Milei, Karina y la evangelización territorial como estrategia

La convicción del creyente es lo que trajo a Javier Milei hasta la Presidencia. La astucia del político, encarnada en su hermana Karina, es la que pretende garantizarle gobernabilidad plena en la segunda mitad de su mandato. El oficialismo mileísta encara un año crítico con definiciones claves tanto tácitas como brutalmente explícitas. El sábado, en la caja de la camioneta 4×4 que recorrió la pista de la Exposición Rural, se exhibió el nuevo triángulo de hierro: Milei, su hermana Karina y el otro Caputo, Luis, el ministro de Economía. “Tenemos un vínculo simbiótico”, suele decir Milei sobre “Toto”. Esa identidad absoluta es la que le da al ministro un poder especial que no adelgaza, al contrario, se robustece: por ahora.

Quedó claro de qué está hecho 2025. Por un lado, de la rosca necesaria que busca enraizar el poder presidencial en cada territorio. En eso, Martín y “Lule” Menem, fueron los más astutos de todos: se alinearon detrás de Karina Milei para volverse tan “simbióticos” de la hermana presidencial como Caputo, el ministro, del Presidente. Santiago Caputo quedó a la intemperie: un vértice abollado. Por el otro, 2025 se basa en la gobernabilidad macro que acerca al triunfo electoral. Respecto de la batalla cultural, sigue teniendo un lugar, pero distinto: ese cambio es significativo. Ahora también cae bajo la tutela de la territorialidad: la alianza con sectores evangélicos es una muestra de esa línea estratégica que pone los pies políticos bien sobre la tierra para consolidar territorialidad, un capital que los evangélicos pueden prometer. Del polvo venimos.

De lado del plan económico, el rumbo macroeconómico del Caputo simbiótico enfrenta un desafío político: para reforzar las chances de triunfo electoral, deberá ser capaz de mostrar los vasos comunicantes entre macroeconomía y expectativas de la opinión pública. Desde hace meses, la oposición más dura, la peronista y kirchnerista, encontró ahí el norte para dar algo de batalla: los indicadores macro en el centro de la batalla conceptual en torno al plan económico y sus efectividades para la vida cotidiana de las personas. El kirchnerismo está seguro de que no hay puente entre la macro y la micro.

De lado del Gobierno, subrayan los fundamentals de la macro como los pilares que llevan hasta el bienestar de la gente: baja del gasto público, superávit, y emisión cero; la semi liberación del cepo, que deja al votante común y corriente, con algo de capacidad de ahorro, volver al reflejo del dólar si la incertidumbre se impone y así manejar su ansiedad; la contención de la inflación, con tendencia a la baja, otro remedio anti angustia; un dólar que fluctúa entre las bandas, aunque con el Estado autorregulado su necesidad de comprar para acrecentar reservas; un sistema de precios que sufre oscilaciones mínimas y resiste los movimientos del dólar y la baja de la pobreza, como arrastre de la baja de inflación y bien custodiada por la asistencia de la AUH.

La baja en las retenciones también se plantea como parte de la solución para la gente: porque ingresarían más dólares, que el plan económico necesita, y porque empuja a una mayor inversión en un sector dinamizador del equilibrio general de la economía. El indicador macro más problemático para el Gobierno es el riesgo país, que se resiste a abandonar la franja de los 700 puntos largos.

Del lado de la oposición dura, ponen la lupa en el poder adquisitivo del salario y el consumo masivo en problemas como eje de su posicionamiento crítico contra el Gobierno: poniendo el dedo en la llaga que dejan esos dos datos, están seguros de canalizar una insatisfacción popular.

La guerra de encuestas ya está disparada en ese sentido. Las brechas en los resultados alimentan esa pregunta central: si el Gobierno logra o no conectar con los votantes a través de su plan económico. La semana pasada, la Encuesta de Satisfacción Política Opinión Pública (ESPOP), elaborada por la Universidad de San Andrés, mostró una caída de la aprobación presidencial del 55 al 42 por ciento de mayo a junio y un segundo lugar, aunque parejo, para la Libertad Avanza, según la intención de voto en la elección legislativa: 29 por ciento para la oposición, 28 por ciento para el oficialismo. Pero ayer, la Universidad Di Tella dio a conocer su Índice de Confianza en el Gobierno: en ese caso, los resultados llevan buenas noticias al Gobierno: en julio, el Índice mostró una suba del 4,9 por ciento respecto de junio.

