Diego Capusotto: su nueva obra de teatro, el vínculo con Alfredo Casero y qué piensa de un posible regreso a la TV

Como si fuera una oficina o el sum del edificio, el actor Diego Capusotto atiende en El progreso, el bar histórico de Barracas plagado de reliquias y donde, dicen, tomó forma la marcha peronista. Al entrar, el vecino notable, de largo pelo rubio entrecano y dedos colmados de anillos, saluda a la barra sin aspavientos. Otra entrevista, otras fotos, en su parada confiable, cerca y fuera de su casa, con escasa probabilidad de mirones. Todavía hay poca gente. En la mesa de al lado, varios varones maduros toman café y discuten alguna última noticia que no sería el próximo estreno de Tirria.

Aunque contundente, no es exacto decir que Capusotto regresa a los escenarios. O sí, pero con aclaraciones. No vuelve porque desde 2021 ha recorrido multitud de ciudades de la Argentina además de Uruguay, Paraguay, México y España con Lado C, una entrevista pública a cargo de la periodista Nancy Giampaolo que deviene en “biocomedia” (término acuñado por un amigo del actor), entre anécdotas y material audiovisual enhebrados por el relato capusottiano.

Pero, por otro lado, sí se trata de un regreso al formato teatral “convencional”. En este sentido, su última obra fue Tadeys (de Osvaldo Lamborghini, con versión y dirección de Albertina Carri y Analía Couceyro), en 2019, en el Teatro Nacional Cervantes. Ahora, el próximo jueves 7 de agosto, en el Teatro Metropolitan, estrena Tirria, escrita por Giampaolo y Lucas Nine (dibujante, hijo de Carlos Nine), con dirección de Carlos Branca (argentino que vive en Italia) y producción de Damián Sequeira (también productor de Lado C). Y acompañado por un elenco tan destacado como ecléctico: Andrea Politti, Rafael Spregelburd, Daniel Berbedes, Juano Arana, Eva Capusotto y Galo Hagel.

“En un principio iba a ser una película, pero terminó adaptándose al formato teatral. Me interesó por varias razones: ambientada en el primer peronismo, años 40, es la historia de una clase social venida a menos, los Sobrado Alvear, que vive de apariencias, pretende ser lo que ya no es y mira siempre a lo europeo. Mi personajes es Hilario, el mayordomo, quien va a hacer todo lo posible para que esa mascarada no caiga y finalmente va a intervenir mostrando la parte misteriosa de este personaje. Es una clase nefasta pero a la vez de cierta fragilidad, no están criticados los personajes”, dice Capusotto. Dividida en cinco actos, la obra tiene anclaje en las comedias de teléfono blanco del viejo cine argentino, cuando lo popular y la alta cultura no estaban necesariamente enfrentados.

-¿Podemos definirla como un grotesco?

-Sí, claro, los personajes se mueven de esa manera, perdidos en su propia representación, son ridículos, se esfuerzan por detener la caída y eso los hace graciosos. Aparentan viajar a Europa pero se quedan en la casa encerrados en baúles, al resguardo de Hilario. Hay aspectos de comedia negra también.

-¿Cómo llega Carlos Branca a dirigirla?

-Su maestro fue Raúl Serrano, después se fue a Italia donde vive hace años y dirigió varias óperas. Hace tiempo me escribió con ganas de hacer algo juntos alguna vez. Además, es amigo de Spregelburd. Así que cuando apareció esta posibilidad, le dije. Hubo muchas idas y vueltas, por cuestiones de tiempos y compromisos. Cuando se pensaba llevarla al cine, hablé con Néstor Montalbano (director de Soy tu aventura, Pájaros volando y Las corredoras, con Capusotto), pero no podía. También con el elenco: por ejemplo, Pipo (Luis) Luque y (Luis) Ziembrowski querían pero no podían. Finalmente, se configuró el equipo.

-Es la primera vez que trabajás con Spregelburd y Politti. ¿Cómo son los ensayos?

