Era una pista aérea abandonada, la reinventaron después de la Segunda Guerra y hoy es ícono del deporte mundial

Silverstone no es solo un circuito; es el latido histórico de la Fórmula 1, el lugar donde se forjaron leyendas y se escribió parte del destino de pilotos argentinos, incluido Franco Colapinto, que hoy se conecta con esa mística pista inglesa. A 75 años de su primera carrera, repasamos la historia, la evolución y el vínculo de este trazado con los mejores del automovilismo mundial.

Una recta interminable marcada por la niebla. El viento cortante de la campiña inglesa atraviesa los guardabarros de coches que desafían las leyes de la física. El cielo gris no perdona. En el centro del paisaje, un rugido: no de la naturaleza, sino del hombre que aprendió a dominarla a través de la velocidad. Así se presenta el trazado más emblemático del automovilismo: un circuito que no nació del diseño meticuloso, sino de la urgencia de una posguerra, de una pista aérea abandonada, de un impulso por competir y dejar atrás la quietud forzada del conflicto.

Estos son los autos que se dejan de fabricar este año en la Argentina

Allí, en el corazón del Reino Unido, la Fórmula 1 no sólo encontró su punto de partida, sino también su esencia. A 75 años de aquella primera carrera oficial, ese circuito sigue siendo escenario de desafíos, dramas y epopeyas deportivas. Silverstone -aunque no lo nombremos aún- es más que un lugar: es una narrativa viva.

La historia de este lugar comienza en 1948, cuando las autoridades del Royal Automobile Club decidieron organizar una competencia automovilística en las pistas de una base de la Royal Air Force en desuso. Dos años más tarde, en 1950, el circuito fue sede del primer Gran Premio del Campeonato Mundial de Fórmula 1. La carrera fue presenciada por más de 100.000 personas, entre ellas el rey Jorge VI, y consagró al italiano Giuseppe Farina. Desde entonces, el circuito no sólo fue sede frecuente del Gran Premio de Gran Bretaña, sino también laboratorio de innovaciones técnicas y teatro de batallas inolvidables.

Pese a sus constantes transformaciones, su espíritu nunca cambió. Silverstone creció, se expandió, rediseñó curvas, agrandó tribunas, ajustó reglas y abrazó la tecnología. Pero el alma del circuito, esa que exige coraje, destreza y respeto, permanece intacta. Aquí, la velocidad no es sólo un valor medido en cronómetros, es un idioma que se grita con motores.

Curvas con nombre propio

Para los pilotos, recorrer este trazado no es sólo una cuestión de puntos en un campeonato: es medirse con una leyenda. Cada curva lleva un nombre y un peso simbólico. Está Copse, que exige frenar con precisión quirúrgica a más de 290 km/h; Maggotts y Becketts, una combinación fluida que obliga a la perfección aerodinámica y a la intuición; y Stowe, donde la trayectoria ideal cambia según el clima caprichoso del cielo británico.

El circuito tiene una extensión actual de 5891 kilómetros y 18 curvas. Ha sido modificado múltiples veces, pero siempre mantuvo su carácter veloz. De hecho, es una de las pistas más rápidas del calendario de Fórmula 1. Su trazado prioriza la aerodinámica y la potencia, lo que lo convierte en un escenario exigente tanto para ingenieros como para pilotos.

También es una caja de resonancia para los grandes momentos. Allí se vivió el duelo épico entre Nigel Mansell y Nelson Piquet en 1987, se presenció la rotura del neumático de Lewis Hamilton en la última vuelta en 2020 y se celebraron victorias que marcaron épocas. Es un circuito donde la estrategia y el instinto conviven, donde el viento cambia direcciones y decisiones y donde el público inglés se entrega con fervor a cada maniobra como si fuera una obra de teatro.

La pista también fue pionera en cuestiones de seguridad. La introducción de escapatorias amplias, barreras de contención modernas y controles rigurosos posicionaron a Silverstone como modelo para otros circuitos. Al mismo tiempo, supo adaptarse a las exigencias del calendario contemporáneo sin perder ese sabor de lo clásico, de lo puro. La mezcla de historia y vanguardia es parte de su identidad.

En esa galería de gestas, Silverstone guarda también una relación especial con la Argentina. Fue aquí donde Juan Manuel Fangio, el Quíntuple de Balcarce, deslumbró con su talento. Su participación en el mítico trazado no solo ayudó a consolidar su figura como leyenda mundial, sino que también posicionó a la Argentina en el mapa del automovilismo internacional. Más tarde, Carlos Reutemann, con su elegancia al volante, sumó capítulos memorables en suelo británico, incluyendo podios con Ferrari y Williams.

Pero no todo quedó en el pasado. En los últimos años, Franco Colapinto comenzó a escribir su propio recorrido. El joven piloto argentino compitió en categorías formativas en Silverstone, dominó curvas y demostró que el talento nacional sigue encontrando eco en los trazados más exigentes del planeta.

Colapinto ha declarado en más de una ocasión que Silverstone es uno de sus circuitos favoritos. Tal vez porque allí cada curva le susurra los nombres de sus ídolos. Tal vez porque sabe que el asfalto británico, con su mezcla de leyenda y presente, lo conecta directamente con una genealogía de campeones a la que sueña sumarse. O tal vez porque entiende que no se trata solo de correr rápido, sino de correr con historia bajo las ruedas.

Silverstone no es sólo un punto geográfico en los mapas del deporte. Es una ceremonia permanente, una celebración de la máquina y el hombre, una metáfora del tiempo que se estira en cada vuelta.