Lo que queda claro de ambas encuestas es que en los sectores de menores recursos al Gobierno le va peor. En el Índice de Di Tella, le va peor entre los argentinos con menor nivel educativo, que suelen ser los más vulnerables. En la encuesta de San Andrés, “la satisfacción con la marcha general de las cosas”, el 41 por ciento está insatisfecho. La insatisfacción es mayor en la clase baja, con el 49 por ciento, y menor en la ABC1, con el 33 por ciento. Esos datos disparan un tema importante para el Gobierno: cuánto conecta el plan económico con el voto de los conurbanos pobres y abigarrados. La cuestión es si Milei logrará reproducir la conexión silvestre con el electorado como en 2023, que le dio el liderazgo sobre las demandas sociales insatisfechas.

Cartas echadas

Del lado del Gobierno, para la campaña 2025, las cartas están echadas. Primero, con decisiones estratégicas que conectan con aprendizajes dejados por la elección 2023 en dos sentidos. Por un lado, la funcionalidad de los partidos políticos, aunque sea como llave maestra electoral: ahí están Karina Milei y los Menem como actores centrales. Por el otro, la importancia extrema de la conquista territorial: otra vez el triángulo político de Karina y los dos Menem. Del triunfo sorprendente en la PASO en 2023 al segundo lugar de la primera vuelta, quedó claro la importancia de los partidos para movilizar votantes y de las alianzas con esos partidos para llevar agua para el molino electoral propio: con una alianza silenciada con Massa en la PASO, Milei se impuso; huérfano de ese pacto y sin el apoyo de Pro en la primera vuelta, quedó segundo. Para liderar la elección, la fórmula es partido más territorio: con “los diez gordos tuiteros” no alcanza.

La interna de la Libertad Avanza se libró entre territoriales y celestiales, con la derrota de estos últimos, se explica en esa lección. La territorialidad como el antídoto más efectivo contra el votante mayoritario, el más pobre, y el más temido: el que no vota. A ese votante le habló directamente Karina Milei este fin de semana en Corrientes: “Por favor vayan a votar. Sean conscientes de que es importante ir a votar porque si no, no vamos a tener el cambio que queremos”.

Segundo, la estrategia política del Gobierno para esta campaña viene con una consolidación notable del poder de Karina Milei: ya no sólo opera en las sombras. Ahora también disciplina y avanza públicamente más allá de su rol de custodia emocional y política del Presidente. La elección del 7 de septiembre en la Provincia de Buenos Aires será el momento clave para Karina Milei: cuando un triunfo demuestre que asumir la total responsabilidad del armado político legitima su poder político. O al contrario, en el caso de que un triunfo peronista la exponga a la crítica. Socializar las responsabilidades políticas siempre es una manera de autopreservación: no es el camino que eligió Karina Milei. Al contrario, ahora, incluso, reemplaza a la vicepresidenta como figura central en, por ejemplo, la inauguración de la Sociedad Rural. El no-lugar de Victoria Villarruel en el Gobierno es la contracara del poder de Karina Milei. Y un componente de la estrategia mileísta: polarizar con los enemigos más útiles, aun con los que son parte del Gobierno como la vicepresidenta.

Del lado de la batalla cultural, las entelequias de esa guerra y sus actores principales quedaron relegadas de la realpolitik karinista. Ahora incorporan un elemento nuevo que marca otra faceta de la subordinación a la estrategia territorial: una alianza inédita, digitada desde la cumbre del poder nacional como no se vio nunca antes, entre política y religión. Más precisamente, entre poder político y capital social evangélico. El festival de la Derecha Fest la semana pasada dejó ver un indicio claro: el 30 por ciento de los expositores, tres sobre nueve, correspondió a pastores evangélicos, dos de ellos jugando políticamente: el pastor Gabriel Ballerini y la pastora cordobesa Elisabet Barroso, que se sumó a las filas de Gabriel Bornoroni, el diputado nacional por Córdoba, jefe de bloque de la LLA. La capilaridad evangélica en los conurbanos de la Argentina como piezas clave del armado político territorial de La Libertad Avanza.

De la batalla cultural a la espiritual pero con un objetivo bien terrenal: movilización electoral y pastores como punteros. La espiritualidad evangélica en función de la campaña para las elecciones legislativas de medio término. Y un trasvasamiento del liderazgo habitual de los pastores y de su relación carismática con su grey al funcionamiento de la dupla Milei y su hermana Karina, a su lenguaje político y a su sistema de disciplinamiento. Desde el posteo de Karina Milei en X, la disidencia política casi como una blasfemia. Para septiembre primero y para octubre luego, queda pendiente la respuesta a la pregunta: ¿Todo ese aparato estratégico político conducirá o no al triunfo pleno del Gobierno?

