Roly Serrano, de dormir en una terminal de micros al milagro de volver a la vida y el sueño cumplido junto a Nico Cabré

Rolando Serrano, para todos “Roly”. Salteño, para todos de terruño cordobés. Sobre lo que no hay dudas ni confusiones es que se trata de un actor versátil, de presencia y convicción. Y de un artista sumamente respetado por el público y por sus colegas.

Luego de un terrible accidente vial que lo dejó postrado durante nueve meses -tres de ellos en estado inconsciente- la semana pasada volvió a subirse a un escenario para darle vida al recordado profesor de literatura que oficia de columna vertebral de Yepeto, pieza rubricada por Roberto “Tito” Cossa, un clásico de la dramaturgia argentina contemporánea.

Junto con el actor, también habitan la escena de la sala Picadilly Luisina Arito y Alan Madanes, quien viene de interpretar a un jovencísimo Frank Sinatra en el musical Cuando Frank conoció a Carlitos y de protagonizar Sandro, el gran show.

Esta nueva puesta de Yepeto cuenta con dirección de Nicolás Cabré, en su segunda incursión en el rubro, luego de timonear la efectiva comedia Tom, Dick & Harry, encabezada por su amigo y colega Mariano Martínez. A su vez, Cabré interpretó el personaje hoy en manos de Madanes en la versión cinematográfica que fuera dirigida por Eduardo Calcagno.

-Por tratarse de una pieza estrenada en la década del ochenta, ¿qué valores hoy mantienen vigente a Yepeto?

-No hemos hecho un análisis de texto previo, pero, a medida que fueron avanzando los ensayos, fuimos observando qué seguía vivo y qué parlamentos podrían no estar, limpiamos aquello que nos molestaba. Nos preguntábamos qué no haríamos hoy que sí era posible antes.

La línea argumental de la pieza encuentra a un profesor de literatura en disputa por el amor, literal y platónico, de una alumna (en la actual versión, cursando su universidad). En el medio, el novio de la joven, tironeado por ese acontecer más simbólico que real. Se trata de un juego de competencias, de inseguridades, de desafíos intelectuales y de refutaciones generacionales.

Roly Serrano encarna al personaje estrenado originalmente por Ulises Dumont, quien lo transitó durante siete años consecutivos y luego formó parte de la versión audiovisual de Calcagno. “Queríamos hablar sobre la admiración de una joven hacia su profesor, de los celos del novio de ella y de ese hombre enamorado de alguien que, seguramente, se convertirá en su predecesora”.

Con lógica, el actor traza un paralelo con su propio oficio: “Quizás pueda ver a un joven nuevo que me hace envidiarlo y pensar en lo que me hubiese gustado, a esa edad temprana, tener un enorme talento”.

Divinos tesoros

-En el agradecimiento final de la segunda función, te referiste a la posibilidad de ofrecer poesía y hablar sobre literatura, algo no tan habitual en determinado tipo de escena.

-La obra está cargada de eso, pero no es pesada, eso habla de la inteligencia de la dirección de Nico (Cabré). Sacó a la obra de un lugar de exceso de literatura. Es un material muy accesible para todos. Nuestra inteligencia como actores fue seguir lo que el director nos proponía.

Allí están los libros en los anaqueles de la escena. Y las palabras de un profesor que escribe y de una discípula que también hace lo suyo admirando la figura de ese faro construido.

-¿Qué implica compartir el escenario con dos actores jóvenes?

-Eso es algo maravilloso. En los ensayos miraban mi trabajo, mi manera de construir, me decían que era hermoso verme crear y la forma en la que yo les daba todo lo que podía, eso tiene que ver con la experiencia. Sin embargo, ellos también me dieron mucho a mí, tienen lo más hermoso de la vida que es la juventud y el desparpajo, sobre eso también habla la obra.

-Juventud y desparpajo casi van de la mano.

