Cuando el Cordero abrió cada uno de los primeros cuatro sellos, oyó a distintos seres vivientes, cada uno montado en caballos de distintos colores. “Uno tenía por nombre Muerte, y le fue dada la potestad para matar con la espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra”. A otro “le fue dado el poder de quitar de la tierra la paz”. Los cuatro, los jinetes del apocalipsis, le decían al Cordero: “Ven y mira”.
Esas fueron las palabras que resonaron en la mente de Elem Klímov mientras leía el Nuevo Testamento. El cineasta soviético estaba abatido, derrotado, porque su carrera artística no despegaba aún después de 5 largometrajes. Agonía de Rasputín no había sido el éxito que esperaba en 1981. “Estaba decepcionado conmigo mismo porque tenía un equipo técnico grandioso pero aún así no pude expresar las emociones complejas que había investigado para hacer esa película. Desarrollé complejo de inferioridad. Agonía de Rasputín fue muy criticada. Necesitaba rehabilitarme”, contaba Klímov.
La palabra prohibida
En la década de 1980 el mundo estaba cambiando. La Unión Soviética empezaba a mostrar signos de la decadencia que llevaría a su inevitable colapso y disolución. Klimov, hijo de padres comunistas (su nombre era un acrónimo de Engels, Lenin y Marx), aviador y periodista formado en la escuela de estatal de cine soviético, pensaba cómo recuperar el prestigio perdido. Se le ocurrió volver a su infancia y resucitar su propio infierno: cuando él, con su familia, cruzó el río Volga en una balsa para escapar de la guerra que asolaba Stalingrado.
Recuperó un viejo guion que nunca había terminado. El proyecto de película se titulaba Matar a Hitler. “Se llamaba así porque todos tenemos demonios internos. Se trata de matar al Hitler que llevamos dentro”, explicaba el director que trabajó más de 7 años reescribiendo ese guion en colaboración con Ales Adamovich.
La historia del guion era sencilla solo en apariencia. Ambientada en Bielorrusia, en 1943, narra el sufrimiento de un niño que intenta sobrevivir a los horrores de la Segunda Guerra Mundial. El niño, en el transcurso de 2 días que parece una eternidad, es testigo del avance de los nazis. “628 aldeas fueron quemadas, en la vida real, junto con sus habitantes”, explicaba el director sobre los hechos que inspiraron su guión. “Muchos lo ignoran, pero los bielorrusos recuerdan todo”.
El primer obstáculo que Klímov enfrentó ocurrió cuando las autoridades soviéticas le advirtieron que la palabra “Hitler” estaba prohibida para usar en el título de cualquier película.
El segundo obstáculo tenía que ver con los límites (si es que existen) de la representación. La travesía del niño era cruel, fatal, terrible. “Quería tratar este tema (el genocidio nazi en Bielorrusia) con la gravedad que merece. Pero de esa manera, pensaba, nadie va a mirar esta película”. El director temía otro fracaso en puerta, hasta que su colega lo convenció: “Hay que hacerla igual”.
“Para que no haya más guerras”
“La gente olvida”, afirmaba el director Klímov, en una de las últimas entrevistas que dio antes de morir en 2003. “Pero el mundo estaba al borde de una Tercera Guerra Mundial. La Guerra Fría había llegado a un punto donde cualquier chispa podía desencadenar una explosión”, decía sobre el contexto en el que retomó el guion de su película. Quería hacer una película bélica “para que no haya más guerras”.
“Un sabio dijo que si olvidamos el pasado estamos condenados a repetirlo. Es una gran responsabilidad para mí levantar la memoria de los que murieron en las trincheras, de los que fueron calcinados junto a sus niños”, reflexionaba el director sobre su proyecto, que no escatimaba en escenas crudas sobre la desolación de la humanidad. “Los nazis planearon y mataron a 83 mil personas bielorrusas quemándolas vivas. Todas esas aldeas se convirtieron en un cementerio”.
La historia se basó en los testimonios de los que sobrevivieron al genocidio, documentados en distintas filmaciones durante la década de 196 y 1970. También, en una novela de 1971, Khatyn.
El guion era tan violento en cuanto a los hechos que presentaba, que elegir a un niño para protagonizar una película así no iba a ser sencillo. Coproducida por Mosfilm y Belarusfilm, el proyecto se puso en marcha. Para el casting se presentaron cientos de jóvenes, aunque solo uno fue elegido. Uno que, irónicamente, había ido para acompañar a su amigo al casting.