-Todo fantástico, porque estamos todos en una que es llevar a cabo un proyecto que nos interesa. Venimos de caminos distintos, pero hay que jugar juntos para algo que está por encima de los estímulos personales. Es un equipo entrenando para jugar el domingo. Y pasar de la fragilidad de no saber dónde estás parado y adonde va el personaje a apropiarte del espacio.

En familia

Con María Laura son padres de dos hijas. La mayor, Elisa, es abogada y la menor, Eva, estudia actuación en la UNA, ha trabajado en el circuito off (vuelve en octubre con Golpes a mi puerta, de Juan Carlos Gené) y debuta en el comercial con Tirria donde también actúan Galo Hagel, el hijo de Andrea Politti, y Juano, el hijo de Hugo Arana.

-¿Cómo es trabajar con tu hija?

-Nancy (Giampaolo) pensó en ella para este papel cuando escribía. Me da mucho placer que trabajemos juntos, quedará en nuestro recuerdo y la ficha terminará de caer cuando estemos los dos frente al público. Pero ella es actriz, tiene autonomía, encontró el personaje por si sola. Lo más importante es que tenga placer al actuar. También trabaja Daniel Berbedés, un actor, clown, director y docente con mucha experiencia, que también participó en Lado C y con quien nos rencontramos después de mucho tiempo porque era amigo de mi hermano (el mayor, murió en 1989).

-Volvió Pergolini a la televisión abierta, ¿vuelve Peter Capusotto?

-No es nuestro caso (sonríe). Volvería de manera limitada a encontrar el espíritu de lo que hacíamos, de otra forma, en otro medio y lugar, no en la televisión. No me gustaría el gran regreso con signos de exclamación. Preferiría que fuera como si nunca lo hubiésemos hecho, con personajes nuevos y otros que ya hicimos pero con otro concepto porque ya pasaron nueve años desde el último programa. Imaginate que ni siquiera estamos en la misma Argentina. Pero nosotros (incluye a Pedro Saborido, guionista, productor y director de Peter…) podemos encontrar un lenguaje personal independientemente de la coyuntura porque no hablamos de la coyuntura, armamos mundos paralelos y la coyuntura se cuenta sola porque hay estructuras que se repiten. No hacemos humor político, nunca lo hicimos; en realidad, lo que impulsó el programa es la cultura rock.

-En 2016 hicieron su última temporada con TNT, de Turner. Después siguieron con repeticiones en Canal 9.

-Sí. Creíamos que seguíamos en 2017 pero no. Hasta ya teníamos un concepto de programa, un fin del mundo pero no por una catástrofe sino por el aire de época, desapasionado, amanerado, fofo -que sigo pensando es así hoy-, una época donde la gente pide disculpas porque ya te vigilan los propios. El humor, que se supone es un lenguaje liberador, tiene que pedir disculpas. En lugar de pedirle límites al poder financiero, se le pide al lenguaje que es irreverente, que no viene a decir que todo es lindo. Con Pedro ya lo sentimos en 2017 y después ese programa nunca apareció así que cada uno siguió con proyectos por separado y el futuro dirá si volvemos o no. Si no volvemos, tenemos la satisfacción de que tuvo un buen final, además de la vigencia por su circulación. Y si volvemos, que no lo sabemos, tendremos que pensar cómo sería hacerlo hoy.

-¿Cómo sería en este momento?

-Es difícil superar la realidad, el material a veces te gana, apareció alguien que da otra versión de los hechos, un liderazgo que representa a un sector muy enojado, que viene de la pandemia donde todo el mundo estuvo deshabitado. Y al no haber políticas para la mayoría y en el mejor momento de imagen, hay una fiesta en Olivos y otra serie de cosas, se armó un terreno fértil para que el poder real organice un elenquito nuevo que son los mismos de siempre pero con otra narrativa.

Los haters

-¿Tenés miedo de que te “peguen” en las redes?