-Si me preguntás por un deseo, te diría que sería poder hacer que mi cuerpo retrocediera treinta años, cuando uno no se preocupaba por el futuro. En la obra, el profesor le dice al novio de la alumna “¿no te das cuenta que soy más joven que vos?”.

-Lo desafía y, en tal caso, pone en tensión el concepto de “juventud”.

-Cuando uno es joven tiene todo por delante, hay cosas que no te preocupan. En un momento de la vida, cuando comienzan a golpearte el zaguán, comenzás a preguntarte qué no hiciste y a apreciar lo que antes no veías, no podés parar de mirar belleza.

-¿Qué conservás de tu propia juventud?

-Diría que resguardo al niño que no jugó.

-Jugás ahora, en el teatro.

-Siento eso, cada cosa que hago es un juego.

Recuerda a “Sapo” Quiroga, el personaje de la serie El marginal que le tocó componer durante dos temporadas. “Ese fue un juego maravilloso”. Una escena poderosa de esa criatura de ficción descansa en una imagen sobre una repisa.

-En la infancia, ¿no estuvieron presentes los juegos?

-Es algo que no tuve.

-¿Qué recordás de esa infancia?

-En mí siempre se destacó la curiosidad. Me podías dar una flauta traversa y, a los dos minutos, estaba sacando una melodía. Me explicabas cómo funcionaba una cámara y, al rato, hasta podía llegar a sacar una buena foto. Buscaba, curioseaba, hasta que encontré este oficio de la actuación.

Se acomoda antes de descular los misterios del nacimiento de una vocación que germinó de casualidad. “¿Toman mate?“, ofrece, luego de que su asistente ya sirviera una primera ronda de café. Ya pasó el momento de las fotografías con el marco del hermoso PH que el actor habita desde hace dos décadas en el barrio de La Boca, a dos cuadras exactas de la Bombonera. “Enfrente vivía Fontova y, a la vuelta, Osvaldo Soriano”, recupera.

-Estábamos en los inicios de tu vocación. ¿Cómo fue?

-Creo que sucedió gracias a la soledad.

¿Por qué?

-Vivía solo, cantaba en las peñas, trabajaba de “valijero” y dormía en la terminal de Córdoba. Boyaba.

A destajo, ayudaba a los pasajeros con el traslado de sus equipajes a cambio de una propina. En la inmensa estación de micros no sólo dormía, sino que también podía ducharse. “Por la mañana, buscaba los avisos clasificados y me iba a buscar otros laburos por la ciudad”.

Una noche, un grupo de actores, para festejar el cumpleaños de uno de los integrantes de esa compañía local, se acercó a la peña donde Serrano cantaba de forma amateur.

“Mientras hacía lo mío, ellos molestaban, así que, cuando no aguanté más, bajé del escenario y los mandé a la mierd… Pero se portaron bien, me pidieron disculpas y me invitaron a compartir su mesa. Recuerdo que los miraba con atención, escuchaba lo que hablaban”.

-Debatirían sobre teatro.

-Eso mismo, me pareció un mundo hermoso. “¿Qué hacen?”, les pregunté. Cuando me dijeron “teatro”, les dije: “¿Eué es eso?”.

Cuando les consultó cuáles eran los pasos a seguir para “ser actor”, los contertulios le respondieron que se estudiaba en el conservatorio. “Me anoté y di el examen junto con 310 aspirantes, pero sólo podían ingresar los 30 mejores”.

-¿Entraste?

-No, a pesar que era muy desfachatado y todos me decían que lo había hecho bien, me buscaba en la lista y no me encontraba, hasta que aparecí en el puesto 270. Era el momento de pensar en dedicarme a otra cosa.

-No fue así.

-Un maquinista de teatro que se encontraba en el momento del examen me dijo que no claudicara, que tenía condiciones.