El joven actor que temía perder la cabeza
En el proceso de selección, al jovencito Aleksey Kravchenko, que apenas tenía 14 años, le pidieron que imagine lo que le diría a su mamá si ella estuviera muriendo. El niño empezó a hablar como si su madre estuviera en su lecho de muerte hasta que estalló en llanto, gritando: “Mami, mami”. A su alrededor, todos los demás jóvenes que se habían presentado al casting también empezaron a llorar. En ese momento, fue elegido como el protagonista de la película.
El entrenamiento no fue sencillo. Klímov lo hizo ver más de 2 horas de material de archivo sobre los campos de concentración y los remanentes de la guerra. Kravchenko, ya adulto, recuerda esa experiencia: “Después de ver todas esas imágenes la gente de la producción me ofrecía pastelitos, cosas muy ricas, como para levantarme el ánimo, pero no podía comer nada. Tenía el estómago cerrado”.
Por delante quedaba un rodaje que iba a durar 9 meses, con temperaturas invernales extremas. Klímov temía que la madre del joven se enojara si viera a lo que se iba a enfrentar su hijo, que decidiera parar toda la producción. Sin embargo, no fue ese el caso. También temía que el niño quedara traumado por la experiencia.
“No me trataron como a un niño sino como a un adulto, y por eso tengo recuerdos muy felices sobre el rodaje, porque fue un trabajo serio, todos apreciaron mi disciplina”, confesó Kravchenko. “El director jamás le gritó a nadie. Se acercaba, dada explicaciones que a veces nadie entendía, y él mismo se podía a actuar las escenas para que pudiéramos comprender qué quería”.
Pantanos, munición y animales reales
Pero las exigencias físicas que demandaba el papel eran extremas. “Necesitás perder peso”, le dijo Klímov a Kravchenko. En la película, mientras vive el horror, el rostro del niño se transforma. “Klímov me hizo aprender a tomar solo agua durante uno o dos días seguidos, y a correr mucho todos los días”, dijo el actor sobre la técnica para empezar a modificar su aspecto físico.
Una de las escenas requería que el joven atravesara un pantano. “Fue muy difícil hacerla, porque el barro era espeso y pesado. No eran arenas movedizas, pero caminar a través del agua llena de raíces era complicado”, explicaba Kravchenko. “Si te tropezabas, te hundías. Además había parásitos y no tenía ninguna protección especial”.
Mientras los jóvenes actores (Kravchenko y la joven Olga Mirónova) tenían que filmar en el agua, el equipo de filmación estaba a salvo sobre una balsa. Hasta que la plataforma de contención se rompió y pudieron experimentar lo mismo que los niños: “¡Está helada!”, dijo Klímov sobre el agua del pantano.
La madre de Kravchenko fue testigo de casi todo el rodaje que vivió su hijo, pero nunca se enfrentó a los cineastas, sino que acompañó todo el proceso. Aún cuando algunas escenas, literalmente, podían poner en riesgo la vida de los actores.
En una secuencia, los nazis le disparan a un montón de vacas para hacer que los sobrevivientes bielorrusos mueran de hambre. La munición que usó la producción era real. Las balas llegaban a pasar a 10 centímetros de la cabeza del actor protagónico. Y una de las vacas que usaron para filmar, casi lo aplasta cuando hicieron que se tire como si hubiera sido herida.
Pero, más que los riesgos físicos, al director le preocupaba mucho la salud mental de su joven actor. “Podría haber terminado en un hospital psiquiátrico”, confesó Klímov sobre la experiencia que vivió el niño filmando la película. Tan preocupado estaba, que contrató a un experto en hipnosis para que se meta en el subconsciente del niño y aliviara la carga emocional por filmar esta película. La mente del joven Aleksey se mostró impermeable frente a los intentos del psíquico y de las imágenes violentas. Pero hubo una escena que lo perturbó.
“Casi pierdo la cabeza con la escena en el granero”, dijo Kravchenko, adulto, reflexionando sobre todo lo que vio en el rodaje. La escena a la que se refiere está en la primera parte de la película, cuando él escapa con su joven amiga. Es ella, en la ficción, la que voltea para ver lo que quedó de una aldea bielorrusa: un montón de cadáveres apilados, mutilados y masacrados.
