Kiwita, como la bautizó Jorge Lanata (“porque en Nueva Zelanda hay una isla con mi apellido, Stewart, que se llama así por el abuelo de mi abuelo, un ingeniero que hacía puentes”, explica) impresiona por varias razones. Primero, por su perfil bajísimo y una transparencia que no abunda. Segundo, por una vulnerabilidad evidente a la hora de hablar que tiene que ver, sobre todo, con el temor a herir y, en definitiva, lastimarse ella misma. Es lo que sucedería, explica, si alguna frase suya fuera malinterpretada.
Lo cierto es que Sara Stewart Brown hace años que tiene un nombre público. No solo por haber sido la mujer de Jorge Lanata y protagonista de esa gran historia de amor que fue el episodio del trasplante de riñón cruzado, sino porque se transformó en una interesante artista plástica, que además regentea junto a tres amigos la galería Barrakesh, uno de los espacios culturales más impactantes de la ciudad. Por último, un agregado que la enaltece: su habilidad para manejar el arte del silencio.
–En la etapa final de Jorge, cuando pasó de todo y el tema estaba instalado en la televisión, pudiste lograr eso: silencio y calma. ¿Cómo hiciste?
–Imaginate que no me gusta hablar de esto y, si nunca lo hice, menos ahora. Pasó de todo, sí, y podría haber salido con los pelos de punta. Pero conozco muy bien el medio por haber estado muchos años con él. Sé que cuando vos entrás, chau. Abrís una puerta que no se cierra nunca más y quedás expuesta. Por lo tanto, hay que hacer un ejercicio interno y pensar: “¿Yo quiero esto para mí?” No, de ninguna manera. Y pensaba que él, sin estar acá, no merecía quedar pegado a un conventillo. Por lo tanto traté de honrar un poco eso. Lanata hizo tantas cosas importantes que no daba hablar de quilombos tan banales.
–Y eso te lo agradeció mucha gente.
–Sí, es raro y conmovedor. Me llegó mucho por redes. Me siento muy querida por gente que no me conoce. Supongo que tuvo que ver el tema del trasplante. Cuando sucedió, y al ser público él, pusimos esa conversación sobre la mesa. Comprobé que la gente lo siente como un acto de amor enorme. Pero yo, al haberlo vivido tan naturalmente, no lo veo como una hazaña.
–¿Creés en los amores para toda la vida?
–Pienso que pueden existir muchas historias en la vida de las personas. También creo que cuando conectás, hay un amor muy fuerte y no pasan cosas feas, podés querer a alguien para siempre. Y también sé que ese amor se puede transformar. No siempre tiene que ser de pareja, la cosa amorosa. Las relaciones pueden convertirse. Y eso es lo que me pasó a mí. Seguimos siendo familia sin necesidad de estar juntos.
–Y muy ensamblados: se adoran con su primera mujer, Andrea Rodríguez, y con su hija Bárbara.
–Sí, somos familia. Incluso, cuando yo estaba con Jorge y debía irme de viaje, Lola [la hija que tuvo con Lanata] se quedaba con su hermana en la casa de la madre. Siempre que estamos juntas nos divertimos mucho. Se armó algo lindo; es nuestro grupo familiar. Lola vive conmigo, Bárbara en su casa y Andrea en la suya. Pero nos juntamos mucho, vamos al cine, salimos a comer. Lo de la familia ensamblada sucedió toda la vida.
–Lola es un nombre hermoso, con su propia historia…
–A Jorge le encantaba porque así se llama la hermana mayor de Juan Caparrós [hijo de Martín Caparrós]. Es gente que él adoraba, porque Martín era uno de sus mejores amigos. Nos gustaba mucho, aunque sonaba un poco cacofónico: Lola Lanata. Finalmente no nos importó. Hoy ella está muy bien, tiene 20 y trabaja en periodismo. Hace producción, también.
–Jorge era agnóstico, pero con el correr de los años fue cambiando, ¿no? Y tengo entendido que a vos te pasó algo parecido.
–Yo siempre fui incrédula y bastante terrenal. Pero la vida me terminó demostrando que algunas cosas pasan. Me sucede, como a tantos, que estoy pensando en una persona que hace tiempo no veo, y de pronto me llama. Cada vez noto más ese tipo de situaciones. Encima hace muy poquito falleció mi papá. Me resistí mucho a creer, pero la vida me está mostrando otra cosa. Jorge fue agnóstico la mayor parte de su vida, pero cuando se puso más grande cambió bastante.
–¿Qué te decía?
