Ignacio Artigas nació en Adrogué, pero enseguida se mudó a Ciudad Evita. Sus padres se divorciaron cuando tenía 3 años. Su papá formó una nueva familia y perdió un poco el contacto con él. A pesar de todo, tuvo una infancia mágica, le encantaba contar historias. Soñaba con ser actor. Desde entonces sabía que iba a emigrar: quería recorrer el mundo. De niño vio Manuelita, la película, y quedó enganchado con la vida nómade. Soñaba con vivir en París e intentó postularse a numerosas becas cuando ya cursaba la universidad, pero para todas tenía que destinar algún dinero que no tenía y además tenía un promedio que se acercaba al 9, pero que parecía no alcanzar, él quería algo que fuera un 10.
Estudió comunicación, inglés y francés en el colegio, y aunque tenía resuelto el tema de la diversidad lingüística, no conseguía el dinero para viajar. Puso en Google “cómo viajar a Europa sin pagar” y el mundo se le presentó con muchas posibilidades: empezó como au pair, una tarea que consiste en una especie de intercambio para cuidar a los chicos de una familia y ayudar con algunas tareas domésticas. “Sos considerado un integrante más y, a cambio, tenés que cuidar a los niños y colaborar en tareas hogareñas, además te dan un pequeño sueldo, pocket money en inglés, una especie de mesada -explica-. Cada país tiene sus propias reglas en este sentido. El mío era de 300 euros en Bélgica”.
Su deseo era irse a un país francófono porque quería practicar el idioma y aprender aún más. Creó una cuenta en una app que funciona como un Tinder para hacer match con una familia. “Si ellos también te eligen se abre la posibilidad de conversar”, relata Ignacio. Marcó los destinos de su interés y luego siguió el arduo proceso de búsqueda de familias. “Te exige mucha intuición -continúa-, porque tenés que analizar la casa a la que podrías eventualmente ir a vivir”. Mientras tanto en su cabeza resonaba un problema: no tenía mucha idea de cómo hacer las tareas hogareñas más básicas, porque en su casa todo lo hacían su abuela y su mamá, pero estaba tan decidido que también consideró que eso lo aprendería.
Bélgica: donde todo empezó
Encontró una familia que buscaba un au pair varón, una condición bastante poco común, porque por lo general se buscan mujeres. Aunque hizo contacto con varias familias, esta fue la primera con la que inició un intercambio, y con la que finalmente acordó. Todo empezó ahí, en Bélgica, con estos padres que buscaban un varón para acompañar a su hijo amante del fútbol. Además querían alguien que hablara español para que pudiera darle clases. “Tenían la intención de mudarse a Málaga un año después”, explica Ignacio. Un día le contó a su mamá que estaba todo listo: se iba a Bélgica para la segunda mitad de ese año. Su madre casi enloqueció. Temía sobre el sitio al que iba su hijo y las tareas en las que se iba a involucrar. “Investigué -relata-, le mostré videos, pero es cierto que todo es suerte”. Planearon una entrevista con la familia, y ambas, la de Ignacio y su contratante estuvieron presentes. “Fue una experiencia interesante porque todos se sintieron un poco más cerca y tranquilos”, continúa.
“Bélgica me encantaba -rememora-, tiene como muchas ciudades que conservan la arquitectura del 1600 o del 1700. Acabé en Amberes, donde se habla holandés, pero la familia hablaba francés, lo que me permitió cumplir mi cometido de practicar la lengua. No fui sincero en cuanto a saber andar en bicicleta. Ellos esperaban que lo hiciera, pero yo no sabía hacerlo bien”. Terminaron despidiéndolo a los dos meses. Volvió a la Argentina súperdeprimido. Sin embargo, un novio del momento, estudiante de intercambio que estaba en Argentina, le sugirió aplicar a una aerolínea del Medio Oriente. No necesitaba ninguna formación previa, pero Qatar Airways estaba por llegar al país y era una oportunidad. “Por entonces me acuerdo que no tenía ni idea de donde quedaba Qatar -se ríe-, pero sólo trabajaba dando clases particulares de inglés y francés y reunía un sueldo muy mínimo, así que me presenté. Sólo pedían haber egresado del secundario y conocimientos de inglés, sin necesidad de tener un certificado”.
