Esta madrugada, a los 75 años, murió en la ciudad de Buenos Aires el escritor, traductor y periodista Jorge Aulicino. Dese hacía varias semanas, estaba internado en una clínica de cuidados paliativos. Tenía cáncer. Había nacido en Buenos Aires el 11 de agosto de 1949 y era padre de dos hijas. Por Libro del engaño y del desengaño (2011) obtuvo en 2015 el Premio Nacional de Poesía; su nombre también quedará en la historia de la literatura argentina por haber traducido, al español rioplatense, La divina comedia, de Dante Alighieri. En 1974, dio a conocer su primer poemario, Vuelo bajo.
En su blog Otra iglesia es imposible y en redes sociales difundió la obra de autores nacionales e internacionales. Había creado, en su página de Facebook, al personaje de Cacho Velvedere, que, hablándole a su amigo y comensal Bonturo [nombre de un personaje de La divina comedia], reflexionaba con sarcasmo sobre los traspiés lingüísticos y caprichos retóricos de la prensa gráfica y el ámbito literario (condenaba el uso de la “x inclusiva”). Libros como Almas en movimiento y Paisajes con autor, de la década de 1980, son considerados “puntos de inflexión” por la crítica literaria.
En las décadas de 1970 y 1980, trabajó en el periodismo de izquierda como cronista gremial y de actualidad, en diarios y revistas como La Calle, La Tarde, Generación 83 y El Ciudadano. En 1979, ingresó en el diario Clarín; en un retorno a ese medio gráfico, se desempeñó como editor de arte, cultura y espectáculos y subdirector de la revista Ñ. En simultáneo, integró el equipo de colaboradores de las revistas de poesía 18 Whiskys, Hablar de Poesía y Diario de Poesía. Gran parte de su obra poética fue publicada en los sellos Último Reino, Libros de Tierra Firme, Bajo la Luna, Ediciones en Danza y Barnacle, en cuyo catálogo se encuentra Nada personal. Todo personal. Obra crítica.
Como otros destacados escritores porteños, se formó en el taller literario Mario Jorge De Lellis. “Aprendí a escribir haciendo periodismo: primero estuvo eso, después la poesía -dijo en 2015 a LA NACION-. Nos juntábamos con un grupo en el IFT hasta el golpe de Estado: Jorge Asís, Marcelo Cohen, Rubén Reches, Alicia Genovese. Teníamos un taller de escritura. Después del golpe terminó, yo me quedé en el país, pero me dediqué al periodismo. Estaba protegido de una manera muy extraña porque trabajaba para una agencia rusa, te filmaban con todas las cámaras habidas y por haber, pero no te tocaban. Después entré en Clarín en el 79 y me ocupaba de información general, costumbrismo. Me fui en el 88 y volví en el 92. Y ahí hasta 2002. En total, veinte años”. Fue uno de los grandes amigos de la poeta Irene Gruss.
Además de Dante Alighieri, tradujo a su admirado Cesare Pavese, Luigi Pirandello, Pier Paolo Pasolini, Guido Cavalcanti, John Keats, Ezra Pound, Marianne Moore y Frederick Seidel, entre otros autores.
“Desde hace ya muchos años, Aulicino es uno de los más importantes poetas de la Argentina -dice a LA NACION el escritor y traductor Jorge Fondebrider-. Su poesía, lejos de estancarse y repetirse, desde su primero hasta su último libro siempre estuvo en perpetuo cambio y crecimiento. Asimismo, lo admiré como traductor de literatura italiana. Sus muchas versiones lo ubican entre los más importantes del país, desde su excelente edición de la La divina comedia hasta los últimos y más jóvenes poetas de ese país, pasando por Montale, Pavese y Pasolini, entre otros. Debo añadir que con él, y aquí corresponde agregar a Elvio Gandolfo, aprendí en qué consiste ser periodista cultural. Jorge fue un tipo extremadamente inteligente y riguroso, culto como pocos, perspicaz y generoso, lo que le permitió sacar lo mejor de todos aquellos que trabajaron con él. Al frente de Ñ, de la que fue el verdadero director, llevó la revista a su plenitud, dando enormes oportunidades a muchos artistas, intelectuales y periodistas, y enseñándoles el oficio con paciencia y humor a los más jóvenes”.
Fondebrider fue amigo de Aulicino por más de cuarenta años. “Gran compañero de proyectos -agrega-, genial compinche de aventuras y de muchos viajes, algunos francamente desopilantes por su particular sentido del humor, es, con el editor José Luis Mangieri, una de las personas a quienes más quise y cuya amistad más me enriqueció. Ya mismo tengo un montón de cosas que contarle, pero, al igual que me pasó con Mangieri, ya no puedo. Tampoco puedo decir todo lo que lo voy a extrañar”.