Finalmente, dio con la escuela de teatro de Miguel Iriarte, un gran maestro del teatro cordobés, quien le consultó sobre su vocación, pero también sobre su vida. “Cuando le dije que estaba solo, que dormía en la terminal de ómnibus, me ofreció una pieza de su estudio de teatro a cambio de trabajos de mantenimiento del espacio. Además, me ofreció un pequeño sueldo, y, por supuesto, tomar clases con él, así que no podía dudarlo”.

A los cinco meses, en el marco de ese grupo de estudio llamado Teatro de Nuestra Ciudad, debutó en Al final de la calle, una obra autogestiva y de dramaturgia colectiva. Antes, también en la urbe de impronta jesuita había realizado el Servicio Militar en la sección de paracaídas.

El tiempo fue pasando y las oportunidades se fueron sucediendo. “Llegué a trabajar como operario de una importante empresa automotriz, mientras hacía teatro para niños”.

En esa compañía ascendió y logró ganar un muy buen sueldo. En ese tiempo, fue convocado para presentarse en un programa de televisión como actor y titiritero. Como gustó mucho su trabajo, los productores del ciclo le ofrecieron quedarse de manera permanente, pero la paga sería diez veces menor a la que obtenía en la industria de los coches. Seguro de su vocación, pateó el tablero y aceptó. De ahí en más, vivió y sobrevivió trabajando en el mundo del arte. “Así fue mi vida, una elección atrás de otra”.

-¿Te arrepentís de algunas de tus elecciones?

-No, fueron sueños que se me fueron cumpliendo.

Su enorme talento le abrió puertas, pero también su sagacidad, tenacidad y vocación de trabajo. Y, desde ya, una amplia cuota de suerte en ese engranaje de la “ley de la atracción”.

“Rubens Correa me ofreció ser maquinista del ciclo Teatro Abierto, pero, como me sabía la letra de todas las obras, comencé a hacer reemplazos”, dice en relación con el ciclo -cuya primera edición sucedió en 1981- que se paró de bruces contra la dictadura militar. “Ver los ensayos de esas obras fue la mejor clase de teatro que tuve”.

Caprichos del destino, con los años, también le tocó participar en un homenaje a Teatro Abierto en el Teatro Nacional Cervantes protagonizando El acompañamiento, junto a Ulises Dumont, paradójicamente, el actor original de Yepeto. Al día siguiente, también lo llamaron para reemplazar a Pepe Soriano en Gris de ausencia, uno de los títulos icónicos de Roberto “Tito” Cossa, autor de Yepeto. “Son dos obras que siempre me interesaron mucho, evidentemente, todos los caminos conducen a Roma”.

Cuando Yepeto se estrenó en el teatro Lorange (hoy Apolo), con el protagónico de Ulises Dumont y Darío Grandinetti, Serrano estuvo sentado en la platea disfrutando del material de manera anticipatoria: “Miraba el espectáculo y pensaba: ‘Ojalá, cuando sea mayor, pueda hacer esta obra e interpretar a ese profesor´. Crecí y lo estoy haciendo, las cosas se dieron”.

Renacer

“Tomé conciencia de todo lo que me sucedió un mes antes de que me dieran el alta”. En marzo del año pasado, Roly Serrano chocó de atrás a otro vehículo mientras circulaba por la Ruta 9 a la altura de Baradero, en la provincia de Buenos Aires. “Cuando pude tener noción de la realidad, miraba en la televisión los informes sobre mi estado de salud, era muy fuerte”.

-Recibiste mucho apoyo del público y del medio artístico.

-La gente me escribía mensajes, mi hermana, en la puerta de la clínica, tenía que frenar a todos los que me querían ver. “¿Por qué merezco esto?”, me preguntaba. Era mucho amor. Es emocionante sentir que te quieren y respetan.

-Permaneciste nueve meses internado y tres en estado inconsciente. ¿Recordás el momento en el que despertaste?

-No vi la luz. No recuerdo mucho, estaba muy medicado, pero me contaron muchas anécdotas.

-¿Por ejemplo?