– Recuerdo que cuando Lola era chiquita tuvimos una discusión respecto de si debía hacer catequesis o no. La nena quería, pero a mi criterio era por las razones equivocadas. Lo quería hacer porque iban todas sus compañeras. Yo no quería porque sentía que la Iglesia adoctrina. Él sostenía que había que dejarla, que posiblemente después no creería en nada. Pero es cierto que cuando él se hizo más grande, terminó acercándose a distintas religiones. Tuvo una gran amistad con un rabino y pegó buena onda con el “Admor de Malta” (líder espiritual y cabalista con muchos seguidores). Todo esto pasó en la época posterior al trasplante, cuando se puso más espiritual; se acercó más a lo místico. Incluso se volvió a casar y lo hizo por iglesia.
–¿Seguís sosteniendo que con tu obra no intentás transmitir ningún mensaje? ¿Es real o de rebelde?
–Es cierto. Yo hago la obra que me gusta. Obvio que lo que me sale me identifica. Pero noto que hago una búsqueda por lo visual y no busco transmitir mensaje. Por supuesto que una vez que exponés estás expuesto a cualquier interpretación. Hay gente que encuentra otros sentidos y está muy bien. Pero no es mi intención. Este año voy a hacer una muestra en Barrakesh, nuestro espacio (con Carlos Carabia, Javier Pita y Dafne Cejas), entre septiembre y octubre.
–¿Tenés algún pendiente?
–Soy la típica argentina que tiene 20 quioscos, porque también trabajo en real estate y hasta hosteo cenas para extranjeros en mi casa. Pero mi pendiente es hacer una residencia de arte en el exterior. Ir a laburar en mi obra. Estuve por ir a China justo cuando fue lo de la pandemia. Y después no retomé porque mis padres estaban grandes. Ahora solo la tengo a mamá; así que por ahora, no. Tenemos una relación muy cercana. Con los dos siempre fue todo muy lindo.
–Ellos también tuvieron una gran historia de amor.
–Sí, ella era más grande. Mi abuelo se oponía a la boda. Se casaron igual, sin un mango. No pudieron tener hijos y nos adoptaron a mi hermana y a mí. Papá era capitán de barcos de carga, a sí que se iba meses. Fue un gran novelón.
–¿No quisiste saber tu origen?
–Sí, lo hice, y todo bien. Tratando de bucear sobre mis raíces y ver a quién me parecía. Pero mis padres son mis padres. Los que me criaron.
–¿Heredaste los gatos de Lanata?
–Él se los compró, pero le hacían lío en la casa. Así que se los mandó a Lola. Son unos gatos rusos hermosos, pero quilomberos. Gatini y Gatuni se llaman. Y conviven con Bitch, la perra rescatada que se los banca.
Kiwita, como la bautizó Jorge Lanata (“porque en Nueva Zelanda hay una isla con mi apellido, Stewart, que se llama así por el abuelo de mi abuelo, un ingeniero que hacía puentes”, explica) impresiona por varias razones. Primero, por su perfil bajísimo y una transparencia que no abunda. Segundo, por una vulnerabilidad evidente a la hora de hablar que tiene que ver, sobre todo, con el temor a herir y, en definitiva, lastimarse ella misma. Es lo que sucedería, explica, si alguna frase suya fuera malinterpretada.
Lo cierto es que Sara Stewart Brown hace años que tiene un nombre público. No solo por haber sido la mujer de Jorge Lanata y protagonista de esa gran historia de amor que fue el episodio del trasplante de riñón cruzado, sino porque se transformó en una interesante artista plástica, que además regentea junto a tres amigos la galería Barrakesh, uno de los espacios culturales más impactantes de la ciudad. Por último, un agregado que la enaltece: su habilidad para manejar el arte del silencio.
–En la etapa final de Jorge, cuando pasó de todo y el tema estaba instalado en la televisión, pudiste lograr eso: silencio y calma. ¿Cómo hiciste?
–Imaginate que no me gusta hablar de esto y, si nunca lo hice, menos ahora. Pasó de todo, sí, y podría haber salido con los pelos de punta. Pero conozco muy bien el medio por haber estado muchos años con él. Sé que cuando vos entrás, chau. Abrís una puerta que no se cierra nunca más y quedás expuesta. Por lo tanto, hay que hacer un ejercicio interno y pensar: “¿Yo quiero esto para mí?” No, de ninguna manera. Y pensaba que él, sin estar acá, no merecía quedar pegado a un conventillo. Por lo tanto traté de honrar un poco eso. Lanata hizo tantas cosas importantes que no daba hablar de quilombos tan banales.
–Y eso te lo agradeció mucha gente.
–Sí, es raro y conmovedor. Me llegó mucho por redes. Me siento muy querida por gente que no me conoce. Supongo que tuvo que ver el tema del trasplante. Cuando sucedió, y al ser público él, pusimos esa conversación sobre la mesa. Comprobé que la gente lo siente como un acto de amor enorme. Pero yo, al haberlo vivido tan naturalmente, no lo veo como una hazaña.
–¿Creés en los amores para toda la vida?