Esta mañana, el escritor Miguel Gaya informó en redes sociales sobre la muerte de Aulicino. “Con Jorge, la amistad y la poesía estuvieron imbricadas de un modo íntimo -dice Gaya a este diario-. Una amistad hecha de discusiones políticas y acuerdos literarios. Era intransigente y honesto en ambas cuestiones. De una inteligencia deslumbrante, era implacable con esta época banal. Su poesía es, sin duda, de las más altas de su generación. Hoy pierdo un amigo. Su poesía seguirá hablándonos, y en lo que a mí respecta, con el acento cotidiano de su voz”.
Amaba a los gatos -publicó una selección de cien poemas en Gatos- y las pipas; esta última pasión era compartida con el poeta y lingüista peruano Mario Montalbetti. “Admiro el criterio de sus poemas, una mezcla perfecta de calidez e inteligencia -observa Montalbetti-. Técnicamente, Aulicino es un maestro del encabalgamiento, del corte de los versos, del desfase y la suspensión del sentido. Nunca conocí a un tipo que escribiera tan buenos poemas y tomara tan malas fotos. Me arrepiento de que solo le dije lo segundo. Su traducción de la Comedia de Dante es de los pocos libros que tengo en mi mesa de noche; extrañaré su humor y su malhumor, y nuestras conversaciones sobre tabacos y pipas”.
“Depositó su esperanza en la poesía, en algunas ideas de otro siglo, y tuvo la firmeza y la voluntad suficientes para mantenerlas hasta el final de su vida sin hacer bochinche ni zamarrear a infieles -dice la escritora Marina Serrano-. Auli, como lo decíamos, fue un hombre hermético, reservado, discreto. Como el abuelo de Heidi y otros héroes finiseculares, solo a través de conductas indirectas dejó ver su cariño, pequeños gestos fueron los representantes materiales de años de amor, detalles que demandaron también actos de fe por parte de sus destinatarios. Formé parte con orgullo de dicha religión. Aprendí mucho de él, en especial, de su disciplina para escribir, para leer, para sostener proyectos a largo plazo. Un amigo en común solía contarme asombrado que Auli escribía todas las noches, que no podía irse a dormir sin haber escrito poesía”. En los últimos meses, el autor de Fuera de lo general y Cierta dureza de la sintaxis publicaba sus poemas inéditos en Facebook.
Para el escritor mexicano Fabio Morábito, Aulicino tenía un fuerte sentido del gusto. “Un concepto hoy en desuso; creo que eso le venía en gran parte de su estupenda labor como traductor de poesía, porque traducir teniendo un pobre gusto a la hora de decidir la palabra adecuada, el corte preciso del verso y el ritmo que pide el poema escrito por otros, significa un fracaso seguro”, dice a LA NACION. “Jorge, acorde con esto, sabía escuchar, otro hábito en desuso, y era exigente sin ser severo y prudente sin callarse nada. Nos va a hacer mucha falta a todos los que lo tratamos, aunque sea a muchos kilómetros de distancia, como fue mi caso”.
“Compartí con Auli esos largos palabreos que detienen y estiran el tiempo -cuenta la escritora chilena Verónica Zondek-. A veces sentados frente a una mesa. Otras, a lo largo de caminos que conectan a Bariloche con Puerto Madryn, a Buenos Aires con Corrientes, a Valdivia con Curiñanco. En todos reverbera tu voz y la emoción; los versos que compartimos, el intelecto y los cuchillos de tu filoso humor. Un viento se cuela por la ventana y azota las intemperies durante el cruce de la cordillera nevada entre el puerto de Madryn y el de Valdivia. Conversar o estar en silencio, lo mismo da. Barajamos libros, traducciones y poemas; películas y amigos; política. Algo nos hizo entrar en el misterio de lo humano. No hay vuelta. El pensamiento que desovillamos entre nosotros urde sus hilos al ritmo de tu pipa y al ronroneo de las ruedas sobre el pavimento. Cada kilómetro engorda nuestra amistad. Solo sé que la literatura nos hizo cruzar un umbral donde lo imposible fue posible: y nos tomamos de las manos para descabezar al dientudo que se llama Soledad”.
Sus restos serán velados Hoy, de 18 a 22, en Tacuarí 466.
