La historia del monasterio de 1745 que ahora tendrá que convivir con un monumental templo mormón

La historia empieza frente a unas puertas de madera antigua sobre la calle San Martín 705. Aunque es pleno microcentro, a través de ellas el escenario muta, y el siglo XVIII se mezcla con el XXI, un oasis en el medio del caos citadino. Cruzarlas es entrar en la convivencia del presente con el pasado: el olor a café de un bistró nuevo, ahí adentro, se entreteje, por momentos, con el de una humedad vieja. El piso adoquinado, desparejo; los arcos que enmarcan la galería del patio —con un gran lapacho, jacarandá y palo borracho—, el aljibe de 1810, todo se amalgama con las mesas de ese café moderno, con las lucecitas que cuelgan para alumbrar la noche, las estufas eléctricas para aprovechar el invierno.

El monasterio de Santa Catalina de Siena, ubicado entre la avenida Córdoba y Viamonte, se fundó en 1745. Sus paredes esconden vestigios de la Argentina colonial, de la vida cotidiana de las monjas dominicas —de clausura— que vivieron ahí desde entonces y hasta 1974, cuando se mudaron a San Justo, La Matanza, y donaron el espacio al Arzobispado, quien hoy se encarga de la mantención de este y de su iglesia.

Es un lugar grande. La iglesia fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1942, y el monasterio, en 1975. Preservarlo resulta casi una obligación, pero hoy, tras el anuncio de una posible construcción lindante, un templo mormón que se ubicará en el estacionamiento que da a las calles Reconquista y Córdoba, muchos se preguntan si Santa Catalina podría correr riesgos.

Santa Catalina ofrece visitas guiadas de la mano de Soledad Saubidet, que trabaja hace seis años en el lugar. LA NACION realizó la recorrida, que comienza así: “Nos trasladamos a la colonia, donde la sociedad era súper religiosa, y entonces esto era parte de la vida cotidiana de aquel Buenos Aires. Y sobre todo de familias de la alta sociedad”.

Aunque se construyó en 1745, el compromiso de su fundación es todavía más antiguo, cuando Dionisio de Torres Briceño pidió el permiso, en 1715, para levantar un monasterio de monjas Trinitarias, hizo la gestión y solventó las obras.

En aquel entonces, todo era muy distinto: “La mayoría de las chicas que entraban por esa puerta eran chicas de la elite de Buenos Aires. Este era un monasterio que tenía distintos requisitos para ingresar, y uno de ellos era una dote. Así como para casar a una hija los papás tenían que pagar una dote, para que entrara al monasterio de Santa Catalina, también. Así que pasaban por esta puerta, dejaban de ser doncellas para ser esposas de Cristo. Dejaban este ‘mundo profano’ para ingresar en un ‘mundo sacro’. El proceso de ser monja llevaba un tiempo, un período de preparación, un noviciado y después recién tomaban los hábitos. Eso quiere decir que hacían los votos. Pobreza, castidad y obediencia”, contó Saubidet.

-¿Y siempre fueron de clausura?

-Siempre, y lo siguen siendo—, remarcó.

Ese verbo en presente se debe a que la orden religiosa habitó en el lugar, como se contó, hasta 1974, cuando se volvió muy cara su mantención, a la vez que disminuyó la cantidad de monjas. Si bien ahora es un tipo de “clausura moderno” (salen para ir al médico, para hacer trámites, por ejemplo), durante cientos de años hubo ahí un asilamiento casi completo, de oración y contemplación, tras paredes de entre 80 centímetros y 1,20 metros de ancho.

En algún momento impreciso, la puerta de entrada sobre San Martín, frente a las Galerías Pacífico, se cerraron. Una de las teorías es que, con la instalación de las galerías Bon Marché, en 1889, las religiosas sintieron “mucho contacto con el mundo”. Otra habla de que fue por el ensanche de la calle. “Pero la realidad es que a fines de 1800 se cerró a cal y canto [se reabrieron tras un permiso del GCBA hace unos años]. Nosotros empezamos siempre por acá, para contarles esta idea de que la vida de estas chicas empezaba cuando entraban por esta puerta”, contó, señalando portones de madera maciza.

La mayoría de esas chicas eran de Buenos Aires, y el convento tuvo un lugar predominante en la vida religiosa porque, hasta ese momento, el único que había se encontraba en Córdoba. En esos años, una ciudad con monasterio se consideraba importante, por eso Buenos Aires era más parecida a “una pequeñísima aldea”.