Un alegato antibélico
La película fue un trabajo duro para todos los involucrados, que día a día tenían que recrear algunos de los episodios más violentos y crueles que se hayan vivido durante la Segunda Guerra Mundial en territorio bielorruso. “Creo que, aún así, la película es moderada en lo que muestra”, dijo el director, que fue el único que no abandonó ni por un solo día el rodaje. “Todos los demás aprovechaban los días libres para despejarse, viajar a Moscú o visitar a sus familias, pero yo no dejé esta película ni por un día”.
En la película abundan las imágenes donde todos los seres vivos, hasta los animales, sufren en carne propia la guerra. Sobre todo, los más chicos, que parecen descender en una espiral hacia la locura. El clímax es, tal vez, la situación más terrible de todas: los nazis, equipados con lanzallamas, queman graneros enteros llenos de campesinos de todas las edades.
“Fue un viaje al infierno”, dijo Klímov sobre la filmación. Cuando llegó el día del estreno, en 1985, el director temió que el público la rechazara, como había ocurrido con sus películas anteriores. Pero la sala aplaudió cuando terminó la proyección. La película ganó el premio mayor del Festival Internacional de Cine de Moscú. La gente esperaba al final de cada proyección para abrazar y felicitar al jovencito Kravchenko, como si él mismo hubiera vivido la guerra.
“Los premios no son lo importante, por supuesto”, reflexionó el director sobre el recibimiento que tuvo el estreno de la película, finalmente titulada Ven y mira. “Hubo casos en Rusia y Hungría donde tuvieron que llamar ambulancias, porque la gente se desmayaba durante las funciones”.
El legado de Ven y mira, inspirada en gran parte por Apocalipsis Now, la obra maestra bélica dirigida por Francis Ford Coppola, no terminó con su estreno. Al contrario, empezó a crecer en el resto del mundo cuando se disolvió la URSS.
Steven Spielberg, por ejemplo, realizó una proyección especial de esta película, para su equipo de rodaje, antes de filmar La lista de Schindler. Para Martin Scorsese, es una de las películas que hay que ver.
Entre el horror y la belleza
El galardonado director de fotografía Roger Deakins (1917, Blade Runner 2049, 007: Skyfall), explica el fenómeno que es esta película: “Algunas películas desafían tu percepción, no solo del mundo, sino creativa, por cómo usan la cámara, cómo se relacionan con sus personajes. Esta es una película muy difícil de ver, es desafiante, pero antes el cine solía ser desafiante. Ya no hay películas así, y por eso películas como Ven y mira se destacan aún más”.
“Conrad Hall decía que él intentaba combinar la belleza con la fealdad, que parece ser algo contradictorio. Nunca se sintió del todo bien cuando la gente decía que 1917 era una película muy linda, porque es una película sobre la guerra”, reflexionaba el director de fotografía sobre la recepción de su propia película en comparación con el clásico soviético que la inspiró.
“Ven y mira es brutal. Usa técnicas impresionantes. Me gusta pensar que 1917 puede haber capturado la contradicción: la guerra es horrible, pero la película consigue encontrar belleza en cosas terribles, como la escena en la que los partisanos están caminando por el bosque, o cuando los personajes atraviesan el campo caminando de noche”.
Con la llegada de la época virtual e internet, la película se hizo más famosa. En la última encuesta de Sight & Sound, los cineastas la eligieron como una de las 50 mejores películas de la historia. En redes sociales de los cinéfilos, como Letterboxd e IMDb, está puntuada como una de las mejores de todas.
“No hay nada más importante en mi carrera que esta película”, confesó Kravchenko en el 40 aniversario del estreno. “Me cambió la vida”.
Klímov, el director, contó que el título también estuvo inspirado por otro pasaje bíblico, aquel que se encuentra en el Evangelio según Juan: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?”, preguntó Natanael, antes de que Felipe le respondiera: “Ven y ve”.
Klímov consiguió la redención, pero nunca más volvió a filmar una película. “Después de hacer Ven y mira no pude trabajar más. Fue tan duro ese trabajo, para mí y para mis colegas, que perdí todo interés en hacer cine. Todo lo que podía hacer ya lo había hecho. Todavía agradezco a Dios que ese joven no enloqueció”.