-Lo digo un poco en serio y un poco en broma: yo no tengo redes pero saldría y mataría a todos y después pondría “la soledad es irreductible”, eso haría (sonríe). No tengo un afuera impersonal para opinar y contestar a otros. Solo me interesan las redes para leer cosas interesantes o que circule algo como el programa. Los ataques que hacen a artistas y comunicadores es para distraer, porque en paralelo se está jugando otra cosa. No me interesa tener redes.

-Cha Cha Cha estrenó el año pasado en el Metropolitan: ¿te llamaron?

-Sí, pero no podía porque estaba con las charlas de Lado C. Tampoco tenía la voluntad de volver a hacer los personajes que hacía en Cha Cha Cha ni en Todo por 2 pesos. Tampoco haría a Pomelo ni a Violencia Rivas hoy. Puedo tener diferencias con Alfredo (Casero) pero no hay ningún enojo ni nada. Tampoco me necesitaba Cha Cha Cha, un programa donde todos participamos pero había una cabeza, que era Alfredo, y es quien representa el espíritu del ciclo.

-¿Temías que a tu hinchada no le gustara que fueras parte?

-No, no. Tampoco me importan esas cosas. No soy parte de esa polarización. Cuando me preguntan por Alfredo nunca contesto, porque con él hablo personalmente, no a través de los medios. No hay dos Argentinas representadas por eso; eso lo detesto, es mucho más grande el problema, hay gente que la está pasando para el or…, es más complejo. Somos un nicho de gente con panza llena. Hay mucho embrutecimiento, se habla como si estuviéramos en la Guerra Fría, ¿dónde están los comunistas en la Argentina? Si no hay… el problema siempre fue el peronismo, de derecha o de izquierda, la oligarquía siempre enfocó su odio en el peronismo.

Cuestión de tiempo

-¿Te interesa el stand-up?

-No. Me gusta hacer personajes, Capusotto “haciendo de”, siempre hablando desde el personaje. En Lado C hacemos una especie de entrevista pública que un amigo definió como biocomedia, donde lo que se dice puede ser verdad o puede ser fantástico, tomó una forma teatral. Las preguntas están guionadas, van desde la infancia hasta la adultez, pero siempre aparecen anécdotas de otros que fueron parte de mi vida y todo eso desborda lo que podría ser una entrevista formal. Nos quedan muchos lugares todavía para ir y para repetir. Quizás a fin de año hagamos otra función en el Metropolitan.

-¿Quiénes conforman tu público?

-Es heterogéneo. También en términos políticos. Muchos se identifican por el lado de la música o cuestiones generacionales. También vienen muchos jóvenes que tal vez lo vieron de chicos con los padres. No niego que también pasa a veces que alguien viene a saludar y el hijo, al lado, pregunta: “¿Quién es?”.

-Hablando de música, ¿te definís todavía hoy como rockero?

-Escucho muchos géneros, no llevo el estandarte del rock. A esta edad, creo que lo que corresponde no es la pertenencia a nada sino a un sonido que puede ser clásico, folklore, rock…, hay discos que escuchaba y creo que siguen teniendo vigencia. Escucho también lo que me alcanzan, lo que me llega de artistas que están circulando. Hay algunos que me convocan y otros, no. Ni el reguetón ni el trap me convocan. Por otro lado, he visto muchos grupos más ligados al pop que suenan con una liviandad que no me gusta, no sé si son las nuevas masculinidades, hay mucho flaquito con barbita cantando cosas muy famélicas, no doy nombres, pero eso sí me llama la atención. No el trap o el reguetón que directamente no me gustan, sino a ese pop que le falta mugre, rabia, bandas de departamento de un ambiente, me exaspera, me pone cabrón como era mi padre.

-¿Cómo ves, en retrospectiva y después de todo lo hecho, al adolescente que se probó en clubes de fútbol, al que hacía delivery de una fábrica de corpiños?

