, en el tercer cuarto o en la etapa final. Esto lo hacemos combinando la expresión de dos o tres genes. Y eso ya representa un gran avance, porque nos permite acercarnos mucho más a datos que antes no podíamos estimar con tanta exactitud”, resumió Pereira.

Entre las personas que marcaron el camino que hoy continúa Pereira está Adriana Oliva, especializada en taxonomía de insectos. En 1993, Oliva realizó las primeras pericias de entomología forense solicitadas por el Cuerpo Médico Forense de la Justicia Nacional y que permitieron resolver, entre otros, el emblemático caso Carrasco. A finales de mayo de 1994, Oliva recibió diversas muestras tomadas del cuerpo del soldado Omar Carrasco, un joven de 20 años que desapareció al tercer día de haber ingresado al servicio militar en Zapala, Neuquén.

Oliva analizó cada uno de los insectos en los frascos de pericia y encontró larvas maduras de moscas. Pero en el cuerpo no había larvas más jóvenes ni de otras especies. “Eso era muy llamativo, porque si un cuerpo queda al aire libre, como se lo encontró a Carrasco, una espera que lleguen más moscas, porque lo hacen en oleadas”, contó hace unos años Oliva. Además, las moscas no habían colonizado otras partes del cuerpo: solo estaban en la órbita del ojo izquierdo de Carrasco. Después, la experta encontró Dermestidae, unos cascarudos que se meten fácilmente en lugares oscuros. “Eso también me estaba marcando un tiempo de 25, 30 días. No era un cadáver reciente”, dijo Oliva.

La doctora en Ciencias Biológicas también halló una avispa “chaqueta amarilla” (Vespula germanica), que había sido recolectada viva. Finalmente, el informe de Oliva determinó que el cuerpo de Carrasco había estado al aire libre, luego oculto y finalmente al aire libre. Si bien las autoridades dijeron que Carrasco había desertado, que había sido asesinado y que el cadáver había sido plantado, arrojado al interior del predio, fueron los aportes de la entomología forense los que permitieron comprobar que el cuerpo del soldado había estado escondido en el cuartel durante casi 25 días antes de ser colocado en medio del campo, donde fue hallado.

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