Un despido, y una nueva oportunidad
Se presentaron 500 candidatos. En la primera entrevista le dieron una charla introductoria explicando las condiciones pero también las restricciones. Durante la sucinta entrevista, su trabajo de au pair le abrió inmediatamente el paso a la siguiente etapa. Atravesó un segunda dura entrevista, sobre todo basada en su aspecto físico: manos, uñas, dientes… Y así superó sucesivamente todas las reuniones hasta quedar entre los 11 que eligieron para ir a Doha.
Volver a empezar
Luego de un tiempo de trabajo, la pandemia obligó a la línea aérea que lo contrató a reducir personal y volvió a quedar desempleado, aunque le ofrecieron seguir viviendo en los edificios de la empresa porque Argentina tenía las fronteras cerradas. Consiguió un trabajo en un museo de moda, pero un cambio en el sistema de visas lo obligó a volver a Argentina ni bien se le permitió el ingreso.
Aprovechó para terminar la tesis de su carrera y capitalizó su experiencia: iba a volver a intentarlo, esta vez en Emirates. Eligió irse a Dubái “que en comparación a Doha, es mucho más cosmopolita, grande y con una oferta cultural más rica -explica-. Qatar es un país tradicional islámico y estricto, por ejemplo en lugares públicos ni hombres ni mujeres pueden mostrar ni los hombros ni las rodillas, alguien que convive con VIH o tiene sífilis o tuberculosis es deportado, las condiciones laborales para ciertos sectores son muy malas, como para los trabajadores bangladesíes, pakistaníes e indios que trabajan bajo el sol, horarios de 12 horas y viven hacinados en complejos que las constructoras ofrecen. A muchos empleados se les retiene el pasaporte y sólo tienen derecho a vacaciones cada dos años. Es muy duro. Hay condiciones que son verdaderamente esclavistas. Esto es lo que se empezó a conocer con el Mundial”.
Sin embargo, en Dubai se encontró con uno de los Emiratos Árabes, musulmán, pero súper occidental y muy cosmopolita. “Se siente casi, casi como occidente”, argumenta.
Ya como personal de la aerolínea, su vida transcurre en el barrio Almaján, en Dubai, donde se multiplican los edificios de la compañía, de modo que todos sus compañeros están allí. “Estoy un poco alejado del centro de la ciudad -cuenta-, pero desde mi balcón puedo ver el desierto”.
En su trabajo, tiene un planning mensual con un mínimo de 8 días libres por contrato y una cierta cantidad de horas de vuelo. Cada mes va a diferentes destinos: “puede ser una semana a Estados Unidos, y la siguiente a alguna ciudad de Europa, África o Australia -relata-. Cada tripulación es diferente, de modo que sólo compartimos un vuelo. Me hice amigos en el entrenamiento, son todos argentinos o españoles”. Su día a día es la no rutina, lo que intercala con gimnasio, verse con amigos, estudiar italiano y perfeccionarse en francés. “Me gusta mucho leer -reconoce- y voy muchísimo al cine, aunque muchas películas estén censuradas pero igual las disfruto. Cuando me toca ir a Londres o Nueva York aprovecho para ver teatro que me encanta.”
Dubái es un país islámico “donde la religión es el Estado” -agrega-. “Por lo común las personas son muy superficiales y es un lugar que se rige mucho por la imagen, por ostentar objetos caros. Tiene mucho brillo, pero al mismo tiempo es un poco vacío. Es el reino de lo exótico: desde un café con oro, al hotel 7 estrellas donde podés ir a comer. Como oportunidad laboral es una buena ocasión para ahorrar. Pero ya cuando pasan los años y tus ojos se acostumbran a aquel brillo y querés buscar algo más, probablemente no lo encuentres”.
Aquello que no se olvida
Para Ignacio aún está el sueño infantil: “Mi próximo proyecto es irme a Francia a estudiar -confirma-. Apliqué a siete universidades para hacer un máster en comunicación. Una ya me aceptó, estoy esperando la respuesta de todas para tomar una decisión. Para septiembre, que es cuando comienza el ciclo lectivo allí, tengo que haber elegido”. A la par está escribiendo una crónica novelada sobre su experiencia en Qatar, un relato de las mil y una noches posmodernas que le tocaron experimentar en su vida qatarí.