-No tuve esa famosa crisis de los 40, estaba en Todo por 2 pesos, en un proyecto que me interesaba. Mis problemas eran a los 20, no a los 40. Y ese chico ya fue, murió. Más cuando uno tiene más de 60 años y el 70 por ciento de la humanidad es menor que vos, ya tuviste varias muertes. Me aferro para morir dentro de 20 años y no ahora, porque me gusta mucho vivir. Ya pasó tiempo, estoy en el ahora. Me gusta recordar, andar por mi barrio de Villa Luro donde viví de los siete hasta los 30 años, pero lo recuerdo sin melancolía, es bueno haber estado ahí.

-¿Te reconocés afortunado?

-Sí, porque era muy difícil imaginar que ibas a vivir de la profesión. Esa posibilidad la dio la televisión, encontrarme con Alfredo por la calle y que me propusiera participar en lo que se estaba gestando. Y trabajar en la televisión no haciendo ideas de otros sino con un proyecto propio, que nunca se negoció.

-¿Qué te pasa con el paso del tiempo? ¿Cómo imaginás tu trabajo?

-Tengo proyectos, no melancolías. Es probable que con el paso del tiempo se vayan acortando los personajes que pueda hacer, además de tener menos energía, menos ganas de actuar. No por ahora, pero si en cinco años no tuviera ya ganas de actuar, no me importaría. Si me alcanza la plata para vivir sin trabajar, no trabajo, no tengo esa aspiración de querer actuar hasta que muera aunque tampoco sé lo que me va a pasar. También tiene que ver con lo que tenga para contar y eso trasciende la edad. Podés tener 80 y hacer humor cag… en todo. Es más factible que lo hagas a los 80 que a los 50 cuando todavía hay algunos pidiendo permiso. Pero si a los 80 pedís permiso, no aprendiste nada, sos un pelotudo. Tal vez a los 80 haga a un personaje que se cree de 50 y se enoja porque los demás lo ven viejo (risas).

-También están los de 50 que se creen de 30…

-Esos son peores.

-¿Qué esperás con Tirria?

-Que se acerquen al teatro. Y entren. Para eso hay que pagar: así es el capitalismo.

Para agendar

Tirria. Funciones: desde el 7 de agosto, los jueves y viernes, a las 21.30, y sábados, a las 22. Sala: Teatro Metropolitan (Av. Corrientes 1343).

Como si fuera una oficina o el sum del edificio, el actor Diego Capusotto atiende en El progreso, el bar histórico de Barracas plagado de reliquias y donde, dicen, tomó forma la marcha peronista. Al entrar, el vecino notable, de largo pelo rubio entrecano y dedos colmados de anillos, saluda a la barra sin aspavientos. Otra entrevista, otras fotos, en su parada confiable, cerca y fuera de su casa, con escasa probabilidad de mirones. Todavía hay poca gente. En la mesa de al lado, varios varones maduros toman café y discuten alguna última noticia que no sería el próximo estreno de Tirria.

Aunque contundente, no es exacto decir que Capusotto regresa a los escenarios. O sí, pero con aclaraciones. No vuelve porque desde 2021 ha recorrido multitud de ciudades de la Argentina además de Uruguay, Paraguay, México y España con Lado C, una entrevista pública a cargo de la periodista Nancy Giampaolo que deviene en “biocomedia” (término acuñado por un amigo del actor), entre anécdotas y material audiovisual enhebrados por el relato capusottiano.

Pero, por otro lado, sí se trata de un regreso al formato teatral “convencional”. En este sentido, su última obra fue Tadeys (de Osvaldo Lamborghini, con versión y dirección de Albertina Carri y Analía Couceyro), en 2019, en el Teatro Nacional Cervantes. Ahora, el próximo jueves 7 de agosto, en el Teatro Metropolitan, estrena Tirria, escrita por Giampaolo y Lucas Nine (dibujante, hijo de Carlos Nine), con dirección de Carlos Branca (argentino que vive en Italia) y producción de Damián Sequeira (también productor de Lado C). Y acompañado por un elenco tan destacado como ecléctico: Andrea Politti, Rafael Spregelburd, Daniel Berbedes, Juano Arana, Eva Capusotto y Galo Hagel.