La convicción del creyente es lo que trajo a Javier Milei hasta la Presidencia. La astucia del político, encarnada en su hermana Karina, es la que pretende garantizarle gobernabilidad plena en la segunda mitad de su mandato. El oficialismo mileísta encara un año crítico con definiciones claves tanto tácitas como brutalmente explícitas. El sábado, en la caja de la camioneta 4×4 que recorrió la pista de la Exposición Rural, se exhibió el nuevo triángulo de hierro: Milei, su hermana Karina y el otro Caputo, Luis, el ministro de Economía. “Tenemos un vínculo simbiótico”, suele decir Milei sobre “Toto”. Esa identidad absoluta es la que le da al ministro un poder especial que no adelgaza, al contrario, se robustece: por ahora.

Quedó claro de qué está hecho 2025. Por un lado, de la rosca necesaria que busca enraizar el poder presidencial en cada territorio. En eso, Martín y “Lule” Menem, fueron los más astutos de todos: se alinearon detrás de Karina Milei para volverse tan “simbióticos” de la hermana presidencial como Caputo, el ministro, del Presidente. Santiago Caputo quedó a la intemperie: un vértice abollado. Por el otro, 2025 se basa en la gobernabilidad macro que acerca al triunfo electoral. Respecto de la batalla cultural, sigue teniendo un lugar, pero distinto: ese cambio es significativo. Ahora también cae bajo la tutela de la territorialidad: la alianza con sectores evangélicos es una muestra de esa línea estratégica que pone los pies políticos bien sobre la tierra para consolidar territorialidad, un capital que los evangélicos pueden prometer. Del polvo venimos.

De lado del plan económico, el rumbo macroeconómico del Caputo simbiótico enfrenta un desafío político: para reforzar las chances de triunfo electoral, deberá ser capaz de mostrar los vasos comunicantes entre macroeconomía y expectativas de la opinión pública. Desde hace meses, la oposición más dura, la peronista y kirchnerista, encontró ahí el norte para dar algo de batalla: los indicadores macro en el centro de la batalla conceptual en torno al plan económico y sus efectividades para la vida cotidiana de las personas. El kirchnerismo está seguro de que no hay puente entre la macro y la micro.

De lado del Gobierno, subrayan los fundamentals de la macro como los pilares que llevan hasta el bienestar de la gente: baja del gasto público, superávit, y emisión cero; la semi liberación del cepo, que deja al votante común y corriente, con algo de capacidad de ahorro, volver al reflejo del dólar si la incertidumbre se impone y así manejar su ansiedad; la contención de la inflación, con tendencia a la baja, otro remedio anti angustia; un dólar que fluctúa entre las bandas, aunque con el Estado autorregulado su necesidad de comprar para acrecentar reservas; un sistema de precios que sufre oscilaciones mínimas y resiste los movimientos del dólar y la baja de la pobreza, como arrastre de la baja de inflación y bien custodiada por la asistencia de la AUH.

La baja en las retenciones también se plantea como parte de la solución para la gente: porque ingresarían más dólares, que el plan económico necesita, y porque empuja a una mayor inversión en un sector dinamizador del equilibrio general de la economía. El indicador macro más problemático para el Gobierno es el riesgo país, que se resiste a abandonar la franja de los 700 puntos largos.

Del lado de la oposición dura, ponen la lupa en el poder adquisitivo del salario y el consumo masivo en problemas como eje de su posicionamiento crítico contra el Gobierno: poniendo el dedo en la llaga que dejan esos dos datos, están seguros de canalizar una insatisfacción popular.

La guerra de encuestas ya está disparada en ese sentido. Las brechas en los resultados alimentan esa pregunta central: si el Gobierno logra o no conectar con los votantes a través de su plan económico. La semana pasada, la Encuesta de Satisfacción Política Opinión Pública (ESPOP), elaborada por la Universidad de San Andrés, mostró una caída de la aprobación presidencial del 55 al 42 por ciento de mayo a junio y un segundo lugar, aunque parejo, para la Libertad Avanza, según la intención de voto en la elección legislativa: 29 por ciento para la oposición, 28 por ciento para el oficialismo. Pero ayer, la Universidad Di Tella dio a conocer su Índice de Confianza en el Gobierno: en ese caso, los resultados llevan buenas noticias al Gobierno: en julio, el Índice mostró una suba del 4,9 por ciento respecto de junio.