Ignacio Artigas nació en Adrogué, pero enseguida se mudó a Ciudad Evita. Sus padres se divorciaron cuando tenía 3 años. Su papá formó una nueva familia y perdió un poco el contacto con él. A pesar de todo, tuvo una infancia mágica, le encantaba contar historias. Soñaba con ser actor. Desde entonces sabía que iba a emigrar: quería recorrer el mundo. De niño vio Manuelita, la película, y quedó enganchado con la vida nómade. Soñaba con vivir en París e intentó postularse a numerosas becas cuando ya cursaba la universidad, pero para todas tenía que destinar algún dinero que no tenía y además tenía un promedio que se acercaba al 9, pero que parecía no alcanzar, él quería algo que fuera un 10.
Estudió comunicación, inglés y francés en el colegio, y aunque tenía resuelto el tema de la diversidad lingüística, no conseguía el dinero para viajar. Puso en Google “cómo viajar a Europa sin pagar” y el mundo se le presentó con muchas posibilidades: empezó como au pair, una tarea que consiste en una especie de intercambio para cuidar a los chicos de una familia y ayudar con algunas tareas domésticas. “Sos considerado un integrante más y, a cambio, tenés que cuidar a los niños y colaborar en tareas hogareñas, además te dan un pequeño sueldo, pocket money en inglés, una especie de mesada -explica-. Cada país tiene sus propias reglas en este sentido. El mío era de 300 euros en Bélgica”.
Su deseo era irse a un país francófono porque quería practicar el idioma y aprender aún más. Creó una cuenta en una app que funciona como un Tinder para hacer match con una familia. “Si ellos también te eligen se abre la posibilidad de conversar”, relata Ignacio. Marcó los destinos de su interés y luego siguió el arduo proceso de búsqueda de familias. “Te exige mucha intuición -continúa-, porque tenés que analizar la casa a la que podrías eventualmente ir a vivir”. Mientras tanto en su cabeza resonaba un problema: no tenía mucha idea de cómo hacer las tareas hogareñas más básicas, porque en su casa todo lo hacían su abuela y su mamá, pero estaba tan decidido que también consideró que eso lo aprendería.
Bélgica: donde todo empezó
Encontró una familia que buscaba un au pair varón, una condición bastante poco común, porque por lo general se buscan mujeres. Aunque hizo contacto con varias familias, esta fue la primera con la que inició un intercambio, y con la que finalmente acordó. Todo empezó ahí, en Bélgica, con estos padres que buscaban un varón para acompañar a su hijo amante del fútbol. Además querían alguien que hablara español para que pudiera darle clases. “Tenían la intención de mudarse a Málaga un año después”, explica Ignacio. Un día le contó a su mamá que estaba todo listo: se iba a Bélgica para la segunda mitad de ese año. Su madre casi enloqueció. Temía sobre el sitio al que iba su hijo y las tareas en las que se iba a involucrar. “Investigué -relata-, le mostré videos, pero es cierto que todo es suerte”. Planearon una entrevista con la familia, y ambas, la de Ignacio y su contratante estuvieron presentes. “Fue una experiencia interesante porque todos se sintieron un poco más cerca y tranquilos”, continúa.
“Bélgica me encantaba -rememora-, tiene como muchas ciudades que conservan la arquitectura del 1600 o del 1700. Acabé en Amberes, donde se habla holandés, pero la familia hablaba francés, lo que me permitió cumplir mi cometido de practicar la lengua. No fui sincero en cuanto a saber andar en bicicleta. Ellos esperaban que lo hiciera, pero yo no sabía hacerlo bien”. Terminaron despidiéndolo a los dos meses. Volvió a la Argentina súperdeprimido. Sin embargo, un novio del momento, estudiante de intercambio que estaba en Argentina, le sugirió aplicar a una aerolínea del Medio Oriente. No necesitaba ninguna formación previa, pero Qatar Airways estaba por llegar al país y era una oportunidad. “Por entonces me acuerdo que no tenía ni idea de donde quedaba Qatar -se ríe-, pero sólo trabajaba dando clases particulares de inglés y francés y reunía un sueldo muy mínimo, así que me presenté. Sólo pedían haber egresado del secundario y conocimientos de inglés, sin necesidad de tener un certificado”.