Cuando el Cordero abrió cada uno de los primeros cuatro sellos, oyó a distintos seres vivientes, cada uno montado en caballos de distintos colores. “Uno tenía por nombre Muerte, y le fue dada la potestad para matar con la espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra”. A otro “le fue dado el poder de quitar de la tierra la paz”. Los cuatro, los jinetes del apocalipsis, le decían al Cordero: “Ven y mira”.
Esas fueron las palabras que resonaron en la mente de Elem Klímov mientras leía el Nuevo Testamento. El cineasta soviético estaba abatido, derrotado, porque su carrera artística no despegaba aún después de 5 largometrajes. Agonía de Rasputín no había sido el éxito que esperaba en 1981. “Estaba decepcionado conmigo mismo porque tenía un equipo técnico grandioso pero aún así no pude expresar las emociones complejas que había investigado para hacer esa película. Desarrollé complejo de inferioridad. Agonía de Rasputín fue muy criticada. Necesitaba rehabilitarme”, contaba Klímov.
La palabra prohibida
En la década de 1980 el mundo estaba cambiando. La Unión Soviética empezaba a mostrar signos de la decadencia que llevaría a su inevitable colapso y disolución. Klimov, hijo de padres comunistas (su nombre era un acrónimo de Engels, Lenin y Marx), aviador y periodista formado en la escuela de estatal de cine soviético, pensaba cómo recuperar el prestigio perdido. Se le ocurrió volver a su infancia y resucitar su propio infierno: cuando él, con su familia, cruzó el río Volga en una balsa para escapar de la guerra que asolaba Stalingrado.
Recuperó un viejo guion que nunca había terminado. El proyecto de película se titulaba Matar a Hitler. “Se llamaba así porque todos tenemos demonios internos. Se trata de matar al Hitler que llevamos dentro”, explicaba el director que trabajó más de 7 años reescribiendo ese guion en colaboración con Ales Adamovich.
La historia del guion era sencilla solo en apariencia. Ambientada en Bielorrusia, en 1943, narra el sufrimiento de un niño que intenta sobrevivir a los horrores de la Segunda Guerra Mundial. El niño, en el transcurso de 2 días que parece una eternidad, es testigo del avance de los nazis. “628 aldeas fueron quemadas, en la vida real, junto con sus habitantes”, explicaba el director sobre los hechos que inspiraron su guión. “Muchos lo ignoran, pero los bielorrusos recuerdan todo”.
El primer obstáculo que Klímov enfrentó ocurrió cuando las autoridades soviéticas le advirtieron que la palabra “Hitler” estaba prohibida para usar en el título de cualquier película.
El segundo obstáculo tenía que ver con los límites (si es que existen) de la representación. La travesía del niño era cruel, fatal, terrible. “Quería tratar este tema (el genocidio nazi en Bielorrusia) con la gravedad que merece. Pero de esa manera, pensaba, nadie va a mirar esta película”. El director temía otro fracaso en puerta, hasta que su colega lo convenció: “Hay que hacerla igual”.
“Para que no haya más guerras”
“La gente olvida”, afirmaba el director Klímov, en una de las últimas entrevistas que dio antes de morir en 2003. “Pero el mundo estaba al borde de una Tercera Guerra Mundial. La Guerra Fría había llegado a un punto donde cualquier chispa podía desencadenar una explosión”, decía sobre el contexto en el que retomó el guion de su película. Quería hacer una película bélica “para que no haya más guerras”.
“Un sabio dijo que si olvidamos el pasado estamos condenados a repetirlo. Es una gran responsabilidad para mí levantar la memoria de los que murieron en las trincheras, de los que fueron calcinados junto a sus niños”, reflexionaba el director sobre su proyecto, que no escatimaba en escenas crudas sobre la desolación de la humanidad. “Los nazis planearon y mataron a 83 mil personas bielorrusas quemándolas vivas. Todas esas aldeas se convirtieron en un cementerio”.
La historia se basó en los testimonios de los que sobrevivieron al genocidio, documentados en distintas filmaciones durante la década de 196 y 1970. También, en una novela de 1971, Khatyn.
El guion era tan violento en cuanto a los hechos que presentaba, que elegir a un niño para protagonizar una película así no iba a ser sencillo. Coproducida por Mosfilm y Belarusfilm, el proyecto se puso en marcha. Para el casting se presentaron cientos de jóvenes, aunque solo uno fue elegido. Uno que, irónicamente, había ido para acompañar a su amigo al casting.
