No están las llamaradas de fuego, ni los autos voladores, ni los acordes de Vangelis. Pero Buenos Aires, en esta imagen, es una Buenos Aires-Blade Runner, pura belleza tecno diluida entre la bruma. Esta semana, el día en que la ciudad pareció disolverse en la niebla, todo tendía a oscilar entre el fastidio –¿cómo seguir la vida con tan poca visibilidad?– y el encanto –¿qué tienen algunos fenómenos meteorológicos que son capaces de convocar tanto misterio?–. Los acuarelistas chinos y japoneses lo sabían; Turner y Friedrich, también. Cuando la luz se disipa emerge o bien lo sutil, o bien lo sublime. A su modo, la posmodernidad tomó el guante: la niebla puede ocultar monstruos de otra dimensión (véase algún film de Carpenter) o, más frecuentemente, develar el costado tenue de nuestras ásperas ciudades de cemento, hierro y líneas eléctricas.
No están las llamaradas de fuego, ni los autos voladores, ni los acordes de Vangelis. Pero Buenos Aires, en esta imagen, es una Buenos Aires-Blade Runner, pura belleza tecno diluida entre la bruma. Esta semana, el día en que la ciudad pareció disolverse en la niebla, todo tendía a oscilar entre el fastidio –¿cómo seguir la vida con tan poca visibilidad?– y el encanto –¿qué tienen algunos fenómenos meteorológicos que son capaces de convocar tanto misterio?–. Los acuarelistas chinos y japoneses lo sabían; Turner y Friedrich, también. Cuando la luz se disipa emerge o bien lo sutil, o bien lo sublime. A su modo, la posmodernidad tomó el guante: la niebla puede ocultar monstruos de otra dimensión (véase algún film de Carpenter) o, más frecuentemente, develar el costado tenue de nuestras ásperas ciudades de cemento, hierro y líneas eléctricas.
No están las llamaradas de fuego, ni los autos voladores, ni los acordes de Vangelis. Pero Buenos Aires, en esta imagen, es una Buenos Aires-Blade Runner, pura belleza tecno diluida entre la bruma. Esta semana, el día en que la ciudad pareció disolverse en la niebla, todo tendía a oscilar entre el fastidio –¿cómo seguir la vida con tan poca visibilidad?– y el encanto –¿qué tienen algunos fenómenos meteorológicos que son capaces de convocar tanto misterio?–. Los acuarelistas chinos y japoneses lo sabían; Turner y Friedrich, también. Cuando la luz se disipa emerge o bien lo sutil, o bien lo sublime. A su modo, la posmodernidad tomó el guante: la niebla puede ocultar monstruos de otra dimensión (véase algún film de Carpenter) o, más frecuentemente, develar el costado tenue de nuestras ásperas ciudades de cemento, hierro y líneas eléctricas. Read More