Un despido, y una nueva oportunidad
Se presentaron 500 candidatos. En la primera entrevista le dieron una charla introductoria explicando las condiciones pero también las restricciones. Durante la sucinta entrevista, su trabajo de au pair le abrió inmediatamente el paso a la siguiente etapa. Atravesó un segunda dura entrevista, sobre todo basada en su aspecto físico: manos, uñas, dientes… Y así superó sucesivamente todas las reuniones hasta quedar entre los 11 que eligieron para ir a Doha.
Volver a empezar
Luego de un tiempo de trabajo, la pandemia obligó a la línea aérea que lo contrató a reducir personal y volvió a quedar desempleado, aunque le ofrecieron seguir viviendo en los edificios de la empresa porque Argentina tenía las fronteras cerradas. Consiguió un trabajo en un museo de moda, pero un cambio en el sistema de visas lo obligó a volver a Argentina ni bien se le permitió el ingreso.
Aprovechó para terminar la tesis de su carrera y capitalizó su experiencia: iba a volver a intentarlo, esta vez en Emirates. Eligió irse a Dubái “que en comparación a Doha, es mucho más cosmopolita, grande y con una oferta cultural más rica -explica-. Qatar es un país tradicional islámico y estricto, por ejemplo en lugares públicos ni hombres ni mujeres pueden mostrar ni los hombros ni las rodillas, alguien que convive con VIH o tiene sífilis o tuberculosis es deportado, las condiciones laborales para ciertos sectores son muy malas, como para los trabajadores bangladesíes, pakistaníes e indios que trabajan bajo el sol, horarios de 12 horas y viven hacinados en complejos que las constructoras ofrecen. A muchos empleados se les retiene el pasaporte y sólo tienen derecho a vacaciones cada dos años. Es muy duro. Hay condiciones que son verdaderamente esclavistas. Esto es lo que se empezó a conocer con el Mundial”.
Sin embargo, en Dubai se encontró con uno de los Emiratos Árabes, musulmán, pero súper occidental y muy cosmopolita. “Se siente casi, casi como occidente”, argumenta.
Ya como personal de la aerolínea, su vida transcurre en el barrio Almaján, en Dubai, donde se multiplican los edificios de la compañía, de modo que todos sus compañeros están allí. “Estoy un poco alejado del centro de la ciudad -cuenta-, pero desde mi balcón puedo ver el desierto”.
En su trabajo, tiene un planning mensual con un mínimo de 8 días libres por contrato y una cierta cantidad de horas de vuelo. Cada mes va a diferentes destinos: “puede ser una semana a Estados Unidos, y la siguiente a alguna ciudad de Europa, África o Australia -relata-. Cada tripulación es diferente, de modo que sólo compartimos un vuelo. Me hice amigos en el entrenamiento, son todos argentinos o españoles”. Su día a día es la no rutina, lo que intercala con gimnasio, verse con amigos, estudiar italiano y perfeccionarse en francés. “Me gusta mucho leer -reconoce- y voy muchísimo al cine, aunque muchas películas estén censuradas pero igual las disfruto. Cuando me toca ir a Londres o Nueva York aprovecho para ver teatro que me encanta.”
Dubái es un país islámico “donde la religión es el Estado” -agrega-. “Por lo común las personas son muy superficiales y es un lugar que se rige mucho por la imagen, por ostentar objetos caros. Tiene mucho brillo, pero al mismo tiempo es un poco vacío. Es el reino de lo exótico: desde un café con oro, al hotel 7 estrellas donde podés ir a comer. Como oportunidad laboral es una buena ocasión para ahorrar. Pero ya cuando pasan los años y tus ojos se acostumbran a aquel brillo y querés buscar algo más, probablemente no lo encuentres”.
Aquello que no se olvida
Para Ignacio aún está el sueño infantil: “Mi próximo proyecto es irme a Francia a estudiar -confirma-. Apliqué a siete universidades para hacer un máster en comunicación. Una ya me aceptó, estoy esperando la respuesta de todas para tomar una decisión. Para septiembre, que es cuando comienza el ciclo lectivo allí, tengo que haber elegido”. A la par está escribiendo una crónica novelada sobre su experiencia en Qatar, un relato de las mil y una noches posmodernas que le tocaron experimentar en su vida qatarí.
Aplicó a una línea aérea de Medio Oriente, enfrentó el choque cultural y experimentó la cara oscura; hoy vive en Dubai y ha recorrido los sitios más exóticos del mundo Read More