Lo que queda claro de ambas encuestas es que en los sectores de menores recursos al Gobierno le va peor. En el Índice de Di Tella, le va peor entre los argentinos con menor nivel educativo, que suelen ser los más vulnerables. En la encuesta de San Andrés, “la satisfacción con la marcha general de las cosas”, el 41 por ciento está insatisfecho. La insatisfacción es mayor en la clase baja, con el 49 por ciento, y menor en la ABC1, con el 33 por ciento. Esos datos disparan un tema importante para el Gobierno: cuánto conecta el plan económico con el voto de los conurbanos pobres y abigarrados. La cuestión es si Milei logrará reproducir la conexión silvestre con el electorado como en 2023, que le dio el liderazgo sobre las demandas sociales insatisfechas.

Cartas echadas

Del lado del Gobierno, para la campaña 2025, las cartas están echadas. Primero, con decisiones estratégicas que conectan con aprendizajes dejados por la elección 2023 en dos sentidos. Por un lado, la funcionalidad de los partidos políticos, aunque sea como llave maestra electoral: ahí están Karina Milei y los Menem como actores centrales. Por el otro, la importancia extrema de la conquista territorial: otra vez el triángulo político de Karina y los dos Menem. Del triunfo sorprendente en la PASO en 2023 al segundo lugar de la primera vuelta, quedó claro la importancia de los partidos para movilizar votantes y de las alianzas con esos partidos para llevar agua para el molino electoral propio: con una alianza silenciada con Massa en la PASO, Milei se impuso; huérfano de ese pacto y sin el apoyo de Pro en la primera vuelta, quedó segundo. Para liderar la elección, la fórmula es partido más territorio: con “los diez gordos tuiteros” no alcanza.

La interna de la Libertad Avanza se libró entre territoriales y celestiales, con la derrota de estos últimos, se explica en esa lección. La territorialidad como el antídoto más efectivo contra el votante mayoritario, el más pobre, y el más temido: el que no vota. A ese votante le habló directamente Karina Milei este fin de semana en Corrientes: “Por favor vayan a votar. Sean conscientes de que es importante ir a votar porque si no, no vamos a tener el cambio que queremos”.

Segundo, la estrategia política del Gobierno para esta campaña viene con una consolidación notable del poder de Karina Milei: ya no sólo opera en las sombras. Ahora también disciplina y avanza públicamente más allá de su rol de custodia emocional y política del Presidente. La elección del 7 de septiembre en la Provincia de Buenos Aires será el momento clave para Karina Milei: cuando un triunfo demuestre que asumir la total responsabilidad del armado político legitima su poder político. O al contrario, en el caso de que un triunfo peronista la exponga a la crítica. Socializar las responsabilidades políticas siempre es una manera de autopreservación: no es el camino que eligió Karina Milei. Al contrario, ahora, incluso, reemplaza a la vicepresidenta como figura central en, por ejemplo, la inauguración de la Sociedad Rural. El no-lugar de Victoria Villarruel en el Gobierno es la contracara del poder de Karina Milei. Y un componente de la estrategia mileísta: polarizar con los enemigos más útiles, aun con los que son parte del Gobierno como la vicepresidenta.

Del lado de la batalla cultural, las entelequias de esa guerra y sus actores principales quedaron relegadas de la realpolitik karinista. Ahora incorporan un elemento nuevo que marca otra faceta de la subordinación a la estrategia territorial: una alianza inédita, digitada desde la cumbre del poder nacional como no se vio nunca antes, entre política y religión. Más precisamente, entre poder político y capital social evangélico. El festival de la Derecha Fest la semana pasada dejó ver un indicio claro: el 30 por ciento de los expositores, tres sobre nueve, correspondió a pastores evangélicos, dos de ellos jugando políticamente: el pastor Gabriel Ballerini y la pastora cordobesa Elisabet Barroso, que se sumó a las filas de Gabriel Bornoroni, el diputado nacional por Córdoba, jefe de bloque de la LLA. La capilaridad evangélica en los conurbanos de la Argentina como piezas clave del armado político territorial de La Libertad Avanza.

De la batalla cultural a la espiritual pero con un objetivo bien terrenal: movilización electoral y pastores como punteros. La espiritualidad evangélica en función de la campaña para las elecciones legislativas de medio término. Y un trasvasamiento del liderazgo habitual de los pastores y de su relación carismática con su grey al funcionamiento de la dupla Milei y su hermana Karina, a su lenguaje político y a su sistema de disciplinamiento. Desde el posteo de Karina Milei en X, la disidencia política casi como una blasfemia. Para septiembre primero y para octubre luego, queda pendiente la respuesta a la pregunta: ¿Todo ese aparato estratégico político conducirá o no al triunfo pleno del Gobierno?

 A los libertarios no les alcanza con los tuiteros y buscan poner los pies sobre la tierra, un capital que los evangélicos pueden prometer; Luis Caputo y el vértice que quedó abollado  Read More