Con los años, la iglesia de Santa Catalina, a la que se ingresa por la esquina de San Martín y Viamonte, fue amalgamando diversos estilos arquitectónicos que representaron distintas épocas de la ciudad. La fachada, por ejemplo, al principio era austera, con paredes lisas y desnudas de íconos. A fines del siglo XIX se intervino, se agregaron ornamentos, estatuas, vitrales. Estos cambios, que pueden comprobarse con fotos históricas, llegaron de la mano del arquitecto italiano Juan Antonio Buschiazzo. Buenos Aires crecía y quería borrar de su memoria el colonialismo, demostrar que la “aldea” se había transformado en una gran ciudad.

Ambas partes del edificio están llenos de rincones escondidos, puertas angostas, ventanitas por todos lados. Entre los altares, algunas de esas puertas se abren a los confesionarios: cura y monjas separadas, contacto cero con los feligreses. Por eso también escuchaban la misa detrás de un ventanal gigante. Recibían la hostia a través de otra de esas puertas mínimas, esta vez, una que recuerda la violencia del siglo XIX.

Como lo detalla una placa metálica, por ella entraron las tropas inglesas en la última invasión de 1807, que buscaban llegar al campanario, un lugar alto de avistaje. Las tuvieron cautivas 30 horas, pero no sufrieron mayores ultrajes. La placa lo dice así: “Por esta puerta entraron las tropas británicas al monasterio en la mañana del 5 de julio de 1807. Gracias a la divina providencia la comunidad no sufrió daño alguno”.

El recorrido lleva a los visitantes por cada resquicio. En la segunda planta del edificio de dos pisos, algunas celdas (los cuartos de las monjas) guardan objetos clásicos, como una plancha de hierro en donde se cocinaban las hostias. También una especie de museo en pequeño, que exhibe elementos encontrados tras una excavación en 2001, en el contexto de Casa FOA. Esta se celebró ahí con la intención de que poner en valor el espacio, una idea promulgada por el propio Jorge Bergoglio, que recién era nombrado cardenal de Buenos Aires y contaba con una trayectoria todavía corta como arzobispo (desde 1998). La intención: destinar parte a desarrollos comerciales para generar ingresos y mantener tanto el edificio como la vida pastoral. Hoy ambos se encuentran bajo la representación legal del padre Gustavo Antico.

No todo lo que se encontró enterrado fueron piezas que pertenecieron al monasterio: hay restos de botellas, una vasija incaica, azulejos, exvotos y más, que estaban en donde se había ubicado el huerto, es decir, en el estacionamiento lindero.

-¿Por qué no se siguió excavando?

-Y… porque es un proceso muy caro para mantener por mucho tiempo.

El problema es que ahí mismo estaba el camposanto. Por eso, no solo podría haber muchos restos más, sino también los cuerpos de las monjas e, incluso, contó Saubidet, de los esclavos que vivían enfrente, en las actuales Galerías Pacífico, y que trabajaban en el convento. Esto evidencia el valor arqueológico, y es un punto esencial que se debe considerar si se proyectan obras a su alrededor.

En esa transformación hacia el desarrollo comercial, hoy destaca el Café Bistró 1745, que nació en 2022, y del que participan chefs del Hotel Madero. Ahí se puede disfrutar de desayunos, almuerzos y tés, de lunes a viernes, desde las 9 hasta las 20, y los sábados, de 9 a 17. También se realizan eventos sociales y corporativos: casamientos, bautismos, cumpleaños, reuniones y catas de vino. Además, varias de las celdas vacías se alquilan como oficinas, con contratos de un año, y la posibilidad de trabajar en un lugar que, a la vez, permite escapar un rato del mundo cotidiano.

Templo mormón

El antiguo camposanto pasó a manos privadas hace varios años. Una teoría de Saubidet es que el convento les empezó a quedar grande, y que cada vez se hizo más difícil solventarlo. Por mucho tiempo hubo una playa de estacionamiento, pero desde 2011 genera conflictos urbanísiticos, por la cotización de la zona. En ese año, por caso, el gobierno porteño había autorizado la construcción de un edificio de 60 metros, con seis subsuelos de cocheras, que abarcaría todo el frente de Reconquista, desde Córdoba hasta Viamonte. Pero el Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de la ciudad decretó la nulidad de la resolución.