El joven actor que temía perder la cabeza
En el proceso de selección, al jovencito Aleksey Kravchenko, que apenas tenía 14 años, le pidieron que imagine lo que le diría a su mamá si ella estuviera muriendo. El niño empezó a hablar como si su madre estuviera en su lecho de muerte hasta que estalló en llanto, gritando: “Mami, mami”. A su alrededor, todos los demás jóvenes que se habían presentado al casting también empezaron a llorar. En ese momento, fue elegido como el protagonista de la película.
El entrenamiento no fue sencillo. Klímov lo hizo ver más de 2 horas de material de archivo sobre los campos de concentración y los remanentes de la guerra. Kravchenko, ya adulto, recuerda esa experiencia: “Después de ver todas esas imágenes la gente de la producción me ofrecía pastelitos, cosas muy ricas, como para levantarme el ánimo, pero no podía comer nada. Tenía el estómago cerrado”.
Por delante quedaba un rodaje que iba a durar 9 meses, con temperaturas invernales extremas. Klímov temía que la madre del joven se enojara si viera a lo que se iba a enfrentar su hijo, que decidiera parar toda la producción. Sin embargo, no fue ese el caso. También temía que el niño quedara traumado por la experiencia.
“No me trataron como a un niño sino como a un adulto, y por eso tengo recuerdos muy felices sobre el rodaje, porque fue un trabajo serio, todos apreciaron mi disciplina”, confesó Kravchenko. “El director jamás le gritó a nadie. Se acercaba, dada explicaciones que a veces nadie entendía, y él mismo se podía a actuar las escenas para que pudiéramos comprender qué quería”.
Pantanos, munición y animales reales
Pero las exigencias físicas que demandaba el papel eran extremas. “Necesitás perder peso”, le dijo Klímov a Kravchenko. En la película, mientras vive el horror, el rostro del niño se transforma. “Klímov me hizo aprender a tomar solo agua durante uno o dos días seguidos, y a correr mucho todos los días”, dijo el actor sobre la técnica para empezar a modificar su aspecto físico.
Una de las escenas requería que el joven atravesara un pantano. “Fue muy difícil hacerla, porque el barro era espeso y pesado. No eran arenas movedizas, pero caminar a través del agua llena de raíces era complicado”, explicaba Kravchenko. “Si te tropezabas, te hundías. Además había parásitos y no tenía ninguna protección especial”.
Mientras los jóvenes actores (Kravchenko y la joven Olga Mirónova) tenían que filmar en el agua, el equipo de filmación estaba a salvo sobre una balsa. Hasta que la plataforma de contención se rompió y pudieron experimentar lo mismo que los niños: “¡Está helada!”, dijo Klímov sobre el agua del pantano.
La madre de Kravchenko fue testigo de casi todo el rodaje que vivió su hijo, pero nunca se enfrentó a los cineastas, sino que acompañó todo el proceso. Aún cuando algunas escenas, literalmente, podían poner en riesgo la vida de los actores.
En una secuencia, los nazis le disparan a un montón de vacas para hacer que los sobrevivientes bielorrusos mueran de hambre. La munición que usó la producción era real. Las balas llegaban a pasar a 10 centímetros de la cabeza del actor protagónico. Y una de las vacas que usaron para filmar, casi lo aplasta cuando hicieron que se tire como si hubiera sido herida.
Pero, más que los riesgos físicos, al director le preocupaba mucho la salud mental de su joven actor. “Podría haber terminado en un hospital psiquiátrico”, confesó Klímov sobre la experiencia que vivió el niño filmando la película. Tan preocupado estaba, que contrató a un experto en hipnosis para que se meta en el subconsciente del niño y aliviara la carga emocional por filmar esta película. La mente del joven Aleksey se mostró impermeable frente a los intentos del psíquico y de las imágenes violentas. Pero hubo una escena que lo perturbó.
“Casi pierdo la cabeza con la escena en el granero”, dijo Kravchenko, adulto, reflexionando sobre todo lo que vio en el rodaje. La escena a la que se refiere está en la primera parte de la película, cuando él escapa con su joven amiga. Es ella, en la ficción, la que voltea para ver lo que quedó de una aldea bielorrusa: un montón de cadáveres apilados, mutilados y masacrados.
