Verificar exámenes no es ningún drama

En lo que todo el mundo conocía como “El Comercial de Ramos”, oficialmente Escuela Nacional Superior de Comercio de Ramos Mejía, en 1956 fui alumno de José Farga, quien dictaba un curso de historia. Al terminar el primer trimestre tomó una prueba escrita y, mientras escribíamos, se puso a leer el diario (dato para imberbes: en aquel momento los diarios eran impresos y de grandes dimensiones), lo cual le impedía saber qué estaban haciendo los alumnos.

Unos días más tarde apareció con las pruebas corregidas y nos hizo pasar al frente a media docena de estudiantes a los cuales les había puesto un 10. Yo fui uno de ellos. A cada uno nos interrogó. Yo había estudiado, así que no tuve dificultad en contestar, por lo cual me mantuvo la nota. A los piolas, quienes aprovechando la “distracción” de Farga se habían copiado, los bochó. Luego de lo cual continuó dictando el curso.

Este testimonio sirve para entender lo que está ocurriendo con la decisión de verificar las pruebas que obtuvieron mejores notas en el Examen Único de Residencias Médicas. La sospecha de que algunos médicos conocieron el examen con antelación, aprovecharon a ir al baño para hacer consultas, etc.; motivó a los organizadores a convocar a quienes obtuvieron por lo menos 86 puntos en la prueba original. Además de los “severísimos fiscales”, quienes se rasgan las vestiduras preguntando “cómo fue que pudo haber pasado esto”, escuché que no es justo que los buenos alumnos tengan que pasar, nuevamente, por el estrés del examen, etc.

Igual que Farga, en el Comercial de Ramos, una conversación de 10 minutos entre un profesor y cada uno de los alumnos convocados para una nueva prueba, es suficiente para identificar a los buenos estudiantes y a los piolas. En el primero de los 10 minutos, un profe medianamente inteligente –con un chiste, o una palmadita– les afloja el estrés a los buenos alumnos, de manera que no será necesario tener una flota de ambulancias del SAME. Y, como aclaró Manuel Adorni, a los buenos alumnos se les respetará la nota.

Me atrevo a hacer un pronóstico: la tarea luce más simple de lo que parece porque cabe esperar que el grueso de los alumnos que obtuvieron alta nota de manera indebida no se presenten. Porque en pocos días nadie pasa de ignorante a sabelotodo.

Como bien dice el genial Rolando Hanglin, no hagamos un tango de cada cosa.

En lo que todo el mundo conocía como “El Comercial de Ramos”, oficialmente Escuela Nacional Superior de Comercio de Ramos Mejía, en 1956 fui alumno de José Farga, quien dictaba un curso de historia. Al terminar el primer trimestre tomó una prueba escrita y, mientras escribíamos, se puso a leer el diario (dato para imberbes: en aquel momento los diarios eran impresos y de grandes dimensiones), lo cual le impedía saber qué estaban haciendo los alumnos.

Unos días más tarde apareció con las pruebas corregidas y nos hizo pasar al frente a media docena de estudiantes a los cuales les había puesto un 10. Yo fui uno de ellos. A cada uno nos interrogó. Yo había estudiado, así que no tuve dificultad en contestar, por lo cual me mantuvo la nota. A los piolas, quienes aprovechando la “distracción” de Farga se habían copiado, los bochó. Luego de lo cual continuó dictando el curso.

Este testimonio sirve para entender lo que está ocurriendo con la decisión de verificar las pruebas que obtuvieron mejores notas en el Examen Único de Residencias Médicas. La sospecha de que algunos médicos conocieron el examen con antelación, aprovecharon a ir al baño para hacer consultas, etc.; motivó a los organizadores a convocar a quienes obtuvieron por lo menos 86 puntos en la prueba original. Además de los “severísimos fiscales”, quienes se rasgan las vestiduras preguntando “cómo fue que pudo haber pasado esto”, escuché que no es justo que los buenos alumnos tengan que pasar, nuevamente, por el estrés del examen, etc.

Igual que Farga, en el Comercial de Ramos, una conversación de 10 minutos entre un profesor y cada uno de los alumnos convocados para una nueva prueba, es suficiente para identificar a los buenos estudiantes y a los piolas. En el primero de los 10 minutos, un profe medianamente inteligente –con un chiste, o una palmadita– les afloja el estrés a los buenos alumnos, de manera que no será necesario tener una flota de ambulancias del SAME. Y, como aclaró Manuel Adorni, a los buenos alumnos se les respetará la nota.

Me atrevo a hacer un pronóstico: la tarea luce más simple de lo que parece porque cabe esperar que el grueso de los alumnos que obtuvieron alta nota de manera indebida no se presenten. Porque en pocos días nadie pasa de ignorante a sabelotodo.

Como bien dice el genial Rolando Hanglin, no hagamos un tango de cada cosa.

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