Esta madrugada, a los 75 años, murió en la ciudad de Buenos Aires el escritor, traductor y periodista Jorge Aulicino. Dese hacía varias semanas, estaba internado en una clínica de cuidados paliativos. Tenía cáncer. Había nacido en Buenos Aires el 11 de agosto de 1949 y era padre de dos hijas. Por Libro del engaño y del desengaño (2011) obtuvo en 2015 el Premio Nacional de Poesía; su nombre también quedará en la historia de la literatura argentina por haber traducido, al español rioplatense, La divina comedia, de Dante Alighieri. En 1974, dio a conocer su primer poemario, Vuelo bajo.
En su blog Otra iglesia es imposible y en redes sociales difundió la obra de autores nacionales e internacionales. Había creado, en su página de Facebook, al personaje de Cacho Velvedere, que, hablándole a su amigo y comensal Bonturo [nombre de un personaje de La divina comedia], reflexionaba con sarcasmo sobre los traspiés lingüísticos y caprichos retóricos de la prensa gráfica y el ámbito literario (condenaba el uso de la “x inclusiva”). Libros como Almas en movimiento y Paisajes con autor, de la década de 1980, son considerados “puntos de inflexión” por la crítica literaria.
En las décadas de 1970 y 1980, trabajó en el periodismo de izquierda como cronista gremial y de actualidad, en diarios y revistas como La Calle, La Tarde, Generación 83 y El Ciudadano. En 1979, ingresó en el diario Clarín; en un retorno a ese medio gráfico, se desempeñó como editor de arte, cultura y espectáculos y subdirector de la revista Ñ. En simultáneo, integró el equipo de colaboradores de las revistas de poesía 18 Whiskys, Hablar de Poesía y Diario de Poesía. Gran parte de su obra poética fue publicada en los sellos Último Reino, Libros de Tierra Firme, Bajo la Luna, Ediciones en Danza y Barnacle, en cuyo catálogo se encuentra Nada personal. Todo personal. Obra crítica.
Como otros destacados escritores porteños, se formó en el taller literario Mario Jorge De Lellis. “Aprendí a escribir haciendo periodismo: primero estuvo eso, después la poesía -dijo en 2015 a LA NACION-. Nos juntábamos con un grupo en el IFT hasta el golpe de Estado: Jorge Asís, Marcelo Cohen, Rubén Reches, Alicia Genovese. Teníamos un taller de escritura. Después del golpe terminó, yo me quedé en el país, pero me dediqué al periodismo. Estaba protegido de una manera muy extraña porque trabajaba para una agencia rusa, te filmaban con todas las cámaras habidas y por haber, pero no te tocaban. Después entré en Clarín en el 79 y me ocupaba de información general, costumbrismo. Me fui en el 88 y volví en el 92. Y ahí hasta 2002. En total, veinte años”. Fue uno de los grandes amigos de la poeta Irene Gruss.
Además de Dante Alighieri, tradujo a su admirado Cesare Pavese, Luigi Pirandello, Pier Paolo Pasolini, Guido Cavalcanti, John Keats, Ezra Pound, Marianne Moore y Frederick Seidel, entre otros autores.
“Desde hace ya muchos años, Aulicino es uno de los más importantes poetas de la Argentina -dice a LA NACION el escritor y traductor Jorge Fondebrider-. Su poesía, lejos de estancarse y repetirse, desde su primero hasta su último libro siempre estuvo en perpetuo cambio y crecimiento. Asimismo, lo admiré como traductor de literatura italiana. Sus muchas versiones lo ubican entre los más importantes del país, desde su excelente edición de la La divina comedia hasta los últimos y más jóvenes poetas de ese país, pasando por Montale, Pavese y Pasolini, entre otros. Debo añadir que con él, y aquí corresponde agregar a Elvio Gandolfo, aprendí en qué consiste ser periodista cultural. Jorge fue un tipo extremadamente inteligente y riguroso, culto como pocos, perspicaz y generoso, lo que le permitió sacar lo mejor de todos aquellos que trabajaron con él. Al frente de Ñ, de la que fue el verdadero director, llevó la revista a su plenitud, dando enormes oportunidades a muchos artistas, intelectuales y periodistas, y enseñándoles el oficio con paciencia y humor a los más jóvenes”.
Fondebrider fue amigo de Aulicino por más de cuarenta años. “Gran compañero de proyectos -agrega-, genial compinche de aventuras y de muchos viajes, algunos francamente desopilantes por su particular sentido del humor, es, con el editor José Luis Mangieri, una de las personas a quienes más quise y cuya amistad más me enriqueció. Ya mismo tengo un montón de cosas que contarle, pero, al igual que me pasó con Mangieri, ya no puedo. Tampoco puedo decir todo lo que lo voy a extrañar”.