“En un principio iba a ser una película, pero terminó adaptándose al formato teatral. Me interesó por varias razones: ambientada en el primer peronismo, años 40, es la historia de una clase social venida a menos, los Sobrado Alvear, que vive de apariencias, pretende ser lo que ya no es y mira siempre a lo europeo. Mi personajes es Hilario, el mayordomo, quien va a hacer todo lo posible para que esa mascarada no caiga y finalmente va a intervenir mostrando la parte misteriosa de este personaje. Es una clase nefasta pero a la vez de cierta fragilidad, no están criticados los personajes”, dice Capusotto. Dividida en cinco actos, la obra tiene anclaje en las comedias de teléfono blanco del viejo cine argentino, cuando lo popular y la alta cultura no estaban necesariamente enfrentados.

-¿Podemos definirla como un grotesco?

-Sí, claro, los personajes se mueven de esa manera, perdidos en su propia representación, son ridículos, se esfuerzan por detener la caída y eso los hace graciosos. Aparentan viajar a Europa pero se quedan en la casa encerrados en baúles, al resguardo de Hilario. Hay aspectos de comedia negra también.

-¿Cómo llega Carlos Branca a dirigirla?

-Su maestro fue Raúl Serrano, después se fue a Italia donde vive hace años y dirigió varias óperas. Hace tiempo me escribió con ganas de hacer algo juntos alguna vez. Además, es amigo de Spregelburd. Así que cuando apareció esta posibilidad, le dije. Hubo muchas idas y vueltas, por cuestiones de tiempos y compromisos. Cuando se pensaba llevarla al cine, hablé con Néstor Montalbano (director de Soy tu aventura, Pájaros volando y Las corredoras, con Capusotto), pero no podía. También con el elenco: por ejemplo, Pipo (Luis) Luque y (Luis) Ziembrowski querían pero no podían. Finalmente, se configuró el equipo.

-Es la primera vez que trabajás con Spregelburd y Politti. ¿Cómo son los ensayos?

-Todo fantástico, porque estamos todos en una que es llevar a cabo un proyecto que nos interesa. Venimos de caminos distintos, pero hay que jugar juntos para algo que está por encima de los estímulos personales. Es un equipo entrenando para jugar el domingo. Y pasar de la fragilidad de no saber dónde estás parado y adonde va el personaje a apropiarte del espacio.

En familia

Con María Laura son padres de dos hijas. La mayor, Elisa, es abogada y la menor, Eva, estudia actuación en la UNA, ha trabajado en el circuito off (vuelve en octubre con Golpes a mi puerta, de Juan Carlos Gené) y debuta en el comercial con Tirria donde también actúan Galo Hagel, el hijo de Andrea Politti, y Juano, el hijo de Hugo Arana.

-¿Cómo es trabajar con tu hija?

-Nancy (Giampaolo) pensó en ella para este papel cuando escribía. Me da mucho placer que trabajemos juntos, quedará en nuestro recuerdo y la ficha terminará de caer cuando estemos los dos frente al público. Pero ella es actriz, tiene autonomía, encontró el personaje por si sola. Lo más importante es que tenga placer al actuar. También trabaja Daniel Berbedés, un actor, clown, director y docente con mucha experiencia, que también participó en Lado C y con quien nos rencontramos después de mucho tiempo porque era amigo de mi hermano (el mayor, murió en 1989).

-Volvió Pergolini a la televisión abierta, ¿vuelve Peter Capusotto?

-No es nuestro caso (sonríe). Volvería de manera limitada a encontrar el espíritu de lo que hacíamos, de otra forma, en otro medio y lugar, no en la televisión. No me gustaría el gran regreso con signos de exclamación. Preferiría que fuera como si nunca lo hubiésemos hecho, con personajes nuevos y otros que ya hicimos pero con otro concepto porque ya pasaron nueve años desde el último programa. Imaginate que ni siquiera estamos en la misma Argentina. Pero nosotros (incluye a Pedro Saborido, guionista, productor y director de Peter…) podemos encontrar un lenguaje personal independientemente de la coyuntura porque no hablamos de la coyuntura, armamos mundos paralelos y la coyuntura se cuenta sola porque hay estructuras que se repiten. No hacemos humor político, nunca lo hicimos; en realidad, lo que impulsó el programa es la cultura rock.