Diez años después, se intentó construir un edificio con características similares al de Córdoba y San Martín, es decir, de una altura considerable y por encima de la del monasterio, pero no se logró el aval de la Legislatura, y se descartó.

Desde 2023 se habla de que se va a levantar un templo mormón, de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Hace un mes, finalmente, hicieron el anuncio —sorpresivo— de que lo llevarían a cabo. Pero la realidad es que las autoridades locales todavía deben revisar el proyecto.

Según los renders y el comunicado, el edificio en sí se emplazaría enteramente sobre la avenida Córdoba. Además, sumarían un espacio verde de 3625 metros cuadrados con acceso al público. Pero en ningún momento se habla de la superficie que ocupará la estructura ni qué altura tendrá, de llevarse a cabo. El monasterio podría quedar encerrado en sombras, lo que incrementaría el peligro de la estructura, que necesita luz solar para prevenir la humedad en sus ladrillos viejos de adobe.

Al respecto de esto, en una nota de LA NACION se contó que el elder Gary Stevenson, uno de los 12 apóstoles mormones, afirmó que estuvieron trabajando junto con la comunidad de Santa Catalina para realizar la obra de manera que no genere impacto negativo en la estructura de la iglesia. Sin embargo, desde el Arzobispado dijeron, al ser consultados por este medio, que “no ha habido trabajo conjunto con la comunidad de Santa Catalina” y los mormones. A su vez, destacaron que mantienen la postura de un comunicado que se difundió en agosto de 2023, cuando la iglesia mormona compró el espacio.

En este, sostienen: “[…] pedimos a las autoridades de la Ciudad evaluar la aprobación y conveniencia urbanística de tal construcción y de potenciales daños en ambos Monumentos Históricos Nacionales. Recomendamos, además, que antes de tomar cualquier decisión se confirme el valor arqueológico que se esconde en ese terreno, ya que tenemos pruebas documentadas de la existencia en ese sitio de dos cementerios coloniales (religiosas y esclavos)”.

La historia empieza frente a unas puertas de madera antigua sobre la calle San Martín 705. Aunque es pleno microcentro, a través de ellas el escenario muta, y el siglo XVIII se mezcla con el XXI, un oasis en el medio del caos citadino. Cruzarlas es entrar en la convivencia del presente con el pasado: el olor a café de un bistró nuevo, ahí adentro, se entreteje, por momentos, con el de una humedad vieja. El piso adoquinado, desparejo; los arcos que enmarcan la galería del patio —con un gran lapacho, jacarandá y palo borracho—, el aljibe de 1810, todo se amalgama con las mesas de ese café moderno, con las lucecitas que cuelgan para alumbrar la noche, las estufas eléctricas para aprovechar el invierno.

El monasterio de Santa Catalina de Siena, ubicado entre la avenida Córdoba y Viamonte, se fundó en 1745. Sus paredes esconden vestigios de la Argentina colonial, de la vida cotidiana de las monjas dominicas —de clausura— que vivieron ahí desde entonces y hasta 1974, cuando se mudaron a San Justo, La Matanza, y donaron el espacio al Arzobispado, quien hoy se encarga de la mantención de este y de su iglesia.

Es un lugar grande. La iglesia fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1942, y el monasterio, en 1975. Preservarlo resulta casi una obligación, pero hoy, tras el anuncio de una posible construcción lindante, un templo mormón que se ubicará en el estacionamiento que da a las calles Reconquista y Córdoba, muchos se preguntan si Santa Catalina podría correr riesgos.

Santa Catalina ofrece visitas guiadas de la mano de Soledad Saubidet, que trabaja hace seis años en el lugar. LA NACION realizó la recorrida, que comienza así: “Nos trasladamos a la colonia, donde la sociedad era súper religiosa, y entonces esto era parte de la vida cotidiana de aquel Buenos Aires. Y sobre todo de familias de la alta sociedad”.

Aunque se construyó en 1745, el compromiso de su fundación es todavía más antiguo, cuando Dionisio de Torres Briceño pidió el permiso, en 1715, para levantar un monasterio de monjas Trinitarias, hizo la gestión y solventó las obras.

