Durante las últimas décadas, el sistema financiero global ha mostrado avances visibles en su superficie, pero en el fondo poco ha cambiado. Hoy es posible abrir una cuenta desde el celular, enviar dinero con una app o invertir desde el sillón de casa, lo que podría parecer un salto importante. Sin embargo, bajo esa capa accesible y visualmente cuidada, el motor que realmente mueve el dinero en el mundo sigue siendo antiguo, costoso y poco transparente. La arquitectura subyacente apenas se ha alterado desde los años 70, cuando se consolidó el sistema SWIFT, y aunque los años 90 trajeron cierta digitalización, el núcleo permanece casi intacto: un modelo centralizado, plagado de intermediarios, lento para operar y caro para todos los actores involucrados.
Esta limitación no es solo un problema técnico, sino que tiene implicancias económicas, sociales y geopolíticas concretas. En un mundo hiperconectado, transferir dinero entre países aún puede demorar días. La inclusión financiera sigue sin materializarse plenamente, y la eficiencia operativa del sistema está muy por debajo de lo que la tecnología actual podría permitir. Pero algo parece estar cambiando en los últimos meses. En lugares como Wall Street y Washington, se empieza a gestar una transformación profunda. Estados Unidos, que fue la cuna del viejo sistema, también está incubando el nuevo.
Tecnologías que hasta hace poco eran consideradas marginales —como blockchain, criptoactivos y tokenización— comienzan a recibir respaldo político e institucional. Veamos a continuación las características más importantes de lo que está sucediendo y porqué difícilmente te enteres de ello a través de tu banco.
De Wall Street a la blockchain: cómo se reconfigura el sistema financiero
La modernización del sistema ya tiene un eje definido: la tokenización de activos. También conocida como RWA (Real World Assets), esta tecnología permite representar activos físicos (bonos, acciones, propiedades, commodities o arte) mediante tokens registrados en una blockchain. En lugar de depender de documentos, planillas o registros centralizados, la propiedad y el intercambio de estos activos se trasladan a infraestructuras descentralizadas, programables y transparentes.
Tokenizar implica transformar un activo en algo más líquido, divisible y accesible, reduciendo los costos de intermediación y acelerando su circulación. Y esto ya está ocurriendo, no es una teoría futura.
BlackRock, el mayor gestor de activos a nivel global, lanzó recientemente un fondo de bonos del Tesoro estadounidense tokenizados sobre la blockchain de Ethereum, un paso que es tanto simbólico como funcional. Ondo Finance, una fintech especializada en estructuración de productos financieros sobre blockchain, actúa como intermediario clave, ofreciendo acceso minorista a instrumentos que hasta ahora estaban reservados a inversores institucionales. En paralelo, Stellar Lumens —una blockchain enfocada en pagos globales de bajo costo— y World Liberty Financial —una firma emergente que busca conectar mercados tradicionales con tecnología descentralizada— trabajan en infraestructura para tokenizar acciones y otras clases de activos. Incluso Binance, el exchange de criptomonedas más grande del mundo, anunció junto a Ondo su intención de tokenizar acciones, lo que demuestra que la frontera entre las finanzas tradicionales y blockchain comienza a difuminarse.
La próxima frontera: autocustodia, inclusión y activos en tu bolsillo
En este contexto, el futuro deja de ser una promesa lejana: el nuevo sistema financiero está tomando forma. Lejos de intentar destruir lo existente, esta transformación busca modernizarlo desde sus cimientos. La tokenización funciona como un puente que respeta la confianza que aún conservan los activos del mundo real, pero incorpora la eficiencia radical que puede ofrecer la blockchain. El backend , ese entramado invisible que mueve los mercados, empieza, por fin, a transformarse.
Este nuevo paradigma amplía las posibilidades: casi todo puede tokenizarse. Acciones fraccionadas, bonos soberanos, propiedades, regalías musicales, vehículos autónomos, commodities o piezas de arte pueden convertirse en activos digitales accesibles y negociables globalmente.
Y con ello surge un elemento clave: la autocustodia. El usuario ya no necesita de bancos ni brókers para acceder a sus activos; puede almacenarlos y gestionarlos directamente desde su wallet, sin permisos ni intermediarios. Esta descentralización no solo mejora la eficiencia, también redefine el poder y el control sobre las finanzas personales.
Las ventajas son concretas: operaciones sin horarios, accesibilidad global, trazabilidad inmediata, transparencia total y costos operativos mínimos.
Pero quizás el impacto más transformador esté en otro plano: por primera vez, una persona con solo un celular podrá comprar una fracción de una acción de Tesla a través de una aplicación DeFi, proteger sus ahorros con stablecoins en un país con inflación crónica o acceder a oportunidades de inversión que antes eran exclusivas de grandes jugadores. Y esto ya no es futurismo. En Estados Unidos, la semana pasada se han aprobado leyes clave que brindan un marco legal concreto para que el ecosistema financiero tokenizado pueda crecer.
Conclusión
La transformación en curso no solo es tecnológica: es cultural, institucional y generacional. No se trata simplemente de reemplazar el papel por un token, sino de redibujar los límites de quién puede participar, cómo y desde dónde. Lo interesante será observar qué decisiones toman los actores establecidos: si eligen adaptarse a tiempo o proteger estructuras que ya no responden al ritmo del mundo actual. Porque el cambio, como siempre, no va a esperar a nadie.