-En 2016 hicieron su última temporada con TNT, de Turner. Después siguieron con repeticiones en Canal 9.

-Sí. Creíamos que seguíamos en 2017 pero no. Hasta ya teníamos un concepto de programa, un fin del mundo pero no por una catástrofe sino por el aire de época, desapasionado, amanerado, fofo -que sigo pensando es así hoy-, una época donde la gente pide disculpas porque ya te vigilan los propios. El humor, que se supone es un lenguaje liberador, tiene que pedir disculpas. En lugar de pedirle límites al poder financiero, se le pide al lenguaje que es irreverente, que no viene a decir que todo es lindo. Con Pedro ya lo sentimos en 2017 y después ese programa nunca apareció así que cada uno siguió con proyectos por separado y el futuro dirá si volvemos o no. Si no volvemos, tenemos la satisfacción de que tuvo un buen final, además de la vigencia por su circulación. Y si volvemos, que no lo sabemos, tendremos que pensar cómo sería hacerlo hoy.

-¿Cómo sería en este momento?

-Es difícil superar la realidad, el material a veces te gana, apareció alguien que da otra versión de los hechos, un liderazgo que representa a un sector muy enojado, que viene de la pandemia donde todo el mundo estuvo deshabitado. Y al no haber políticas para la mayoría y en el mejor momento de imagen, hay una fiesta en Olivos y otra serie de cosas, se armó un terreno fértil para que el poder real organice un elenquito nuevo que son los mismos de siempre pero con otra narrativa.

Los haters

-¿Tenés miedo de que te “peguen” en las redes?

-Lo digo un poco en serio y un poco en broma: yo no tengo redes pero saldría y mataría a todos y después pondría “la soledad es irreductible”, eso haría (sonríe). No tengo un afuera impersonal para opinar y contestar a otros. Solo me interesan las redes para leer cosas interesantes o que circule algo como el programa. Los ataques que hacen a artistas y comunicadores es para distraer, porque en paralelo se está jugando otra cosa. No me interesa tener redes.

-Cha Cha Cha estrenó el año pasado en el Metropolitan: ¿te llamaron?

-Sí, pero no podía porque estaba con las charlas de Lado C. Tampoco tenía la voluntad de volver a hacer los personajes que hacía en Cha Cha Cha ni en Todo por 2 pesos. Tampoco haría a Pomelo ni a Violencia Rivas hoy. Puedo tener diferencias con Alfredo (Casero) pero no hay ningún enojo ni nada. Tampoco me necesitaba Cha Cha Cha, un programa donde todos participamos pero había una cabeza, que era Alfredo, y es quien representa el espíritu del ciclo.

-¿Temías que a tu hinchada no le gustara que fueras parte?

-No, no. Tampoco me importan esas cosas. No soy parte de esa polarización. Cuando me preguntan por Alfredo nunca contesto, porque con él hablo personalmente, no a través de los medios. No hay dos Argentinas representadas por eso; eso lo detesto, es mucho más grande el problema, hay gente que la está pasando para el or…, es más complejo. Somos un nicho de gente con panza llena. Hay mucho embrutecimiento, se habla como si estuviéramos en la Guerra Fría, ¿dónde están los comunistas en la Argentina? Si no hay… el problema siempre fue el peronismo, de derecha o de izquierda, la oligarquía siempre enfocó su odio en el peronismo.

Cuestión de tiempo

-¿Te interesa el stand-up?

-No. Me gusta hacer personajes, Capusotto “haciendo de”, siempre hablando desde el personaje. En Lado C hacemos una especie de entrevista pública que un amigo definió como biocomedia, donde lo que se dice puede ser verdad o puede ser fantástico, tomó una forma teatral. Las preguntas están guionadas, van desde la infancia hasta la adultez, pero siempre aparecen anécdotas de otros que fueron parte de mi vida y todo eso desborda lo que podría ser una entrevista formal. Nos quedan muchos lugares todavía para ir y para repetir. Quizás a fin de año hagamos otra función en el Metropolitan.