-Me dicen que, mientras yo estaba dormidísimo, Osvaldo Laport, que era uno de los pocos que tenía acceso a mi habitación y me visitaba casi todos los días, me agarraba la mano y me decía: “Dale gordo, despertate. ¿Qué te venís a hacer el dormido? Te voy a sacar de acá con una patada en el…”. Los médicos lo empezaron a llamar y le pidieron que fuera más seguido.

-¿Por qué?

-Decían que, cuando él me decía todo eso, se activaba mi cuerpo, los monitores mostraban una reacción, los signos vitales crecían.

Cuando ya había despertado, a las tertulias en la clínica con Osvaldo Laport se sumaban Coco Sily, Daniel Aráoz y “Puma” Goity. “Imaginate todos esos juntos en terapia intensiva; los enfermeros se morían de risa y yo hacía lo que podía con mi traqueotomía”.

-¿Sos creyente?

-Creo que existe algo superior a uno, pero no confío mucho en las instituciones. Siento que hay ángeles que me protegen, también uno dice “por Dios”. Hay un respeto a algo o alguien, no sé qué forma tiene ni quién es, pero nos supera a todos y ha creado la vida.

-¿Atribuís tu sanación a eso?

-Supongo que la energía positiva puede sanar, así como la negativa te enferma. En la calle, la gente me dice permanentemente “estuve rezando por vos”.

-¿Recordás algo del accidente?

-No, muy poco, fue una descompensación como la que sufrió la semana pasada Pablo Alarcón. Por suerte, no lastimé a nadie.

Intimidades

“Tengo un hijo putativo que ya cumplió cuarenta años”, explica el actor y agrega “comenzamos a vivir juntos cuando él tenía cuatro años, y es el ser más bello del mundo”.

En 2004, Roly sufrió la partida de Claudia, su compañera de vida, lo cual lo sumió en una gran crisis que se ha manifestado anímicamente y en algunos desarreglos físicos.

Con aquel hijo no biológico siempre mantuvo un gran vínculo, a pesar de que “su padre siempre estuvo presente, pero él me elegía”. El joven, que hoy vive en Barcelona, fue protagonista de varias situaciones singulares en esa relación afectuosa tejida con su “padrastro”. “En una oportunidad, junto con su padre, lo llevamos a Ezeiza para tomar un vuelo a Europa. En el aeropuerto se encontró con la madre de un compañero de la escuela secundaria y, como estábamos todos juntos, nos presentó como: ‘mi papá’ y ‘mi papá’”.

-¿Qué lugar le asignás al dinero?

-La Plata es la capital de la provincia de Buenos Aires. Mientras me sirva para mis remedios y que, cada vez que abra la heladera, haya algo adentro, estoy bien.

-El accidente y la posterior internación de nueve meses, con momentos realmente críticos, ¿te modificó la manera de encarar la vida?

-Sí, claro, hacés balances y te cuestionás por qué llegaste a esa situación. Pensando en Dios, uno se pregunta por qué continúa vivo. Dios le dijo a la (Alejandra) “Locomotora” Oliveras “ya te toca descansar”, pero a mí no; a pesar que fumaba, engordaba, estaba pasado de rosca y descuidado. Me tendría que haber tocado a mí. Hay algo que alguien te está diciendo, “te estamos regalando algo, ahora cuídate”.

-¿Te cuidás?

-Sí, ya no fumo.

-¿Fumabas mucho?

-Consumía dos paquetes y medio por día. Jamás me drogué, pero el cigarrillo y la comida fueron mis dos únicos excesos. Era una época donde dormía poco, tenía apneas, y vivía con sueño, a tal punto que me he dormido en entrevistas en la televisión, filmando una película o en el escenario, en medio de una obra.

-En el escenario se te ve recuperado. ¿Cómo estás de salud hoy?

-Muy bien, mil puntos. Y mi cabeza está muy bien cuidada gracias a una terapeuta.

Para agendar

Yepeto. Funciones: miércoles y domingos a las 20.30. Sala: Teatro Picadilly (Av. Corrientes 1542).