–Pienso que pueden existir muchas historias en la vida de las personas. También creo que cuando conectás, hay un amor muy fuerte y no pasan cosas feas, podés querer a alguien para siempre. Y también sé que ese amor se puede transformar. No siempre tiene que ser de pareja, la cosa amorosa. Las relaciones pueden convertirse. Y eso es lo que me pasó a mí. Seguimos siendo familia sin necesidad de estar juntos.
–Y muy ensamblados: se adoran con su primera mujer, Andrea Rodríguez, y con su hija Bárbara.
–Sí, somos familia. Incluso, cuando yo estaba con Jorge y debía irme de viaje, Lola [la hija que tuvo con Lanata] se quedaba con su hermana en la casa de la madre. Siempre que estamos juntas nos divertimos mucho. Se armó algo lindo; es nuestro grupo familiar. Lola vive conmigo, Bárbara en su casa y Andrea en la suya. Pero nos juntamos mucho, vamos al cine, salimos a comer. Lo de la familia ensamblada sucedió toda la vida.
–Lola es un nombre hermoso, con su propia historia…
–A Jorge le encantaba porque así se llama la hermana mayor de Juan Caparrós [hijo de Martín Caparrós]. Es gente que él adoraba, porque Martín era uno de sus mejores amigos. Nos gustaba mucho, aunque sonaba un poco cacofónico: Lola Lanata. Finalmente no nos importó. Hoy ella está muy bien, tiene 20 y trabaja en periodismo. Hace producción, también.
–Jorge era agnóstico, pero con el correr de los años fue cambiando, ¿no? Y tengo entendido que a vos te pasó algo parecido.
–Yo siempre fui incrédula y bastante terrenal. Pero la vida me terminó demostrando que algunas cosas pasan. Me sucede, como a tantos, que estoy pensando en una persona que hace tiempo no veo, y de pronto me llama. Cada vez noto más ese tipo de situaciones. Encima hace muy poquito falleció mi papá. Me resistí mucho a creer, pero la vida me está mostrando otra cosa. Jorge fue agnóstico la mayor parte de su vida, pero cuando se puso más grande cambió bastante.
–¿Qué te decía?
– Recuerdo que cuando Lola era chiquita tuvimos una discusión respecto de si debía hacer catequesis o no. La nena quería, pero a mi criterio era por las razones equivocadas. Lo quería hacer porque iban todas sus compañeras. Yo no quería porque sentía que la Iglesia adoctrina. Él sostenía que había que dejarla, que posiblemente después no creería en nada. Pero es cierto que cuando él se hizo más grande, terminó acercándose a distintas religiones. Tuvo una gran amistad con un rabino y pegó buena onda con el “Admor de Malta” (líder espiritual y cabalista con muchos seguidores). Todo esto pasó en la época posterior al trasplante, cuando se puso más espiritual; se acercó más a lo místico. Incluso se volvió a casar y lo hizo por iglesia.
–¿Seguís sosteniendo que con tu obra no intentás transmitir ningún mensaje? ¿Es real o de rebelde?
–Es cierto. Yo hago la obra que me gusta. Obvio que lo que me sale me identifica. Pero noto que hago una búsqueda por lo visual y no busco transmitir mensaje. Por supuesto que una vez que exponés estás expuesto a cualquier interpretación. Hay gente que encuentra otros sentidos y está muy bien. Pero no es mi intención. Este año voy a hacer una muestra en Barrakesh, nuestro espacio (con Carlos Carabia, Javier Pita y Dafne Cejas), entre septiembre y octubre.
–¿Tenés algún pendiente?
–Soy la típica argentina que tiene 20 quioscos, porque también trabajo en real estate y hasta hosteo cenas para extranjeros en mi casa. Pero mi pendiente es hacer una residencia de arte en el exterior. Ir a laburar en mi obra. Estuve por ir a China justo cuando fue lo de la pandemia. Y después no retomé porque mis padres estaban grandes. Ahora solo la tengo a mamá; así que por ahora, no. Tenemos una relación muy cercana. Con los dos siempre fue todo muy lindo.
–Ellos también tuvieron una gran historia de amor.
–Sí, ella era más grande. Mi abuelo se oponía a la boda. Se casaron igual, sin un mango. No pudieron tener hijos y nos adoptaron a mi hermana y a mí. Papá era capitán de barcos de carga, a sí que se iba meses. Fue un gran novelón.
–¿No quisiste saber tu origen?
–Sí, lo hice, y todo bien. Tratando de bucear sobre mis raíces y ver a quién me parecía. Pero mis padres son mis padres. Los que me criaron.
–¿Heredaste los gatos de Lanata?
–Él se los compró, pero le hacían lío en la casa. Así que se los mandó a Lola. Son unos gatos rusos hermosos, pero quilomberos. Gatini y Gatuni se llaman. Y conviven con Bitch, la perra rescatada que se los banca.
Madre de una de sus hijas y protagonista del famoso trasplante de riñón cruzado, rompe el silencio y cuenta cómo es su presente Read More