En aquel entonces, todo era muy distinto: “La mayoría de las chicas que entraban por esa puerta eran chicas de la elite de Buenos Aires. Este era un monasterio que tenía distintos requisitos para ingresar, y uno de ellos era una dote. Así como para casar a una hija los papás tenían que pagar una dote, para que entrara al monasterio de Santa Catalina, también. Así que pasaban por esta puerta, dejaban de ser doncellas para ser esposas de Cristo. Dejaban este ‘mundo profano’ para ingresar en un ‘mundo sacro’. El proceso de ser monja llevaba un tiempo, un período de preparación, un noviciado y después recién tomaban los hábitos. Eso quiere decir que hacían los votos. Pobreza, castidad y obediencia”, contó Saubidet.

-¿Y siempre fueron de clausura?

-Siempre, y lo siguen siendo—, remarcó.

Ese verbo en presente se debe a que la orden religiosa habitó en el lugar, como se contó, hasta 1974, cuando se volvió muy cara su mantención, a la vez que disminuyó la cantidad de monjas. Si bien ahora es un tipo de “clausura moderno” (salen para ir al médico, para hacer trámites, por ejemplo), durante cientos de años hubo ahí un asilamiento casi completo, de oración y contemplación, tras paredes de entre 80 centímetros y 1,20 metros de ancho.

En algún momento impreciso, la puerta de entrada sobre San Martín, frente a las Galerías Pacífico, se cerraron. Una de las teorías es que, con la instalación de las galerías Bon Marché, en 1889, las religiosas sintieron “mucho contacto con el mundo”. Otra habla de que fue por el ensanche de la calle. “Pero la realidad es que a fines de 1800 se cerró a cal y canto [se reabrieron tras un permiso del GCBA hace unos años]. Nosotros empezamos siempre por acá, para contarles esta idea de que la vida de estas chicas empezaba cuando entraban por esta puerta”, contó, señalando portones de madera maciza.

La mayoría de esas chicas eran de Buenos Aires, y el convento tuvo un lugar predominante en la vida religiosa porque, hasta ese momento, el único que había se encontraba en Córdoba. En esos años, una ciudad con monasterio se consideraba importante, por eso Buenos Aires era más parecida a “una pequeñísima aldea”.

Con los años, la iglesia de Santa Catalina, a la que se ingresa por la esquina de San Martín y Viamonte, fue amalgamando diversos estilos arquitectónicos que representaron distintas épocas de la ciudad. La fachada, por ejemplo, al principio era austera, con paredes lisas y desnudas de íconos. A fines del siglo XIX se intervino, se agregaron ornamentos, estatuas, vitrales. Estos cambios, que pueden comprobarse con fotos históricas, llegaron de la mano del arquitecto italiano Juan Antonio Buschiazzo. Buenos Aires crecía y quería borrar de su memoria el colonialismo, demostrar que la “aldea” se había transformado en una gran ciudad.

Ambas partes del edificio están llenos de rincones escondidos, puertas angostas, ventanitas por todos lados. Entre los altares, algunas de esas puertas se abren a los confesionarios: cura y monjas separadas, contacto cero con los feligreses. Por eso también escuchaban la misa detrás de un ventanal gigante. Recibían la hostia a través de otra de esas puertas mínimas, esta vez, una que recuerda la violencia del siglo XIX.

Como lo detalla una placa metálica, por ella entraron las tropas inglesas en la última invasión de 1807, que buscaban llegar al campanario, un lugar alto de avistaje. Las tuvieron cautivas 30 horas, pero no sufrieron mayores ultrajes. La placa lo dice así: “Por esta puerta entraron las tropas británicas al monasterio en la mañana del 5 de julio de 1807. Gracias a la divina providencia la comunidad no sufrió daño alguno”.

El recorrido lleva a los visitantes por cada resquicio. En la segunda planta del edificio de dos pisos, algunas celdas (los cuartos de las monjas) guardan objetos clásicos, como una plancha de hierro en donde se cocinaban las hostias. También una especie de museo en pequeño, que exhibe elementos encontrados tras una excavación en 2001, en el contexto de Casa FOA. Esta se celebró ahí con la intención de que poner en valor el espacio, una idea promulgada por el propio Jorge Bergoglio, que recién era nombrado cardenal de Buenos Aires y contaba con una trayectoria todavía corta como arzobispo (desde 1998). La intención: destinar parte a desarrollos comerciales para generar ingresos y mantener tanto el edificio como la vida pastoral. Hoy ambos se encuentran bajo la representación legal del padre Gustavo Antico.