Rolando Serrano, para todos “Roly”. Salteño, para todos de terruño cordobés. Sobre lo que no hay dudas ni confusiones es que se trata de un actor versátil, de presencia y convicción. Y de un artista sumamente respetado por el público y por sus colegas.

Luego de un terrible accidente vial que lo dejó postrado durante nueve meses -tres de ellos en estado inconsciente- la semana pasada volvió a subirse a un escenario para darle vida al recordado profesor de literatura que oficia de columna vertebral de Yepeto, pieza rubricada por Roberto “Tito” Cossa, un clásico de la dramaturgia argentina contemporánea.

Junto con el actor, también habitan la escena de la sala Picadilly Luisina Arito y Alan Madanes, quien viene de interpretar a un jovencísimo Frank Sinatra en el musical Cuando Frank conoció a Carlitos y de protagonizar Sandro, el gran show.

Esta nueva puesta de Yepeto cuenta con dirección de Nicolás Cabré, en su segunda incursión en el rubro, luego de timonear la efectiva comedia Tom, Dick & Harry, encabezada por su amigo y colega Mariano Martínez. A su vez, Cabré interpretó el personaje hoy en manos de Madanes en la versión cinematográfica que fuera dirigida por Eduardo Calcagno.

-Por tratarse de una pieza estrenada en la década del ochenta, ¿qué valores hoy mantienen vigente a Yepeto?

-No hemos hecho un análisis de texto previo, pero, a medida que fueron avanzando los ensayos, fuimos observando qué seguía vivo y qué parlamentos podrían no estar, limpiamos aquello que nos molestaba. Nos preguntábamos qué no haríamos hoy que sí era posible antes.

La línea argumental de la pieza encuentra a un profesor de literatura en disputa por el amor, literal y platónico, de una alumna (en la actual versión, cursando su universidad). En el medio, el novio de la joven, tironeado por ese acontecer más simbólico que real. Se trata de un juego de competencias, de inseguridades, de desafíos intelectuales y de refutaciones generacionales.

Roly Serrano encarna al personaje estrenado originalmente por Ulises Dumont, quien lo transitó durante siete años consecutivos y luego formó parte de la versión audiovisual de Calcagno. “Queríamos hablar sobre la admiración de una joven hacia su profesor, de los celos del novio de ella y de ese hombre enamorado de alguien que, seguramente, se convertirá en su predecesora”.

Con lógica, el actor traza un paralelo con su propio oficio: “Quizás pueda ver a un joven nuevo que me hace envidiarlo y pensar en lo que me hubiese gustado, a esa edad temprana, tener un enorme talento”.

Divinos tesoros

-En el agradecimiento final de la segunda función, te referiste a la posibilidad de ofrecer poesía y hablar sobre literatura, algo no tan habitual en determinado tipo de escena.

-La obra está cargada de eso, pero no es pesada, eso habla de la inteligencia de la dirección de Nico (Cabré). Sacó a la obra de un lugar de exceso de literatura. Es un material muy accesible para todos. Nuestra inteligencia como actores fue seguir lo que el director nos proponía.

Allí están los libros en los anaqueles de la escena. Y las palabras de un profesor que escribe y de una discípula que también hace lo suyo admirando la figura de ese faro construido.

-¿Qué implica compartir el escenario con dos actores jóvenes?

-Eso es algo maravilloso. En los ensayos miraban mi trabajo, mi manera de construir, me decían que era hermoso verme crear y la forma en la que yo les daba todo lo que podía, eso tiene que ver con la experiencia. Sin embargo, ellos también me dieron mucho a mí, tienen lo más hermoso de la vida que es la juventud y el desparpajo, sobre eso también habla la obra.

-Juventud y desparpajo casi van de la mano.

-Si me preguntás por un deseo, te diría que sería poder hacer que mi cuerpo retrocediera treinta años, cuando uno no se preocupaba por el futuro. En la obra, el profesor le dice al novio de la alumna “¿no te das cuenta que soy más joven que vos?”.