-¿Quiénes conforman tu público?

-Es heterogéneo. También en términos políticos. Muchos se identifican por el lado de la música o cuestiones generacionales. También vienen muchos jóvenes que tal vez lo vieron de chicos con los padres. No niego que también pasa a veces que alguien viene a saludar y el hijo, al lado, pregunta: “¿Quién es?”.

-Hablando de música, ¿te definís todavía hoy como rockero?

-Escucho muchos géneros, no llevo el estandarte del rock. A esta edad, creo que lo que corresponde no es la pertenencia a nada sino a un sonido que puede ser clásico, folklore, rock…, hay discos que escuchaba y creo que siguen teniendo vigencia. Escucho también lo que me alcanzan, lo que me llega de artistas que están circulando. Hay algunos que me convocan y otros, no. Ni el reguetón ni el trap me convocan. Por otro lado, he visto muchos grupos más ligados al pop que suenan con una liviandad que no me gusta, no sé si son las nuevas masculinidades, hay mucho flaquito con barbita cantando cosas muy famélicas, no doy nombres, pero eso sí me llama la atención. No el trap o el reguetón que directamente no me gustan, sino a ese pop que le falta mugre, rabia, bandas de departamento de un ambiente, me exaspera, me pone cabrón como era mi padre.

-¿Cómo ves, en retrospectiva y después de todo lo hecho, al adolescente que se probó en clubes de fútbol, al que hacía delivery de una fábrica de corpiños?

-No tuve esa famosa crisis de los 40, estaba en Todo por 2 pesos, en un proyecto que me interesaba. Mis problemas eran a los 20, no a los 40. Y ese chico ya fue, murió. Más cuando uno tiene más de 60 años y el 70 por ciento de la humanidad es menor que vos, ya tuviste varias muertes. Me aferro para morir dentro de 20 años y no ahora, porque me gusta mucho vivir. Ya pasó tiempo, estoy en el ahora. Me gusta recordar, andar por mi barrio de Villa Luro donde viví de los siete hasta los 30 años, pero lo recuerdo sin melancolía, es bueno haber estado ahí.

-¿Te reconocés afortunado?

-Sí, porque era muy difícil imaginar que ibas a vivir de la profesión. Esa posibilidad la dio la televisión, encontrarme con Alfredo por la calle y que me propusiera participar en lo que se estaba gestando. Y trabajar en la televisión no haciendo ideas de otros sino con un proyecto propio, que nunca se negoció.

-¿Qué te pasa con el paso del tiempo? ¿Cómo imaginás tu trabajo?

-Tengo proyectos, no melancolías. Es probable que con el paso del tiempo se vayan acortando los personajes que pueda hacer, además de tener menos energía, menos ganas de actuar. No por ahora, pero si en cinco años no tuviera ya ganas de actuar, no me importaría. Si me alcanza la plata para vivir sin trabajar, no trabajo, no tengo esa aspiración de querer actuar hasta que muera aunque tampoco sé lo que me va a pasar. También tiene que ver con lo que tenga para contar y eso trasciende la edad. Podés tener 80 y hacer humor cag… en todo. Es más factible que lo hagas a los 80 que a los 50 cuando todavía hay algunos pidiendo permiso. Pero si a los 80 pedís permiso, no aprendiste nada, sos un pelotudo. Tal vez a los 80 haga a un personaje que se cree de 50 y se enoja porque los demás lo ven viejo (risas).

-También están los de 50 que se creen de 30…

-Esos son peores.

-¿Qué esperás con Tirria?

-Que se acerquen al teatro. Y entren. Para eso hay que pagar: así es el capitalismo.

Para agendar

Tirria. Funciones: desde el 7 de agosto, los jueves y viernes, a las 21.30, y sábados, a las 22. Sala: Teatro Metropolitan (Av. Corrientes 1343).

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