Un alegato antibélico
La película fue un trabajo duro para todos los involucrados, que día a día tenían que recrear algunos de los episodios más violentos y crueles que se hayan vivido durante la Segunda Guerra Mundial en territorio bielorruso. “Creo que, aún así, la película es moderada en lo que muestra”, dijo el director, que fue el único que no abandonó ni por un solo día el rodaje. “Todos los demás aprovechaban los días libres para despejarse, viajar a Moscú o visitar a sus familias, pero yo no dejé esta película ni por un día”.
En la película abundan las imágenes donde todos los seres vivos, hasta los animales, sufren en carne propia la guerra. Sobre todo, los más chicos, que parecen descender en una espiral hacia la locura. El clímax es, tal vez, la situación más terrible de todas: los nazis, equipados con lanzallamas, queman graneros enteros llenos de campesinos de todas las edades.
“Fue un viaje al infierno”, dijo Klímov sobre la filmación. Cuando llegó el día del estreno, en 1985, el director temió que el público la rechazara, como había ocurrido con sus películas anteriores. Pero la sala aplaudió cuando terminó la proyección. La película ganó el premio mayor del Festival Internacional de Cine de Moscú. La gente esperaba al final de cada proyección para abrazar y felicitar al jovencito Kravchenko, como si él mismo hubiera vivido la guerra.
“Los premios no son lo importante, por supuesto”, reflexionó el director sobre el recibimiento que tuvo el estreno de la película, finalmente titulada Ven y mira. “Hubo casos en Rusia y Hungría donde tuvieron que llamar ambulancias, porque la gente se desmayaba durante las funciones”.
El legado de Ven y mira, inspirada en gran parte por Apocalipsis Now, la obra maestra bélica dirigida por Francis Ford Coppola, no terminó con su estreno. Al contrario, empezó a crecer en el resto del mundo cuando se disolvió la URSS.
Steven Spielberg, por ejemplo, realizó una proyección especial de esta película, para su equipo de rodaje, antes de filmar La lista de Schindler. Para Martin Scorsese, es una de las películas que hay que ver.
Entre el horror y la belleza
El galardonado director de fotografía Roger Deakins (1917, Blade Runner 2049, 007: Skyfall), explica el fenómeno que es esta película: “Algunas películas desafían tu percepción, no solo del mundo, sino creativa, por cómo usan la cámara, cómo se relacionan con sus personajes. Esta es una película muy difícil de ver, es desafiante, pero antes el cine solía ser desafiante. Ya no hay películas así, y por eso películas como Ven y mira se destacan aún más”.
“Conrad Hall decía que él intentaba combinar la belleza con la fealdad, que parece ser algo contradictorio. Nunca se sintió del todo bien cuando la gente decía que 1917 era una película muy linda, porque es una película sobre la guerra”, reflexionaba el director de fotografía sobre la recepción de su propia película en comparación con el clásico soviético que la inspiró.
“Ven y mira es brutal. Usa técnicas impresionantes. Me gusta pensar que 1917 puede haber capturado la contradicción: la guerra es horrible, pero la película consigue encontrar belleza en cosas terribles, como la escena en la que los partisanos están caminando por el bosque, o cuando los personajes atraviesan el campo caminando de noche”.
Con la llegada de la época virtual e internet, la película se hizo más famosa. En la última encuesta de Sight & Sound, los cineastas la eligieron como una de las 50 mejores películas de la historia. En redes sociales de los cinéfilos, como Letterboxd e IMDb, está puntuada como una de las mejores de todas.
“No hay nada más importante en mi carrera que esta película”, confesó Kravchenko en el 40 aniversario del estreno. “Me cambió la vida”.
Klímov, el director, contó que el título también estuvo inspirado por otro pasaje bíblico, aquel que se encuentra en el Evangelio según Juan: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?”, preguntó Natanael, antes de que Felipe le respondiera: “Ven y ve”.
Klímov consiguió la redención, pero nunca más volvió a filmar una película. “Después de hacer Ven y mira no pude trabajar más. Fue tan duro ese trabajo, para mí y para mis colegas, que perdí todo interés en hacer cine. Todo lo que podía hacer ya lo había hecho. Todavía agradezco a Dios que ese joven no enloqueció”.
Luego de varios fracasos, el soviético Elem Klímov decidió recurrir a su propio infierno para realizar una película que se convirtió en un crudo relato antibélico Read More