-Lo desafía y, en tal caso, pone en tensión el concepto de “juventud”.

-Cuando uno es joven tiene todo por delante, hay cosas que no te preocupan. En un momento de la vida, cuando comienzan a golpearte el zaguán, comenzás a preguntarte qué no hiciste y a apreciar lo que antes no veías, no podés parar de mirar belleza.

-¿Qué conservás de tu propia juventud?

-Diría que resguardo al niño que no jugó.

-Jugás ahora, en el teatro.

-Siento eso, cada cosa que hago es un juego.

Recuerda a “Sapo” Quiroga, el personaje de la serie El marginal que le tocó componer durante dos temporadas. “Ese fue un juego maravilloso”. Una escena poderosa de esa criatura de ficción descansa en una imagen sobre una repisa.

-En la infancia, ¿no estuvieron presentes los juegos?

-Es algo que no tuve.

-¿Qué recordás de esa infancia?

-En mí siempre se destacó la curiosidad. Me podías dar una flauta traversa y, a los dos minutos, estaba sacando una melodía. Me explicabas cómo funcionaba una cámara y, al rato, hasta podía llegar a sacar una buena foto. Buscaba, curioseaba, hasta que encontré este oficio de la actuación.

Se acomoda antes de descular los misterios del nacimiento de una vocación que germinó de casualidad. “¿Toman mate?“, ofrece, luego de que su asistente ya sirviera una primera ronda de café. Ya pasó el momento de las fotografías con el marco del hermoso PH que el actor habita desde hace dos décadas en el barrio de La Boca, a dos cuadras exactas de la Bombonera. “Enfrente vivía Fontova y, a la vuelta, Osvaldo Soriano”, recupera.

-Estábamos en los inicios de tu vocación. ¿Cómo fue?

-Creo que sucedió gracias a la soledad.

¿Por qué?

-Vivía solo, cantaba en las peñas, trabajaba de “valijero” y dormía en la terminal de Córdoba. Boyaba.

A destajo, ayudaba a los pasajeros con el traslado de sus equipajes a cambio de una propina. En la inmensa estación de micros no sólo dormía, sino que también podía ducharse. “Por la mañana, buscaba los avisos clasificados y me iba a buscar otros laburos por la ciudad”.

Una noche, un grupo de actores, para festejar el cumpleaños de uno de los integrantes de esa compañía local, se acercó a la peña donde Serrano cantaba de forma amateur.

“Mientras hacía lo mío, ellos molestaban, así que, cuando no aguanté más, bajé del escenario y los mandé a la mierd… Pero se portaron bien, me pidieron disculpas y me invitaron a compartir su mesa. Recuerdo que los miraba con atención, escuchaba lo que hablaban”.

-Debatirían sobre teatro.

-Eso mismo, me pareció un mundo hermoso. “¿Qué hacen?”, les pregunté. Cuando me dijeron “teatro”, les dije: “¿Eué es eso?”.

Cuando les consultó cuáles eran los pasos a seguir para “ser actor”, los contertulios le respondieron que se estudiaba en el conservatorio. “Me anoté y di el examen junto con 310 aspirantes, pero sólo podían ingresar los 30 mejores”.

-¿Entraste?

-No, a pesar que era muy desfachatado y todos me decían que lo había hecho bien, me buscaba en la lista y no me encontraba, hasta que aparecí en el puesto 270. Era el momento de pensar en dedicarme a otra cosa.

-No fue así.

-Un maquinista de teatro que se encontraba en el momento del examen me dijo que no claudicara, que tenía condiciones.

Finalmente, dio con la escuela de teatro de Miguel Iriarte, un gran maestro del teatro cordobés, quien le consultó sobre su vocación, pero también sobre su vida. “Cuando le dije que estaba solo, que dormía en la terminal de ómnibus, me ofreció una pieza de su estudio de teatro a cambio de trabajos de mantenimiento del espacio. Además, me ofreció un pequeño sueldo, y, por supuesto, tomar clases con él, así que no podía dudarlo”.