Silverstone no es solo un circuito; es el latido histórico de la Fórmula 1, el lugar donde se forjaron leyendas y se escribió parte del destino de pilotos argentinos, incluido Franco Colapinto, que hoy se conecta con esa mística pista inglesa. A 75 años de su primera carrera, repasamos la historia, la evolución y el vínculo de este trazado con los mejores del automovilismo mundial.

Una recta interminable marcada por la niebla. El viento cortante de la campiña inglesa atraviesa los guardabarros de coches que desafían las leyes de la física. El cielo gris no perdona. En el centro del paisaje, un rugido: no de la naturaleza, sino del hombre que aprendió a dominarla a través de la velocidad. Así se presenta el trazado más emblemático del automovilismo: un circuito que no nació del diseño meticuloso, sino de la urgencia de una posguerra, de una pista aérea abandonada, de un impulso por competir y dejar atrás la quietud forzada del conflicto.

Estos son los autos que se dejan de fabricar este año en la Argentina

Allí, en el corazón del Reino Unido, la Fórmula 1 no sólo encontró su punto de partida, sino también su esencia. A 75 años de aquella primera carrera oficial, ese circuito sigue siendo escenario de desafíos, dramas y epopeyas deportivas. Silverstone -aunque no lo nombremos aún- es más que un lugar: es una narrativa viva.

La historia de este lugar comienza en 1948, cuando las autoridades del Royal Automobile Club decidieron organizar una competencia automovilística en las pistas de una base de la Royal Air Force en desuso. Dos años más tarde, en 1950, el circuito fue sede del primer Gran Premio del Campeonato Mundial de Fórmula 1. La carrera fue presenciada por más de 100.000 personas, entre ellas el rey Jorge VI, y consagró al italiano Giuseppe Farina. Desde entonces, el circuito no sólo fue sede frecuente del Gran Premio de Gran Bretaña, sino también laboratorio de innovaciones técnicas y teatro de batallas inolvidables.

Pese a sus constantes transformaciones, su espíritu nunca cambió. Silverstone creció, se expandió, rediseñó curvas, agrandó tribunas, ajustó reglas y abrazó la tecnología. Pero el alma del circuito, esa que exige coraje, destreza y respeto, permanece intacta. Aquí, la velocidad no es sólo un valor medido en cronómetros, es un idioma que se grita con motores.

Curvas con nombre propio

Para los pilotos, recorrer este trazado no es sólo una cuestión de puntos en un campeonato: es medirse con una leyenda. Cada curva lleva un nombre y un peso simbólico. Está Copse, que exige frenar con precisión quirúrgica a más de 290 km/h; Maggotts y Becketts, una combinación fluida que obliga a la perfección aerodinámica y a la intuición; y Stowe, donde la trayectoria ideal cambia según el clima caprichoso del cielo británico.

El circuito tiene una extensión actual de 5891 kilómetros y 18 curvas. Ha sido modificado múltiples veces, pero siempre mantuvo su carácter veloz. De hecho, es una de las pistas más rápidas del calendario de Fórmula 1. Su trazado prioriza la aerodinámica y la potencia, lo que lo convierte en un escenario exigente tanto para ingenieros como para pilotos.

También es una caja de resonancia para los grandes momentos. Allí se vivió el duelo épico entre Nigel Mansell y Nelson Piquet en 1987, se presenció la rotura del neumático de Lewis Hamilton en la última vuelta en 2020 y se celebraron victorias que marcaron épocas. Es un circuito donde la estrategia y el instinto conviven, donde el viento cambia direcciones y decisiones y donde el público inglés se entrega con fervor a cada maniobra como si fuera una obra de teatro.

La pista también fue pionera en cuestiones de seguridad. La introducción de escapatorias amplias, barreras de contención modernas y controles rigurosos posicionaron a Silverstone como modelo para otros circuitos. Al mismo tiempo, supo adaptarse a las exigencias del calendario contemporáneo sin perder ese sabor de lo clásico, de lo puro. La mezcla de historia y vanguardia es parte de su identidad.

En esa galería de gestas, Silverstone guarda también una relación especial con la Argentina. Fue aquí donde Juan Manuel Fangio, el Quíntuple de Balcarce, deslumbró con su talento. Su participación en el mítico trazado no solo ayudó a consolidar su figura como leyenda mundial, sino que también posicionó a la Argentina en el mapa del automovilismo internacional. Más tarde, Carlos Reutemann, con su elegancia al volante, sumó capítulos memorables en suelo británico, incluyendo podios con Ferrari y Williams.

Pero no todo quedó en el pasado. En los últimos años, Franco Colapinto comenzó a escribir su propio recorrido. El joven piloto argentino compitió en categorías formativas en Silverstone, dominó curvas y demostró que el talento nacional sigue encontrando eco en los trazados más exigentes del planeta.

Colapinto ha declarado en más de una ocasión que Silverstone es uno de sus circuitos favoritos. Tal vez porque allí cada curva le susurra los nombres de sus ídolos. Tal vez porque sabe que el asfalto británico, con su mezcla de leyenda y presente, lo conecta directamente con una genealogía de campeones a la que sueña sumarse. O tal vez porque entiende que no se trata solo de correr rápido, sino de correr con historia bajo las ruedas.

Silverstone no es sólo un punto geográfico en los mapas del deporte. Es una ceremonia permanente, una celebración de la máquina y el hombre, una metáfora del tiempo que se estira en cada vuelta.

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