Esta mañana, el escritor Miguel Gaya informó en redes sociales sobre la muerte de Aulicino. “Con Jorge, la amistad y la poesía estuvieron imbricadas de un modo íntimo -dice Gaya a este diario-. Una amistad hecha de discusiones políticas y acuerdos literarios. Era intransigente y honesto en ambas cuestiones. De una inteligencia deslumbrante, era implacable con esta época banal. Su poesía es, sin duda, de las más altas de su generación. Hoy pierdo un amigo. Su poesía seguirá hablándonos, y en lo que a mí respecta, con el acento cotidiano de su voz”.
Amaba a los gatos -publicó una selección de cien poemas en Gatos- y las pipas; esta última pasión era compartida con el poeta y lingüista peruano Mario Montalbetti. “Admiro el criterio de sus poemas, una mezcla perfecta de calidez e inteligencia -observa Montalbetti-. Técnicamente, Aulicino es un maestro del encabalgamiento, del corte de los versos, del desfase y la suspensión del sentido. Nunca conocí a un tipo que escribiera tan buenos poemas y tomara tan malas fotos. Me arrepiento de que solo le dije lo segundo. Su traducción de la Comedia de Dante es de los pocos libros que tengo en mi mesa de noche; extrañaré su humor y su malhumor, y nuestras conversaciones sobre tabacos y pipas”.
“Depositó su esperanza en la poesía, en algunas ideas de otro siglo, y tuvo la firmeza y la voluntad suficientes para mantenerlas hasta el final de su vida sin hacer bochinche ni zamarrear a infieles -dice la escritora Marina Serrano-. Auli, como lo decíamos, fue un hombre hermético, reservado, discreto. Como el abuelo de Heidi y otros héroes finiseculares, solo a través de conductas indirectas dejó ver su cariño, pequeños gestos fueron los representantes materiales de años de amor, detalles que demandaron también actos de fe por parte de sus destinatarios. Formé parte con orgullo de dicha religión. Aprendí mucho de él, en especial, de su disciplina para escribir, para leer, para sostener proyectos a largo plazo. Un amigo en común solía contarme asombrado que Auli escribía todas las noches, que no podía irse a dormir sin haber escrito poesía”. En los últimos meses, el autor de Fuera de lo general y Cierta dureza de la sintaxis publicaba sus poemas inéditos en Facebook.
Para el escritor mexicano Fabio Morábito, Aulicino tenía un fuerte sentido del gusto. “Un concepto hoy en desuso; creo que eso le venía en gran parte de su estupenda labor como traductor de poesía, porque traducir teniendo un pobre gusto a la hora de decidir la palabra adecuada, el corte preciso del verso y el ritmo que pide el poema escrito por otros, significa un fracaso seguro”, dice a LA NACION. “Jorge, acorde con esto, sabía escuchar, otro hábito en desuso, y era exigente sin ser severo y prudente sin callarse nada. Nos va a hacer mucha falta a todos los que lo tratamos, aunque sea a muchos kilómetros de distancia, como fue mi caso”.
“Compartí con Auli esos largos palabreos que detienen y estiran el tiempo -cuenta la escritora chilena Verónica Zondek-. A veces sentados frente a una mesa. Otras, a lo largo de caminos que conectan a Bariloche con Puerto Madryn, a Buenos Aires con Corrientes, a Valdivia con Curiñanco. En todos reverbera tu voz y la emoción; los versos que compartimos, el intelecto y los cuchillos de tu filoso humor. Un viento se cuela por la ventana y azota las intemperies durante el cruce de la cordillera nevada entre el puerto de Madryn y el de Valdivia. Conversar o estar en silencio, lo mismo da. Barajamos libros, traducciones y poemas; películas y amigos; política. Algo nos hizo entrar en el misterio de lo humano. No hay vuelta. El pensamiento que desovillamos entre nosotros urde sus hilos al ritmo de tu pipa y al ronroneo de las ruedas sobre el pavimento. Cada kilómetro engorda nuestra amistad. Solo sé que la literatura nos hizo cruzar un umbral donde lo imposible fue posible: y nos tomamos de las manos para descabezar al dientudo que se llama Soledad”.
Sus restos serán velados Hoy, de 18 a 22, en Tacuarí 466.
Periodista especializado en cultura, ganó el Premio Nacional de Poesía; ofreció además versiones notables de autores como Dante Alighieri, Cesare Pavese y Pier Paolo Pasolini Read More