A los cinco meses, en el marco de ese grupo de estudio llamado Teatro de Nuestra Ciudad, debutó en Al final de la calle, una obra autogestiva y de dramaturgia colectiva. Antes, también en la urbe de impronta jesuita había realizado el Servicio Militar en la sección de paracaídas.

El tiempo fue pasando y las oportunidades se fueron sucediendo. “Llegué a trabajar como operario de una importante empresa automotriz, mientras hacía teatro para niños”.

En esa compañía ascendió y logró ganar un muy buen sueldo. En ese tiempo, fue convocado para presentarse en un programa de televisión como actor y titiritero. Como gustó mucho su trabajo, los productores del ciclo le ofrecieron quedarse de manera permanente, pero la paga sería diez veces menor a la que obtenía en la industria de los coches. Seguro de su vocación, pateó el tablero y aceptó. De ahí en más, vivió y sobrevivió trabajando en el mundo del arte. “Así fue mi vida, una elección atrás de otra”.

-¿Te arrepentís de algunas de tus elecciones?

-No, fueron sueños que se me fueron cumpliendo.

Su enorme talento le abrió puertas, pero también su sagacidad, tenacidad y vocación de trabajo. Y, desde ya, una amplia cuota de suerte en ese engranaje de la “ley de la atracción”.

“Rubens Correa me ofreció ser maquinista del ciclo Teatro Abierto, pero, como me sabía la letra de todas las obras, comencé a hacer reemplazos”, dice en relación con el ciclo -cuya primera edición sucedió en 1981- que se paró de bruces contra la dictadura militar. “Ver los ensayos de esas obras fue la mejor clase de teatro que tuve”.

Caprichos del destino, con los años, también le tocó participar en un homenaje a Teatro Abierto en el Teatro Nacional Cervantes protagonizando El acompañamiento, junto a Ulises Dumont, paradójicamente, el actor original de Yepeto. Al día siguiente, también lo llamaron para reemplazar a Pepe Soriano en Gris de ausencia, uno de los títulos icónicos de Roberto “Tito” Cossa, autor de Yepeto. “Son dos obras que siempre me interesaron mucho, evidentemente, todos los caminos conducen a Roma”.

Cuando Yepeto se estrenó en el teatro Lorange (hoy Apolo), con el protagónico de Ulises Dumont y Darío Grandinetti, Serrano estuvo sentado en la platea disfrutando del material de manera anticipatoria: “Miraba el espectáculo y pensaba: ‘Ojalá, cuando sea mayor, pueda hacer esta obra e interpretar a ese profesor´. Crecí y lo estoy haciendo, las cosas se dieron”.

Renacer

“Tomé conciencia de todo lo que me sucedió un mes antes de que me dieran el alta”. En marzo del año pasado, Roly Serrano chocó de atrás a otro vehículo mientras circulaba por la Ruta 9 a la altura de Baradero, en la provincia de Buenos Aires. “Cuando pude tener noción de la realidad, miraba en la televisión los informes sobre mi estado de salud, era muy fuerte”.

-Recibiste mucho apoyo del público y del medio artístico.

-La gente me escribía mensajes, mi hermana, en la puerta de la clínica, tenía que frenar a todos los que me querían ver. “¿Por qué merezco esto?”, me preguntaba. Era mucho amor. Es emocionante sentir que te quieren y respetan.

-Permaneciste nueve meses internado y tres en estado inconsciente. ¿Recordás el momento en el que despertaste?

-No vi la luz. No recuerdo mucho, estaba muy medicado, pero me contaron muchas anécdotas.

-¿Por ejemplo?