No todo lo que se encontró enterrado fueron piezas que pertenecieron al monasterio: hay restos de botellas, una vasija incaica, azulejos, exvotos y más, que estaban en donde se había ubicado el huerto, es decir, en el estacionamiento lindero.

-¿Por qué no se siguió excavando?

-Y… porque es un proceso muy caro para mantener por mucho tiempo.

El problema es que ahí mismo estaba el camposanto. Por eso, no solo podría haber muchos restos más, sino también los cuerpos de las monjas e, incluso, contó Saubidet, de los esclavos que vivían enfrente, en las actuales Galerías Pacífico, y que trabajaban en el convento. Esto evidencia el valor arqueológico, y es un punto esencial que se debe considerar si se proyectan obras a su alrededor.

En esa transformación hacia el desarrollo comercial, hoy destaca el Café Bistró 1745, que nació en 2022, y del que participan chefs del Hotel Madero. Ahí se puede disfrutar de desayunos, almuerzos y tés, de lunes a viernes, desde las 9 hasta las 20, y los sábados, de 9 a 17. También se realizan eventos sociales y corporativos: casamientos, bautismos, cumpleaños, reuniones y catas de vino. Además, varias de las celdas vacías se alquilan como oficinas, con contratos de un año, y la posibilidad de trabajar en un lugar que, a la vez, permite escapar un rato del mundo cotidiano.

Templo mormón

El antiguo camposanto pasó a manos privadas hace varios años. Una teoría de Saubidet es que el convento les empezó a quedar grande, y que cada vez se hizo más difícil solventarlo. Por mucho tiempo hubo una playa de estacionamiento, pero desde 2011 genera conflictos urbanísiticos, por la cotización de la zona. En ese año, por caso, el gobierno porteño había autorizado la construcción de un edificio de 60 metros, con seis subsuelos de cocheras, que abarcaría todo el frente de Reconquista, desde Córdoba hasta Viamonte. Pero el Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de la ciudad decretó la nulidad de la resolución.

Diez años después, se intentó construir un edificio con características similares al de Córdoba y San Martín, es decir, de una altura considerable y por encima de la del monasterio, pero no se logró el aval de la Legislatura, y se descartó.

Desde 2023 se habla de que se va a levantar un templo mormón, de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Hace un mes, finalmente, hicieron el anuncio —sorpresivo— de que lo llevarían a cabo. Pero la realidad es que las autoridades locales todavía deben revisar el proyecto.

Según los renders y el comunicado, el edificio en sí se emplazaría enteramente sobre la avenida Córdoba. Además, sumarían un espacio verde de 3625 metros cuadrados con acceso al público. Pero en ningún momento se habla de la superficie que ocupará la estructura ni qué altura tendrá, de llevarse a cabo. El monasterio podría quedar encerrado en sombras, lo que incrementaría el peligro de la estructura, que necesita luz solar para prevenir la humedad en sus ladrillos viejos de adobe.

Al respecto de esto, en una nota de LA NACION se contó que el elder Gary Stevenson, uno de los 12 apóstoles mormones, afirmó que estuvieron trabajando junto con la comunidad de Santa Catalina para realizar la obra de manera que no genere impacto negativo en la estructura de la iglesia. Sin embargo, desde el Arzobispado dijeron, al ser consultados por este medio, que “no ha habido trabajo conjunto con la comunidad de Santa Catalina” y los mormones. A su vez, destacaron que mantienen la postura de un comunicado que se difundió en agosto de 2023, cuando la iglesia mormona compró el espacio.

En este, sostienen: “[…] pedimos a las autoridades de la Ciudad evaluar la aprobación y conveniencia urbanística de tal construcción y de potenciales daños en ambos Monumentos Históricos Nacionales. Recomendamos, además, que antes de tomar cualquier decisión se confirme el valor arqueológico que se esconde en ese terreno, ya que tenemos pruebas documentadas de la existencia en ese sitio de dos cementerios coloniales (religiosas y esclavos)”.

 El monasterio de Santa Catalina de Siena, ubicado entre la avenida Córdoba y Viamonte, se fundó en la época colonial; muchos se preguntan si su estructura corre riesgo  Read More