Durante las últimas décadas, el sistema financiero global ha mostrado avances visibles en su superficie, pero en el fondo poco ha cambiado. Hoy es posible abrir una cuenta desde el celular, enviar dinero con una app o invertir desde el sillón de casa, lo que podría parecer un salto importante. Sin embargo, bajo esa capa accesible y visualmente cuidada, el motor que realmente mueve el dinero en el mundo sigue siendo antiguo, costoso y poco transparente. La arquitectura subyacente apenas se ha alterado desde los años 70, cuando se consolidó el sistema SWIFT, y aunque los años 90 trajeron cierta digitalización, el núcleo permanece casi intacto: un modelo centralizado, plagado de intermediarios, lento para operar y caro para todos los actores involucrados.
Esta limitación no es solo un problema técnico, sino que tiene implicancias económicas, sociales y geopolíticas concretas. En un mundo hiperconectado, transferir dinero entre países aún puede demorar días. La inclusión financiera sigue sin materializarse plenamente, y la eficiencia operativa del sistema está muy por debajo de lo que la tecnología actual podría permitir. Pero algo parece estar cambiando en los últimos meses. En lugares como Wall Street y Washington, se empieza a gestar una transformación profunda. Estados Unidos, que fue la cuna del viejo sistema, también está incubando el nuevo.
Tecnologías que hasta hace poco eran consideradas marginales —como blockchain, criptoactivos y tokenización— comienzan a recibir respaldo político e institucional. Veamos a continuación las características más importantes de lo que está sucediendo y porqué difícilmente te enteres de ello a través de tu banco.
De Wall Street a la blockchain: cómo se reconfigura el sistema financiero
La modernización del sistema ya tiene un eje definido: la tokenización de activos. También conocida como RWA (Real World Assets), esta tecnología permite representar activos físicos (bonos, acciones, propiedades, commodities o arte) mediante tokens registrados en una blockchain. En lugar de depender de documentos, planillas o registros centralizados, la propiedad y el intercambio de estos activos se trasladan a infraestructuras descentralizadas, programables y transparentes.
Tokenizar implica transformar un activo en algo más líquido, divisible y accesible, reduciendo los costos de intermediación y acelerando su circulación. Y esto ya está ocurriendo, no es una teoría futura.
BlackRock, el mayor gestor de activos a nivel global, lanzó recientemente un fondo de bonos del Tesoro estadounidense tokenizados sobre la blockchain de Ethereum, un paso que es tanto simbólico como funcional. Ondo Finance, una fintech especializada en estructuración de productos financieros sobre blockchain, actúa como intermediario clave, ofreciendo acceso minorista a instrumentos que hasta ahora estaban reservados a inversores institucionales. En paralelo, Stellar Lumens —una blockchain enfocada en pagos globales de bajo costo— y World Liberty Financial —una firma emergente que busca conectar mercados tradicionales con tecnología descentralizada— trabajan en infraestructura para tokenizar acciones y otras clases de activos. Incluso Binance, el exchange de criptomonedas más grande del mundo, anunció junto a Ondo su intención de tokenizar acciones, lo que demuestra que la frontera entre las finanzas tradicionales y blockchain comienza a difuminarse.
La próxima frontera: autocustodia, inclusión y activos en tu bolsillo
En este contexto, el futuro deja de ser una promesa lejana: el nuevo sistema financiero está tomando forma. Lejos de intentar destruir lo existente, esta transformación busca modernizarlo desde sus cimientos. La tokenización funciona como un puente que respeta la confianza que aún conservan los activos del mundo real, pero incorpora la eficiencia radical que puede ofrecer la blockchain. El backend , ese entramado invisible que mueve los mercados, empieza, por fin, a transformarse.
Este nuevo paradigma amplía las posibilidades: casi todo puede tokenizarse. Acciones fraccionadas, bonos soberanos, propiedades, regalías musicales, vehículos autónomos, commodities o piezas de arte pueden convertirse en activos digitales accesibles y negociables globalmente.
Y con ello surge un elemento clave: la autocustodia. El usuario ya no necesita de bancos ni brókers para acceder a sus activos; puede almacenarlos y gestionarlos directamente desde su wallet, sin permisos ni intermediarios. Esta descentralización no solo mejora la eficiencia, también redefine el poder y el control sobre las finanzas personales.
Las ventajas son concretas: operaciones sin horarios, accesibilidad global, trazabilidad inmediata, transparencia total y costos operativos mínimos.
Pero quizás el impacto más transformador esté en otro plano: por primera vez, una persona con solo un celular podrá comprar una fracción de una acción de Tesla a través de una aplicación DeFi, proteger sus ahorros con stablecoins en un país con inflación crónica o acceder a oportunidades de inversión que antes eran exclusivas de grandes jugadores. Y esto ya no es futurismo. En Estados Unidos, la semana pasada se han aprobado leyes clave que brindan un marco legal concreto para que el ecosistema financiero tokenizado pueda crecer.
Conclusión
La transformación en curso no solo es tecnológica: es cultural, institucional y generacional. No se trata simplemente de reemplazar el papel por un token, sino de redibujar los límites de quién puede participar, cómo y desde dónde. Lo interesante será observar qué decisiones toman los actores establecidos: si eligen adaptarse a tiempo o proteger estructuras que ya no responden al ritmo del mundo actual. Porque el cambio, como siempre, no va a esperar a nadie.
El sistema financiero global comienza a respaldar a tecnologías que hasta hace poco eran consideradas marginales —como blockchain, criptoactivos y tokenización—, lo que puede impulsar una importante reestructuración y un salto en materia de inclusión financiera Read More