-Me dicen que, mientras yo estaba dormidísimo, Osvaldo Laport, que era uno de los pocos que tenía acceso a mi habitación y me visitaba casi todos los días, me agarraba la mano y me decía: “Dale gordo, despertate. ¿Qué te venís a hacer el dormido? Te voy a sacar de acá con una patada en el…”. Los médicos lo empezaron a llamar y le pidieron que fuera más seguido.

-¿Por qué?

-Decían que, cuando él me decía todo eso, se activaba mi cuerpo, los monitores mostraban una reacción, los signos vitales crecían.

Cuando ya había despertado, a las tertulias en la clínica con Osvaldo Laport se sumaban Coco Sily, Daniel Aráoz y “Puma” Goity. “Imaginate todos esos juntos en terapia intensiva; los enfermeros se morían de risa y yo hacía lo que podía con mi traqueotomía”.

-¿Sos creyente?

-Creo que existe algo superior a uno, pero no confío mucho en las instituciones. Siento que hay ángeles que me protegen, también uno dice “por Dios”. Hay un respeto a algo o alguien, no sé qué forma tiene ni quién es, pero nos supera a todos y ha creado la vida.

-¿Atribuís tu sanación a eso?

-Supongo que la energía positiva puede sanar, así como la negativa te enferma. En la calle, la gente me dice permanentemente “estuve rezando por vos”.

-¿Recordás algo del accidente?

-No, muy poco, fue una descompensación como la que sufrió la semana pasada Pablo Alarcón. Por suerte, no lastimé a nadie.

Intimidades

“Tengo un hijo putativo que ya cumplió cuarenta años”, explica el actor y agrega “comenzamos a vivir juntos cuando él tenía cuatro años, y es el ser más bello del mundo”.

En 2004, Roly sufrió la partida de Claudia, su compañera de vida, lo cual lo sumió en una gran crisis que se ha manifestado anímicamente y en algunos desarreglos físicos.

Con aquel hijo no biológico siempre mantuvo un gran vínculo, a pesar de que “su padre siempre estuvo presente, pero él me elegía”. El joven, que hoy vive en Barcelona, fue protagonista de varias situaciones singulares en esa relación afectuosa tejida con su “padrastro”. “En una oportunidad, junto con su padre, lo llevamos a Ezeiza para tomar un vuelo a Europa. En el aeropuerto se encontró con la madre de un compañero de la escuela secundaria y, como estábamos todos juntos, nos presentó como: ‘mi papá’ y ‘mi papá’”.

-¿Qué lugar le asignás al dinero?

-La Plata es la capital de la provincia de Buenos Aires. Mientras me sirva para mis remedios y que, cada vez que abra la heladera, haya algo adentro, estoy bien.

-El accidente y la posterior internación de nueve meses, con momentos realmente críticos, ¿te modificó la manera de encarar la vida?

-Sí, claro, hacés balances y te cuestionás por qué llegaste a esa situación. Pensando en Dios, uno se pregunta por qué continúa vivo. Dios le dijo a la (Alejandra) “Locomotora” Oliveras “ya te toca descansar”, pero a mí no; a pesar que fumaba, engordaba, estaba pasado de rosca y descuidado. Me tendría que haber tocado a mí. Hay algo que alguien te está diciendo, “te estamos regalando algo, ahora cuídate”.

-¿Te cuidás?

-Sí, ya no fumo.

-¿Fumabas mucho?

-Consumía dos paquetes y medio por día. Jamás me drogué, pero el cigarrillo y la comida fueron mis dos únicos excesos. Era una época donde dormía poco, tenía apneas, y vivía con sueño, a tal punto que me he dormido en entrevistas en la televisión, filmando una película o en el escenario, en medio de una obra.

-En el escenario se te ve recuperado. ¿Cómo estás de salud hoy?

-Muy bien, mil puntos. Y mi cabeza está muy bien cuidada gracias a una terapeuta.

Para agendar

Yepeto. Funciones: miércoles y domingos a las 20.30. Sala: Teatro Picadilly (Av. Corrientes 1542).

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